AL SALIR DE UN BAR (los dos van a casa de Aarón) - Las Bolas de Pablo

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AL SALIR DE UN BAR (los dos van a casa de Aarón)

Héctor
   —Entiendo —dijo poniéndose en pie, todavía se sujetaba las bolas—mi mamá va a poner el grito en el cielo cuando me vea llegar así.


   —¿Quieres ir a mi casa? —le pregunté


   —Simón (Sí), he querido saber cómo es que viven los ricos y famosos —respondió bromeando.


   Por fin llegamos a mi camioneta, la había dejado en el estacionamiento de una tienda departamental que permanecía abierta las veinticuatro horas. Era una Jeep Wrangler 2009, color negro. Tomé la autopista y conduje por veinte minutos, yo vivía al sur, en otro municipio, hacerse con alguna propiedad dentro de la ciudad era carísimo, salí en una desviación y conduje por otros diez minutos hasta llegar mi colonia, no era una zona privilegiada, pero era un lugar decente, la ventaja que tenía era que vivía al interior de un fraccionamiento, un conjunto de treinta casas, con caseta de vigilancia, buen perímetro, con cerca electrificada y cámaras de circuito cerrado. Teníamos nuestras propias calles en dos sentidos, al centro había un pequeño parque de uso común, ninguna de las viviendas tenía muros que las separasen entre sí, sólo cercas, todos estacionábamos nuestros autos al frente.


   —Wow, sí que vives en una zona rica —comentó Héctor.


   —Para nada, nadie aquí es rico, solo vivimos bien –le dije— mis clientes, ellos sí son asquerosamente ricos.


   En el rincón más alejado estaba mi casa, contrastaba con la discreta opulencia de las demás viviendas. El frente de mi hogar era una pequeña barda de piedra de metro y medio de alto, en el lateral había un espacio techado donde dejaba la camioneta, podían caber dos autos, en la parte trasera de la cochera había una reja de metal para acceder a mi propiedad. Donde debería haber una vivienda, solo había pasto, algunos árboles frutales y un árbol que me negaba a derribar, porque me parecía que tenía mucho carácter, al fondo se levantaba una pequeña nave industrial de concreto y acero, con techo abovedado. Por fuera no era la gran cosa, la primera impresión era la de un terreno baldío cualquiera.


   —Así que sí vives en una bodega —comentó Héctor.


   —Ya te lo había dicho.


   —Pensé que bromeabas.


    La historia de este lugar era muy curiosa, compré este lote por que era el más alejado y barato, era el único que quedaba, aquí pensaba erigir, como todos, una casa, entonces noté que detrás, colindando con el fraccionamiento había una especie de terreno baldío con una bodega abandonada, ahí fue cuando tuve la mejor idea de mi vida. Investigué quién era el dueño y si quería vender, con lo que ahorré al comprar el lote y lo que tenía pensado invertir en construir mi vivienda, me alcanzó fácilmente. Me vi en la necesidad de hacer algunos trámites con el municipio y someter a votación de los colonos si se me permitiría extender mi propiedad y el perímetro de todo el lugar, después de mucho cabildeo, la respuesta fue positiva. Durante cinco años no había dejado de trabajar para crear de a poco, un espacio agradable. Ahora planeaba colocar un recubrimiento de aluminio en el exterior y hacer algo de paisajismo en mi frente.


   Había mandado pulir el piso de concreto, todas las instalaciones de gas, agua, calefacción, ventilación y electricidad eran visibles en los muros y en el techo, al ser una nave industrial, el espacio era enorme y sin divisiones, lo cual me permitió tener un concepto abierto, en la parte lateral que daba al fondo, derribé algunas paredes para colocar amplios ventanales que llevaban a un patio de madera, donde tenía una mesa de jardín, un asador y un carril de nado semi-olímpico que medía 25 metros de largo. Todos los días, al despertar, nadaba entre uno o dos kilómetros. La bodega tenía una altura de nueve metros, mi recamara estaba en una planta superior que mandé construir sobre la cocina, enmarcada por un barandal de metal, no había un solo muro en mi casa, todo era abierto, mi concepto de diseño era muy masculino. Tal vez hablo mucho de mi casa, pero ¿qué se podía esperar de mí? soy arquitecto. 


