Historias de la mitologia (1/?): La venganza de Hefestos - Las Bolas de Pablo

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16 ene 2017

Historias de la mitologia (1/?): La venganza de Hefestos


HISTORIAS DE LA MITOLOGIA
Diversos relatos  basados en la mitologĆ­a griega,  agregĆ”ndoles el necesario y siempre esperado  contenido  Ballbusting, tanto F/M como M/M.

LA VENGANZA DE HEFESTOS.


Contiene Ballbusting  hombre/hombre.

   Hefestos el Dios del fuego, la forja y los metales, habĆ­a sido favorecido por el padre de los Dioses Zeus  con la mano de la bella Afrodita, Diosa del amor.

   Era el Dios mĆ”s feliz y privilegiado al tener a la esposa mĆ”s deseada; Pero Afrodita, quien pronto se cansĆ³ del feo y deforme Hefestos, aprovechaba sus mĆŗltiples salidas para llenar su lecho con amantes.

   Ares el Dios de la guerra era el principal visitante y receptor  de las caricias de la bella Diosa, Pero pronto  las noticias llegaron a Hefestos, quien informado por Helios (El Sol, "Aquel que todo lo ve"), supo de la infidelidad con Ares.

   Pronto Hefestos planeo una treta y hĆ”bilmente fabricĆ³ una malla casi invisible e irrompible, la cual colocĆ³ en su lecho, y donde los amantes quedaron atrapados; Hefestos llamĆ³ a los Dioses que presenciaron a los desvergonzados  infieles en la cama, ambos capturados quedaron mudos ante la incĆ³moda situaciĆ³n.

   De entre los testigos, Hermes, el inmortal mensajero de los Dioses, opinĆ³ que con tal de yacer con la bellĆ­sima Afrodita, gustoso aceptarĆ­a caer en la trampa de la malla, Este comentario le traerĆ­a luego muchos lĆ­os.

   PoseidĆ³n,  Dios de los mares, parlamentĆ³ y prometiĆ³ a Hefestos que los amantes le compensarĆ­an con regalos si les liberase, el respetado Dios marino serĆ­a el garante.

   Aceptado el trato Hefestos les soltĆ³, pero una vez en libertad, escaparon ambos…  Ares hacia Tracia, y la apenada Afrodita hacia Chipre, su paĆ­s natal.

   Hefestos queda sĆ³lo y sin regalos, pero pronto extraƱo tanto a su amada, que deja su labor de herrero y se dedica a vagar por el mundo; Ya no habrĆ” mĆ”s armas para los Dioses, semidioses y hĆ©roes. Comparados con Hefestos, cualquier otro herrero es indigno para fabricar armas para seres inmortales.

   Zeus  viendo los perjuicios  para Ć©l y otros Dioses de que parase su actividad, le pide a Afrodita volver con su marido, la Diosa del amor, mas por pena que atracciĆ³n regresa con Ć©l… Se siente en deuda por traicionarle, asĆ­ como por no cumplir con los regalos acordados.
La felicidad en Hefestos nuevamente es evidente, y su rutina de amor se reinicia, que feliz es al tener en su cama a las mƔs hermosa de entre las Diosas.

   Todo parece ir bien, y el herrero divino continĆŗa con su trabajo con los metales.

   Pero las tentaciones de Afrodita son insaciables y pronto le vuelve a ser infiel, Hermes aun deseoso de ella,  la corteja y la Diosa del amor cede ante la hombrĆ­a del mensajero de los Dioses.

   Con frecuencia los amantes comparten el lecho de Hefestos, claro que con precauciones  al no querer Hermes  pasar similar vergĆ¼enza que Ares.

   Un dĆ­a Hefestos y Apolo (Dios de la luz y la profecĆ­a), llegan a casa, mientras los amantes incautos practican el incansable amor, El herrero ha fabricado dos espadas de belleza sin igual a pedido de Apolo,  y se percata de los ruidos amatorios.

   Sorprendidos los amantes suspenden sus actos, y mientras Afrodita corre a cubrir su desnudez, Hermes no sabe quĆ© hacer… RĆ”pidamente se ciƱe su casco con intenciĆ³n de emprender la prudente huida.

   Iracundo Hefestos reta a pelear a Hermes para vengar su agravio y lanza a sus pies una de las espadas aun sin estrenar; Tal enojo en el Dios del fuego hace que la punta de la espada que empuƱa se torne al rojo vivo, pero sin daƱarse….asĆ­ de magnifica es el arma hecha por el Dios. 

   Apolo protestĆ³ por usarse las espadas que aĆŗn no habĆ­a estrenado, pero Hefestos respondiĆ³ que las espadas eran tan esplendidas que no sufrirĆ­an ningĆŗn rasguƱo, AdemĆ”s la pelea terminarĆ­a en muy poco tiempo... serĆ­a como luchar contra un mortal troyano.

