REHEN (2/7): La captura y el soborno. - Las Bolas de Pablo

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17 mar 2015

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REHEN (2/7): La captura y el soborno.

CONTIENE:
-Ballbusting hombre/hombre
-ballbusting mujer/hombre
-sexo heterosexual

I

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   Paula estaba en aquel momento de la maƱana muy inquieta, habĆ­a pasado dos meses desde la invasión a la hacienda donde su grupo de mafiosos se reunĆ­an. Como una organización habĆ­an desarrollado con el tiempo una ingeniosa estructura que le servia de escondite.
   Durante el ataque militar se habĆ­an refugiado en uno de los tantos lugares que crearon a nivel subterrĆ”neo. Pero como la inspección en la finca demoró horas extras tuvieron que abandonar aquel recinto por un pasadizo que conducĆ­a a travĆ©s de un acueducto que unĆ­a por muchas hectĆ”reas la ciudad y un pueblo.
   Se habĆ­an instalado en un edificio cuyo aspecto exterior parecĆ­a en ruinas siendo esto una pĆ©sima fachada para las riquezas que habĆ­a en su interior.
   Durante aquellos dos meses se dedicaron a estudiar los movimientos y contactos de un hombre al que le interesaba utilizar como carnada para trazar un plan.
   La preocupación de Paula se volcaba en la vida de aquel militar, Diego Blyde, y por ello tenĆ­a la vista en el techo discutiendo consigo.
   Ā«ĀæPor quĆ© tienes que sentir atracción por ese hombre? Ā»PensabaĀ«. Ɖl trabaja para la justicia y va contra mĆ­ Ā»se detuvo a pensar el fabuloso encuentro que tuvo con Ć©l durante  el asalto militarĀ«. Me gustó y no sĆ© porquĆ©... pero ese hombre es lindo, no cabe duda. Lo tienes metido entre ceja y ceja. ĀæPero por quĆ©? EstĆ” mĆ”s que prohibido. Es el enemigo, un extraƱo y potente enemigo al fin y al caboĀ».
   En unos pisos mĆ”s abajo de aquel edificio, su media hermana Montserrat se dedicaba a contabilizar inmensos billetes de Libras esterlinas.
Sonya_Blade   El contador maquinaba al menos quinientos billetes de mĆ”xima denominación. Cuando el sonido de uno de sus cinco celulares rompió con el silencio de aquel cuarto. Era una llamada de El lacra.
   ā€”Todo estĆ” a punto —le dijo Ć©l—. Nuestro objetivo se encuentra en un lugar solitario acompaƱado de sus familiares.
   ā€”Un solo error puede ser fatal —alertó Montserrat con voz seca.
   ā€”Obraremos con limpieza.
   Fin de la comunicación.
II

   Diego Blyde estaba en aquel momento acompaƱado de su hermana y su pequeƱa sobrina en el cementerio, visitando los restos de sus seres queridos.
   Estaban justamente en la tumba de Antonio Antillano, un fiel militar que habĆ­a sido asesinado en la misión de capturar aquella banda de delincuentes, asesinado al no concretarse una tregua entre las partes.
   Diego depositaba en la tumba una medalla que aquel hombre habĆ­a recibido en homenaje póstumo. Era joven, fuerte y con un exitoso futuro por delante.
   ā€”Juro que vengarĆ© tu muerte —recalcó a su mejor amigo.
   ā€”Ā”Ay, Diego. Por Dios. La niƱa! —fue la voz desesperada de su hermana a su espalda. La niƱa soltó un gritillo asustado.
   Diego giró la cabeza y se enderezó de un salto: dos hombres tenĆ­an puesto revólveres en las cabezas de hermana y su hija, mientras que otros dos lo apuntaban con otra munición. Un tercero lo miraba burlón.
   ā€”Manos a la cabeza.
   ā€”Deja a mi sobrina y mi hermana de lado. No tienen nada que ver con esto.
   ā€”Te dije que subieras las manos, Pepe —el mencionado, un hombre flaco enterró el arma en la cabeza de la nena, arrancando un grito de la madre.
