Atrapados en el fuego (1/5): Lorenzo - Las Bolas de Pablo

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24 jul 2023

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Atrapados en el fuego (1/5): Lorenzo

AEEF


principio
El agente Jaime Martínez se agachó con cuidado en la cima de la colina, entre el bosquecillo de Ôrboles. Con sus binoculares observó una bocanada de vapor que se elevaba en espiral en el aire fresco de la tarde, el sol apenas comenzaba a ponerse. La misión había sido puesta en marcha y el tiempo era de suma importancia si quería que fuese un éxito.


Un mensajero de La Cofradía había sido capturado seis horas atrÔs durante una operación encubierta cuidadosamente planeada, el hombre reveló que Lorenzo, un notorio ex agente de las Fuerzas Especiales que estaba trabajando para La Cofradía, lo estaba esperando para la mañana siguiente. Si no llegaba a tiempo, todo el depósito entraría en mÔxima alerta y se necesitaría una acción militar para eliminarlo.


El objetivo de Jaime era entrar por el sistema de ventilación, pasar el perímetro de seguridad, luego ingresar en la instalación principal de almacenamiento de armas, establecer suficientes explosivos C4 y hacer que detonara para volar la instalación por las nubes. Las autoridades ya estaban preparando una historia sobre una extraña acumulación de metano subterrÔneo para explicar tal explosión a la sociedad.


Para todo ello vestía con botas pesadas negras, pantalones color crema a prueba de balas ceñidos a sus músculos y una franela del mismo material, con un cinturón de herramientas con cuchillo, pistola con silenciador, cortadores de alambre, binoculares, explosivos C4, teléfono inteligente, ziptie, ganzúas, dispositivo de agarre, una granada de humo, una granada flash bang, una granada de fragmentación en caso de que las cosas se pusieran realmente peligrosas y un Taser para derribos no letales.


El reloj marcaba las 19:31. El enviado de la estación de policía ya debía haber llegado, empezaba a molestarse por su tardanza. Se debatía si entrar solo, porque al parecer todo dependía de él.


—No se preocupe, estamos aquĆ­ para ayudarlo —susurró una voz a su espalda. El hombre que lo habĆ­a tomado por sorpresa, tenĆ­a una sonrisa mientras se agachaba a su lado y ponĆ­a una mano en su espalda suavemente. HabĆ­a aparecido de la forma mĆ”s silenciosa posible—. Si Lorenzo estĆ” aquĆ­, lo necesitamos frente a la justicia, vivo si es posible, pero muerto si es necesario. Te estarĆ© cuidando y confiarĆ© en ti para el resto. ĀæComprendido?

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Se trataba del CapitÔn NicolÔs Romero, quién ayudaría a Jaime en la misión, el recién llegado observó rÔpidamente al acompañante, determinó que era bastante guapo, pero no estaba ahí para juzgar su belleza.


Jaime Martínez lo miró de arriba abajo conteniendo la irritación, que rÔpidamente fue reemplazada por admiración, qué espécimen masculino absolutamente guapo era. Sonrió con tristeza y respondió:


—Oh, sĆ­, entiendo. Yo tengo mi objetivo y tĆŗ tienes el tuyo. Entremos, hagamos nuestro trabajo. Y… por cierto, Āæte importarĆ­a mucho si me dijeras tu nombre y rango? No me informaron a quiĆ©n escoltaba al depósito.


—CapitĆ”n NicolĆ”s Romero, agente especial de la policĆ­a. Lorenzo Martinez, ex CapitĆ”n y Agente Especial es mi objetivo. Espero que seas el verdadero Jaime MartĆ­nez, tienes que serlo. ĀæEstĆ”s listo?


