El Doctor Sixto DurĆ”n apareciĆ³ en la entrada del parque vestido de raso negro, escrutĆ³ con la mirada cada una de las personas en aquel verde sitio rodeado de precaria vida, aunque el lugar era grande habĆan pocas personas, la situaciĆ³n de la sociedad no estaba para celebraciones. Una mujer levantĆ³ la mano desde el asiento al final del camino, Ć©l lanzĆ³ un suspiro y se aproximĆ³ hacia ella con el rostro sin mostrar simpatĆa alguna.
—¿CĆ³mo estĆ”s, Sixto? —preguntĆ³ la biĆ³loga Eva Camejo con una discreta sonrisa.
—Bien —respondiĆ³ Sixto a secas—. ¿Para quĆ© me has hecho venir? Estoy ocupado y no puedo dejar de hacer mis actividades.
—Directo al grano, como siempre —declarĆ³ Eva ladeando la cabeza. Su tez era blanca con cabellera negra, la hacia parecer inocente pese a lo fiera que podia reultar—... EstĆ” bien, directo al grano, encontrĆ© la cura para el virus Danah —callĆ³ por un momento observando el rostro el hombre, de tez blanca, cabellos cortos y negros, con cuidada barba y profundos ojos color verdes—, encontrĆ© la soluciĆ³n y tĆŗ eres parte de ella.
Sixto continuĆ³ sin dar alguna muestra de emociĆ³n en el rostro.
El virus Danah habĆa surgido con la extinciĆ³n de una clase de sapos y la mutaciĆ³n de unas bacterias que se mezclaban con las moscas que contaminaban los alimentos y posteriormente infectaban al ser humano. El virus atacaba al sistema inmunolĆ³gico de las personas y podĆa mutar con cualquier otra peste. Los ciudadanos infectados iniciaban con altas fiebres que duraban dĆas, restaba su apetito y defensas, perdida del cabello, dientes y estado de Ć”nimos, la fase terminal del infectado se podĆa accelerar a los 20 dĆas de la infecciĆ³n. Los vectores de la enfermedad comenzaron a ser una nueva especie de moscas rojas que iniciaron al mutar con la bacteria, pero tambien podĆa transmitirse de persona a persona a traves del intercambio de sangre, relaciones sexuales o saliva, el contacto no entraba en la categorĆa de sĆntomas.
La biĆ³loga Eva culminĆ³ de explicar las razones que la llevaron a determinar que el hombre frente a ella era quien podĆa salvar a la humanidad de la epidemia que estaba sufriendo. Fue un estudio secreto que habĆa llevado a cabo y tenĆa las suficientes pruebas para mostrar a Sixto (y asĆ lo hizo mientras le definiĆ³ hasta el mĆ”s mĆnimo de los detalles).
—¡CĆMO TE ATREVES, ESTĆS LOCA! —gritĆ³ abandonando su asiento—. ¡ME PUDISTE HABER MATADO!
—Sixto baja la voz —pidiĆ³ Eva avergonzada—. Cuando te inoculĆ© el virus hace un mes ya estaba segura de mis observaciones, te estudiĆ©, lee esto —le entregĆ³ un papel con resultados de laboratorio—. Eres inmune, el virus no te hizo nada...
—¡ESTĆS LOCA! —volviĆ³ a gritar Sixto haciendo el papel aƱicos, tenĆa el rostro rojo de Ćra—. ERES UNA PSICĆPATA ENFERMA, ME PUDISTE MATAR.
—Sixto, estaba mĆ”s que segura de lo que te hacĆa. Y la muestra que te robe sirviĆ³ para curar a una persona, no se ha hecho oficial pero estĆ” sana.
—VETE A LA MIERDA, NO QUIERO SABER NADA DE TI. Y SI NO QUIERES QUE UN JUEZ TE QUITE TU MALDITO TITULO UNIVERSITARIO NO TE ACERQUES A MĆ.
—Sixto, Sixto —llamĆ³ Eva al doctor que se marchaba sin mirar atrĆ”s. Ella bajo la vista al conjunto de personas que la miraban en el parque, tuvo que sacar de su bolso el celular y hacer una llamada telefĆ³nica—... ¿Hola?... fallĆ³ el plan, no aceptĆ³ y me insultĆ³, es momento de aplicar el plan B... Que nadie salga herido...
II
El doctor Sixto DurĆ”n abandonaba el parque con el ceƱo fruncido, aquella mujer que estaba tras Ć©l habĆa sido su pareja, aquella mujer tras Ć©l le habĆa robado el semen y lo habĆa sometido a estudio, aquella mujer tras Ć©l le habĆa inoculado el virus una noche luego de una relaciĆ³n sexual... el mortal virus, aquella mujer lo habĆa adormecido con un cafĆ© y extrajo su sangre para estudiar su salud... aquella mujer...
"EstĆ” loca" pensaba extrayendo la llave del vehĆculo de su bolsillo. Apenas la introducĆa en la cerradura cuando dos corpulentos hombres se acercaron a Ć©l.
