Celoso - Las Bolas de Pablo

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24 ago 2023

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Celoso

Pablo salió de la habitación y encontró a David haciendo ejercicio de pesas, su esposo estaba sudado, sentado ante un banco ejercitando su brazo. Pablo llegó tras él y le dio un fuerte abrazo.


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—Oh, que guapo mi esposo, uf —decĆ­a con buen humor dĆ”ndole besos en el cuello e intentado llegar a su boca, donde el fortachón moreno se resistió—. Buen dĆ­a, mi amor. Como me excita encontrarte asĆ­ de sudado. Te amo.


Ante la resistencia y siendo en parte envuelto por los brazos de Pablo, David simplemente sonrió. Pablo se sentó a su lado y él continuó ejercitÔndose.


Pablo hizo algunas preguntas triviales que David respondió de forma monótona y corta. Pasado algunos minutos depositó la pesa en el suelo y se levantó. Pablo se quedó mirando a la nada.


David se levantó, su robusto torso estaba desnudo y vestía un sudado pantalón deportivo. Cogió una toalla y se secó el sudor. Se sentó al lado de Pablo otra vez.


Ambos guardaron silencio, hasta que David habló:


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—AsĆ­ que tĆŗ y yo vamos a hacer de cuenta que no pasó nada. Olvidamos las cosas.


—¿De quĆ© hablas? Oh, no, David. ĀæPor lo de anoche? Te dije que lo dejaras asĆ­, ya no estoy molesto, no ocurrió nada.


—No estĆ”s molesto, pero yo sĆ­. Y lo vamos a hablar.


—¿Hablar hasta cuĆ”ndo? Hablar del tema me da mucha pereza.


—Y tragarme tus escenas de celos me da mucha pereza tambiĆ©n. Entiende, entre HernĆ”n y yo no hay absolutamente nada.


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Pablo escuchó el nombre del amigo de David y automÔticamente volteó los ojos y sus rasgos faciales se volvieron tensos. Se trataba de un viejo amigo de David que había vuelto al país luego de varios años. Era conocido su gusto por otros hombres y desde su llegada siempre invitaba a salir a fiestas a David. No había que negar que en muchas ocasiones Pablo asistía con él, pero detestaba la actitud de querer ser siempre el protagonista en ese tal HernÔn, tenía el Yoísmo muy a tono. Le daba celos la amistad tan cercana que tenía con David y un par de veces le reclamó a él si era que alguna vez follaron o era una tarea pendiente.


—Entiende —dijo David—. Si yo hubiera querido coger con HernĆ”n ya lo hubiera hecho. Ā”Pero no! No me gusta, nunca me ha gustado. Es mi amigo nada mĆ”s.


—Ya te dije que lo entendĆ­, ĀæquĆ© quieres que hagas? Simplemente me da celos que no pongas en balanzas las cosas y muchas veces te inclines a salir con Ć©l con la puta excusa de que es tu viejo amigo y tienes aƱos sin verlo. Me da celos que siempre estĆ©s con Ć©l.


—Pablo, es que los celos son normales, lo que no es normal es que siempre me acuses de que si quiero follar con Ć©l o te engaƱo con Ć©l, tĆŗ sabes que HernĆ”n tiene su novio. A ver, cuando salimos todos juntos, Āæa quiĆ©n siempre trato de forma especial? ĀæA quiĆ©n hago entender que me importa frente a mis amigos?


Pablo se cruzó de brazos, sabía que la respuesta era él mismo. En reuniones David siempre lo abrazaba a él, estaba pendiente de él y no se detenía en darle su puesto. Si Pablo llegaba a una reunion tarde y ocupaba un asiento lejos de David; David buscaba la manera de luego sentarse a su lado.


—Siempre demuestro que eres tĆŗ el que me importa —respondió David—. TĆŗ y yo nos tenemos mucha confianza, desde el primer momento, sabemos que el mundo gay estĆ” lleno de infidelidades, pero hasta hoy y con todo el tiempo que tenemos juntos no he sentido esa necesidad importante de buscarme a otro y sin embargo tĆŗ y yo siempre lo hablamos. En algĆŗn momento vivimos en trĆ­o, al salir nos divertimos charlando de los tipos que vemos en la calle que nos gustan. Siempre hemos tenido confianza para que tĆŗ vengas a reclamarme sobre HernĆ”n cuĆ”ndo yo no siento nada por Ć©l.


Pablo bajó los brazos.


—Lo sĆ©, David. IntentarĆ© controlar mis celos.


