HISTORIAS DE LA MITOLOGIA
Diversos relatos basados en la mitologĆa griega, agregĆ”ndoles el necesario y siempre esperado contenido Ballbusting, tanto F/M como M/M.
LA VENGANZA DE HEFESTOS.
Contiene Ballbusting hombre/hombre.
Hefestos el Dios del fuego, la forja y los metales, habĆa sido favorecido por el padre de los Dioses Zeus con la mano de la bella Afrodita, Diosa del amor.
Era el Dios mĆ”s feliz y privilegiado al tener a la esposa mĆ”s deseada; Pero Afrodita, quien pronto se cansĆ³ del feo y deforme Hefestos, aprovechaba sus mĆŗltiples salidas para llenar su lecho con amantes.
Ares el Dios de la guerra era el principal visitante y receptor de las caricias de la bella Diosa, Pero pronto las noticias llegaron a Hefestos, quien informado por Helios (El Sol, "Aquel que todo lo ve"), supo de la infidelidad con Ares.
Pronto Hefestos planeo una treta y hĆ”bilmente fabricĆ³ una malla casi invisible e irrompible, la cual colocĆ³ en su lecho, y donde los amantes quedaron atrapados; Hefestos llamĆ³ a los Dioses que presenciaron a los desvergonzados infieles en la cama, ambos capturados quedaron mudos ante la incĆ³moda situaciĆ³n.
De entre los testigos, Hermes, el inmortal mensajero de los Dioses, opinĆ³ que con tal de yacer con la bellĆsima Afrodita, gustoso aceptarĆa caer en la trampa de la malla, Este comentario le traerĆa luego muchos lĆos.
PoseidĆ³n, Dios de los mares, parlamentĆ³ y prometiĆ³ a Hefestos que los amantes le compensarĆan con regalos si les liberase, el respetado Dios marino serĆa el garante.
Aceptado el trato Hefestos les soltĆ³, pero una vez en libertad, escaparon ambos… Ares hacia Tracia, y la apenada Afrodita hacia Chipre, su paĆs natal.
Hefestos queda sĆ³lo y sin regalos, pero pronto extraƱo tanto a su amada, que deja su labor de herrero y se dedica a vagar por el mundo; Ya no habrĆ” mĆ”s armas para los Dioses, semidioses y hĆ©roes. Comparados con Hefestos, cualquier otro herrero es indigno para fabricar armas para seres inmortales.
Zeus viendo los perjuicios para Ć©l y otros Dioses de que parase su actividad, le pide a Afrodita volver con su marido, la Diosa del amor, mas por pena que atracciĆ³n regresa con Ć©l… Se siente en deuda por traicionarle, asĆ como por no cumplir con los regalos acordados.
La felicidad en Hefestos nuevamente es evidente, y su rutina de amor se reinicia, que feliz es al tener en su cama a las mƔs hermosa de entre las Diosas.
Todo parece ir bien, y el herrero divino continĆŗa con su trabajo con los metales.
Pero las tentaciones de Afrodita son insaciables y pronto le vuelve a ser infiel, Hermes aun deseoso de ella, la corteja y la Diosa del amor cede ante la hombrĆa del mensajero de los Dioses.
Con frecuencia los amantes comparten el lecho de Hefestos, claro que con precauciones al no querer Hermes pasar similar vergĆ¼enza que Ares.
Un dĆa Hefestos y Apolo (Dios de la luz y la profecĆa), llegan a casa, mientras los amantes incautos practican el incansable amor, El herrero ha fabricado dos espadas de belleza sin igual a pedido de Apolo, y se percata de los ruidos amatorios.
Sorprendidos los amantes suspenden sus actos, y mientras Afrodita corre a cubrir su desnudez, Hermes no sabe quĆ© hacer… RĆ”pidamente se ciƱe su casco con intenciĆ³n de emprender la prudente huida.
Iracundo Hefestos reta a pelear a Hermes para vengar su agravio y lanza a sus pies una de las espadas aun sin estrenar; Tal enojo en el Dios del fuego hace que la punta de la espada que empuƱa se torne al rojo vivo, pero sin daƱarse….asĆ de magnifica es el arma hecha por el Dios.
Apolo protestĆ³ por usarse las espadas que aĆŗn no habĆa estrenado, pero Hefestos respondiĆ³ que las espadas eran tan esplendidas que no sufrirĆan ningĆŗn rasguƱo, AdemĆ”s la pelea terminarĆa en muy poco tiempo... serĆa como luchar contra un mortal troyano.