   Héctor quedó boquiabierto al mirar el interior de aquella nave industrial, lo invité a tomar asiento en la sala, yo tenía unos buenos sillones de cuero genuino. Fui a la cocina y del congelador saqué unas compresas y una charola con hielos, practicaba MMA, al llegar me aplicaba algo frío, principalmente en la cara, para prevenir el andar al día siguiente todo moreteado. Le pedí quitarse la playera y quedó con el torso desnudo ante mí. Él sentado, yo de pie, poco a poco fuimos entre los dos aplicando hielo en los lugares que Joaco golpeó. Yo me quité el pantalón de mezclilla, me dejé puesta la playera, me senté Junto a él y coloqué dentro de mi bóxer una compresa para aliviar el dolor que aún sentía en mis huevos, él siguió mi ejemplo, se quitó el pantalón  y colocó sobre sus bolas otra compresa. Ahí estábamos los dos, en calzones, sentados en mi sofá, uno al lado del otro.


   —¿En qué estábamos hace rato? —pregunté— en la calle ¿recuerdas que me estabas…? —con mi mano hice un ademán de masturbación.


   —Ah… eso, perdón, carnal, no debí hacerlo —me dijo algo apenado— es solo que… me gustaste desde que te conocí ¿recuerdas la fiesta de Halloween? tú, tomaste un shot y dijiste “Yo nunca, nunca me he sentido atraído por un hombre” y bebiste, todos sabíamos que sí porque eres bisexual, yo también bebí, al hacerlo, de alguna forma te lo estaba diciendo. En quien pensaba mientras tomaba ese trago, eras tú, Aarón. No solo eso, cuando confesé que sí me había besado con otro cabrón no lo confundí con una chica, era tal cual un bato —explicó—. Me sobrepasé, no debí tocarte, neta perdón, no me controlé.


   —No te disculpes, me gustó —dije pasando mi brazo sobre sus hombros y mirándolo a los ojos— tú me gustas mucho también, desde que te conocí, yo creía que estabas fuera de mi alcance por que eras cien por ciento heterosexual. El paso que acabas de dar al salir, es… —expulsé lentamente el aire de mis pulmones y aspiré profundamente— un desafío, va a ser difícil, pero verás que “a la larga” es mejor.


   —Hablando de “la larga”, entonces ¿puedo continuar? —me preguntó sonriendo tímidamente.

   Me quité la playera, estiré mis brazos por encima de mi cabeza y dejé caer mi cuerpo hasta quedar al filo del sofá, él se arrodilló entre mis piernas, retiró mi bóxer, admiró mi hombría, posó su rostro sobre ella, la olfateó y comenzó a estimularme con sus manos, alternaba utilizando su boca, realmente era bueno succionando.


   —Sólo no lo recibas en la boca, no en esta ocasión —lo dije porque lo quería y me importaba, no era mi intención denigrarlo o extralimitarme.


   Pasados diez minutos, me hizo eyacular, mi semen salpicó hasta mi clavícula, fue entonces que noté que éste tenía un poco de sangre. Héctor se preocupó, yo lo tranquilicé, sabía que no era grave, era un daño temporal, como consecuencia del salvaje apretón que me dio ese animal llamado Joaquín Sandoval.


   Fui al baño de visitas, tomé papel de baño y me limpié. En seguida, hice lo mismo con Héctor, lo estimulé con mis manos y con mi boca hasta hacerlo eyacular sobre su torso, con mi lengua limpié su delicioso semen color blanco perlado, mi compa era un macho saludable de la mejor calidad. Continué lamiendo sus abdominales y pezones, finalmente, lo besé apasionadamente, frotamos nuestros cuerpos hasta que quedar abrazados en el sofá, algo que noté es que tenía los testículos más grandes que había visto, muy carnosos y sabrosos. Encendí mi televisor de ochenta pulgadas y puse una película en Netflix, a los pocos minutos, el sueño nos venció, yo comencé a cabecear y a dormitar, miré a Héctor, él ya estaba completamente dormido sobre mi pecho y su mano reposaba sobre mi hombría. Apagué la tele y me entregué a Morfeo. Desperté recostado bocabajo sobre el sofá, me encontraba solo. Al sentarme y desperezarme, él se acercó, llevaba puesta solamente una bata de baño y sostenía una taza de café que extendió hacia a mí.


Este hombre tiene huevos enormes
   —Buenos días, dormilón —dijo sonriendo.


   —¿Qué hora es? —pregunté.


   —Son casi las nueve de la mañana —respondió. Afortunadamente era sábado— estoy preparando el desayuno, ya precalenté el horno, si quieres báñate mientras, yo ya lo hice, disculpa que ande en bata, es que mi ropa tiene restos de sangre seca por la pelea de ayer y no quería tomar tu ropa sin avisarte o parecer un zombie.


—No te preocupes, ponte de mi ropa lo que quieras —le dije, bebí media taza de café y subí a bañarme, bajé completamente vestido con un pants deportivo negro y una playera blanca cuello V. 


