La bibliotecaria se defiende - Las Bolas de Pablo

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11 dic 2015

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La bibliotecaria se defiende

Este relato no los envia el ecritor de otro blog de ballbusting, tiene algunos meses en la web y con muchas ganas de entretenernos. Gracias a Watermoon por leer el blog y confiar en el como medio de promocion. 

CONTIENE:
-BALLBUSTING MUJER/HOMBRE

Y su sitio web es 

     


   Entre semana, RaĆŗl solĆ­a pasar las tardes en la biblioteca hasta las nueve de la noche, hora del cierre. AllĆ­, entre eclĆ©cticas lecturas placenteras, oteaba la sala de estudio donde los jóvenes estudiantes prestaban mayor atención a sus compaƱeros de mesa que a sus aburridos apuntes de examen.

   Sin embargo, el pensamiento de RaĆŗl no se centraba sobre ninguna alumna universitaria o de instituto, sino en una de las numerosas bibliotecarias que trabajan en el centro. La mujer que copaba sus pensamientos en aquellas horas de lectura se llamaba Juana, tenĆ­a alrededor de unos cuarenta y cinco aƱos y lucia un incitante cabello rubicundo a media melena, con mĆ”s cantidad en el flequillo que por detrĆ”s, cuyo color segĆŗn la temporada se veĆ­a algo mĆ”s pelirrojo que rubio o viceversa. En cuanto a su figura, poseĆ­a formas redondeadas muy femeninas pero su rostro se dibujaba mĆ”s bien delgado. Juana era guapa y su fĆ­sico bien podrĆ­a corresponder con la población celta que en el pasado habĆ­a habitado parte de la PenĆ­nsula IbĆ©rica.
   
   Lo que mĆ”s llamaba la atención a RaĆŗl de Juana era su costumbre de no llevar medias en las estaciones frĆ­as, a finales de otoƱo vestĆ­a falda recia debajo de la bata blanca, en realidad su atuendo no podĆ­a ser mĆ”s discreto y formal, pero al no llevar medias sus pantorrillas lucĆ­an desnudas al igual que sus talones, los cuales sobresalĆ­an de sus zuecos mostrando bellas zonas sonrosadas sobre un blanco esmaltado. Incluso en el frió invierno, algunos dĆ­as vestĆ­a de esta manera, otras, cuando ya el frĆ­o se mostraba muy inclemente usaba leotardos o unos pantalones de fina licra, pero aĆŗn asĆ­ se veĆ­an sus talones sin medĆ­as ni calcetines, sobresaliendo de los zuecos su deseable carne blanca y desnuda. Un dĆ­a, Juana, mientras hablaba con otro compaƱero, sacaba y metĆ­a su pie dentro del zueco. Este acto en pleno invierno a RaĆŗl le perturbo, pues cuando todas las estudiantes llevan zapatos cerrados o botas y el contacto de la piel con el aire es tan frĆ­o, el pie de Juana se mostraba impĆŗdicamente mĆ”s incitante y sus coloraciones sonrosadas se delataban mayores que en el resto del aƱo. Juana sacaba el pie hasta el punto de descalzarse del todo mientras sostenĆ­a su punta sobre la horma del zapato. RaĆŗl tuvo una fuerte erección, la hubiera poseĆ­do en aquel mismo momento.
   RaĆŗl tenĆ­a 36 aƱos aunque le gustaban las mujeres mayores que Ć©l, si bien requerĆ­a que aparentasen cierta lozanĆ­a y Juana ademĆ”s de cumplir con estos requisitos, solĆ­a corresponder discretamente a las miradas de RaĆŗl.
    
   Otra caracterĆ­stica que le gustaba a RaĆŗl de Juana era su voz, fuerte, bien timbrada, llena de asertividad y seguridad.



