La competencia de los patriarcas - Las Bolas de Pablo

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26 jun 2023

La competencia de los patriarcas

En un improvisado espacio cubierto por telas Marcos ChacĆ³n se quitĆ³ los pantalones, quedando en calzoncillos negros donde se marcaba su pene de buen tamaƱo y las dos grandes y jugosas bolas que le colgaban.


Estaba acompaƱado por su amigo Piero Riganti que sonriĆ³ tĆ­midamente.


—Tengo mucha confianza —hablaba Marcos—, no en vano mi familia siempre triunfa. Soy bueno y mis muchachos tambiĆ©n, Israel, SimĆ³n, Pablo, estoy orgulloso de ellos —el hombre de avanzada edad, pero musculoso sonriĆ³ brillantemente y se quitĆ³ los calzoncillos, dejando que su amplia dotaciĆ³n se balanceara entre sus piernas. Su pene estaba medio duro, se lo acariciĆ³ varias veces hasta que alcanzĆ³ un majestuoso grosor, luego le guiĆ±Ć³ un ojo a su que sintiĆ³ una erecciĆ³n al verlo.


—SĆ­, me consta de la buena fama de los ChacĆ³n —afirmĆ³ Piero saboreando sus labios con la mirada fija en la entrepierna de Marcos—, son hombres victoriosos, ¿cierto, Marcos? —se acercĆ³ a su amigo y le comenzĆ³ a acariciar la polla, lo que hizo que Marcos sonriera—. Sin embargo, no te debes confiar, los Riganti, Salinas, Ladera y Santana no te la vamos a poner fĆ”cil, todos somos muy competitivos.


El apuesto y musculoso semental ChacĆ³n tenĆ­a expresiĆ³n de absoluta confianza, mientras Piero le acariciaba el erecto pene de arriba hacia abajo.


Piero se inclinĆ³ ante la oreja de Marcos y le susurrĆ³ suavemente:


¿Tienes bastante leche para sacar ahĆ­ abajo?


—Mucho —respondiĆ³ Marcos con los ojos cerrados.


Piero se arrodillĆ³ frente a Marcos, el patriarca ChacĆ³n cerrĆ³ los ojos y Piero cerrĆ³ el puƱo y con los ojos fijos en el blanco golpeĆ³ el escroto de Marcos ChacĆ³n con ambas manos cerradas, maltratando la hombrĆ­a del apuesto arquitecto alternativamente con su puƱo derecho e izquierdo.


Los ojos de Marcos se abrieron de par en par, sintiendo un horrible y clĆ”sico dolor en sus grandes toronjas. GimiĆ³ y se doblĆ³. Sus manos agarraron sus testĆ­culos mientras su polla seguĆ­a dura como roca.


—Gracias por la invitaciĆ³n, pero estoy enfocado en mi prueba —se burlĆ³ Piero levantĆ”ndose.


Marcos ChacĆ³n gimiĆ³ y masajeĆ³ sus palpitantes albĆ³ndigas. Se arrodillĆ³ y se quejĆ³ de dolor.


Piero se echĆ³ a reĆ­r abandonando el improvisado espacio.


Veinte minutos despuĆ©s Marcos saliĆ³ del lugar, la prueba iba a realizarse en una plaza pĆŗblica. El patriarca ChacĆ³n tenĆ­a puesto Ćŗnicamente un apretado calzoncillo que apenas contenĆ­a sus genitales, ocupĆ³ un banco donde observĆ³ el ambiente. Hugo Ladera se sentĆ³ a su lado, al igual que Ć©l tenĆ­a puesto un calzoncillo ajustado negro.


—¿Hace bastante calor, cierto? —preguntĆ³ el joven.


—SĆ­ —afirmĆ³ Marcos—. No es que la regiĆ³n sea calurosa, pero siempre ha sido fresca. Cambio climĆ”tico dirĆ­an los ecologistas.


—Calurosa como el calor de la batalla —afirmĆ³ Hugo. Se quedĆ³ mirando a lo lejos—. Oye, Marcos, ¿quĆ© es aquello? —seƱalĆ³ hacia el final lejano de la calle.


—¿QuĆ©? —Marcos entornĆ³ los ojos.


Hugo sonriĆ³ y moviĆ³ rĆ”pidamente su mano, dando una fuerte palmada con el dorso en las jugosas gĆ³nadas de Marcos.