Le amenazaron para que se fueran con Ć©l sin poner mayor resistencia. Sixto se asustĆ³ al saberse secuestrado, intentĆ³ abrir rĆ”pidamente la puerta, uno de sus captores le tomĆ³ del brazo pero Sixto tuvo la delantera al clavarle un puƱetazo en el estĆ³mago. El segundo hombre mĆ”s gordo lo abordĆ³ y entre ambos se dieron intercambios de golpes, puƱetazos por el rostro, ojos, mandĆbula, estĆ³mago.
—¡Hazlo, ahora! —ordenĆ³ el captor mĆ”s gordo cuando finalmente tuvo a Sixto con los brazos doblados tras su espalda.
Pero Sixto no era tonto, sabĆa como defenderse por ello su otro captor debĆa encontrar la manera de reducir su fuerza. CorriĆ³ hacia el doctor que luchaba por liberarse y levantĆ³ el pie chocando el zapato contra sus muslos abiertos, justo en los genitales. AplastĆ”ndo sus testĆculos.
Sixto escapĆ³ un fuerte grito y perdiĆ³ toda resistencia. Lo soltaron al suelo donde cayĆ³ agarrĆ”ndose las bolas.
El gordo le atĆ³ de manos y el otro amarrĆ³ sus pies. Entre los dos lo subieron a la parte trasera de un vehĆculo.
...
El vehĆculo que trasladaba al secuestrado cardiologo se dirigiĆ³ a una edificaciĆ³n muy alta y cerrada, el garaje lucĆa oscuro y frĆo fueron recibidos por Eva que los esperaba de brazos cruzados, aunque en una de sus manos sostenĆa un paƱuelo.
—Tuvimos que colocarle un trapo en la boca, durante el camino empezĆ³ a gritar y no nos convenĆa.
—No se preocupen —pidiĆ³ la mujer—. Lo importante es que ahora estĆ” aquĆ. Que huela esto.
EntregĆ³ al hombre obeso el paƱuelo que, cuando hubo entrado a la parte trasera del vehĆculo y destapado la boca de Sixto, aquel iniciĆ³ un mar de insultos denigrantes para Eva, pronto su cuerpo quedĆ³ tendido en el asiento.
—Llevenlo al salĆ³n estudio, yo me encargo del resto.
Los hombres llevaron entre sus brazos al doctor, siguiendolos iba Eva pensando en la buena manera que sus estudios iban a servir a la ciencia y la humanidad.
El salĆ³n estudio era una reducida habitaciĆ³n de paredes blancas, allĆ depositaron a Sixto en el suelo despues liberarlo de brazos y piernas.
—Busquen la mĆ”quina mientras lo desnudo —ordenĆ³ la mujer.
Ellos le obedecieron y ella se hincĆ³ al lado de Sixto.
QuitĆ³ la franela del inerte hombre tenĆa brazos fuertes y poderosos. MostrĆ³ su pectoral duro y marcado con firmes mĆŗsculos. DepositĆ³ al hombre en el piso y le quitĆ³ los zapatos dejandolos a un lado. Le tomĆ³ un calcetĆn y luego el otro estaban sudados y mantenĆan el olor de sus grandes y largos pies. La mano de la doctora subiĆ³ de las pantorrillas del hombre a sus muslos, tan robustos como los de un futbolista. Eva cerrĆ³ los ojos cuando palpĆ³ la zona genital del doctor, el pantalĆ³n se levantaba con una curvatura donde se ladeaba el pene, suspirĆ³ cuando abriĆ³ su cinturon y contuvo el aliento al abrir y bajar el pantalĆ³n entre las piernas. Bajo aquel abdomen musculoso estaba el bulto grande de la entrepierna del varĆ³n, usaba tambien ropa interior negra.
—EstĆ” todo preparado, doctora —la sobresalto la voz del hombre gordo, tenĆa entre las manos una larga manguera metalica que daba al piso con un extremo de recipiente de cristal.
Eva se alzo manteniendo la frialdad.
—LevĆ”ntenlo y atenlo. Voy a prepararme.
Ella saliĆ³ del salĆ³n-estudio mientras aquel gordo se agachaba a un lado de Sixto. Cuando Eva regresĆ³ en menos de dos minutos tenĆa puesta una bata blanca, el cabello recogido y guantes entre sus manos cargaba una jeringa con un lĆquido que sacarĆa a Sixto de su sognolencia, no se sorprendiĆ³ cuando sus ojos vieron a Sixto de brazos alzados y con el pene atrapado dentro de la manguera metalica.
—Dejenme sola hacer mi trabajo —ordenĆ³.
InsertĆ³ la aguja dentro del brazo de Sixto mientras el gordo salĆa del salĆ³n cerrando la puerta.
Cinco minutos le tardĆ³ a Sixto volver en sĆ, reaccionĆ³ moviendo los ojos y lanzando diferentes insultos a aquella mujer.
—¿QuĆ© hago, aquĆ? ¡SUELTAME, SUELTAME, LOCA!