   El verse subestimado hizo que Hermes se molestara, no era Ares (Dios de la guerra), pero se consideraba un Dios de alto nivel, Enseguida blandiĆ³ la segunda espada… HarĆ­a pagar caro a Hefestos que lo infravalorase  equiparĆ”ndole  a cualquier mortal.

   ¡Es una locura!, exclamĆ³ Afrodita, alarmada ante la posibilidad de que su amante padeciera la enorme fuerza del enfurecido Hefestos; Era cierto que Hermes era un Dios atlĆ©tico y viril (una de las razones por las que no dudo en aceptar su propuesta de yacer con Ć©l), pero Hefestos a pesar de su fealdad, era famoso por su fuerza, muy necesaria para su profesiĆ³n de herrero divino.

   La pelea fue ya inevitable, y mientras Apolo  sonreĆ­a ante la inminente batalla, Afrodita  se morĆ­a de los nervios ante la posible derrota de su bello amante.

   Los rivales no dieron mĆ”s espera y se cuadraron uno frente al otro, el desnudo Hermes empuƱaba la espada con decisiĆ³n, si Hefestos querĆ­a pelear por Afrodita, le darĆ­a el gusto!, tal vez asĆ­ legalmente podrĆ­a tener a la Diosa del amor para Ć©l sĆ³lo.

   Hefestos se abalanzĆ³ con la espada en alto y descargo un golpe tan fuerte sobre la cabeza del Dios rival, que podrĆ­a haber partido una montaƱa a la mitad!, por fortuna para el mensajero de los Dioses, Ć©ste logrĆ³ interponer su propia arma divina y detuvo el peligroso filo.

   Apolo observaba atento el enfrentamiento, maravillado de las proezas de las espadas forjadas por el herrero, bellas chispas  surgieron al chocar las dos armas. 

   ParecĆ­a que el amante entablarĆ­a fiero combate con el herrero, pero las cosas sucedieron tal como lo esperaba Hefestos.

   El descomunal choque, hizo temblar la mano de Hermes, que no sospechĆ³ el traicionero golpe preparado por su rival.

   Hermes mantenĆ­a la guardia alta, cuando Hefestos tomĆ³ impulso y lanzĆ³ su pesado calzado contra la entrepierna del mensajero de los Dioses; La dura punta impactĆ³ contra los vulnerables testĆ­culos de Hermes… y los estrellĆ³ contra su pelvis!.

   Un golpe como ese era suficiente para destrozar fĆ”cilmente las legendarias murallas de Troya, y en vez de derrumbar roca sĆ³lida, impactaban las sensibles y divinas gĆ³nadas de Hermes.

   Afrodita gritĆ³ espantada al ver como lastimaban la sensible hombrĆ­a  de su amante, quien arrugĆ³ la cara, mientras el dolor le llenaba, lanzo un rugido, soltĆ³ la fuerte espada, y se agarrĆ³ las desnudas bolas.

   Apolo desviĆ³ la mirada un segundo, sabiendo lo muy doloroso que es eso; Incluso para un Dios, tremenda patada en los huevos, era suficiente para aturdirle y dejarlo en desventaja en la pelea.

   Hefestos moviĆ³ ahora la Ćŗnica espada en combate, pero de inmediato la soltĆ³, ahogando el quejido de alarma de Afrodita que ya imaginaba a su inmortal amante seccionado en dos partes con dicha arma.

   Apolo sonriĆ³ al ver la decisiĆ³n del herrero, no buscaba herirle solo porque sĆ­,  su objetivo era humillarlo… y  frente a la traidora  mujer!.

   Hefestos no le dio descanso al doblado Hermes. Mientras  el castigado Dios se quejaba, el herrero le planto un puƱetazo en todo el rostro, haciĆ©ndole irse de espaldas!.

   Hermes cayĆ³ recostado contra un muro, y dejĆ³ sin protecciĆ³n sus lastimados testĆ­culos.

   Los inmortales y divinos cojones de Hermes estaban rojos y dolĆ­an tanto a su dueƱo, que no podĆ­a  siquiera  mover un mĆŗsculo, su escroto ardĆ­a como las llamas mismas del Inframundo.

   Abrumada, Afrodita querĆ­a correr, parar la pelea, y acariciar las adoloridas pelotas de su amante. Como diosa del amor y el sexo,  lo que sucedĆ­a era algo antinatural, esas delicadas partes no fueron hechas para recibir golpes, sino para ser acariciadas.

   Ahora Hefestos se tomĆ³ el tiempo para analizar su nuevo objetivo… centrĆ³ la vista en los grandes cojones del amante de su esposa, y con rabia preparĆ³ su pie. El castigo no habĆ­a sido suficiente.