Los ojos de Marcos se abrieron y humedecieron dejando escapar un fuerte gemido.


—¡JA, JA, JA! —Hugo se levantĆ³ del asiento acomodĆ”ndose el bulto con una mano mientras abandonaba el asiento.


Marcos apretĆ³ los dientes y se inclinĆ³ a un lado agarrĆ”ndose las pelotas.


El tercer y devastador golpe que Marcos recibiĆ³ en las bolas en la previa del evento, fue una patada por detrĆ”s por parte de MartĆ­n Santana. El apetecible hombre hacĆ­a un estiramiento cuando el zapato del rival se interpuso en sus testĆ­culos.


SaltĆ³ en el aire y luego cayĆ³ al suelo revolcĆ”ndose de dolor mientras MartĆ­n se agarraba el estĆ³mago, riĆ©ndose.


Minutos mĆ”s tarde el grupo de patriarcas, compuesto por Marcos, Piero, JeremĆ­as, Hugo y MartĆ­n, se reunieron en la meta para la primera prueba que consistĆ­a en una carrera a pie. Farid, el organizador de la competiciĆ³n los miraba a todos para recordarle la regla principal. Los cinco corredores se encontraban en apretados calzoncillos en el punto de partida, ubicado en la plaza principal del pueblo.


—¡AtenciĆ³n, corredores! —dijo Farid muy animado—. La carrera serĆ” de cinco kilĆ³metros, desde aquĆ­ hasta la hacienda ChacĆ³n. No hay atajos ni trampas permitidas. El Ćŗltimo en llegar serĆ” el perdedor, y como ya acordamos, deberĆ” recibir una sesiĆ³n ballbusting de parte de sus compaƱeros. ¿EstĆ”n listos?


Todos los competidores asintieron con entusiasmo. Marcos, sin embargo, estaba preocupado, todavƭa tenƭa un dolor en los huevos que le molestaba, pero no querƭa admitirlo frente a los demƔs.


Farid levantĆ³ una bandera roja y contĆ³ en voz alta.


—¡En sus marcas, listos, fuera!


Al bajar la bandera, los participantes comenzaron a correr. Piero Riganti tomĆ³ la delantera desde el principio, seguido de cerca por JeremĆ­as Salinas y Hugo Ladera. MartĆ­n y Marcos se quedaron un poco atrĆ”s, pero mantenĆ­an un buen ritmo.


La carrera continuĆ³ a travĆ©s de las pintorescas calles del pueblo, con sus casas de colores y adoquines desgastados. Los espectadores animaban a los corredores desde las aceras, aplaudiendo y vitoreando.


Piero parecĆ­a imparable con su ropa interior blanca. Sus zancadas largas y su respiraciĆ³n controlada lo mantenĆ­an en primer lugar. JeremĆ­as Salinas intentaba alcanzarlo, pero no lograba cerrar la brecha.


Hugo, por otro lado, habĆ­a decidido conservar su energĆ­a para el tramo final. Llevaba un bĆ³xer negro, y aunque estaba un poco rezagado, se mantenĆ­a cerca de los lĆ­deres.


MartĆ­n y Marcos lucharon en la parte trasera del grupo. MartĆ­n, con su pecho sudado y pantaloncillos rojos, parecĆ­a tranquilo y calculador, mientras que Marcos, vestido con su bĆ³xer negro, empezaba a sentir mĆ”s dolor en sus testĆ­culos.


Al llegar a la mitad de la carrera, debĆ­an cruzar una colina empinada. Los corredores comenzaron a sentir fatiga en sus piernas y sus pulmones. Fue en ese momento cuando Piero comenzĆ³ a perder terreno, y JeremĆ­as aprovechĆ³ la oportunidad para tomar la delantera.


Marcos, luchando contra el dolor, intentĆ³ acelerar el paso para no quedar atrĆ”s. Sin embargo, sus cojones no se lo permitĆ­an, y cada zancada se volvĆ­a mĆ”s difĆ­cil que la anterior.


En el Ćŗltimo tramo de la carrera, Hugo Ladera puso en marcha su estrategia. AumentĆ³ la velocidad y comenzĆ³ a acercarse a JeremĆ­as y Piero. MartĆ­n tambiĆ©n incrementĆ³ su ritmo, dejando a Marcos cada vez mĆ”s atrĆ”s.