   Aquella tarde de Viernes, la bibliotecaria habĆ­a estado mĆ”s solicita con sus miradas dirigidas a RaĆŗl que de costumbre y este se encontraba cada vez mĆ”s excitado. Durante dos aƱos se habĆ­an estado mirando, sin apenas intercambiar mĆ”s que alguna palabra cuando a Juana le tocaba despachar los libros en la mesa de prĆ©stamo, pero la mayor parte de las veces, ella atendĆ­a la planta de estudio, donde los libros no se podĆ­an prestar sólo consultar. Juana cerró las cortinas y apago las luces, mientras se marchaban los estudiantes y algunos socios mĆ”s maduros. La sala quedo vacĆ­a y totalmente a oscuras.
   
   RaĆŗl se escondió tras el pasillo de los libros de arte. Juana se acercó con el carrito, entonces vio como una mano se posaba sobre la suya y al levantar la cabeza vio a RaĆŗl excitado y jadeante.
    
   -No puedo aguantar mĆ”s. Me vuelves loco –le susurro al oĆ­do a la bibliotecaria.
  
   -Pero quĆ© haces, no, no… -contestó Juana tambiĆ©n jadeante, pero sus palabras reflejaban en sus gestos y en sus actos, un escaso poder de convicción.
  
   Estaba claro que ella tambiĆ©n sentĆ­a atracción y los dos se besaron en la boca con nerviosismo, RaĆŗl metió su lengua con dureza, un beso puramente sexual.

   Ella sólo susurraba –no, no por favor –mientras continuaba el beso con los ojos cerrados. RaĆŗl comenzó a sobarle los pechos, ella incrementó sus aspavientos y negaciones, pero no podĆ­a ocultar su excitación y mientras negaba, soltó un gemido de placer. Si bien la calefacción ya habĆ­a sido apagada y estaban en pleno invierno, el calor irradiado por la pareja ardĆ­a de manera sofocante. Juana trató de apartar sin demasiada fuerza las manos de RaĆŗl, pero cuando este llevó su mano al sexo de ella y lo sujetó con fuerza, esta abrió los ojos despertando de su letargo hipnótico. -Esto es mĆ­o entiendes, va ser mĆ­o y lo quiero ya.

   -Noooo!!!! –gritó, esta vez, con fuerza y asertividad la mujer, llevando su mano a la de RaĆŗl tratando de apartarla.
   
   El semblante de Juana habĆ­a cambiado, estaba asustada pensando que RaĆŗl la iba a violar ahĆ­ mismo, cuando en la planta de abajo, en ese mismo momento, se cerraron las puertas del edificio. Los cinco minutos de evacuación de pĆŗblico y empleados habĆ­an pasado y el guarda habĆ­a echado las llaves a las puertas yĆ©ndose a casa. No habĆ­a nadie mĆ”s en la biblioteca; Juana estaba en manos de RaĆŗl.

   DĆ©jame, dĆ©jame, ahora mismo –el gesto de Juana al decir estas palabras mostraba gran enojo y esto desagradó profundamente a RaĆŗl, que pellizcó con fuerza la vagina de Juana, introduciĆ©ndole un dedo y tirando hacia arriba. Juana pegó un respingo –Ahhhhh! –y su rostro reflejó dolor e impotencia, pero tambiĆ©n vergüenza por sentir un extraƱo placer indeseado.
    
   -No me hagas ser malo –amenazó RaĆŗl.
   
   -Ahhh suĆ©ltame, suĆ©ltame –sollozaba en voz baja la mujer.
  
   Para mitigar el dolor Juana trataba de ponerse de puntillas e, instintivamente, sacó sus pies de los zuecos para apoyarse mejor. En uno de los escasos movimientos que pudo hacer, la mujer levantó con fuerza su rodilla derecha contra la entrepierna del hombre que soltó un fuerte y agudo grito de dolor;
    
   -AAAAAAAAAAYY

   Al momento, RaĆŗl soltó a Juana y se llevó sus manos a sus doloridos testĆ­culos quedando agachado, mientras Juana arreglaba su braga y bajaba su falda con su vagina adolorida, cuando levantó su cabeza contempló RaĆŗl, quien no lograba mantenerse en pie del dolor.
   
