Punto final: Israel Chacón - Las Bolas de Pablo

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28 ago 2023

Punto final: Israel Chacón

—Sin presión —bromeó Israel—, hagas lo que hagas te voy a ganar. 


Estaba en la sala de estar con su hijo mayor Rafael. Juntos habían descubierto una divertida manera de compartir el rato de padre e hijo y estaban luchando. Los muebles y la mesa de la sala se apartaron para dejar un espacio aprovechable para los dos.


Su hijo Rafael, al igual que él, estaba con poca vestimenta, únicamente la ropa interior se adornaba a su desnudo y exquisito cuerpo caucásico.


Israel sonrió. Era un padre moderno y además de todo apuesto. El mayor de los hijos de Marcos Chacón y el que heredó su talante mujeriego, pero a pesar de todo siempre se dedicó a depositar su descendencia en una sola mujer.


Sin esperar una indicación de Israel, su hijo se lanzó contra él, chocaron pecho con pecho. Probaron la fuerza del otro impulsándose hacia adelante y hacia atrás, cada uno agarrando los brazos abultados del oponente en un agarre de hierro. Rafael rompió el agarre clavando su puño en el estómago de Israel. El rubio respiró hondo pero respondió con un golpe similar a su hijo. Aunque alguien pudiera pensar que una actividad casi violenta pudiera ser insana en una muestra familiar, pero ahí padre e hijo se divertían haciendo práctica de lucha.


Israel gruñó cuando el puño de su oponente se estrelló profundamente contra su estómago una vez más. Disfrutaba del toma y dame. Cuando Rafael movió su cuerpo para atacar de nuevo, el puño de Israel se lanzó hacia abajo y golpeó sus desprotegidas bolas. El movimiento sorpresa congeló al rubio muchacho; contuvo el aliento. Israel aprovechó la ventaja y se arrodilló antes de disparar un gancho directo entre las piernas del apuesto joven. Su puño aterrizó debajo del bóxer de Rafael, e Israel pudo sentir el suave calor de los testículos mientras crujían entre su pelvis y sus propios nudillos.


Mirando la expresión de horror en el rostro de Rafael, Israel sintió una punzada de simpatía. Se puso de pie y sonrió a su hijo 


—Seguro no lo veías venir, perdona.


Con el rostro desencajado, Rafael respondió lanzándose contra su padre. 


Israel Chacón aterrizó de espaldas con Rafael encima, golpeando sus abdominales, costillas y oblicuos con una ráfaga de golpes antes de que el rubio pudiera organizar sus defensas. Rafael se puso de pie y se dejó caer de nuevo con la misma rapidez, aterrizando la rodilla entre las piernas abiertas de Israel. Israel jadeó cuando sus huevos fueron aplastados contra el suelo. Rafael mantuvo su peso sobre los delicados órganos de su padre y aplicó una llave de estrangulamiento, con la esperanza de aplastar su resistencia.


Israel, sin embargo, aún no había terminado. —¡Quítate... de... mis... BOLAS! —gruñó, lanzando un puñetazo con la mano izquierda a la mejilla de Rafael que lo tumbó de espalda. Con una agilidad impresionante, se puso en cuclillas listo para saltar, solo para descubrir que Israel se había apresurado a adoptar la misma posición defensiva. Se miraron con respeto mientras una roncha roja se desarrollaba en la pálida mejilla de Rafael.


Sin detenerse chocaron, pecho con pecho por segunda vez, pero Israel pudo atrapar uno de los brazos de Rafael, y con un rápido movimiento atrapó el otro. Con ambos brazos atrapados, Rafael se encontró levantado del suelo en un abrazo de oso. El aire fue forzado a salir de sus pulmones cuando los poderosos brazos de Israel rodearon su caja torácica, y no tuvo manera para contraatacar. Luchó, pero su fuerza parecía desvanecerse cuanto más tiempo estaba atrapado en la llave.


Los músculos de Rafael brillaban por el sudor, y su cabello empapado caía sobre sus ojos.


Cuando Israel soltó a su hijo, el muchacho cayó completamente al suelo, lo que nunca esperó era que se iba a poner al instante de pie, lenta e inestablemente, pero con determinación. El hermoso muchacho se veía peor por el desgaste, pero se agachó en una posición de pelea mientras acariciaba sus doloridas bolas. Israel instantáneamente reenfocó su atención en acabar con el valiente oponente. 


Con velocidad sorprendente, Rafael saltó hacia su rival, volando. Lo hizo con gracia felina, apuntando un golpe de gracia a la cabeza de Israel. Sin embargo, su vuelo no se detuvo, ya que Israel se tiró al suelo y lo atrapó en medio de un salto con una patada que hizo que el cayera al suelo fuertemente.


Rafael se levantó tambaleándose tratando de recuperar sus sentidos.


Por su parte Israel estaba asombrado de que su hijo pudiera aguantar, y más aún que quería continuar con el duelo. Levantó los brazos con confianza, desafiando a Rafael a una prueba final de fuerza.


Una vez más, los adversarios chocaron entre sí, esforzándose y jadeando por cada demostración de fuerza. Sus brazos temblaban de esfuerzo. La fuerza de Rafael parecía no haber disminuido, y gradualmente hizo que Israel cayera de rodillas. Desde su posición de mando, clavó su rodilla en el plexo solar del hombre mayor. Israel cayó hacia adelante, jadeando y aspirando aire, pero rápidamente recibió otra patada en sus entrañas que lo derribó. Se quedó boca abajo, protegiendo su vulnerable barriga, mientras su oponente milagrosamente revigorizado consideraba su siguiente movimiento.


Mientras Israel luchaba por recuperar el aliento, Rafael lo agarró por los tobillos y le abrió las piernas. El padre se dio cuenta con horror de lo que Rafael pretendía hacer y susurró: —¡No! —justo cuando la planta desnuda del hijo pisoteó sus testículos profundamente. Su grito resonó por toda la sala. Cuando Rafael finalmente apartó el pie y permitió que Israel colapsara de lado, agarrando sus bolas y entrecerrando los ojos. Se agachó y agarró un puñado de los cabellos de su padre y lo puso de pie. Agarró suavemente su barbilla con la mano y lo miró directamente a los ojos. Israel se tambaleó inestablemente sobre sus pies. Su fuerza había sido diezmada por los golpes en sus testículos, que ahora dolían muchísimo.


—Me rindo —declaró Israel.


—¿Y quién iba a ganar hoy? —preguntó Rafael con una sonrisa.


Su padre se fue tambaleando a un mueble donde se sentó agarrándose los huevos. Rafael buscó un vaso de agua y se lo entregó.


—¿Estás bien, papá?


—Sí. Un poco de dolor.


—Estás viejo —declaró Rafael con una sonrisa—. Ya no tienes resistencia como en estos huevos jóvenes —declaró agarrándose sus propios cojones, sintió dolor e hizo una mueca.


—No digas tonterías —sonrió Israel todavía acariciando sus testículos—. También chillaste por los tuyos.


—No —Rafael se rio en simpatía.


Se acercó a su padre y le dio palmadas en la espalda.


Israel se levantó y lo miró.


—Estoy bastante orgulloso de ti —declaró antes de abrazar a su hijo con bastante fuerza y orgullo.


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