CONTIENE
BALLBUSTING MUJER/HOMBRE
Graciela conducía su vehículo por las calles nocturnas de su ciudad. Le dio a su hijo la excusa de reunirse con unas amigas para tomar algunas bebidas y charlar.
—Llegaré tarde, así que no me esperes —le había dicho—. Además, se portan bien —agregó mirándolo de manera seria mientras Víctor abrazaba a su novia Noelia en el sofá—. No quiero ser abuela todavía.
—¡Mamá!
Pero en realidad Graciela Chacón no se dirigía a reunirse con amigas sino que iba al departamento de su ex esposo, Daniel Lombardo. La mañana de ese día el hombre decidió re inaugurar su tienda de pasteles. El lugar lucía más bonito, adaptado a la nueva época y ofrecía grandiosos pasteles. Seguramente a partir de la fecha Daniel iba a tener mejor suerte. Era la primera vez que se veían después de unas intensas horas de pasión que tuvieron muchas semanas atrás. Graciela asistió a la inauguración.
—No esperaba verte aquí —le dijo un sorprendido Daniel.
—Necesito revisar a mi competencia —respondió Graciela—. Tu local ha quedado muy bonito.
—Oh. Ahora si le daré batalla a la pastelería del frente.
Graciela levantó una ceja en actitud déspota.
Daniel sonrió y continuó.
—Me gustaría celebrar esta re inauguración contigo en privado esta noche. ¿Podríamos vernos?
—Está bien.
Y así quedó pautada la íntima reunión. Pero en realidad Graciela estaba furiosa. La última vez que tuvo contacto con su ex fue tras un delicioso sexo, después de aquello el hombre desapareció de su vida con la excusa de hacer un viaje mientras remodelaban su local. Entonces volvía a aparecer pero invitándola a pasar una nueva noche de intimidad.
—¿Qué se ha creído ese idiota? —decía Graciela mientras estacionaba su vehículo en el interior de su propio local de pasteles bajo resguardo de ojos chismosos—. No soy su puta.
Telefoneó a Daniel indicándole que ya había llegado. Él no demoró en abrir la puerta de su departamento y ella en pocos segundos ingresó sin levantar sospecha.
Daniel la invitó al comedor donde estaba una cena bajo la luz de unas románticas velas. Graciela se sintió halagada pero igualmente seguía en furia interna.
«No soy su puta» se repetía.
Después de aquella ligera cena, Daniel la invitó al sillón de la sala le entregó varios besos mientras oían música suave en inglés. Él le indicó que estuvo de viaje visitando a su hermana y que también hizo algunos cursos de pastelería para mejorar la técnica.
Miraba como un romántico a Graciela y la besaba, la abrazó y la hizo acostarse sobre él en el sillón. Ella sintió allí su pequeña erección.
—¿Vamos a la habitación?.
—Vamos —sonrió Graciela.
Salieron del sillón y el cogiéndola de la mano la condujo a su habitación.
«No soy su puta» se repitió Graciela.
Encerrados en la intimidad se comenzaron a quitar la ropa mientras intercambiaban besos, saliva y caricias.
—Te amo, mi amor —él le confesó—. Y quiero volver a vivir contigo de nuevo. Vamos a intentarlo.
—¿Me amas? —tras esa interrogación la actitud amable de Graciela cambio, incluso su mirada y Daniel nada entendió—. ¿Me amas y en tu ausencia de viaje nunca te quisiste comunicar conmigo? ¡¿Qué te has creído?! ¡No soy tu puta!
—¡No soy tu puta, estúpido! —gritó Graciela—. ¿Qué te has creído, inútil? ¡A Graciela no la busco más, no tengo contacto con ella y cuando vuelva me revuelco con ella como la perra que es! ¡Pues no, idiota!
Daniel miró hacia arriba. Su rostro se doblaba de dolor.
—Lo hice…porque necesitaba meditar —confesó.
—¿Meditar, idiota? —preguntó Graciela con mirada asesina. Daniel intentó levantarse—. ¿Qué necesitas meditar después de aquella fascinante noche que pasamos.
—¡No soy tu puta! —repitió Graciela—. Tampoco me conoces hace dos días para tener que meditar cosas.
Daniel Lombardo cayó de rodillas, gimiendo de dolor.
—Perdóname —intervino Daniel quejándose de dolor, agarrando sus bolas—. Mi intención nunca ha sido ofenderte. ¡Te amo!
—¡Ve y ama a tu abuela! —indicó Graciela cogiendo su ropa.
Con sus testículos magullados y maltratados, Daniel observó a la rubia comenzar a vestirse.
—¡No te vayas! —le rogó. Empezaba a sentirse culpable de su estúpida reacción, ese tiempo que se separó de la mujer sin ningún tipo de contacto lo empleó para pensar que tipo de relación tomar con ella. Claramente la amaba y seguramente ella a él.
Las bolas le dolían a Daniel, cada esperma que se preciaba dentro de sus testículos implosionó instantáneamente, convirtiendo su potente y preciosa leche en salsa débil.
—¡Oh, me duele! —dijo—. Graciela, no te vayas.
Graciela terminó de ponerse la ropa mientras Daniel todavía se retorcía en el suelo.
—No soy tu puta. Conmigo te has equivocado.
—¡Perdóname!
Graciela no se tomó la molestia de escucharlo. Abandonó la habitación sin oír los lamentos de perdón de parte de Daniel.
La rubia Chacón caminó enfurecida por el departamento con dirección a la salida. Atravesó la cocina y vio los platos de la comida y las románticas velas rojas consumiéndose. Pasó por la sala y se recordó como minutos previos ambos se divirtieron en el mueble.
—Idiota —susurró.
En su habitación Daniel Lombardo estaba con el abdomen pegado al suelo, ambas manos sujetaban su maltratada hombría, ¡le dolían tanto las bolas que el efecto de su dolor lo demostraba con la mejilla dando al suelo y quejándose.
—Ay, ay —poco a poco salían de sus labios.
El ruido de la puerta abriéndose le anunció que Graciela se había regresado.
—¡Eres un cretino, Daniel! —dijo ella.
Lo ayudó a levantar y con cuidado lo hizo acostar en la cama.
—Me duelen las bolas —confesó Daniel agarrándose de los huevitos.
—Te lo mereces por idiota —dijo Graciela. Con eso se echó a reír—. Te daré un masaje reconfortante.
Con cuidado palpó los genitales del macho, regalándole suaves caricias. Daniel gimió cuando su pene reaccionó con una dolorosa erección y Graciela se echó a reír masajeando el par de cojones.
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