   Diego asustado y por primera vez con las piernas temblando levantó los brazos. AllĆ­ sólo se oĆ­an los llantos de la niƱa.
   ā€”Fido, revĆ­salo —ordenó el hombre burlón—. Que no le quede nada.
   Fido guardó su arma en la parte trasera del pantalón. Y comenzó a revisar a Diego por cada costado. ArrebatĆ”ndole una pistola guardada en el pantalón, una granada cerca de la rodilla y un cuchillo oculto en la bota. DejĆ”ndole limpiamente desarmado.
   ā€”Dejen ir a mi hermana y mi sobrina.
   ā€”Eh, tiene miedo, Āæverdad? —preguntó el burlón—. Gabo, ya sabes lo que tienes que hacer.
   El hombre negro que sostenĆ­a a su hermana soltó una risotada y gritó:
   ā€”BUMMM.
   AsĆ­ acababan con la salud mental de aquellas tres personas.
   ā€”Diego Blyde —volvió a decir el burlón—, acompƔƱenos.
   ā€”ĀæQuĆ© le harĆ”n? ĀæQuĆ© le harĆ”n? —gritaba su hermana.
   ā€”Tranquila —rogó Diego, siendo ahora conducido por Fido y su arma clavada en la espalda.
   Ā«Me van a matarĀ» —pensó Diego caminando tras el resto de hombres. Miró hacia atrĆ”s y sus familiares seguĆ­an siendo sujetadas por aquellos malditos. Tuvo que hablar—. Ā”SuĆ©ltenlas!
   ā€”Si cooperas con nosotros serĆ”n liberadas —habló el hombre burlón—. Pero si no, le llenaremos el cuerpo de plomo a tu hermana, por supuesto despuĆ©s de haber sido almorzada por nosotros. Y la niƱa bueno, ya sabes. Se verĆ­a como una mĆ”rtir.
   Diego sintió ganas de llorar, era conducido a una camioneta completamente negra, que era conducida por un sujeto apodado El lacra. Tras el vehĆ­culo estaba otro de igual marca.
   Diego subió al primero, dedicó una mirada a aquel despreciable hombre rubio, en ambos lados se subieron sus secuaces. Hundiendo los revólveres en su costado.
   ā€”ĀæQuĆ© harĆ”n con mi sobrina y mi hermana?
   ā€”Si nos obedeces todo estarĆ” bien —respondió El lacra.
   ā€”Ya estoy cooperando.
   La camioneta se puso en movimiento junto a la otra, ponĆ­an dirección por el asfalto a la zona donde estaban las familiares de Diego, todavĆ­a amenazadas con las armas.
   La segunda camioneta se estacionó abriendo las puertas para recibir a los otros maleantes. Tanto Pepe como su cómplice soltaron a madre e hija y corrieron al vehĆ­culo lanzando tiros al aire.
   Diego contempló aquella escena, en el suelo estaba su hermana protegiendo a la niƱa, temblando de nervios, aunque sanas y salvas.
   ā€”Son unos malditos, ellas no merecen eso.
   El lacra rió sarcĆ”stico, ordenó que a Diego se le tapasen los ojos.
   ā€”No debe ver a donde vamos. Y si te pones pendenciero matamos a la nena.
III

   Durante el trayecto Diego no supo donde estaba, por los movimientos que hacia su cuerpo dedujo que podĆ­a ser una carretera con gran variedad de curvas y algunas zonas de tierra y piedras. Con saƱa sentĆ­a el revolver hundirse en su piel.
   Cuando el carro se estacionó debĆ­a haber transcurrido cerca de hora y media. Lo ayudaron a bajar y ya las piernas no le temblaban.
   Le destaparon los ojos y se descubrió en un amplio estacionamiento, parecĆ­a un sótano de edificio.
   ā€”Quiero que le amarren los brazos —ordenaba el hombre rubio, a Ć©l se unió otro hombre con gafas y los demĆ”s captores del cementerio—, Gabo y Pepe, encĆ”rguense de eso, lo trasladan al piso uno —dio media vuelta marchĆ”ndose con su sĆ©quito.
   Diego observó como Pepe tenĆ­a su arma en el cinto, Gabo buscaba la soga en la camioneta. Cuando la consiguió Diego le dio un golpe en la cara que lo tumbó.