El verse subestimado hizo que Hermes se molestara, no era Ares (Dios de la guerra), pero se consideraba un Dios de alto nivel, Enseguida blandiĆ³ la segunda espada… HarĆa pagar caro a Hefestos que lo infravalorase equiparĆ”ndole a cualquier mortal.
¡Es una locura!, exclamĆ³ Afrodita, alarmada ante la posibilidad de que su amante padeciera la enorme fuerza del enfurecido Hefestos; Era cierto que Hermes era un Dios atlĆ©tico y viril (una de las razones por las que no dudo en aceptar su propuesta de yacer con Ć©l), pero Hefestos a pesar de su fealdad, era famoso por su fuerza, muy necesaria para su profesiĆ³n de herrero divino.
La pelea fue ya inevitable, y mientras Apolo sonreĆa ante la inminente batalla, Afrodita se morĆa de los nervios ante la posible derrota de su bello amante.
Los rivales no dieron mĆ”s espera y se cuadraron uno frente al otro, el desnudo Hermes empuƱaba la espada con decisiĆ³n, si Hefestos querĆa pelear por Afrodita, le darĆa el gusto!, tal vez asĆ legalmente podrĆa tener a la Diosa del amor para Ć©l sĆ³lo.
Hefestos se abalanzĆ³ con la espada en alto y descargo un golpe tan fuerte sobre la cabeza del Dios rival, que podrĆa haber partido una montaƱa a la mitad!, por fortuna para el mensajero de los Dioses, Ć©ste logrĆ³ interponer su propia arma divina y detuvo el peligroso filo.
Apolo observaba atento el enfrentamiento, maravillado de las proezas de las espadas forjadas por el herrero, bellas chispas surgieron al chocar las dos armas.
ParecĆa que el amante entablarĆa fiero combate con el herrero, pero las cosas sucedieron tal como lo esperaba Hefestos.
El descomunal choque, hizo temblar la mano de Hermes, que no sospechĆ³ el traicionero golpe preparado por su rival.
Hermes mantenĆa la guardia alta, cuando Hefestos tomĆ³ impulso y lanzĆ³ su pesado calzado contra la entrepierna del mensajero de los Dioses; La dura punta impactĆ³ contra los vulnerables testĆculos de Hermes… y los estrellĆ³ contra su pelvis!.
Un golpe como ese era suficiente para destrozar fĆ”cilmente las legendarias murallas de Troya, y en vez de derrumbar roca sĆ³lida, impactaban las sensibles y divinas gĆ³nadas de Hermes.
Afrodita gritĆ³ espantada al ver como lastimaban la sensible hombrĆa de su amante, quien arrugĆ³ la cara, mientras el dolor le llenaba, lanzo un rugido, soltĆ³ la fuerte espada, y se agarrĆ³ las desnudas bolas.
Apolo desviĆ³ la mirada un segundo, sabiendo lo muy doloroso que es eso; Incluso para un Dios, tremenda patada en los huevos, era suficiente para aturdirle y dejarlo en desventaja en la pelea.
Hefestos moviĆ³ ahora la Ćŗnica espada en combate, pero de inmediato la soltĆ³, ahogando el quejido de alarma de Afrodita que ya imaginaba a su inmortal amante seccionado en dos partes con dicha arma.
Apolo sonriĆ³ al ver la decisiĆ³n del herrero, no buscaba herirle solo porque sĆ, su objetivo era humillarlo… y frente a la traidora mujer!.
Hefestos no le dio descanso al doblado Hermes. Mientras el castigado Dios se quejaba, el herrero le planto un puƱetazo en todo el rostro, haciƩndole irse de espaldas!.
Hermes cayĆ³ recostado contra un muro, y dejĆ³ sin protecciĆ³n sus lastimados testĆculos.
Los inmortales y divinos cojones de Hermes estaban rojos y dolĆan tanto a su dueƱo, que no podĆa siquiera mover un mĆŗsculo, su escroto ardĆa como las llamas mismas del Inframundo.
Abrumada, Afrodita querĆa correr, parar la pelea, y acariciar las adoloridas pelotas de su amante. Como diosa del amor y el sexo, lo que sucedĆa era algo antinatural, esas delicadas partes no fueron hechas para recibir golpes, sino para ser acariciadas.
Ahora Hefestos se tomĆ³ el tiempo para analizar su nuevo objetivo… centrĆ³ la vista en los grandes cojones del amante de su esposa, y con rabia preparĆ³ su pie. El castigo no habĆa sido suficiente.
