Hombre en alquiler (5/6): Quédate - Las Bolas de Pablo

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20 nov 2014

Hombre en alquiler (5/6): Quédate

Estaba planeado publicar 7 entregas de esta serie, pero se reducen a 6 por motivos de tiempo, ya que cada serie es anual.

Contiene: 
-Ballbusting hombre/hombre
-Sexo Homosexual

 —¿si te pido que vivas conmigo?... ¿Qué me dirías? —preguntó Ernesto una tarde. Tenía los huevos enrojecidos y todavía tenía restos del semen de Henrique en la espalda.

 —Que estás loco.

 —¿por qué? He llegado a sentir un gran afecto por ti.

 —porque soy puto y no nos enamoramos de nuestros clientes.

 —conmigo dejarías de ser puto.

 Henrique mostró una cautivadora sonrisa acompañada de un lindo brillo en los ojos, le dio un beso y lo masturbó.
...

 Días despues Ernesto estaba sentado en la sala de su casa, pensando. Odiaba su horrible soledad, su trabajo y le había encantado pasar rato con aquellos hombres de alquiler, aunque por dinero pagada sus cuerpos y besos.

 Amaba a los dos: Gabriel era simpatico y dulce, mientras Henrique tenaz y fuerte. Desearía a ambos.

 Gabriel llegó a su casa, abrió la reja como había acostumbrado y se presentó en la sala con un morral a su espalda.

 —estaba en el gimnasio y de la agencia me informaron que me solicitabas. Debo comprarme un celular.

 Ernesto lo miraba sonriente.

 —antes de empezar, iré a ducharme.

 —no hace falta —negó Ernesto—. Acercate.

 Gabriel tragó saliva. Dejó el morral en el piso y se acercó tímido al hombre calvo.

 Ernesto manoseó el área genital de Gabriel, que tenía puesto un pantalón y una franelilla. Palpó su flacido pene apuntando a la izquierda qué gracias a los estímulos y la emoción empezó a crecer. Sus bellas bolas estaban guardadas en la entrepierna y mirandolo a los ojos Ernesto comenzó a apretar de manera lenta.

Gabriel apretó los dientes, inhalando bruscamente cuando el dolor comenzó a irradiar desde sus testículos .

Ernesto apretó los labios bajando hasta las piernas el pantalón de su puto. Deslizó la mano por los muslo y acercó los dientes a la silueta de la crecida polla, luego le palpó los huevos con la mano y siguió apretando.

Ernesto se detuvo con la mano en los testículos de Gabriel, lo miró fijo a los ojos, y el muchacho intento sonreir, tenía las manos a la cadera y Ernesto clavó las uñas en sus gónadas, el taxiboy respiró hondo.

 Los ojos de Gabriel se ensancharon y dejó escapar un grito .

 —¿estas bien?

 —sí, no fue tan duro.

 Ernesto le sonrió, soltó sus pelotas y le acarició el pene llevandolo a la dureza total.

 Comenzó a masturbarlo.

 —¡oh, santa madre! —exclamó Gabriel enderezandose y cerrando los ojos.

 El largo pene tenía la cabeza en un color rojo, Gabriel empezaba a gemir.

 Pronto sus colgantes testículos ascendieron.

 —¡estoy cerca!

 El puto gimió y su semen aterrizó en el cuello y pecho de Ernesto, el joven perdió la fuerza con el orgasmo y se apoyó en el hombro de su cliente que lo seguía tocando liberando su tanque de leche.

Ernesto cerró el puño y lo empujó con fuerza en las bolas de Gabriel. El prostituto flaco parpadeó. Sus ojos se abrieron. Se impresionó al sentir asesinado su orgasmo. Levantó las cejas soltando un eco doloroso.

 Ernesto se reclinó en el asiento agarrando el espeso lote de semen en su cuerpo, se limpió la mano en el asiento y sus dedos después de todo quedaron pegajosos.

 Gabriel retrocedió manteniendo la cara congestionada, no pudo resistir más y con cuidado cayó al piso sujetandose los cojones dando sollozos lastímeros.

 —abre las piernas —ordenó Ernesto con voz dura.

 Gabriel gimió.

 —¡abre las putas piernas!

 Gabriel dudó lleno de miedo. Pero la imperante mirada de Ernesto lo arrebató de su intento de misericordia. Enseguida corrió hacia él y con la punta del pie le pateó los testículos de gran tamaño, embistiéndolos en la pelvis con un ruido rudo.

 Gabriel gritó retumbando un eco por la habitación con su espeluznante dolor. Se movía de lado a lado agarrándose las bolas. Sollozaba desesperado mientras su pene seguia rígido como un asta.

 —Mis bolas —lloraba—. Ay mis pobres bolas... no las siento —las palpaba con las manos.

 Parado ante él, Ernesto usaba su pene masajeandolo y estimulandolo. Hasta reventar en un mar de semen caliente y pegajoso que surcó el aire y aterrizó en el cuerpo de Gabriel.

  —¿vivirias conmigo?— le preguntó media hora después al terminar de penetrarlo.

 —soy un puto, no puedo vivir aquí —rechazó Gabriel sentado apuntando una bolsa de hielo en sus cojones.

 —viviendo aquí dejarías de serlo.

 Gabriel lo miró a la cara, el prostituto era bello de gentil mirada, sin embargo rechazó moviendo la cara con pesar, nunca dejaría de ser puto, vivir con un cliente. ¡Bah! Su profesión no era enamorarse de alguien.

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