El semental arabe - Las Bolas de Pablo

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16 abr 2011

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El semental arabe

.com/blogger_img_proxy/ORIGINAL DE: CƩsar Montes

Carlos era un joven vaquero de un rancho. Atlético, alto, de piel morena y rostro de facciones gentiles, había cautivado a don Ricardo, el dueño del lugar, desde el momento en que llegó a pedir trabajo.

Don Ricardo miró a ese atrevido e ingenuo vaquero, tan apuesto y varonil enfundado en sus ajustados pantalones de mezclilla, que resaltaban sus atléticas piernas e insinuaban unos grandes genitales suspendidos tras la dura tela.

Ya don Ricardo se le había insinuado a Carlos, en dos ocasiones, pero el joven vaquero o no había entendido los intentos de seducción de su patrón, o había hecho caso omiso a ellos, pensando mÔs bien en no perder su única fuente de ingresos. A pesar de su rechazo, don Ricardo le había tomado afecto. No era vengativo, pero sintió que la oportunidad de poseer a Carlos se le presentaba como un regalo. Sin embargo, quiso plantearle un desafío antes que obligarlo a condescender a sus apetitos sexuales.

Si Carlos superaba la prueba, don Ricardo le darĆ­a un aumento del 30 por ciento y le pagarĆ­a su boda completamente; si no, Carlos serĆ­a su esclavo un dĆ­a entero sin replicar ni quejarse de nada.

Carlos se extrañó por la propuesta, pero se sentía muy seguro de sí mismo e hizo acopio del valor que siempre había mostrado ante las adversidades. Al fin y al cabo, la ganancia haría que el esfuerzo, y el posible dolor de la prueba, valieran la pena. Acordó con don Ricardo hacer la prueba al día siguiente, y se retiró a descansar.

Poco después del alba, Carlos estaba plantado frente a la puerta de la casona de don Ricardo. Vestía un pantalón de mezclilla azul, unas botas cafés, con punta redonda, una camisa a cuadros y un sombrero negro. Don Ricardo lo observaba a través de su cÔmara de seguridad. Todo Carlos, con sus 24 años encima, se veía muy varonil y sexy, sobre todo porque en su pantalón se marcaba su generosa masculinidad, lo que hizo que don Ricardo saboreara en su fantasía de unas grandes bolas y de un jugoso miembro.

Don Ricardo condujo a Carlos a un establo alejado del rancho, escondido en el bosque. Ya los esperaban dos vaqueros corpulentos cuyas botas tenían puntas metÔlicas. Les pidió que ataran a Carlos a una gran equis de madera, lo que provocaba que las piernas del joven vaquero quedaran separadas y su entrepierna expuesta.

Carlos comenzó a sudar porque no se esperabas algo así; pensaba que se le retaría a montar al caballo mÔs fiero del rancho. Pero cayó en la cuenta de que él sería el semental a montar, cuando vio que don Ricardo tomó una dura fusta en sus manos y se acercó a él con un gesto mezcla de lujuria y saña. .com/blogger_img_proxy/

Don Ricardo se acerca a su oído y le susurra que la prueba consiste en no gemir ni manifestar dolor ante cualquier cosa que sienta en el transcurso del reto. Carlos se atreve a preguntar qué es lo que le pasarÔ, y sólo recibe como respuesta un fuerte golpe de la fusta en sus testículos. Sólo puede sentir un fuerte dolor que empieza en su entrepierna y se concentra en su estómago, mientras que de su boca sale un leve gemido.

Don Ricardo abre los ojos, cuyas pupilas se dilatan ante el sufrimiento del guapo vaquero, y le repite que no debe expresar nada de lo que sienta, sino que debe demostrar entereza, fortaleza y virilidad, justo lo que el potentado busca en sus empleados. Le advierte que si resiste cuanto golpe en las bolas le dƩ, el aumento serƔ suyo. Incluso, don Ricardo mejora la oferta: le darƔ en propiedad el mejor semental del rancho, un caballo Ɣrabe pura sangre, cuyo valor casi se igualaba al del rancho completo.

Ni Carlos ni los otros dos vaqueros pueden creer el ofrecimiento, pues don Ricardo nunca habƭa querido vender ese animal, por mƔs que le hubieran ofrecido verdaderas fortunas por Ʃl; pero los dos empleados tenƭan la seguridad de que el caballo no saldrƭa de la propiedad y de que el joven vaquero pagarƭa cara su osadƭa.

