CONTIENE:
-BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE
Paula fue arrastrada de los cabellos
hasta la planta baja del edificio donde su esposo Sergio ordenó que dos
hombres más la retuvieran. Ahí ya estaba Diego, todavía inmóvil y confundido.
—Déjalo —pidió Paula.
—Callate, perra —habló con voz ruda su
esposo. Buscando algo dentro de un maletín.
—¡NO! —gritó la mujer.
Sergio había sacado a la luz un arma
bonita y plateada que apuntó a Diego y éste movió los ojos asustado. Pero sus piernas
no podía responder para huir. El arma fue accionada y una potente descarga
eléctrica hizo contacto directo con su cuerpo.
—¡AAAAAAAAAAAAAAARRRRRRRGGGGGGGHHHHHHH!
Miles de electrochoques retorcían a
Diego, la descarga iniciaba en su pecho pero se expandía a todo el robusto
cuerpo. Bajo sus gritos insoportables de agonía el militar fue cayendo lentamente al piso encorvándose.
La descarga cesó dejando al hombre
jadeante y con el corazón palpitando desesperado.
—No sé qué hace ese hombre aquí. ¿Por
qué propusiste que lo trajeran? ¿Te gusta, puta? Por eso te querías quedar a
solas con él, perra? —volvió a electrocutar al moribundo en el suelo.
El sonido de la pistola eléctrica paralizaba los
nervios así como los bramidos de aquel torturado.
Sergio soltó el gatillo y caminó hasta
Diego guardando el arma en el cinto.
—Mira lo que le hago a tu amante, puta
—dijo Sergio, se quitó la franela y tiró a Diego que continuaba paralizado
en el suelo—. Tu macho es un maricón al que le gusta tragarse una polla —se
puso a cuatro patas encima de Diego y procedió a estampar su paquete en la cara
del militar.
Diego sentía que se ahogaba cuando el
bulto varonil era puesto contra su rostro. Sentía el pene ondulante de Sergio
contra la nariz, luego el hombre subía la pelvis y volvía a empujar el paquete
contra su cara.
Cogió al militar de los tobillos y
alzando la pierna afincó la ´rodilla en sus cojones estrangulando las enormes bolas
de semental con la fornida rótula y el rocoso suelo, sus bolas eran magulladas bajo los duros contactos, la pierna temblaba y las orbes se volvían débiles. Diego gruño al sentir la dolorosa sensación.
Finalmente, después de un minuto y medio
y torturar sus huevos, Sergio se alejó de Diego pero no
lo dejó acurrucarse para sobar sus testículos.
Sergio se agachó cerca de los genitales
de Diego, y agarró los cojones con su mano. Inmediatamente el escroto se hizo visible en el pantalón. Sergio comenzó a tirar con fuerza, alargando como una
banda elástica el gran escroto de Diego, arrancando desesperados gritos en el rehén.
Diego bramaba en agonía, luchando por
liberarse pero la droga que le habían administrado todavía no lo dejaba moverse.
Los testículos del militar se ponían aguados, pero se presenciaba que los órganos
aumentaban de tamaño con el aplastamiento y las estiradas.
Sergio estaba dispuesto a romper los
testículos y, era cierto,en cualquier momento cederían.
Las abombadas bolas de Diego se
mantenían dentro del pantalón: rojas, llenas de nueva producción de semen... colapsarían en breve... Diego ya no podía resistir el dolor.
Los testículos eran estirados por completo
de su cuerpo, cuadruplicando su limite permitido. Diego aullaba de dolor
descomunal. Sentía la piel ser estirada, cerraba los ojos y gritaba como un lobo, llenando su cuello de venas.
Paula cerró los ojos tras un grito.
—Abre los ojos de esa perra.
Los hombres que la sujetaban
obedecieron.
Inesperadamente, Sergio soltó los
testículos, dejando que estos se retrajeran en el deteriorado escroto.
Ningún cuerpo se movió durante esa
estancia de tiempo. Diego continuaba en el piso inmóvil quizás pidiendo
clemencia con la mirada. Sergio se mantenía con una sonrisa socarrona en el rostro, Paula estaba consternada y cansada.
Sergio levantó el pie y espachurró los genitales del rehén. Diego gritó con toda la fuerza de sus pulmones sintiendo la renovada agonía, sus músculos gruesos y
robustos empezaron a moverse lentamente intentando encontrar alguna
manera de quitar la presión de sus cojones.
Los hombres que sujetaban a Paula
lanzaron una asquerosa burla:
—A partir de hoy será el militar
deshuevado.
—La militar, la llamaremos, le
buscaremos una falda... un tutú.