   Gabo reaccionó, pero Diego fue mĆ”s rĆ”pido dando un salto en el aire le dio una patada en el pecho que le hizo dar de cabeza contra un carro y perder la consciencia. Diego le robó el arma y le dio un golpe con la cacha para deshacerse de Ć©l.
   Corrió  a lo largo del estacionamiento, del lado contrario por donde se marchó el rubio y su grupo.
   VeĆ­a el azul del cielo, sĆ­, estaba en un edificio. Iba a subir unas escaleras cuando cuatro hombres le bloquearon el paso apuntĆ”ndole con rifles.
   ā€”Baja el arma —ordenó uno, que luego descubrirĆ­a se llamaba Sergio—, o te matamos a ti y tu familia.
   Diego se detuvo en seco, ya no estaba en condiciones de pelear.
   ā€”Ā”Baja el arma! —ordenó Sergio, usó un radio—. Lacra, ven. TenĆ­as razón, Gabo y Pepe no sirvieron de nada. AquĆ­ tenemos al comandante Diego Blyde.
   Diego los miraba con profundo odio. Tuvo que colocar el arma en el piso y patearla hacia los hombres. Pronto apareció El lacra acompaƱado de los otros hombres.
   ā€”Da media vuelta, Comandante Blyde —mandó tras Ć©l.
.com/blogger_img_proxy/   Cuando Diego obedeció y se dio la vuelta recibió una patada en los testĆ­culos que enseguida lo llevó al piso quejĆ”ndose y aferrando las manos a ellos. Su rostro rebelaba confusión y dolor.
   El lacra lo miraba divertido y dijo:
   ā€”AsĆ­ no pondrĆ” resistencia. LlĆ©venlo a donde ordenĆ© ya.
III

   Montserrat entró al recinto oscuro que habĆ­an dispuesto para tener encerrado a Diego, no pudo evitar que sintió un extraƱo sentimiento cuando vio aquel hombre amarrado contra la silla.
   ParecĆ­a ser el hombre mĆ”s guapo  que habĆ­a visto nunca, comparĆ”ndolo con los mafiosos y sicarios que conocĆ­a de los peores lugares del mundo. Estaba jadeando y con un uniforme militar que se ajustaba a sus fuertes mĆŗsculos. Su belleza masculina era difĆ­cil saber dónde empezaba. Era de cuerpo grande, tenĆ­a una perfección corporal. ĀæQuĆ© pensarĆ­a Ć©l de ella si la viera? No, era mejor tener al rehĆ©n con los ojos vendados.
   Montserrat salió de la habitación y consiguió a Sergio en el pasillo, Ć©ste sostenĆ­a un celular nuevo de agencia.
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   ā€”Ya todo estĆ” dispuesto —dijo entregando el celular—. TomĆ© la fotografĆ­a, esperamos por la llamada.
   Montserrat cogió el móvil, pulsó unas teclas e inició un contacto con la persona mĆ”s poderosa en los lĆ­mites de la justicia en aquella región. Fue atendida la llamada con la voz ronca de un sujeto.
   ā€”Coronel Ferri, le habla Montserrat Ivanovich, principal lĆ­der de la banda Los Blindados. Y le tengo una serie de propuestas para mantener una tregua de las partes.
   ā€”Ā”Con ustedes no tengo ningĆŗn asunto a tratar bandidos, asesinos...!
   ā€”Espere... —hubo de interrumpirlo—. Las propuestas son muy de provecho para usted sin contarle que en este momento uno de sus mejores hombres se encuentra como rehĆ©n en nuestras... Āæcómo dirĆ­a?... nuestras garras.
   ā€”ĀæDe quĆ© me estĆ” hablando?
   ā€”Del Comandante Diego Blyde, Āæse imagina que muera como tantos otros porque usted no le dio la oportunidad de vivir? CrĆ©ame que lo que le voy a proponer serĆ” mĆ”s beneficioso para usted, que para nosotros, simple servidores.
   ā€”ĀæDe quĆ© se trata? Esto debe ser una trampa.
