REHÉN (4/7): Humillación - Las Bolas de Pablo

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8 jul 2015

REHÉN (4/7): Humillación

CONTIENE:
-BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE
   Paula fue arrastrada de los cabellos hasta la planta baja del edificio donde su esposo Sergio ordenó que dos hombres más la retuvieran. Ahí ya estaba Diego, todavía inmóvil y confundido.
   —Déjalo —pidió Paula.
   —Callate, perra —habló con voz ruda su esposo. Buscando algo dentro de un maletín.
   —¡NO! —gritó la mujer.
   Sergio había sacado a la luz un arma bonita y plateada que apuntó a Diego y éste movió los ojos asustado. Pero sus piernas no podía responder para huir. El arma fue accionada y una potente descarga eléctrica hizo contacto directo con su cuerpo.
   —¡AAAAAAAAAAAAAAARRRRRRRGGGGGGGHHHHHHH!
   Miles de electrochoques retorcían a Diego, la descarga iniciaba en su pecho pero se expandía a todo el robusto cuerpo. Bajo sus gritos insoportables de agonía el militar fue cayendo lentamente al piso encorvándose.
   La descarga cesó dejando al hombre jadeante y con el corazón palpitando desesperado.
   —No sé qué hace ese hombre aquí. ¿Por qué propusiste que lo trajeran? ¿Te gusta, puta? Por eso te querías quedar a solas con él, perra? —volvió a electrocutar al moribundo en el suelo.
   El sonido de la pistola eléctrica paralizaba los nervios así como los bramidos de aquel torturado.
   Sergio soltó el gatillo y caminó hasta Diego guardando el arma en el cinto.
   —Mira lo que le hago a tu amante, puta —dijo Sergio, se quitó la franela y tiró a Diego que continuaba paralizado en el suelo—. Tu macho es un maricón al que le gusta tragarse una polla —se puso a cuatro patas encima de Diego y procedió a estampar su paquete en la cara del militar.
   Diego sentía que se ahogaba cuando el bulto varonil era puesto contra su rostro. Sentía el pene ondulante de Sergio contra la nariz, luego el hombre subía la pelvis y volvía a empujar el paquete contra su cara.
   —Sí, tu militar es un come penes —sonrió Sergio levantándose entre las piernas de Diego.
   Cogió al militar de los tobillos y alzando la pierna afincó la ´rodilla en sus cojones estrangulando las enormes bolas de semental con la fornida rótula y el rocoso suelo, sus bolas eran magulladas bajo los duros contactos, la pierna temblaba y las orbes se volvían débiles. Diego gruño al sentir la dolorosa sensación.
   Finalmente, después de un minuto y medio y torturar sus huevos, Sergio se alejó de Diego pero no lo dejó acurrucarse para sobar sus testículos.
   Sergio se agachó cerca de los genitales de Diego, y agarró los cojones con su mano. Inmediatamente el escroto se hizo visible en el pantalón. Sergio comenzó a tirar con fuerza, alargando como una banda elástica el gran escroto de Diego, arrancando desesperados gritos en el rehén.
   Diego bramaba en agonía, luchando por liberarse pero la droga que le habían administrado todavía no lo dejaba moverse.
   Los testículos del militar se ponían aguados, pero se presenciaba que los órganos aumentaban de tamaño con el aplastamiento y las estiradas.
   Sergio estaba dispuesto a romper los testículos y, era cierto,en cualquier momento cederían.
   Las abombadas bolas de Diego se mantenían dentro del pantalón: rojas, llenas de nueva producción de semen... colapsarían en breve... Diego ya no podía resistir el dolor.
   Los testículos eran estirados por completo de su cuerpo, cuadruplicando su limite permitido. Diego aullaba de dolor descomunal. Sentía la piel ser estirada, cerraba los ojos y gritaba como un lobo, llenando su cuello de venas.
   Paula cerró los ojos tras un grito.
   —Abre los ojos de esa perra.
   Los hombres que la sujetaban obedecieron.
   Inesperadamente, Sergio soltó los testículos, dejando que estos se retrajeran en el deteriorado escroto.
   Ningún cuerpo se movió durante esa estancia de tiempo. Diego continuaba en el piso inmóvil quizás pidiendo clemencia con la mirada. Sergio se mantenía con una sonrisa socarrona en el rostro, Paula estaba consternada y cansada.
   Sergio levantó el pie y espachurró los genitales del rehén. Diego gritó con toda la fuerza de sus pulmones sintiendo la renovada agonía, sus músculos gruesos y robustos empezaron a moverse lentamente intentando encontrar alguna manera de quitar la presión de sus cojones.
   Los hombres que sujetaban a Paula lanzaron una asquerosa burla:
   —A partir de hoy será el militar deshuevado.
   —La militar, la llamaremos, le buscaremos una falda... un tutú.
    —¿¡Qué es eso!? —alzó los ojos de la impresión Sergio.
   Diego bufó y las mejillas se colorearon a rojas.
   Una gruesa fila de baba empezaba a rezumar por el pantalón del militar en el suelo. 
   —¡Maricón! —dijo Sergio. Miró a ambos lados y llamó a traves de apodos a dos hombres corpulentos, a los que le ordenó que levantaran a Diego. Ellos obedecieron, Sergio sin la menor vergüenza bajó el pantalón del cautivo, exponiendo su polla gigantesca tan dura como una roca, y emanando un flujo de líquido blanco muy grueso. Se oyeron carcajadas. Sus testículos también reposaban hinchados como el tamaño de un puño—. Quiero que lo sostengan muy firme —los hombres obedecieron, Diego cerró los ojos.
   Sergio pateó con toda la saña que pudo reunir entre las piernas musculosas de Diego, aplastandole las pelotas con la punta del zapato arrancando un bramido de dolor al hombre con la hombría semi-destruida.
   Lo sorprendente fue el enorme chorro de leche que salió expulsada de su pene. La expulsión salió haciendo ruido y cruzando el aire para caer provocando un gigantesco charco en el piso.
   Sintiéndose divertido por la reacción Sergio pateó otra vez, y otra, y otra y otra y otra vez. Sacando como resultados impresionantes fajos de espermas acompañados de gritos dolorosos y el crujido de sus bolas.
   Esa tortura era demasiado cruel, y Paula empezó a orar para que cesara, deseaba matar con sus manos a Sergio.
   —Petro, apretar sus huevos.
   —¿Qué? —se quejó el hombre que sostenía a Diego.
   —Que le aprietes las bolas a este tipo.
   El hombre con aborrecimiento trasladó la mano hasta el saco colgante de Diego, tirando de los testículos hacia abajo clavando las uñas en la arrugada piel. Ese contacto férreo arrancó un alarido del debilitado rehén, Paula observó como los dedos se hundían en las gónadas magulladas.
   —¡Basta, Sergio!
   —Callate, perra
   Una bofetada azotó el rostro de la mujer.
   —Eso eso que merece tu amante, puta. No voy a parar hasta quitarle esas pelotas.
   La voz de mando de Monserrat azotó aquel aire de sufrir:
   —¡Les ordeno que lo suelten!
   El par de hombres obedecieron dejando caer al suelo a Diego que terminó en posición fetal con las manos metidas en sus testículos. Sergio miró retador a Montserrat que se aproximaba a ellos.
   —¿Qué quieres aquí, mujer? No metas el olfato en este asunto.
   —¡Te excediste!
   —Yo arreglo este problema como quiera. Este hombre aprenderá a no meterse con mi mujer.
   —¿Tu mujer, eh? —dijo socarrona Montserrat.
   Sergio bajó la guardia y la rubia en venganza le clavó una rotunda patada en la entrepierna. Sergio gritó por instinto y arrugó la cara, agarró sus bolas y cayó doblando las rodillas, se fue abajo yéndose de costado.
   —Vistan al rehén y lo encierran en la habitación. Quiero que lo dejen parado y amarrado entre tubos.
   Los hombres alzaron en el aire a Diego, que gritó con fuerza. Montserrat caminó hacia Paula.
   —En cuanto a ti, perra —le dio un puñetazo—, te ordene no acercarte a aquella habitación. Eres una puta —la rubia llevó la rótula a la entrepierna de su media hermana, Paula chilló abriendo los ojos—. Quiero que la encierren en su habitación.
   Las ordenes fueron ejecutadas, prácticamente arrastraron a Paula por el suelo hasta dejarla en el departamento la depositaron en el suelo donde se quedó sin poder moverse.
   Estando solitaria pasaron algunos minutos para que ella pudiera coger el celular. La vulva  le seguía doliendo, era un dolor paralizante. Marcó un discado y esperó la llamada:
   —¿Fuerza militar?... es un usuario anónimo y tengo información relevante. Los captores de Diego Blyde se encuentran en el antiguo edificio de los españoles. Se necesita que ahí llegue un motín enorme y muy bien armado. Por favor, creame es información verídica, ademas, esta información no debe llegar al coronel Ferri, es un traidor y trabaja para ese cartel.

   Paula finalizó la llamada cogió su arma del escritorio y mirando por la ventana observó en la planta baja la llegada de El lacra que a juzgar por su rostro parecía que la reunión con el coronel Ferri fue un éxito, y en realidad lo era pero solo debía esperar cuestión de minutos para que estallara una guerra a muerte en aquel edificio.

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