Basta!, gritĆ³ Afrodita que sabĆa en donde estaba fija la mirada de su esposo, pero este no le hizo el menor caso.
Parece que tu amante estĆ” perdido, dijo Apolo.
Afrodita horrorizada se cubriĆ³ el rostro!, no querĆa ver el nuevo castigo que los bellos huevos de Hermes recibirĆan.
Y asĆ fue!, el impulso de Hefestos fue tal que del puntapiĆ© que le dio, levantĆ³ a su rival 2 metros!; La punta dio justo entre ambas pelotas, lastimando toda la semilla viril que Hermes aĆŗn tenĆan guardada.
El mensajero divino soltĆ³ un alarido que se escuchĆ³ en kilĆ³metros.
Oh!, por todos los Dioses, eso tiene que doler!, comentĆ³ Apolo.
Hermes quedo en posiciĆ³n fetal, y su agresor complacido sĆ³lo atinĆ³ a patearle la espalda.
La victoria obviamente era de Hefestos, Hermes el mensajero de los Dioses estaba vencido, y pasarĆa un rato en lograr reincorporarse.
Afrodita le reclamĆ³ a Hefestos: Eres un salvaje!, le has golpeado allĆ a propĆ³sito!, te has vengado contra aquello con lo que me cogiĆ³!.
Hefestos sĆ³lo guardĆ³ silencio, aunque era cierto lo que decĆa su infiel esposa, siempre su plan fue daƱar, por lo menos temporalmente, las Ć”reas viriles del amante… PasarĆa un tiempo antes de que pueda fornicar con su mujer o con cualquier otra Diosa.
La Diosa continuĆ³ con su reclamo: Eres un tramposo, no se le golpea en esas partes a un Dios!
Apolo justificĆ³ diciendo que en la guerra se valĆa todo, incluyendo golpes bajos, luego bromeĆ³ diciĆ©ndole que Hermes ya habĆa recibido caricias ahĆ abajo, precisamente por parte de ella, pero no todos los dĆas le sonrĆe a uno la fortuna… hoy le tocaba en esa misma y sensible zona, recibir golpes.
El comentario no le hizo la menor gracia a la Diosa que sĆ³lo le lanzĆ³ una mirada de enojo.
Cansado de los reclamos de su mujer, el herrero decidiĆ³ terminar el asunto y quedarse sĆ³lo para pensar, expresĆ³ mientras recogĆa las espadas: LlĆ©vate a ese traidor de aquĆ Apolo, antes de que decida mutilar sus miembros… y me refiero a todos ellos!
Afrodita se alarmĆ³ por enĆ©sima vez y desaforada exclamĆ³: No!, no lo castres!.
Apolo la tranquilizo diciendo que siendo inmortal sus miembros volverĆan a su ubicaciĆ³n original, pero eso no tranquilizĆ³ a la Diosa del amor. De inmediato Apolo cumpliĆ³ la orden y cargĆ³ al vencido Hermes, sacĆ”ndole de la casa…. luego volverĆa por sus espadas.
Afrodita sĆ³lo tomĆ³ sus ligeros vestidos y se fue tras Ć©l, expresando su enfado con su esposo: Me voy de aquĆ, no volverĆ© nunca!…irĆ© con Hermes, Ć©l me necesita!.
Hefestos replicĆ³: fuera de mi casa mujer infiel!, fuera y no vuelvas a la entrada porque no serĆ”s bienvenida en mi morada… ve y hazle mejorar con tus traicioneras caricias… vete de una vez!
Ya sĆ³lo, Hefestos quedĆ³ deprimido, cĆ³mo extraƱarĆa el cĆ”lido cuerpo de su esposa!…Oh la Diosa mĆ”s bella que despertaba todos los dĆas a su lado, y siempre dispuesta a satisfacer sus apetitos carnales. Pero le habĆa traicionado…y no volverĆa a tenerla para sĆ!.
Mientras pensaba en ella, no tardĆ³ el pene del Dios en erguirse; Hefestos se masturbĆ³ con un bello pensamiento de su esposa; El estallido de esperma lo liberĆ³ por el momento de la baja pasiĆ³n.
Odiaba a Afrodita por lo que le hizo, pero debĆa admitir que tambiĆ©n seguĆa enamorado de ella; Pero las cosas ya sucedieron y no podĆan revertirse los sucesos, por lo menos le quedĆ³ el consuelo de que obtuvo su venganza!
Fin.
Gracias
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