   Basta!, gritĆ³ Afrodita que sabĆ­a en donde estaba fija la mirada de su esposo, pero este no le hizo el menor caso.

   Parece que tu amante estĆ” perdido, dijo Apolo.

   Afrodita horrorizada se cubriĆ³ el rostro!, no querĆ­a ver el nuevo castigo que los bellos huevos de Hermes recibirĆ­an.

   Y asĆ­ fue!,  el impulso de Hefestos fue tal que del puntapiĆ© que le dio, levantĆ³ a su rival 2 metros!; La punta dio justo entre ambas pelotas, lastimando toda la semilla viril que Hermes  aĆŗn tenĆ­an guardada.

   El mensajero divino soltĆ³ un alarido que se escuchĆ³ en kilĆ³metros.

   Oh!, por todos los Dioses, eso tiene que doler!, comentĆ³ Apolo.

   Hermes quedo en posiciĆ³n fetal, y su agresor complacido sĆ³lo atinĆ³ a patearle  la espalda. 

   La victoria obviamente era de Hefestos, Hermes el mensajero de los Dioses estaba vencido, y pasarĆ­a un rato en lograr reincorporarse.

   Afrodita le reclamĆ³ a Hefestos:  Eres un salvaje!, le  has golpeado allĆ­ a propĆ³sito!, te has vengado contra  aquello con lo que me cogiĆ³!.

   Hefestos  sĆ³lo guardĆ³ silencio, aunque era cierto lo que decĆ­a su infiel esposa, siempre su plan fue daƱar, por lo menos temporalmente, las Ć”reas viriles del amante… PasarĆ­a un tiempo antes de que  pueda fornicar con su mujer o con cualquier  otra Diosa.

   La Diosa continuĆ³ con su reclamo: Eres un tramposo, no se le golpea  en esas partes a un Dios!

   Apolo justificĆ³ diciendo que en la guerra se valĆ­a todo, incluyendo golpes bajos, luego bromeĆ³ diciĆ©ndole que Hermes ya habĆ­a recibido caricias ahĆ­ abajo, precisamente por parte de ella, pero no todos los dĆ­as le sonrĆ­e a uno la fortuna… hoy le tocaba en esa misma y sensible zona, recibir golpes.

   El comentario no le hizo la menor gracia a la Diosa que sĆ³lo le lanzĆ³ una mirada de enojo.
Cansado de los reclamos de su mujer, el herrero decidiĆ³ terminar el asunto y quedarse sĆ³lo para pensar, expresĆ³ mientras recogĆ­a las espadas: LlĆ©vate a ese traidor de aquĆ­ Apolo, antes de que decida mutilar sus miembros… y me refiero a todos ellos!

   Afrodita se alarmĆ³ por enĆ©sima vez  y desaforada exclamĆ³: No!, no lo castres!.

   Apolo la tranquilizo diciendo que siendo inmortal sus miembros volverĆ­an a su ubicaciĆ³n original, pero eso no tranquilizĆ³ a la Diosa del amor. De inmediato Apolo cumpliĆ³ la orden y cargĆ³ al vencido Hermes, sacĆ”ndole de la casa…. luego volverĆ­a por sus espadas.

   Afrodita sĆ³lo tomĆ³ sus ligeros vestidos y se fue tras Ć©l, expresando su enfado con su esposo: Me voy de aquĆ­, no volverĆ© nunca!…irĆ© con Hermes, Ć©l me necesita!.

   Hefestos replicĆ³: fuera de mi casa mujer infiel!, fuera y no vuelvas a la entrada porque no serĆ”s bienvenida en mi morada… ve y hazle mejorar con tus traicioneras caricias… vete de una vez!

   Ya sĆ³lo, Hefestos quedĆ³ deprimido, cĆ³mo extraƱarĆ­a el cĆ”lido cuerpo de su esposa!…Oh la Diosa mĆ”s bella que despertaba todos los dĆ­as a su lado, y siempre dispuesta a satisfacer sus apetitos carnales. Pero le habĆ­a traicionado…y no volverĆ­a a tenerla para sĆ­!. 

   Mientras pensaba en ella, no tardĆ³ el pene del Dios en erguirse; Hefestos se masturbĆ³ con un bello pensamiento de su esposa; El estallido de esperma lo liberĆ³ por el momento de la baja pasiĆ³n.

   Odiaba a Afrodita por lo que le hizo, pero debĆ­a admitir que tambiĆ©n seguĆ­a enamorado de ella; Pero las cosas ya sucedieron y no podĆ­an revertirse los sucesos, por lo menos le quedĆ³  el consuelo de que obtuvo su venganza!

Fin.

Gracias
Comentarios  a  zatniktiel@hotmail.com

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