Martín Santana el dueño del emporio de moda de ropa interior estaba decidido a ganar la competencia, no solo por el prestigio, sino por el honor de su familia que estaba en juego. Sabía que necesitaba una estrategia para ganar a Marcos Chacón, el gran favorito y uno de los más fuertes. Por esa razón, convocó a los otros desafiantes para establecer una alianza, Piero Riganti, Hugo Ladera y Jeremías Salinas, asistieron a su oficina para mejorar sus posibilidades de éxito.
Martín les explicó que conocía la fuerza y resistencia de Marcos Chacón, detalló que era el hombre con los testículos más grandes y resistentes de la competencia y que si todos se unían en su contra podrían sacarlo del juego.
Piero Riganti, que siempre había sido un poco escéptico, y un buen amigo de Marcos en temas de negocios comerciales, preguntó:
—¿Estás seguro de que necesitamos hacer esto? No es como si Marcos fuera invencible.
—¡Oh, claro que lo es! —interrumpió Martín—. Siempre que hay una competencia ballbusting el muy desgraciado sale vencedor. Muchos aquí lo conocemos, pero soy yo quien se ha hecho más su amigo.
—Yo estoy dentro —dijo Hugo Ladera muy entusiasmado—. Siempre he querido competir contra Marcos, ¿han visto como se le marcan las bolas en el pantalón? Estoy seguro de que si nos unimos en su contra lo dejaremos derrotado. Ya después nos enfrentaremos entre nosotros para tener al ganador.
Jeremías Salinas por otro lado, se mostraba todavía reticente, acariciaba la hebilla de su cinturón sin levantar la vista. —No estoy seguro de si quiero participar en esto, chicos. No me siento cómodo lastimando a Marcos en algo así. Ha sido un buen amigo de nuestra familia y un par de veces nos ofreció asilo en su casa mientras viajabamos a la ciudad.
—¡Pero, Jeremías! —interrumpió Martín—. ¡Necesitamos tu ayuda! Contigo de nuestro lado podemos vencer a Marcos Chacón.
Jeremías se tomó un momento para pensar y luego dijo: —No lo sé, no es leal cometer esta alianza.
Martín lo miró directamente a los ojos y dijo:
—¿Qué no te parece qué? ¿Y entonces? ¿Vas a ir corriendo con el chisme a Marcos? ¿Lo vas a poner alerta? —estalló de rabia atacando a Jeremías. Un devastador puñetazo salió disparado entre las piernas del vaquero y destrozó sus testículos con un sonoro crujido.
Jeremías Salinas aulló de dolor, no pudo sostenerse sobre sus piernas y cayó de costado. El pobre vaquero rodó, retorciéndose en agonía, agarrándose las maltratadas gónadas.
—¡Mis bolas! —gritaba—. ¡Aaaaaq! ¡No, mis bolas!
—¡No me gustan los chismosos! —dijo Martín caminando hacia Jeremías—. Así que no voy a permitir que vayas a contarle a Marcos de nuestros planes, ¿no es así, muchachos? —Hubo dos respuestas afirmativas.
—¡No soy chismoso! ¡No le voy a contar nada! —gritó Jeremías de rabia. Su talón salió disparado hacia arriba y se estrelló contra la entrepierna de Martín, aplastando sus colgantes bolas y levantándolo del suelo.
Por un breve momento, Martín se quedó congelado, hasta que abrió la mandíbula y emitió un grito silencioso sintiendo dolor en ambos testículos. Sus grandes y viriles glándulas masculinas habían sido aplastadas por el talón del vaquero y le dolía tanto.
Una ola de dolor punzante inundó repentinamente sus entrañas, rompiendo su trance y convirtiendo sus poderosos músculos en gelatina. Soltó un sonido de sibilancia cuando su cuerpo se desplomó hacia adelante y sus manos se trasladaron a su ingle. Luego se tambaleó hacia atrás mientras sus dedos buscaban con pánico sus pobres gónadas destrozadas. Su rostro estaba mortalmente pálido y su boca estaba muy abierta cuando comenzó a toser y tener arcadas.
—¡No soy un chismoso! —repitió Jeremías sentándose en el suelo con las manos todavía agarrando sus huevos.
Martín se retorcía en agonía tocando sus gónadas. Arqueó la espalda y lanzó un rugido salvaje parecido a un león herido. Apretó los dientes y gruñó ferozmente.
—Ya, Jeremías —dijo Piero Riganti acercándose al vaquero—, confíamos en ti, no eres un chismoso y no contarás nada de la alianza a Marcos Chacón —le tendió la mano para ayudarlo a levantar—, si no quieres participar, todo estará bien.
Jeremias aceptó su mano y comenzó a alzarse sobre sus piernas, pero de repente, su puño se elevó entre los muslos del hombre trajeado, clavando sus regordetas bolas en su pelvis.
—¡Toma eso! ¡Cabrón! —gritó el vaquero.
El semental ex ministro de turismo cayó de rodillas, sus ojos casi se salen de su cabeza. Sus manos se aferraron desesperadamente a sus pulverizadas y palpitantes gónadas mientras aullaba de dolor.
Jeremías en contraste se levantó con una mano sobando su entrepierna, todavía estaba doblado. Tanto Martin como Piero estaban en el suelo, convalecientes de dolor. El vaquero echó una mirada a Hugo Ladera, el semental de la selva retrocedió cubriéndose la entrepierna.
Jeremías dio un respingo y repitió:
—¡No soy un chismoso!
Y se fue de la oficina.
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