—Estoy listo. Nuestro punto de entrada serĆ” el conducto de ventilación que hay en la colina. La mayor parte de la base estĆ” bajo tierra, por lo que han evitado ser detectados durante tanto tiempo. Tan pronto como oscurezca, saldremos y haremos nuestra entrada. Y es mejor que esperes que yo sea el verdadero hombre, mi amigo, porque si no lo soy, ambos estaremos jodidos. Me he enredado con la CofradĆ­a en el pasado, y dĆ©jame decirte que SON el verdadero enemigo. Hagamos una pequeƱa apuesta, Āæde acuerdo? Si terminas salvĆ”ndome el culo, te invito a unas copas despuĆ©s de que termine esta mierda. De lo contrario, depende de ti. ĀæTrato? —sonrió, extendiendo la mano, los mĆŗsculos de su antebrazo y bĆ­ceps se ondularon con poder.


—Que asĆ­ sea… —dijo NicolĆ”s con una sonrisa—. Me gusta mucho tu apuesta.


—NicolĆ”s, mira, si nos mantenemos justo a la izquierda de la lĆ­nea de la cresta, permanecemos fuera de la vista desde el depósito hasta que estemos a unos 30 metros del pozo. A partir de ahĆ­ es un paseo rĆ”pido a nuestro punto de entrada. IrĆ© bajando, tĆŗ cuĆ­dame la espalda y luego entraremos en la guarida de la bestia. ĀæEntendido?


—Tu culo estarĆ” bien cubierto. Sólo recuerda, Lorenzo es mĆ­o. Tenemos una cuenta que saldar.


Poco a poco el sol fue desapareciendo, cuando fue el momento perfecto, Jaime se puso de pie y le dio una palmada amistosa en el hombro a NicolÔs, sintiendo sus músculos gruesos debajo de su camiseta negra, su pene se contrajo levemente cuando sintió una pequeña chispa de química en el breve contacto.


Bajó a toda velocidad, confiando en que NicolÔs lo seguiría. Cada sentido estaba sintonizado con el entorno, absorbiendo los miles de detalles, se mantuvo agachado, justo debajo de la cima de la cresta, seleccionando expertamente cada paso para minimizar cualquier sonido y proporcionar el mejor equilibrio.


despues
Cuando llegaron al punto mÔs cercano al conducto de ventilación, Jaime se detuvo durante unos veinte segundos, examinando los alrededores en busca de cualquier indicio de que pudieran estar bajo observación o en peligro. No había nada. Corrieron a través del campo abierto, bajo la noche sin luna. Alcanzaron el pozo y rÔpidamente Jaime sacó su pequeño juego de herramientas del cinturón tÔctico, confiando en que su compañero vigilaba. No demoró mucho tiempo, casi un minuto, encontró y cortó los gruesos bucles de alambre de acero. Le entregó la rejilla a NicolÔs para que la sostuviera mientras aseguraba el gancho de agarre, preparÔndose para descender. Se puso un par de guantes negros para protegerse de la fricción mientras bajaba en rÔpel por el pozo. Confiando en que NicolÔs volviese a colocar la reja en su sitio al seguirlo.


Jaime miró hacia arriba mientras NicolÔs ajustaba la rejilla, haciendo mÔs ruido de lo que le hubiera gustado. Aún así continuó desplazÔndose, seguro de que el sonido no se escuchó mÔs allÔ de ellos.


Llegó al fondo del pozo, y era un cruce en T, con dos pozos anchos que conducían a la derecha y a la izquierda. Jaime aguzó sus oídos tratando de escuchar por encima del ruido de fondo. Concluyó que el camino de la izquierda llevaba mÔs profundo bajo tierra, mÔs lejos de la entrada principal.


Juntos se dirigieron hacia la izquierda, teniendo que agacharse casi el doble por el estrecho espacio. Después de 20 metros, encontraron un respiradero de salida. RÔpidamente Jaime trabajó para desenroscar los cuatro pernos que sujetaban la rejilla. Se bajó por el borde de la abertura, sus brazos se tensaron, cayó al suelo lo mÔs silencioso que pudo y se agazapó contra la pared del corredor, mirando a izquierda y derecha, aguzando los oídos, pero sin escuchar ni ver nada.


