La mirada de Erick Malverde se llenó de furia cuando el responsable de su más reciente desgracia personal y laboral apareció ante sus ojos. Jonathan Castillo bebía cerveza en la esquina en un bar de mala categoría. Era de noche y el policía decidió salir a despejar la cabeza después de una discusión con su novia, la noche parecía romántica entre ambos hasta que la hermosa polla del semental hombre de la justicia no tuvo una erección y por el contrario le regaló un nuevo dolor en las gónadas. Solicitó una bebida al barman y se fue a un buen sitio sin llamar la atención del criminal que seguía entretenido utilizando su equipo celular.
Erick Malverde estaba sentado de piernas abiertas, todavía tenía los testículos hinchados y del doble tamaño de la normalidad, un dolor irradiante lo dominaba cuando hacía algún fuerte movimiento, la agonía era tan potente que también le afecto su vida sexual impidiéndole tener una dura erección.
Transcurrieron varios minutos para que el criminal se tomara una nueva cerveza que había pedido cuando decidió levantarse e ir a los baños del local, Erick Malverde también se levantó de su escondite y acudió al barman mostrando su placa policial, vestía ropa informal.
—Estaré ocupado en el baño con el criminal que acaba de entrar. No permita el ingreso de más personas. Acá se llevará a cabo una detención.
Moviendo el barman afirmativamente la cabeza. Erick caminó hacia la zona de aseo. Olía fuertemente a orine y estaba iluminada con bombillas de baja calidad. Jonathan Castillo estaba terminando de vaciar la vejiga en un cubículo con la puerta abierta. Erick Malverde lo esperó cruzado de brazos.
Cuando Jonathan Castillo movió el brazo escurriendo su miembro y lo guardó en el pantalón con el sonido de la firme cremallera, dio un leve sobresalto cuando se dio la vuelta y se encontró con el hombre de la justicia.
—Erick Malverde —saludó con una leve sonrisa.
—No tienes escapatoria, Jonathan Castillo —aseguró el guapo moreno—. Estás detenido.
—Todavía puedo escapar. Apartate de mi camino si no quieres terminar la noche con una bala en medio de tu rostro de muñeca.
De un momento a otro los dos hombres se apuntaron con sus armas, creándose un momento de tensión, era como si uno de los dos no iba a salir vivo de allí.
El rostro de Jonathan Castillo se puso muy pálido, su espalda se enderezó y se tornó muy rígido en estado de alerta. Erick Malverde se dio cuenta de ello, no tuvo tiempo de saber que era, qué ocurría detrás de su espalda. Apenas giró el cuello para saber si había algún visitante, cuando una pesada bota se estrelló en su entrepierna, alguien lo había pateado en las bolas desde atrás.
—¡¡¡AAAAAAAAAAARG!!!
Erick gritó con todas sus fuerzas, parpadeó un par de veces mientras sus rodillas se doblaban, en seguida cayó al sucio suelo y se hizo un ovillo.
De pie estaba el oficial Armando Quiroga y detrás de él con el arma apuntando a Jonathan lo secundaba el policía José.
Jonathan Castillo parecía sorprendido.
—Ahora no quieras venir a hacerte el héroe, Malverde —dijo Armandon Quiroga—. No creas que llegarás a la estación con este imbécil detenido para recuperar tu miserable honor. Ya fuiste humillado por Jonathan y así quedarás.
—Baja el arma, Castillo —ordenó el policía José, el criminal lo ignoró.
Erick Malverde gimoteó. Se estaba agarrando las bolas, con la cara roja y rostro deformado por el dolor.
Armando Quiroga le pateó el costado. —La gloria de esposar a este cabrón no las darás a nosotros, ¿eh, Malverde? ¿Te duelen esos huevos? ¿Te duelen? Espero que sí. Así te acordarás de ellos después que veas nuestro ascenso en la estación policial por haber capturado a este mal nacido. Ya basta de tus días de absurda fama. ¿Quién es patético ahora, eh? ¿Quién es patético?
Erick gimió de dolor.
—No tienes a dónde ir, Castillo —dijo José—. Baja el arma.
Jose Castillo decidió liberar una gran bocanada de aire. Con mirada desafiante, aceptó, de la forma más absurda iba a ser capturado. Depósito su arma en el suelo. De repente, Armando Quiroga se abalanzó sobre él. Lo tiró al suelo y lo esposó colocando sus manos por detrás de la espalda.
Jonathan Castillo gruñó, ahora su ropa también se impregnaba de orine.
Armando Quiroga lo hizo levantar de un tirón.
—¡Dale una paliza! —se escuchó decir a José.
Armando Quiroga levantó la rodilla, golpeando a Jonathan justo en la ingle.
Jonathan gimió, pero Quiroga le impidió doblarse, lo empujó en dirección a José.
—Saca a esta escoria de aquí —ordenó.
José se acercó y empujó a Jonathan fuera del área de baños.
Armando sonrió de forma maliciosa en dirección a Erick.
—¿Qué quieres, hijo de perra? —preguntó Erick con el rostro todavía crispado.
Armando levantó la pierna y lanzó otra fuerte patada en la entrepierna de Erick, clavando la planta del pie en el abultado y débil paquete de Malverde.
Erick gritó a todo pulmón.
Armando Quiroga se inclinó entre las rodillas de Erick, quedando en posición perfecta para pulverizarle sus bolas. Apartó las manos de sus testículos y clavó puñetazo tras puñetazo en los pobres huevos de Erick Malverde. Éste gritó más fuerte con cada golpe.
La maldad de Armando no tenía fin. Desabrochó el jeans de Erick y se los bajó hasta la mitad de las piernas. Erick Malverde gimió. Agarró la cintura de sus calzoncillos y tiró de ellos hacia abajo, revelando la polla flácida de Erick, un salchichón grueso y hermoso acompañado de unas grandes bolas rojas y palpitantes.
—Suéltame, mal nacido —gimió Erick.
—Eres patético, Malverde. Siempre lo has sido, pavoneándote por ahí creyéndote el mejor y mírate ahora. No eres más que una piltrafa —decía Armando con odio y envidia en la voz. Se apoderó de los grandes huevos y los apretó con fuerza.
Erick gritó.
Armando se rió y retorció los testículos de Erick, haciéndole gritar aún más fuerte.
Armando Quiroga continuó apretando los huevos de Erick.
El hombre gimió de dolor.
Soltó los huevos de Erick, dejando que el pobre hombre se acurrucara en el suelo subiéndose el pantalón.
Armando Quiroga se echó a reír. Se puso de pie dejando que la inmensa protuberancia en sus pantalones se mostrara de forma grosera. Una erección lo dominaba.
—Tú también vendrás con nosotros, Malverde —anunció haciendo levantar al guapo defensor de la ley—. Te llevaremos con Jonathan Castillo, así como él tendrás una cita con Rauli.
Erick Malverde tembló y se resistió con un leve gemido.
—Hombre, camina —ordenó Armando haciéndolo marchar—. Rauli se va a divertir jugando con tu salchicha y con la de Jonathan Castillo.
Rauli era un despiadado perro entrenado por las fuerzas de orden para que atrapara a los criminales atacándolo en sus partes íntimas, tenía un amplio historial mordisqueando los testículos y pene de muchos desdichados ladrones a los que dejó como simples eunucos.
Otro excelente capítulo. ¡Gracias! No puedo esperar a ver qué sucede después.
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