   ā€”Como principal punto queremos que se libre la intervención a la Hacienda El Jabillo, lugar que desde hace dos meses sus hombres han tenido en su poder haciendo bĆŗsquedas innecesarias, porque ya no estamos ahĆ­.
   ā€”ĀæY cómo quiere usted quĆ© haga eso?
   ā€”No me interesa, porque usted tiene la orden para levantar el cuidado de la zona. A cambio de eso pedimos el libre trabajo nuestro en la zona.
   ā€”ĀæA quĆ© se refiere?
   ā€”No sea pendejo que no lo es. Deseamos activar el libre trĆ”fico en el pueblo, gente que ahĆ­ trabaje para nosotros y nos sirva de distribuidores. ObservĆ”ndolo desde un buen punto de vista eso motiva el empleo. La segunda propuesta, estoy muy segura que usted aspira a mĆ”s, Āæle gustarĆ­a ser Ministro del paĆ­s? Nosotros podemos llevarlo hasta esa silla, hay muchos contactos a nivel nacional. A cambio liberaremos a su comandante pero tambiĆ©n queremos nos sea dotados tres aviones, ya sabe asuntos de la organización. Y como Ćŗltima propuesta... Le aseguramos el pago de la campaƱa polĆ­tica de su hijo, ya que hace tres meses Ć©l se postuló a gobernador y aunado a eso le aseguramos la protección de su familia a cambio de que nos sea eliminados todos nuestros archivos criminales... ĀæSe da usted cuenta, Coronel? Usted serĆ” mĆ”s beneficiado en este negocio que nosotros. ĀæQuĆ© nos dice?
   ā€”N... no... no tengo nada que decir... no... no sĆ©. Ā”No sea usted, pendeja! Esto es una trampa.
   ā€”No se preocupe Coronel. Lo dejarĆ© pensar por cuestión de horas, mientras usted investiga si Diego Blyde ha sido secuestrado o no. MĆ”s adelante nos pondremos en comunicación con usted y esperarĆ© una grata respuesta de su parte —ella cortó la comunicación. Miró a Sergio—. El pez ya mordió el anzuelo. EnvĆ­ale la foto que tomaste del rehĆ©n. Luego regala ese celular a cualquier mocoso de la calle, quiero que compres otro. Ahora tendrĆ© una comunicación con el rehĆ©n y no quiero tener interrupciones.
   Montserrat se dirigió a toda prisa al cuarto oscuro donde seguĆ­a el militar con los ojos vendados. Se encerró bajo llave.
   Verdaderamente nunca en su vida habĆ­a visto tan enorme musculatura en un sólo hombre. El rehĆ©n le pareció increĆ­blemente guapo. Aunque no podĆ­a ver el color de sus ojos  debido a la venda sus altos pómulos, nariz fuerte, mandĆ­bula cuadrada y barbilla prominente se mezclaban una exquisita imagen masculina.
   Su camisa se hundĆ­a entre sus pectorales musculosos. Sus bĆ­ceps enormes quizĆ”s destrozarĆ­an la mandĆ­bula de cualquier enemigo en una batalla cuerpo a cuerpo.
   Un hombre abrumadoramente masculino y sexy. Lentamente los ojos captaron  el tamaƱo del bulto que se formaba entre las piernas del prisionero.
   Montserrat caminó oyendo el respirar pesado de Diego, Ć©ste se quedó inmóvil y habló con voz potente:
   ā€”ĀæQuien estĆ” ahĆ­? ĀæPor quĆ© no dan la cara? Ā”Cobardes!
   Montserrat clavó la vista en aquellos brazos musculosos. Āæpor quĆ© tenĆ­a que mirarlo de esa manera?
   Diego tensó el puƱo bajo la metĆ”lica esposa que lo ataba a la silla.
   ā€”ĀæquiĆ©n eres y por quĆ© estĆ”n haciendo esto? —él quiso saber, a pesar de su voz se distinguĆ­a un tono de miedo—. No me importa lo que hagan, pero con mi familia no se metan. ĀæEntendido?