—Entiendo que tengas celos, todos lo podemos tener, pero no quiero que en una reunión cualquiera me quieras hacer sentir mal porque soy amigo de HernĆ”n, Ā”no!


—Lo sĆ©, negrito. DiscĆŗlpame si me he pasado de mis lĆ­mites……… no quiero estar molesto contigo… 


David le acarició la barbilla y sonrió con afecto.


—A mi muchĆ­simo menos me gusta estar molesto contigo, mi gato.


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Ambos sonrieron y se dieron un largo beso de reconciliación. Duraron un rato abrazados. Hasta que David dijo que iría a tomar una ducha, Pablo indicó preparar el desayuno. Caminó a la cocina para preparar un emparedado. Se quedó de pie mirando la canasta de huevos.


«OjalÔ fueran los de HernÔn», pensó con malicia.


A partir de ese momento su celosa imaginación empezó a soñar con que había irrumpido en la residencia de HernÔn para darle un castigo al sacarle fiesta a su esposo.

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Los dos muchachos estaban desnudos y, aunque no sabía cómo eran los genitales del musculoso HernÔn, se los imaginó grandes, con unas enormes bolas para ser castigadas en su sÔdica imaginación. Sus gónadas desnudas colgaban entre sus muslos y su pene flÔcido estaba sujeto al abdomen por un tira adhesiva, quitÔndose del camino para el castigo de Pablo.


Pablo estaba de pie frente a HernƔn, concentrƔndose en los objetivos y golpeando el suelo con el pie derecho.


HernÔn comenzó a sudar.


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—”Por favor no lo hagas! —imploró—. Ā”Prometo nunca mĆ”s volver a salir con David!


Pablo no lo escuchó, dio un paso atrÔs y se abalanzó sobre él, plantando su pie justo entre los muslos del pobre infeliz, golpeando sus huevos, aplastÔndolos contra su cuerpo.


HernÔn gritó y se dobló. Jadeó fuertemente, su rostro se volvió rojo, y sus testículos habían tomado el mismo tono. Sus manos acariciaban sus palpitantes huevos, apretÔndolos y tratando de quitarse el dolor que irradiaba por su cuerpo.


Hasta que se dio cuenta de que Pablo seguía parado frente a él, esperando que abriera las piernas para una segunda patada. Gimió miserablemente.


—”Por favor, Pablo! Ā”Me rindo! Ā”Ya no invitarĆ© nunca mĆ”s a David! Ā”Lo ignorarĆ©! Ā”HarĆ© como si no me interesara!


Pablo suspiró y pateó las bolas una vez mÔs, hundiendo su pie en ese par de cojones, su empeine aplastó las dos delicadas gónadas contra el cuerpo de HernÔn.


El muchacho gritó de dolor y se derrumbó en el suelo, acurrucÔndose en posición fetal y masajeando sus pobres testículos mientras murmuraba obscenidades y maldecía a Pablo.


Pablo lo rodeó y le agarró los talones alzando sus piernas. Cuando HernÔn agitó los brazos para pedir que no lo hiciera, el pie de Pablo pisó su huevera, provocando un grito agudo de sus labios.


Las manos de HernÔn se envolvieron alrededor de sus heridos huevos, acunÔndolos, mientras gemía y gemía de dolor. Se le humedecieron los ojos y tosió.


Pablo se alejó frotÔndose las manos.


HernÔn se retorció un par de veces en el suelo durante varios minutos. Cuando sintió que el dolor pasaba, comenzó a levantarse. De repente, con un pequeño impulso, Pablo le pateó la entrepierna desde atrÔs. La punta de su pie conectó con los testículos, y el pobre HernÔn dejó escapar un grito espeluznante y agarró sus orbes agonizantes.


Su rostro se puso pÔlido y se desplomó otra vez en el suelo. Sus manos acunaron su virilidad y rodó a lo largo arrastrÔndose como el gusano que era.

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—Todo esto es para que aprendas a no salir con David —dijo Pablo por primera vez.


De un momento a otro la voz del propio David interrumpió su perturbada imaginación. Había salido de la ducha y una toalla estaba sujeta a su cintura.


—¿Todo bien, gato? —le preguntó.


—SĆ­ —afirmó Pablo, sosteniendo los huevos para abrirlos en un tazón—, estoy rompiendo un par de huevos fastidiosos.


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—Espero que no sean los mĆ­os —respondió David con una sonrisa.


—No, nunca —dijo Pablo uniĆ©ndose en un gesto de simpatĆ­a.


David se acercó a él y le dio un fuerte beso.


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