Finalmente, los corredores alcanzaron la entrada en la hacienda familiar, con una vista impresionante del pueblo. JeremĆ­as cruzĆ³ la lĆ­nea de meta en primer lugar, seguido de cerca por Hugo y Piero. MartĆ­n llegĆ³ poco despuĆ©s, mientras que Marcos, jadeante y adolorido, llegĆ³ varios minutos mĆ”s tarde.


—¡Felicitaciones, JeremĆ­as Salinas, nuestro ganador! —anunciĆ³ Farid— Y Marcos ChacĆ³n, como Ćŗltimo en llegar, ya sabes lo que te toca.

JeremĆ­as el ganador

Marcos, con una sonrisa forzada y la mano en sus testĆ­culos, asintiĆ³ con resignaciĆ³n, era la primera derrota a la que cedĆ­a por el pesado dolor de huevos que tenĆ­a. Los cuatro hombres lo miraron, sintiĆ³ miedo, pero finalmente se llenĆ³ de valentĆ­a. SerĆ­a ahora o nunca. AbriĆ³ las piernas y se llevĆ³ las manos a la cabeza.


JeremĆ­as Salinas se acercĆ³ a Ć©l.


—Vaya, amigo, sabes que te aprecio —dijo el vaquero bebiendo agua—, pero… reglas son reglas…


Con una fuerte patada aplastĆ³ las grandes gĆ³nadas de Marcos contra su cuerpo.


—¡MMMMMMmmmmmmmm! —fue el sonido que hizo Marcos apretando los labios.


JeremĆ­as sonriĆ³.


Piero tomĆ³ su lugar.


Las bolas de Marcos recibieron un potente rodillazo que hizo al guapo arquitecto gemir y doblarse agarrƔndose los testƭculos.


Piero sonriĆ³ y sus amigos le aplaudieron.


Marcos se veĆ­a que ya no podĆ­a resistir tanto. Estaba sudando y jadeando, sus manos pegadas a su entrepierna mientras trataba de alejarse del dolor, tenĆ­a serios problemas. Se arrodillĆ³ y se encogiĆ³. Pasaron los primeros dos minutos y no se levantaba.


Sus compaƱeros emitieron algunas risas y algunos comentarios de Ɣnimos.


Marcos gimiĆ³ y apretĆ³ el puƱo derecho, mientras que el izquierdo seguĆ­a acariciando su dolorida virilidad. Se puso de pie y recibiĆ³ un puƱetazo en las bolas de parte de Hugo que le hizo hacer una mueca, renovando su dolor.


—¡MartĆ­n Salinas! —invitĆ³ Hugo.


El dueƱo del emporio de moda se arrodillĆ³ frente a Marcos y conectĆ³ una serie de poderosos uppercuts en los enrojecidos huevos.


Marcos gritaba mƔs y mƔs fuerte con cada golpe antes de finalmente darse por vencido y colapsar en el suelo.


Los competidores afirmaron, rieron y aplaudieron.


Marcos ChacĆ³n se retorcĆ­a en el suelo, sosteniendo sus bolas y gimiendo de dolor.


—Marcos, esto aĆŗn no termina —dijo Farid—. JeremĆ­as, es tu gran triunfo.


El vaquero se hundiĆ³ de hombros y se arrodillĆ³ junto a Marcos, le ayudĆ³ a separar las piernas, apartar las manos de sus huevos y golpeĆ³ con los puƱos las pobres y grandes bolas de Marcos, aplastĆ”ndolas contra su entrepierna y haciendo que Marcos gritara de dolor.


El vaquero se apoderĆ³ de aquel impresionante cojunto de huevos y los empezĆ³ a exprimir en su mano.


Los ojos de Marcos se abrieron y su boca hizo un grito silencioso. Sus cejas se levantaron y sus ojos rodaron hacia atrƔs mientras colapsaba de dolor.


Finalmente se quedĆ³ en el suelo, inconsciente. Su fuerte cuerpo estaba sin moverse mientras que su dura polla levantaba su bĆ³xer con una dura erecciĆ³n. Farid se arrodillĆ³ a su lado abofeteando su rostro, devolviĆ©ndole al mundo del dolor de bolas y haciĆ©ndolo acurrucarse en una posiciĆ³n fetal. TodavĆ­a tenĆ­a su enorme erecciĆ³n, pero por lo demĆ”s no parecĆ­a estar muy feliz... Sollozaba y gemĆ­a, sobando sus testĆ­culos y retorciĆ©ndose en el suelo.