—Tu nombre quedarĆ” escrito en los libros de historia —dijo Eva, encendiĆ³ la mĆ”quina que empezĆ³ a hacer frios movimientos en la manguera sobre el flĆ”cido pene de Sixto—. TĆŗ y yo juramos al graduarnos que nuestra labor era velar por la salud de las personas. DescubrĆ una cura infalible... apĆ³yame.
Ella lo abrazĆ³ fuertemente y comenzĆ³ a besarlo en el cuello y los labios, Sixto cerrĆ³ los ojos y no pudo evitar que su pene se endureciera y se alzara imponente como el rey de los penes. La manguera continuaba moviendose sobre el falo haciendo movimientos hacia arriba y abajo, como una vagina o un agujero.
Eva retrocediĆ³ observando con una sonrisa en la boca como Sixto lucĆa salvaje y sensual con la manguera atada a su erecto pene.
Eva se acercĆ³ otra vez a Sixto acariciĆ³ su abdomen, el pecho y le susurrĆ³ lentamente al oĆdo.
—SalvarĆ”s a la humanidad, sĆ³lo necesito de tu ayuda...
Lo beso en los labios y ambos cerraron los ojos. De repente, Eva apretĆ³ los testĆculos de su exnovio con fuerza, haciendo que los ojos de Sixto se abrieran ensanchandose con fuerza mientras dejaba escapar un grito de angustia.
Eva se apartĆ³ de sus labios y mirandole a los ojos le recorriĆ³ la ancha espalda con su mano libre luego se paseo por el pectoral y le beso los pezones.
—Piensa que esa maquina soy yo —le rogĆ³ en un susurrĆ³ mientras le besaba el cuello sin apartas su cuerpo al de Ć©l.
Con un nuevo beso en los labios le frotĆ³ las pesadas bolas a ese macho.
"Dios, me encantan estas pelotas... las que proporcionan la cura" pensaba Eva ", sus dĆ©biles y suaves huevas" sus manos volvieron a sostener aquel par de joyas, las cuales apretĆ³ y retorciĆ³ en su mano provocando que Sixto soltara un gemido de dolor. Ella lo miraba con cariƱo a los ojos.
La enome erecciĆ³n del doctor seguĆa bombeando aquella manguera metalica, parecĆa como si penetrara a aquella mujer que lo abrazaba con la manguera entre sus piernas.
Apartando sus labios de los de Eva, Sixto lanzĆ³ un leve gemido empezaba a mover la cadera a ritmo que bombeaba la mĆ”quina.
A poco tiempo ambos empezaban a emitir gemidos y quejidos que iban en aumento. Tambien Eva se sentia humeda, presa de aquel grueso macho, deseaba que en realidad la desgarrara con su pene, que esa milagrosa leche fuera solo para ella.
Sixto cerrĆ³ los ojos... lĆquido preseminal brotĆ³ de su pene para resbalar en la manguera.
Otra vez la mano de Eva se trasladĆ³ a los genitales de Sixto sosteniendo sus hermosas pelotas.
—¡OOOooooohhhh! —susurrĆ³ Sixto. Su rostro brillaba en sudor mientras sus ojos se humedecĆan.
Eva retorciĆ³ aquel par de testĆculos, Sixto arqueĆ³ la espalda y gritĆ³, entonces todo sucediĆ³...
De su pene saliĆ³ una rĆ”faga espesa de semen, caliente, blanca y cremosa, cruzaba con espesura el tubo, como un escupitajo, la segunda y la tercera contĆ³ con la misma reaccion: una soluciĆ³n de masa viscosa llena de proteĆnas se concentraba en el recipiente. El pene brotĆ³ un cuarto y quinto lechazo con menos fuerza pero con igual contundencia.
Eva hubo de doblar las bolas y seguir apretandolas como pasta dental. Sixto gritĆ³ y sus brazos se tensaron mientras colgaban de unas cadenas al techo.
El sexo y septimo lechazo se formĆ³ de su pene y bajo por la manguera lentamente.
Sus testĆculos continuaron siendo exprimidos.
Fue a la decima eyaculaciĆ³n que sus cojones quedaron completamente drenados y su pene ya flĆ”cido y sin fuerzas.
Ćl jadeaba como animal herido.
—Descansa —susurrĆ³ Eva a su oido mientras le acariciaba el pecho con dedicaciĆ³n—. Lo hiciste bien, eres un toro... gracias a ti salvarĆ”s a muchas personas.
Sixto cerrĆ³ los ojos descansando, jadeaba intentando regularizar su respiraciĆ³n.
Eva retirĆ³ la manguera del pene de Sixto y le entregĆ³ un beso al miembro, todavĆa olĆa a semen y a metal. AgarrĆ³ el recipiente que estaba pesado. CaminĆ³ a la puerta y saliĆ³ del salĆ³n-estudio.
Una mujer en el pasillo con una bata le preguntĆ³:
—¿CĆ³mo resultĆ³ todo?
—Ha sido un Ć©xito, vayamos a preparar el medicamento.
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