   Sin embargo, Juana ya estaba casi recuperada y trató de salir corriendo pero RaĆŗl la tomó del tobillo y la hizo caer al suelo. AĆŗn con los testĆ­culos doloridos, el varón se puso encima de Juana para intentar violarla, esta para defenderse comenzó a dar patadas al aire en forma de bicicleta consiguiendo impactar dos veces sus frĆ­os pies delcazos sobre la cara de RaĆŗl, quiĆ©n sintió las plantas de los pies de Juana, primero contra su mandĆ­bula y boca y luego, directamente, contra su nariz. Sintió la frialdad del pie de la mujer, debido a la temperatura pero tambiĆ©n, tras ocho horas andando sin calcetines sobre los zuecos, percibió un cierto olor si bien no desagradable si caracterĆ­stico, mezcla de cuero y olor intenso a pie limpio, pero al fin y al cabo a ese olor idiosincrĆ”sico y pronunciado que sólo posee esta parte del cuerpo. A RaĆŗl le excitó el aroma y su pene se convirtió en un bulto espectacular, Juana se dio cuenta y lanzo su pie izquierdo contra la cara de RaĆŗl dejĆ”ndolo fijo sobre el rostro de este, mientras tiraba de las manos del hombre hacia si misma, ejecutando una efectiva palanca. El hombre estaba sufriendo la fuerza, el olor del pie blanco y sonrosado, que por su lindo y suave aspecto parecĆ­a el pie de una niƱa adolescente en una mujer madura. Juana lo miró, mientras mantenĆ­a su pie en la cara de su atacante, quien no podĆ­a ver nada mĆ”s allĆ” de la planta femenina fijada con fuerza sobre los ojos, nariz y boca del varón; desde esta perspectiva la planta de Juana se volvĆ­a gigante por la cercanĆ­a, impidiĆ©ndole la visión total. 



   Tras un largo lapso de tiempo, las dificultades para respirar de Raul, lo obligaron a inhalar con toda la fuerza posible porque el pie de la mujer le estaba impidiendo la circulación del aire hasta lĆ­mites peligrosos. Al inhalar el escaso oxigeno existente entre la planta de la mujer y la boca y nariz del hombre, todo el olor natural del pie de Juana se introdujo por las fosas nasales de RaĆŗl, y percibió todos los matices del penetrante aroma; el frĆ­o, la zona de los dedos, una pequeƱa dureza en la almohadilla de la planta con un color anaranjado, y se notaba, claramente, el matiz del cuero del zapato impregnado en algunas zonas de la sonrosada y perfecta planta de la mujer. Entonces Juana retiró su pie, miró con rabia a RaĆŗl, visiblemente atontado y mientras lo sujetaba por las manos lanzó una terrible patada con su planta que chocó contra la nariz, boca y mandĆ­bula del hombre. Toda su cabeza tembló ante la patada de la fĆ©mina y la nariz y los labios de RaĆŗl comenzaron a sangrar profusamente.
   
   -Ā”Ahhhhhh cabrona! –RaĆŗl se llevó las manos a la cabeza sin ver nada.
   
   Juana aprovechó el momento y retirando las piernas tomó posición y desde el mismo suelo pateó los testĆ­culos del hombre con la planta del pie, RaĆŗl sintió como sus bolas se escachaban introduciĆ©ndose en su abdomen…
   
   -Ā”Uuuuuuh! ah ah –el hombre soltó un grito femenino y sollozando dijo  ā€“Mis bolas, perra, mis bolas – y cayó hacia atrĆ”s tumbado con una mano en los testĆ­culos y otra en la cara, mientras repetĆ­a dĆ©bilmente –no, no, no... –.
   
   -Ā”!!Me ibas a violar eh cerdo, cuando te dije claramente que no!!!
  