—¿¡Qué es eso!? —alzó los ojos de la
impresión Sergio.
Diego bufó y las mejillas se colorearon
a rojas.
Una gruesa fila de baba empezaba
a rezumar por el pantalón del militar en el suelo.
—¡Maricón! —dijo Sergio. Miró a ambos
lados y llamó a traves de apodos a dos hombres corpulentos, a los que le ordenó
que levantaran a Diego. Ellos obedecieron, Sergio sin la menor vergüenza bajó
el pantalón del cautivo, exponiendo su polla gigantesca tan dura como una roca,
y emanando un flujo de líquido blanco muy grueso. Se oyeron carcajadas.
Sus testículos también reposaban hinchados como el tamaño de un puño—. Quiero
que lo sostengan muy firme —los hombres obedecieron, Diego cerró los ojos.
Sergio pateó con toda la saña que pudo
reunir entre las piernas musculosas de Diego, aplastandole las pelotas con la punta del zapato arrancando un bramido de dolor al hombre con la hombría semi-destruida.
Lo sorprendente fue el enorme chorro de
leche que salió expulsada de su pene. La expulsión salió haciendo ruido y
cruzando el aire para caer provocando un gigantesco charco en el piso.
Sintiéndose divertido por la reacción
Sergio pateó otra vez, y otra, y otra y otra y otra vez. Sacando como
resultados impresionantes fajos de espermas acompañados de gritos dolorosos y el crujido de sus bolas.
Esa tortura era demasiado cruel, y
Paula empezó a orar para que cesara, deseaba matar con sus manos a Sergio.
—Petro, apretar sus huevos.
—¿Qué? —se quejó el hombre que sostenía
a Diego.
—Que le aprietes las bolas a este tipo.
El hombre con aborrecimiento trasladó la
mano hasta el saco colgante de Diego, tirando de los testículos hacia abajo clavando las uñas en la arrugada piel.
Ese contacto férreo arrancó un alarido del debilitado rehén, Paula observó como los
dedos se hundían en las gónadas magulladas.
—¡Basta, Sergio!
—Callate, perra
Una bofetada azotó el rostro de la
mujer.
—Eso eso que merece tu amante, puta. No voy a parar hasta quitarle esas pelotas.
La voz de mando de Monserrat azotó aquel
aire de sufrir:
—¡Les ordeno que lo suelten!
El par de hombres obedecieron dejando
caer al suelo a Diego que terminó en posición fetal con las manos metidas en
sus testículos. Sergio miró retador a Montserrat que se aproximaba a ellos.
—¿Qué quieres aquí, mujer? No metas el
olfato en este asunto.
—¡Te excediste!
—Yo arreglo este problema como quiera.
Este hombre aprenderá a no meterse con mi mujer.
—¿Tu mujer, eh? —dijo socarrona
Montserrat.
Sergio bajó la guardia y la rubia en
venganza le clavó una rotunda patada en la entrepierna. Sergio gritó por instinto y arrugó
la cara, agarró sus bolas y cayó doblando las rodillas, se fue abajo yéndose de
costado.
—Vistan al rehén y lo encierran en la
habitación. Quiero que lo dejen parado y amarrado entre tubos.
Los hombres alzaron en el
aire a Diego, que gritó con fuerza. Montserrat caminó hacia Paula.
—En cuanto a ti, perra —le dio un
puñetazo—, te ordene no acercarte a aquella habitación. Eres una puta —la rubia
llevó la rótula a la entrepierna de su media hermana, Paula chilló
abriendo los ojos—. Quiero que la encierren en su habitación.
Las ordenes fueron ejecutadas, prácticamente arrastraron a Paula por el suelo hasta dejarla en el departamento la depositaron en el suelo donde se quedó sin poder moverse.
Estando solitaria pasaron algunos
minutos para que ella pudiera coger el celular. La vulva le seguía doliendo, era un dolor
paralizante. Marcó un discado y esperó la llamada:
—¿Fuerza militar?... es un usuario anónimo y tengo información relevante. Los captores de Diego Blyde se
encuentran en el antiguo edificio de los españoles. Se necesita que ahí llegue un
motín enorme y muy bien armado. Por favor, creame es información verídica,
ademas, esta información no debe llegar al coronel Ferri, es un traidor y
trabaja para ese cartel.
Paula finalizó la llamada cogió su arma del escritorio y mirando por la ventana observó en la planta baja la llegada
de El lacra que a juzgar por su rostro parecía que la reunión con el coronel Ferri
fue un éxito, y en realidad lo era pero solo debía esperar cuestión de minutos para que
estallara una guerra a muerte en aquel edificio.
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