—Pobre, Marcos —se riĆ³ Farid—. Eso fue humillante…


Le tomĆ³ bastante tiempo levantarse, pero gimiĆ³ y se enderezĆ³.


—ContinĆŗa, Piero.


Piero Riganti se echĆ³ a reĆ­r y se arrodillĆ³ frente a Ć©l. Sin tanto disimulo le bajĆ³ la ropa interior dejando la hermosa desnudez de ChacĆ³n al aire libre. CerrĆ³ la mano derecha en un puƱo, agarrĆ³ las pelotas de Marcos con su mano izquierda y la sostuvo detrĆ”s de las bolas


Marcos gimiĆ³.


Piero golpeĆ³ su puƱo derecho contra su mano izquierda, con las delicadas gĆ³nadas de Marcos en el medio. Fueron golpeadas cruelmente y ChacĆ³n gritĆ³ de dolor.


Piero repitiĆ³ la maniobra.


Marcos volviĆ³ a gritar, solo que mĆ”s fuerte, cuando sus bolas recibieron toda la fuerza del impacto y fueron aplastadas entre los nudillos de Piero y su palma.


Al tercer golpe, Marcos dejĆ³ de gritar. Estaba en shock con la mirada perdida y cristalizada.


—Me sorprende que esos cocos no hayan explotado… —susurrĆ³ MartĆ­n.


—Son bastante duros —afirmĆ³ Farid.


Piero soltĆ³ los testĆ­culos de Marcos.


Los ojos de ChacĆ³n se cruzaron y su boca se abriĆ³ para dejar escapar un sonido largo, ronco y doloroso, luego de eso se derrumbĆ³ en el suelo, rodando con las manos entre las piernas y los ojos cerrados, sollozando de dolor. Su furiosa erecciĆ³n sobresalĆ­a por encima de sus manos. GimiĆ³ y rodĆ³ hacia un lado, acurrucĆ”ndose en posiciĆ³n fetal, apretando sus maltrechos testĆ­culos.


—Si Marcos se recupera es tu turno, Hugo —anunciĆ³ Farid.


Ignorando la explicaciĆ³n, Hugo Ladera echĆ³ a correr y pateĆ³ a toda velocidad las bolas de Marcos con un golpe duro.


ChacĆ³n soltĆ³ un fuerte grito, al mismo tiempo su polla se contrajo, comenzĆ³ a retorcerse pobremente como un gusano en el suelo. Una fina capa de sudor cubrĆ­a su cuerpo desnudo mientras intentaba deshacerse del dolor, acariciando sus bolas y jadeando pesadamente.


—Por no esperarte, pierdes tu turno —dijo Farid con el rostro doblado—. MartĆ­n, estĆ”s al tanto.


—Yo tampoco voy a esperar a que se recupere —anunciĆ³ MartĆ­n frotĆ”ndose las manos, se acercĆ³ a Marcos y se puso de rodillas. ApretĆ³ su puƱo derecho y destrozĆ³ las bolas de ChacĆ³n a puƱetazos.


Las dos gĆ³nadas fueron aplastadas entre los duros nudillos de MartĆ­n y el cuerpo de Marcos.


MartĆ­n se asegurĆ³ de clavar su puƱo en las bolas golpeĆ”ndolas a un ritmo constante, triturando las delicadas y grandes toronjas cada cuatro o cinco segundos.


El rostro de Marcos se puso pƔlido y sus gritos se hicieron mƔs y mƔs fuertes. Los ojos los tenƭa cruzados y su boca abierta derramaba saliva de su labio inferior.


MartĆ­n lo dejĆ³ en paz y se enderezĆ³ con una erecciĆ³n que levantaba su ropa interior como carpa, mirĆ³ a sus amigos y sonriĆ³ de satisfacciĆ³n.


Marcos se retorcĆ­a en el suelo de dolor.


Farid suspirĆ³ y pensĆ³.


«Si esta competencia estuvo buena, la siguiente serĆ” brutal entre Israel, Luigi, Francisco, Miguel y Camilo».




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