   Juana se incorporó del suelo y desde lo alto bajó su pie hacia la traquea del hombre y apretó con fuerza, RaĆŗl sentĆ­a que se ahogaba y tras el inicial frĆ­o impacto del pie femenino sobre la traquea, en seguida, el frĆ­o se torno en un abrasador fuego quemando su garganta.

   -Basta, me ahogo, me ahogo –suplicaba el hombre mientras amagaba intentos de tos.
  
   Juana se compadeció y levantó su pie de la traquea y RaĆŗl llevo sus manos a la garganta. De repente, Juana con su mano agarró con rapidez y fuerza los testĆ­culos del hombre y tiró de ellos para que este se levantara del suelo.
  
   -Levanta cabrón, Āærecuerdas cuando me cogiste de mi coƱito, eh? Cerdo abusador, levanta o tiro –la sexy voz de Juana ya no sonaba asertiva, sino inquietantemente amenazadora.
   
   -No, no tires por favor… –sollozaba el hombre mientras trataba de incorporarse.     

   Cuando estuvieron cara a cara, se reflejaron las dos perspectivas de la situación tornada; la mujer rubicunda frunció el ceƱo rabiosa, sobre el rostro compungido y sufriente del asustado varón.
   
   -Vamos maricón, ponte de puntillas como me hiciste a mĆ­ o te arranco los huevos.
  
   La rubicunda bibliotecaria apretó con fuerza mientras, al mismo tiempo, retorcĆ­a las gónadas del hombre. Un sonido, parecido a un crujido ā€œcccrssssā€ se dejó oĆ­r, lo cual aĆŗn asusto mĆ”s al RaĆŗl ya de por si muerto de miedo porque el dolor se hacĆ­a insoportable.
    
   -Vamos de puntillas o me hago una tortilla con tus huevos.
   
   -AHHHH ahh ah ah no puedo mas, Juana, no puedo mĆ”s, por favor…-suplicaba RaĆŗl.
  
   -No digas mi nombre, no lo pronuncies, no lo ensucies. Has estado escuchando como me llaman mis compaƱeros, me vigilas, ya veo. Ahora ya no eres tan chulo Āæeh?
   
   -Si, me rindo, me tienes, me tienes, me tienes….
   
    -SĆ© que te tengo, lo sĆ©, te tengo cogido por los cojones –sonrió la mujer mientras miraba con suficiencia y altivez al humillado varón.
   
   Juana apretó mas y, de repente, tiró hacia abajo acompaƱƔndose con un grito –para incrementar la fuerza -Ā”YaaahĀ”
   
   -UUUUUAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH –el grito del varón fue atronador, con la boca totalmente abierta y los ojos desorbitados. Durante un momento, quedó en silencio mirando al vació, luego observó a Juana y se echó a llorar cayendo al suelo desplomado.
  
   El macho habĆ­a sido vencido, estaba semiinconsciente y Juana aprovechó para quitarle los calzoncillos que tiró por la ventana, por unos momentos entró un viento helado que casi fue un alivio al refrescar los magullados, machacados y ardientes testĆ­culos de RaĆŗl. Juana cerró la ventana y se acercó para incorporar al hombre, apoyĆ”ndolo contra la mesa. DespuĆ©s buscó sus zuecos en el suelo, antes de calzĆ”rselos los miro y recordó como RaĆŗl, en el pasado, siempre la observaba a hurtadillas fijĆ”ndose en sus pies, asĆ­ que no se calzo y llevó el zueco hasta la nariz de este, diciĆ©ndole;
  
   -Vamos, Āæno te gustaban tanto mis pies, cuando me mirabas a escondidas? HuĆ©lelo cabrón, huele mi zueco con el que paso mas de ocho horas de pie –aunque a Juana no le olĆ­an mal los pies, porque era muy limpia, si bien el zueco por el uso continĆŗo emanaba un aroma muy fuerte a su pie, al olor natural pero penetrante de la mujer rubicunda. Entonces, todo ese perfume perturbador entró por la nariz de RaĆŗl, que a pesar de estar atontado y muerto de dolor no pudo evitar una nueva y fuerte erección. Juana se dio cuenta y abrió los ojos con admirable sorpresa.