Carlos, entre hondas aspiraciones, y con el orgullo provocado, acepta el reto y pone rígido todo su cuerpo ante lo que intuye serÔ una jornada de duros castigos. Don Ricardo ríe burlonamente y le dice a Carlos que es un pobre tonto, porque no podrÔ resistir mÔs de tres golpes sin que gima, grite o se doble de dolor. Luego, le pide a uno de los vaqueros fornidos que le haga el favor de darle una durísima patada por en sus bolas; el tipo acepta, toma vuelo y le aplasta sus bolas con sus botas. Carlos sólo aprieta los labios, se muerdes la lengua y cierra los ojos, pero no exclama ningún gemido. Al ver su rostro contraído, don Ricardo siente una gran excitación en su entrepierna. Quiere estimular su verga mientras ve que lo golpean, pero guarda la compostura y se contiene.

DespuƩs les ordena a sus vaqueros que le traigan algunas herraduras de caballos; cuando las traen, les ordena que acuesten en el suelo a Carlos; Ʃl sigues amarrado a la equis y con las piernas abiertas. Cuando Carlos menos se lo espera, don Ricardo comienza a tirarle las herraduras; algunas le golpean las piernas; otras, los muslos; algunas entran directo en sus bolas y le producen un dolor indecible e intenso, pero resiste cuan macho valiente es.

Don Ricardo se va preocupando porque no quiere darle su caballo, pero sobre todo porque no quiere que se case con su novia, porque siente que ese joven con su atlƩtico cuerpo es suyo, y ninguna mujer ni hombre se lo quitarƔ. A como diera lugar, provocarƭa la derrota de Carlos.

Tras varios intentos por extraer un grito de dolor a través de golpes en sus bolas, sin lastimarlo, llegó la prueba final. Los dos corpulentos vaqueros soltaron a Carlos de la x, y lo ataron de las manos a una polea que colgaba del techo; lo elevaron casi dos metros y pusieron justo debajo de su entrepierna un caballo ensillado, al que han atado estratégicamente un polín de madera.

Desde lo alto, Carlos observa con miedo la escena, pues sabe que caer sobre ese polín, desde su altura, no sólo le provocarÔ un tremendo dolor, sino que destrozarÔ sus bolas. Teme que su virilidad dañada no le permita amar por completo a su futura esposa, por lo que seguramente lo dejarÔ para irse tras un verdadero hombre.

Carlos quiere suplicar a don Ricardo que se detenga, pero puede mÔs el amor por su novia y su orgullo de hombre, que sus ganas de salir de ese embrollo. El dueño del rancho, cada vez mÔs excitado, le pregunta si estÔ listo, y cuando comienza a decir que sí, los vaqueros lo sueltan y sus bolas caen directamente sobre el trozo de madera; de inmediato, Carlos ve todo blanco, se siente mareado y que le falta el aire, pero resiste y no abre la boca para nada, ahoga un grito sabiendo que sus preciadas bolas han quedado aplastadas; sólo respira rÔpidamente para recuperarse, alza la cabeza y le dice a don Ricardo que estÔ listo para la siguiente prueba.

Don Ricardo se enoja y ordena a sus empleados que lo bajen un poco al suelo y les ordena que salgan.

El rico y atractivo cuarentón contempla a Carlos ahí, atado, de pie, vencido, pero no derrotado. Entonces mete su mano a su pantalón, localiza sus redondas y grandes bolas y se las aprieto sin piedad hasta que le hace daño, pero como Carlos sabe que la prueba sigue, sólo aprieta sus ojos y frunce el ceño, mas no se queja.

Don Ricardo le grita que se queje, que aúlle, que le duela sus bolas mallugadas, pero Carlos no pronuncia ni una palabra. Luego, suelta sus bolas, se dirige a la hebilla del joven y le desabrocha el pantalón, se lo baja un poco y contempla el boxer negro ajustado que cubre sus genitales y que moldea perfectamente sus musculosas piernas; le arranca el boxer y observa la gran verga que le cuelga por encima de sus golpeadas bolas. ”Dios!, piensa don Ricardo, si su verga casi mide quince centímetros estando flacida, ”lo que medirÔ cuando esté erecta!

La sola imagen de Carlos con su verga erecta vuelve loco a don Ricardo, quien no resiste mƔs, se agacha y abre su boca; Carlos espera lo peor, porque cree que el ranchero morderƔ con furia sus bolas, pero don Ricardo decide que no puede morder esas ricas bolas, redondas, grandes, enrojecidas, llenas del nƩctar que le encanta probar en otros vaqueros y que especialmente en Carlos le produce una sed insaciable.