    Héctor ya se había puesto unos viejos jeans míos que alguna vez fueron negros, ahora se veían algo grises y un camisa de manga corta que me regalaron, pero que nunca usé, porque no me gustaba, al parecer, había buscado deliberadamente ropa que yo no usaba, claramente no quería abusar de mi hospitalidad.


   —Tomé unos de tus calzones, creo tienen una como bolsa al frente —me dijo mostrándome su entrepierna y sonriendo— se me marca bien machín el paquete ¿o no? ¡mira! lo que sí, es que me aprietan un chingo, no sé si aguante todo el día.


   —Es que también tú güey, tienes unos pinches huevotes de toro.


   En seguida, me sirvió un omelette horneado con espinacas que olía delicioso, a un lado me puso fruta picada y al otro un par de pequeños hotcakes y un vaso con jugo recién hecho. Héctor era el hombre perfecto, creo que podría pasar el resto de mi vida junto a él. Cuando partí un pedazo y probé su omelette, sentí que el alma dejaba mi cuerpo, fue como estar desnudo, totalmente desarmado y vulnerable, emití una expresión de gozo y me dejé caer sobre la mesa, era simplemente lo más exquisito que había probado en mi vida.


   —Mmmm… está bien rico, no manches, ñam ñam —le dije aún saboreando el bocado— no sabía que cocinaras tan bien. No puedo creer que cocines tan delicioso, no manches —dije mientras continuaba saboreando mi desayuno— ¡eres un Dios de la gastronomía! —grité y comenzó a reír.


   —Me gusta cocinar, hago lo que puedo, en mi casa la cocina es muy pequeña, pero en casa de mis tías donde a veces me quedo a dormir, hay más espacio y ahí sí cocino chido o lo intento. Tu cocina es buena y está muy bien surtida.


   —La Doña que viene se encarga de todo, es muy buena, pero tú... no manches. Deberías estudiar gastronomía y abrir un restaurante, serías muy exitoso, estoy seguro. Es que neta, mmm, ñam ñam, no he probado nada más rico en mi vida y he comido en lugares caros —le dije mientras masticaba otro bocado de este manjar—. Si quieres yo te puedo asesorar para ponerlo y diseñarlo, tengo mucha experiencia.


   —Tengo veintiséis, no creo estar en edad de comenzar una carrera —respondió— cocino por gusto, lo disfruto mucho, lo que más me gusta es cuando veo la reacción en las personas y veo que les gustó, como a mis tías, mis tíos, mis papás, mi familia, en este caso tú. El saber que puedo hacer felices a las personas que quiero, por lo menos con lo que cocino, eso… realmente me hace muy feliz, creo que es una forma de dar amor.


   —¡Ay Héctor! eres adorable —le dije en tono meloso— no sabía que tenías ese lado tan cursi.


   —¡Cállate güey! —responde elevando un brazo enseñándome el codo, yo comencé a reír— ¡sácate!


Foto que me tomó Héctor
    Durante la semana siguiente, pasamos el tiempo juntos, me tomé unos días libres.  Fuimos de paseo a muchos lugares, actividades no nos faltaron, un par de noches terminamos en mi casa y cogimos, en una de ellas, la última antes de su partida, nos quedamos dormidos en mi cama. Al abrir mis ojos, él estaba junto a mí, en aquel momento anhelé poder  despertar a su lado por el resto de mi vida. Me quedé admirando su rostro, él se despertó, abrió los ojos y me sonrió, sin previo aviso se aproximó para besar cariñosamente mi frente y se puso de pie, estaba completamente desnudo, caminó directo al baño, unos minutos después, escuché el agua de la regadera correr. Sin dudarlo, lo seguí, me metí a la ducha con él y nos bañamos juntos, al terminar me preparó un delicioso desayuno. Este sería el último día en que lo vería, al día siguiente partiría rumbo a Querétaro con su hermano.


   Moría de ganas de decirle que se quedara, pero no podía hacerlo, era una muy buena oportunidad para él y no iba a ser yo, jamás, quien lo retuviera, yo quería que él fuera un hombre libre e independiente. Después de desayunar, lo llevé a la ciudad y nos despedimos con un fuerte abrazo. 


   Esa noche pensaba pasarla bebiendo y lamentándome por su partida, fue entonces que el teléfono de mi casa sonó, el guardia de la caseta dijo que un tal Héctor Roldán quería entrar, que si debía conceder el acceso, yo dije que sí y salí al frente de mi vivienda para recibirlo, él no venía en ningún vehículo, así que llegó corriendo velozmente y saltó hacia mí, me abrazó y cruzó sus piernas detrás de mi espalda, yo lo abracé de vuelta con una mano y con la otra lo sostuve del trasero, buscó mi rostro y me dio un largo beso. Cargándolo, lo llevé dentro, lo solté y quedó de pie frente a mí.