   -ĀæAsĆ­ que aĆŗn te funciona tu cosita, eh? Vaya, yo creĆ­a que ya te habĆ­as convertido en un eunuco. SerĆ”s guarro y enfermo, excitĆ”ndote cuando una mujer te esta arruinando a todos los niveles –la pelirroja bibliotecaria comenzó a acariciar ironicamente el pene de RaĆŗl, mientras se reĆ­a y este sudaba sollozando muy asustado –Pues como veo que todavĆ­a no estas capado voy a enviarte este regalo.
   
   Juana tomó impulso dando unos pasos hacia atrĆ”s y con su pie descalzo pateó con la mayor fuerza de toda su existencia los ya muy hinchados y enrojecidos testĆ­culos del desdichado. El empeine y los dedos de los pies de la rubicunda mujer cuarentona golpearon sin piedad las dĆ©biles gónadas del hombre, su blanco pie cual martillo hembril las trituró dolorosamente hasta el exterminio. RaĆŗl ni siquiera logró gritar, sólo alcanzó a emitir un dĆ©bil y gimoteante suspiro hacia dentro. Tras un instante, consiguió dar unos pasos y sollozar en voz baja unas pocas palabras; -Mis huevas, me ha dejado sin huevas –y se desmayó cayendo en una semi inconsciencia, podĆ­a oĆ­r si bien no percibĆ­a mĆ”s que manchas borrosas.
   
   Juana contempló al hombre, humillado, befado y derrotado ante sus pies. Antes de irse, la pelirroja se calzó y le dijo a RaĆŗl;

   -MĆ­rate ahora, vencido por la mujer a quien pretendĆ­as violar, te habrĆ”s convertido en un patĆ©tico eunuco porque ya no veo tu erección, sólo tus patĆ©ticas pelotas hinchadas como ruedas neumĆ”ticas, jajaja, bye bye vida sexual, por fin podrĆ”s gozar como el maricón que siempre has sido, eso es lo Ćŗnico que disfrutarĆ”s, pedazo de capón, eres tan ridĆ­culamente dĆ©bil… me voy porque me das asco.
    
   Y Juana se fue corriendo, dejando al hombre desmayado.
   
   A la maƱana del siguiente sĆ”bado, la mujer de la limpieza –ecuatoriana de raza indĆ­gena– encontró a un hombre desnudo de cintura para abajo tendido sobre el suelo.
    
   Cuando la policĆ­a acudió a la llamada interrogó a la limpiadora de treinta aƱos. Hubo cierto cachondeo, porque la ecuatoriana dijo en la llamada ā€œVengan rĆ”pido, por favor, un hombre que no sĆ© si estĆ” muerto o vivo tiene las pelotas muy hinchadasā€.  A la policĆ­a le pareció curioso que la mujer no dijera mĆ”s finamente ā€œtestĆ­culosā€. Sin embargo, debĆ­an interrogarla a fondo, porque al llegar comprobaron como el hombre estaba de pie tratĆ”ndose de apoyar sobre la mujer de la limpieza. El hombre no podĆ­a hablar sumido en un profundo shock y querĆ­an saber si ella habĆ­a ocultado algo o era quien le habĆ­a producido el trauma. Uno de los agentes, un hombre rechoncho, le preguntó;
    
   -ĀæPero no dijo usted que no sabĆ­a si estaba vivo o muerto por lo de los testĆ­culos?  
   
   -ĀæLos testo quĆ©? Testisos… no le entiendo, SeƱor Agente.
  
   -Jajaja- estalló de risa otro de los agentes que era una atractiva mujer rubia con moƱo, no pudo evitar la risa y trató de taparse la boca, viendo que no lograba disimular su mofa, trató de arreglarlo quitĆ”ndole hierro al asunto – SeƱora, mi compaƱero se refiere a los huevos, a las pelotas del varón.
    