El miedo del joven vaquero se desvanece cuando siente la punta de la lengua de don Ricardo recorriendo la circunferencia de sus bolas; se estremece ante el contacto de su húmeda lengua, para después comenzar a bufar como toro cuando mete sus bolas a su boca y las convierte en deliciosas bolas de carne. El dolor se le olvida a Carlos y ahora sólo desea que don Ricardo no pare y que siga. Cierra los ojos extasiado y piensa que en cualquier momento eyacularÔ, cuando, de repente, don Ricardo saca sus bolas de su boca y le mete un puñetazo que lo hace gritar.

Entonces, don Ricardo exclama jubiloso que Carlos ha perdido, que serĆ” su esclavo y que puedes despedirse de su novia, del aumento y del caballo.

El rostro de Carlos refleja enojo, frustración y dolor. Sin tener claro por qué, a don Ricardo le duele la mirada del joven. Queriendo remediar la tristeza del joven, don Ricardo chupa con vigor su verga, lo que de nuevo produce en Carlos un gran placer; luego, con sus labios, don Ricardo aprieta el escroto del joven, lo que le produce dolor a éste y le hace quejarse a viva voz, porque ya no le importa que lo oigan, puesto que siente que ha perdido como un tonto, luego de haber superado las mÔs feroces pruebas.

Como loco, de un salto, don Ricardo corta las cuerdas que mantienen suspendido a Carlos y lo empuja hacia un montón de paja. Carlos queda boca arriba y don Ricardo se le encima, toma sus bolas, las aprieta y consigue que el flĆ”cido y desatendido pene se endurezca y compruebo el milagro de su biologĆ­a: sus 24 centĆ­metros que se alzan cual miembro de semental. No lo piensa dos veces y se sienta en Ć©l, cabalgĆ”ndolo con vigor y gritĆ”ndole: ā€œAnda, semental, anda, llĆ©vame, anda, corre, muĆ©strame tu poder, tu fuerza, anda, sementalā€. Carlos respondes como un animal herido y sometido a su amo, y alza y baja su pelvis, y siente su gran verga entrar y salir de las entraƱas del hombre que venció su masculinidad y su orgullo. Don Ricardo siente un gran dolor cuando el gran falo del vaquero destroza sus entraƱas con cada embestida, pero siente un inmenso placer porque su próstata agradece con cada arremetida suya.

Los sudores de ambos se funden, y don Ricardo, exhausto, le confiesa a Carlos que desde que llegó al rancho lo había deseado, y que le dolía que se fuera con su novia y que no pudiera amarlo como él lo ama. Carlos se asombra al escuchar los sollozos del otrora cruel potentado, convertido ahora en un alma herida por el amor no correspondido.

Don Ricardo le ordena que lo deje solo y llora otro rato mƔs hasta que entra en un profundo sueƱo.

Cuando despierta, Carlos ya no estÔ. Luego, el capataz le informa que el joven vaquero renunció esa misma tarde y que se marchó triste y sin un centavo.

Dos días después, un camión llega al humilde hogar de Carlos, donde ya vive con su prometida. Del camión bajan los dos vaqueros que presenciaron la sesión de tortura, por lo que el joven espera lo peor, pero se desconcierta cuando lo saludan cordialmente. Luego, de la parte trasera del camión sacan un caballo que Carlos reconoce enseguida: es el Ôrabe pura sangre.

Los vaqueros le dicen que no saben quƩ le hizo a don Ricardo, pero que estaba muy agradecido con Ʃl, asƭ que le entregan el caballo y un sobre con mucho dinero, lo suficiente para que se case dignamente y ponga un modesto negocio.

Dentro del sobre hay una nota en la que don Ricardo le dice que nunca verƔ "agallas" como las suyas y le pide que, de vez en cuando, se dƩ una vuelta por el rancho para que saque a pasear a cierto semental solitario que lo aguardarƔ.

Carlos sonrĆ­e y se promete que visitarĆ” con frecuencia a su benefactor.

4 comentarios:

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    Ā”Oye, este relato no es tuyo! YO LO ESCRIBƍ. Al menos incluye mi crĆ©dito y no te lo apropies. Arriba dice "Written by errante9", pero debe decir "Written by CĆ©sar Montes".

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    ciertamente Cesar! ya lo editare!

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    Este relato es una adaptación del real, ya que el real es una mujer versus un hombre

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    Gracias por el crédito. La verdad es que quiero compartirte mÔs relatos para cooperar con tu blog, que por cierto es casi el único en cuanto a historias de ballbusting en español.

    Ya quiero leer la siguiente historia de Pablo.

    CƩsar.

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