Cuando NicolÔs se dejó caer, Jaime salió corriendo a un lado de la puerta, esperando que su compañero lo siguiera, pero, de repente, las luces se encendieron y la puerta comenzó a abrirse. QuizÔs había un interruptor de luz en la sala y era la pelea.


Las voces de dos hombres resonó en el pasillo.


—No hay forma de que esos jodidos del Barcelona ganen este partido, Camilo. Ya verĆ”s como El Madrid nos llevarĆ” a la victoria —decĆ­a el hombre que ingresaba a la habitación. Era joven, tal vez de 21 o 22 aƱos, cabello negro con mĆŗsculos apretados claramente definidos en la parte superior del cuerpo. VestĆ­a pantalones de camuflaje verde con botas pesadas negras. Entró en la habitación sin pensar que habĆ­an dos infiltrados.


—Mira, amigo —decĆ­a su acompaƱante—, espero que tengas razón, pero los del Barcelona son buenos.


Cuando la puerta se cerró, NicolÔs dio un paso adelante y con un movimiento suave, envolvió la mano izquierda alrededor del llamado Camilo, al mismo tiempo que desabrochaba el Taser en el cinturón de herramientas y conducía la puntas de metal directamente en su cuello, electrocutÔndolo sin hacer el mayor ruido posible.


Jaime dio un paso detrÔs del primer hombre, le dio una patada en la parte posterior de la rodilla, envolvió el brazo derecho con un cuchillo en la mano alrededor de su garganta, y clavó la rodilla derecha en la parte baja de su espalda, enviÔndolo hacia el suelo con él encima


—Mueve un maldito mĆŗsculo y nunca sabrĆ”s exactamente quĆ© tan buenos son los del Barcelona en el próximo partido —susurró a su oĆ­do—. Vamos a tener una conversación. ĀæMe entiendes? Asiente una vez si me sigues.


El joven llamado Bruno a regañadientes, asintió con la cabeza, aún así sacó de su bolsillo del pantalón un dardo, esperando que ese hombre no se hubiese dado cuenta.


NicolÔs se acercó al joven Bruno, haciendo funcionar el teaser en su oído. Sonriendo le dijo:


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—Escucha, amigo. Vamos a hacer un divertido juego. Se llama ĀæQuiĆ©n te mata mĆ”s rĆ”pido? Para que ganes, tienes que cooperar. Y eso significa que cuando mi amigo te suelte la boca, responderĆ”s a nuestras preguntas... de manera sucinta y no mĆ”s que un susurro. Cualquier cosa mĆ”s que un susurro, cualquier movimiento repentino, si te tiras un pedo, voy a intentar matarte y mi amigo tambiĆ©n. Ambos estamos a 2 centĆ­metros de tu cabeza con nuestras armas. Creo que tengo mejores reflejos, asĆ­ que serĆ© yo. Pero no creo que estĆ© de acuerdo. AsĆ­ que juguemos. No voy a preguntarte si quieres jugar, pero te deseo buena suerte. Ahora. ĀæDónde estĆ” Lorenzo?


Bruno tragó saliva varias veces. Parecía que ninguno de esos dos tipos habían notado el dardo en su mano. Estaba seguro de que después de todo lo iban a matar, así que movió su mano, sus fuertes músculos y sus rÔpidos reflejos impulsaron el dardo hacia arriba y hacia atrÔs, hacia el hombre agachado a su lado. La entrepierna del tipo estaba a una distancia del golpe perfecto. Lo último que haría en vida era golpearlo en las bolas.


Para su suerte Jaime captó el movimiento y respondió a tiempo.


Dejó caer su mano derecha, empujando la empuñadura del cuchillo contra la boca de Bruno, usando al mismo tiempo la mano izquierda para agarrarle la muñeca, a pocos centímetros de que la punta afilada y estrecha se clavara en sus testículos. Aplastó su muñeca, haciendo que el joven soltara el dardo. Luego, cambiando el agarre, su mano izquierda reemplazó a la derecha. Tomó el cuchillo y deliberadamente cortó una línea debajo del ojo derecho del muchacho, liberando un poco de su sangre.