   -Ah siii, si, sus pelotas, pobre hombre, estaban hinchadĆ­simas, yo nunca habĆ­a visto una cosa asĆ­, como melones, sabe usted Sra. Agente. Mientras ustedes venĆ­an como el seƱor no me contestaba y no sabĆ­a si estaba muerto, con la punta del zueco le toquĆ© sus partes para saber si estaba bien y resulta que debĆ­ apretar demasiado sin querer, yo juro que lo hice flojĆ­simo- y la ecuatoriana lo escenificó levantando la rodilla y con el pie al aire puso la punta hacia abajo haciendo circulitos como cuando uno mete la punta de los dedos en el agua para comprobar la temperatura. Ve, SeƱora Agente, asĆ­ de flojito.
   
   -Ya lo veo, ya, jajaja –la mujer policĆ­a estaba a punto de orinarse de risa, pero trataba de contenerse.
   
   -Pues el caso, SeƱora Agente, es que empezó a despertar diciendo ā€œuh uhā€ y yo cómo vi que parece que eso le daba vida, pensĆ© que igual funcionaba como lo de la respiración a boca de los ahogados y apretĆ© un poco mĆ”s, pero muy poco. El caso es que el seƱor se volvió loco y gritaba ā€œno otra veeeez noooo por favor, ahahha mis pelotas mis pelotaaaaasā€ si viera como gritaba seƱora, yo quite rĆ”pido el pie y cuando le ayudaba a levantarse aparecieron ustedesā€
  
   Los hombres presentes pusieron mala cara cuando una doctora le inspeccionó los testĆ­culos y vieron la tremenda hinchazón. Sin embargo, la mujer policĆ­a no podĆ­a evitar una amplia sonrisa mientras hablaba con la limpiadora.
    
   -No se preocupe, Lucinda, al parecer otra persona debió agredir al hombre y si no se equivoca mi instinto fue una mujer defendiĆ©ndose de algĆŗn vil ataque –insinuó la agente de policĆ­a.
   -Ahhhh ya, ya, es que una patada en las bolas los dejan para el arrastre, mi marido me fue a poner una vez la mano encima y le arreĆ© un patadón en las pelotas que lo deje baldado una semana y no me volvió a intentar pegar -dijo sin ningĆŗn pudor y con evidente orgullo la morena.

   -Jajaja, claro, hizo usted bien, jajajaja.
  
   Otro agente con bigote, se acercó a las mujeres y les dijo que el hombre no querĆ­a interponer ninguna demanda que todo habĆ­a sido un accidente. A lo que contestó la rubia mujer policĆ­a:
    
   -Otro cerdo violador ha tenido su castigo, espero que no se le levante nunca mĆ”s.
   
   En esto se acercó la joven doctora de 28 aƱos y dictaminó;

   -Pues mucho me temo que sin necesidad de radiografĆ­a, ya puedo anunciar que este hombre ha quedado mĆ”s impotente que un eunuco en la corte imperial de la China.
   
   Las dos mujeres espaƱolas se echaron a reĆ­r, mientras la ecuatoriana hizo mueca de dolor en los ojos y negó con la cabeza. No se equivocaba, quizĆ”s exactamente, la ecuatoriana no supiera cómo se decĆ­a de manera cientĆ­fica la palabra ā€œtestĆ­culosā€ en castellano, pero conocĆ­a perfectamente los efectos de infinitas patadas en dicha parte y dijo;



   -Ahorita, Perdió el carnĆ©t de PapÔ…

2 comentarios:

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    Buen relato y ya le di una visitada al blog del autor

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  2. zoom-10535799-3combat-escrima+%281%29

    Gracias por publicar el relato, colegas, ya sabéis que tenéis mi blog a vuestra disposición (relatos heteros, claro, jajaja). Feliz año nuevo a todos, escritores y lectores.

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