   —Irme sería el error más grande de mi vida, quiero estar a tu lado —me dijo con la voz agitada, no por correr, pues el tenía una excelente condición física, más bien era por la emoción— me iba a ir a Querétaro para comenzar una nueva vida allá,  siendo gay sin tener que dar explicaciones a nadie, fue idea de mi hermano, pero eso es ser cobarde y ya no quiero ser un cobarde, yo te quiero, sé que tal vez no soy digno de estar al lado de un hombre tan exitoso como...
 
   Lo besé para callarlo, no iba a permitir que él dijera que no era digno de estar conmigo, si él se viera como yo lo veía, se daría cuenta de que era por mucho el hombre más extraordinario que había conocido.


   —Me voy a quedar, quiero decirle a todo el mundo que soy gay y que tú eres mi novio —sujetó mi mano y puso una rodilla en el piso para hacerlo oficial— Aarón Estrada ¿quieres ser mi novio?


   —Sí, claro que sí —respondí al instante, nos besamos y abrazamos.


   —Te prometo que voy a dedicar cada día de mi vida a convertirme en el hombre  que mereces, ahorita tal vez sea un don nadie, pero eso… déjame terminar, por favor —dijo al mirar mi molestia por lo que decía—, tengo algo de dinero ahorrado, desde que comencé a trabajar he metido dinero al banco, voy a estudiar gastronomía en la mejor escuela que me pueda pagar, me voy a convertir en un gran chef y voy a abrir ese restaurante, no quiero ni tu ayuda, ni tu dinero, quiero hacerlo solo, quiero que el hombre que  amo esté orgulloso de mí.

Selfie desde China
   Lo miré enternecido, esa declaración me tomó por sorpresa y me conmovió muchísimo. Puedo decirles que cumplió su palabra, estudió gastronomía, comenzó a trabajar en un restaurante de prestigio en la ciudad, al terminar su carrera se costeó un viaje a China y permaneció allá un par de años, dijo que quería perfeccionar su cocina y hacer una fusión chino-mexicana, como dije antes, yo jamás lo iba a detener. 

CEO AARES
   Acordamos que ambos podíamos conocer a otras personas, nos dimos total libertad, hacíamos videollamadas tres veces por semana y nos contábamos todo. Aprovechó su viaje para seguir practicando artes marciales en el país que vio nacer esas disciplinas, siempre le obsesionó esa cultura, su signo zodiacal chino era “perro”. Yo, por mi parte, logré cerrar los contratos que quería con cadenas hoteleras importantes y mi empresa creció exponencialmente, su partida me permitió enfocarme en consolidar mi despacho “AARES” (AARón EStrada). 
 
    Cuando él regresó, fue como si nunca se hubiera ido, con su perfecto historial crediticio, consiguió un préstamo bancario y puso su restaurante, como le prometí, me encargué del diseño interior y me pagó por ello. “Oko-shì” (Okochi significa en tarahumara “perro”) ganó rápidamente popularidad, el chef Roldán era muy exigente y disciplinado, cuidaba hasta el último detalle en su cocina, todo tenía que ser perfecto. Recibió buenas criticas y comenzó a aparecer en revistas especializadas, el mayor atractivo era él mismo, una vez por semana, preparaba frente a los comensales la especialidad del lugar y lo hacía de un forma llamativa y espectacular, con cuchillos y malabares, demostraba una técnica impecable y un verdadero dominio de los utensilios y las artes marciales, lo mejor era por supuesto el sabor de sus platillos. En México no existía la certificación Michelin, pero era cuestión de tiempo para que esto ocurriera, cuando ese momento llegara, no tenía duda de que “Oko-shì” conseguiría una o varias estrellas.

    Una día, invitó al restaurante a muchos de nuestros amigos, familia y conocidos, entre ellos mi madre, al terminar de preparar la especialidad, frente a todos dijo que se sentía muy feliz de poder compartir este momento con ellos. Sacó un anillo liso de platino y me propuso matrimonio, entre lágrimas acepté, ese fue unos de los días más felices de mi vida, el más feliz fue cuando seis meses después nos casamos en la Ciudad de México.

Oko-shì

      Han pasado ocho años desde aquella noche en que nos partieron la madre al salir de un bar, tengo cuarenta y soy el hombre más afortunado y feliz por tener junto a mí, al hombre más extraordinario, no solamente lo amo, también lo admiro y respeto profundamente.


    Este fue uno de los seis finales de la historia, comenta si te gustó este final. Si has leído otros finales ¿cuál ha sido tu final favorito?

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