—Eso fue muy valiente, pero muy estĆŗpido —susurró Jaime—. ĀæQuĆ© tal si tomo este cuchillo y te corto las bolas? ĀæLo hago? Me estoy cansando de jugar contigo. Mi amigo te hizo una pregunta. ĀæDónde estĆ” Lorenzo? —presionó el cuchillo mĆ”s fuerte—. Mi amigo estĆ” ansioso de matarte, Ć©l es rĆ”pido y va al grano. Yo, por otro lado, soy un maldito sĆ”dico al que nada le gustarĆ­a mĆ”s que tener una excusa para cortarte las pelotas, una a la vez, solo para ver cuĆ”nto tardas en desangrarte. AsĆ­ que por favor no responda a su pregunta. ConsidĆ©ralo un favor personal.


NicolÔs cogió el dardo del suelo y amenazó a Bruno:


—¿Ibas a tratar de apuƱalarme con esto? —agarró la muƱeca del joven y clavó su mano en el suelo. Dirigió la punta puntiaguda del dardo directamente en la parte superior de su mano, perforando entre el nudillo de su dedo Ć­ndice y medio.


Bruno dejó escapar un grito, que NicolÔs ahogó con su mano libre. Sabía que el tiempo era esencial, Lorenzo no esperaba que sus hombres estuvieran desaparecidos por mucho tiempo.


—Me estĆ”s convenciendo, compaƱero. DeberĆ­amos tomar y cortar sus dos bolas una a la vez, asĆ­ como su polla. ĀæCómo suena eso, Bruno? Lorenzo es un pedazo de mierda que no vale la pena proteger. AsĆ­ que habla.


Bruno miró a los dos hombres mientras la sangre corría por su rostro, la punta del cuchillo estaba a solo centímetros de su globo ocular, miró hacia abajo asqueÔndose con su mano atravesada por el dardo.


—EstĆ” bien... estĆ” bien… —murmuró—. Lorenzo estĆ” en su oficina, dirĆ­janse hasta el final del pasillo y luego giren a la derecha. Eventualmente, llegarĆ”n a un pasillo sin salida y una puerta. La oficina de Lorenzo estĆ” detrĆ”s de la puerta.


Jaime MartĆ­nez afirmó con la cabeza, luego incrustó un fuerte puƱetazo en el crĆ”neo del joven dejĆ”ndolo completamente inconsciente. 


—EstĆ” bien, amigo, buena suerte —dijo—. Creo que aquĆ­ es donde nos separamos. Y… ten cuidado. No me hagas tener que salvarte el culo de nuevo —sonrĆ­o y le dio a NicolĆ”s un amistoso puƱetazo en el hombro mientras se ponĆ­a de pie.


—Tengo reflejos de ninja, compaƱero —respondió NicolĆ”s—. ĀæY cuĆ”ndo fue la Ćŗltima vez que escuchaste que a un ninja le apuƱalan las bolas? No necesitarĆ”s salvar mis bolas o mi trasero. Lorenzo y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo. Ɖl va a estar feliz de verme. Pero probablemente no estĆ© contento con lo que le harĆ©. Una vez que hayas terminado, si quieres volver y disfrutar del espectĆ”culo, sabrĆ”s a dónde ir —agarró la manija de la puerta y la abrió lentamente, comprobando el pasillo. TodavĆ­a estaba tranquilo. Salieron juntos y NicolĆ”s se dirigió por el pasillo segĆŗn las instrucciones. Dobló hacia la izquierda. Luego dobló hacia la derecha, la puerta al final apenas se volvĆ­a visible en la penumbra.


Caminó en silencio, sin saber qué encontraría detrÔs de la puerta, o incluso si esta iba a ser realmente la oficina de Lorenzo.


Hasta que escuchó su voz. Lorenzo estaba al teléfono. Escuchó cuando el hombre hizo una pausa, nadie mÔs tomó la conversación. Podría estar en el altavoz con algunos otros allí escuchando, pero era poco probable. Estaba dispuesto a correr el riesgo: ser descubierto en el pasillo también era un riesgo si esperaba demasiado. Desabotonó el clip de su pistolera y sacó el arma, en caso de que tuviera que disparar, pero si Lorenzo estaba solo, no era una acción necesaria.


Dentro de la oficina, Lorenzo estaba recostado en su silla, con el auricular del telĆ©fono en la mano, escuchando al comandante en la lĆ­nea. Era otra ronda mĆ”s de excusas, el paquete del mensajero ya se habĆ­a retrasado una semana. 


—DĆ©jate de tonterĆ­as, Patricio —decĆ­a—. Tus pelotas estĆ”n en juego si llega tarde —colgó el telĆ©fono de golpe.


Se puso de pie, estirando su gran figura, y sus músculos sólidos. Después de una mala misión que salió mal, el ex agente de la policía se había desilusionado, perdiendo casi todo su escuadrón ante un equipo rival que buscaba venganza por su intromisión en negocio. Había perdido la fe en sus comandantes. Había solicitado un año sabÔtico, y se lo concedieron. Pasó el tiempo tratando de olvidar a sus antiguos compañeros de equipo, tratando de dejar de lado la culpa y la ira que sentía por los malditos comandantes imbéciles e incompetentes que hicieron que mataran a sus compañeros.


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VestĆ­a pantalones blancos, calzado negro y, y una m negra Estaba solo en su oficina.


La mejor manera de olvidar, fue luchar y seguir luchando. Se inscribió en un torneo clandestino y llegó a la cima. Luego de una competencia, un hombre se le había acercado, su nombre era Emilio Acero. Había algo en él que había sido a la vez compasivo y duro como un clavo. En aquella reunión el alcohol hizo su parte, y mientras hablaban refirió detalles sobre sus despliegues como agente de la policía, sobre sus misiones pasadas, sus comandantes, cosas que lo llevarían a un consejo de guerra. Fue entonces cuando lo supo. Había perdido la fe.


Terminó esa noche con Emilio Acero cuidĆ”ndolo, ayudĆ”ndolo a meterse en la cama y dĆ”ndole el sexo anal mĆ”s intenso de su vida. Por supuesto que habĆ­a tenido sexo con otros hombres antes, pero Emilio… habĆ­a algo en Ć©l que lo hacĆ­a cuestionarlo todo. A la maƱana siguiente, despuĆ©s de recuperar la sobriedad, se sintió perdido. Fue entonces cuando Emilio le hizo la oferta. Para trabajar para la CofradĆ­a. ParecĆ­a una idea loca, pero no dudó y aceptó la propuesta.


De vez en cuando, Emilio pasaba para verificar cómo estaba. Pero la verdad era que estaba hambriento del trasero de Lorenzo y, para ser justos, Lorenzo estaba igualmente hambriento por la polla de Acero.


Y en general, la Cofradía lo había tratado bien, le dio su propio mando y le pagó generosamente, especialmente después de que proporcionó información crítica sobre las tÔcticas y el entrenamiento de la policía que le ahorraron a la violenta organización una gran cantidad de dinero burlando a los equipos que tenían la tarea de eliminarlos.


De repente, escuchó un sonido en la puerta. ¿Qué carajo? Todos sabían que no podían entrar en su oficina sin llamar. Su pistola estaba en su cajón, junto con su cuchillo. Se movió hacia la puerta, listo para la acción, sin tiempo para agarrar armas.


NicolƔs y Lorenzo se miraron a los ojos despuƩs de encontrarse por primera vez en tres aƱos.


En el pasado habían ingresado en el equipo militar perteneciendo a la misma promoción. Entre ambos se generó una competencia para demostrar a los superiores quien era el mejor de ellos. Todo entre ambos era una competición y sin embargo, cuando llegaba el momento de los despliegues, lo hacían bien y con éxito. Con el éxito de la misión, llegó el reconocimiento. Los dos ascendieron dos años después, y fueron los primeros capitanes de la policía. El ascenso les dio sus propios equipos de agentes, y ambos dependían del mismo comandante, Cristóbal Carrillo.


En una oportunidad se encontraron en el despacho de Cristóbal para hablar de una próxima misión en la que los dos equipos tendrían que trabajar juntos, pero la agresiva competitividad entre los dos convirtió la conversación en un enorme concurso para determinar qué escuadrón era el mejor. Hubo una discusión a gritos sobre qué grupo era mejor y Carrillo los echó de su despacho y se fue con otros equipos a la misión.


Esa noche, NicolÔs sintió un horrible odio hacia Lorenzo y fue a su casa en la base para follarse a su novia. La había conocido en la fiesta de Navidad del año anterior y desde entonces había estado engañando a Lorenzo semanalmente. NicolÔs tomó eso como una ventaja competitiva frente a su rival cuando su mujer siguió acudiendo a él en busca de placer sexual.


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Lorenzo llegó a casa tarde esa noche, molesto por cómo había sido el día con NicolÔs y con Cristóbal Crrillo. Había ido al bar y estaba borracho. Llegó a casa y se encontró a su rival follÔndose a su novia. Entró en el dormitorio principal y tiró del cuerpo desnudo de su mujer y tiró a NicolÔs en la cómoda junto a la cama.


Enseguida se enfrascaron en una pelea, donde Lorenzo estaba en desventaja por su estado de embriaguez. Terminó derrotado con un golpe de NicolÔs que lo dejó tendido en el suelo.


Luego de eso ambos fueron suspendidos. Con el paso del tiempo NicolÔs regresó al escuadrón mientras que Lorenzo prefirió alejarse, terminó con su novia y firmó acuerdos con la mafia.


Cierta noche se apareció en casa de NicolÔs afirmÔndole que quería una venganza. NicolÔs aceptó, iba a ser un combate cuerpo a cuerpo.


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Los dos se enfrentaron en una habitación vestidos Ćŗnicamente con un calzoncillo tipo bóxer. La pelea se prolongó durante unos 40 minutos, fue un combate muy tĆ©cnico con los dos llenos de adrenalina. Un rĆ”pido enfrentamiento los llevó al suelo, despuĆ©s siguieron combatiendo como leones feroces y NicolĆ”s arrinconó a Lorenzo contra el calentador de agua. 


Lorenzo se aferró a él para tratar de recuperarse y levantó una rodilla contra los testículos de NicolÔs dejÔndolo noqueado y regalando una oportunidad a Lorenzo de ganar ventaja. NicolÔs cayó de rodillas agarrÔndose los huevos, deslizÔndose por el cuerpo de Lorenzo, quien le puso la rodilla en la cara y lo tumbó de espaldas. La cabeza de NicolÔs dio contra el suelo y perdió el conocimiento.


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Cuando se despertó, se encontró colgando de unas sogas sujetas al techo, no tenía escapatoria; Lorenzo se burló de su suerte, se colocó detrÔs de él y le acercó su grueso miembro al trasero, riéndose, penetró a NicolÔs hasta eyacular su gruesa leche en su trasero. Se burló de él, lo hizo con mÔs ganas luego de descubrir la gran erección que NicolÔs también tenía.


Lorenzo lo dejó colgando allĆ­ y encontraron a NicolĆ”s dos dĆ­as despuĆ©s cuando Cristobal Carrillo envió gente a su casa para ver quĆ© estaba pasando. 


No se habían vuelto a ver hasta ese instante de la misión:


—Detente donde estĆ”s, Lorenzo —dijo NicolĆ”s en voz alta. Todo lo que tenĆ­a que hacer era apretar el gatillo. A la policĆ­a no le importarĆ­a, seguro que Lorenzo no regresarĆ­a para ser interrogado, pero un Lorenzo muerto todavĆ­a era valioso y era una solución aceptable—. AllĆ”, junto al sofĆ”, lentamente Lorenzo, mi viejo amigo. ĀæSorprendido de verme?


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