   Montserrat estaba hechizada ante aquel semental, parecĆ­a que verlo en persona era mĆ”s fascinante que simples fotos de internet. Se arrodilló ante Ć©l, se supone que estaba ahĆ­ para amenazarlo, acabar con su escudo psicológico y decir que lo torturarĆ­a para sacarle información y despuĆ©s lo matarĆ­a. Pero puso su mano en el pecho duro. Diego se estremeció, sabĆ­a que aquellas eran manos de mujer. SabĆ­a lo que tenĆ­a que hacer.
   ā€”Espera, podemos hablar. Entablar un acuerdo. ĀæQuĆ© buscan? SabĆ­as que estĆ”s violando la ley? Si me liberas te protegerĆ© ante la justicia.
   Los pectorales de Diego eran enormes, sólidos y fornidos. Montserrat  acarició su pecho y el ondulante abdomen. Aquel hombre sĆ­ que sabĆ­a mantenerse.
   ā€”ĀæQuĆ© buscas de mĆ­?
   Con frotar las manos en su fornido pecho Montserrat pudo vislumbrar como la zona genital de Diego se movĆ­a, eso querĆ­a decir que su pene se endurecĆ­a.
   Montserrat llevó las manos a la entrepierna del hombre, tocó su pene y abrió la cremallera, sacĆ”ndolo rĆ­gido y duro, los ojos le brillaron de emoción, se estaba comportando como una zorra, eso no estaba en sus planes, pero es que Diego le abrió un raro apetito sexual. Su pija era tan gruesa como un tronco de Ć”rbol de cedro y larga como un bate de bĆ©isbol. El glande estaba limpio y rosa el falo lleno de venas.
   ā€”A partir de hoy tu vida estĆ” en nuestras manos —habló por primera vez Montserrat.
   Diego sonrió, seguramente era aquella mujer con la que tropezó en su primer encuentro. Iba a persuadirla.
   ā€”ĀæPor quĆ© trabajas para ellos? Eres una mujer linda, me di cuenta aquella vez. AyĆŗdame a salir y serĆ”s absuelta de todo cargo...
   Montserrat arrugó el ceƱo no sabĆ­a de quĆ© hablaba. Alegó.
   ā€”Soy la principal cabecilla de esta organización.
   Hubo un profundo silencio. Montserrat llevó las manos al pecho de Diego, agarró sus pezones y los pellizco con firmeza. Diego gruñó echĆ”ndose hacia atrĆ”s. Montserrat pellizcó los pezones por mĆ”s de dos minutos, la cara de Diego pasó de una coloración morena a roja, apretaba los dientes y su respiración se tensaba.
   Lo soltó y el rehĆ©n jadeó, perlas de sudor se acumulaban en su frente. El pene duro seguĆ­a alzado.
   Montserrat se arrodilló. Centró la atención en el pene cogiĆ©ndolo con las manos. Diego se quedó inmóvil. Con soltura la mano comenzó a subir y bajar sobre la verga.
   Diego intentó resistirse, gruƱƭa e intentaba tensarse. Aquella mujer era peligrosa, pensaba, aunque lamentablemente estaba equivocado de chica.
   Montserrat fue otro paso mĆ”s allĆ”, lamió aquel gigantesco pollón que estaba a su frente. Diego sintió un escalofrĆ­o frenĆ©tico por el cuerpo, gimió y se apoyó en el respaldo tratando de alejarse.
   Inmediatamente una gota de presemen salió de la punta de su pene. Montserrat cerró los ojos y metió el glande en su boca extrayendo aquel jugo, era lĆ­quido y caliente. Un nĆ©ctar para la sed.
   El calor de la boca abrazaba la cabeza del pene, Diego se quedó quieto mientras el corazón le latĆ­a deprisa.
   Aquel güevo palpitaba por sĆ­ solo sobre los masajes de la lengua. Chupando como un caramelo, Montserrat pudo lamer otra gota del dulce sabor del semen del militar. Pasó la lengua hasta los hermosos y colgantes cojones, 2 testĆ­culos pesados que se hacĆ­an colgar de aquel moreno escroto. Luego, Montserrat dedicó su atención a la punta de la verga pero agarró con las manos las grandes bolas y las estiró hacia abajo oyendo un gemido de sorpresa de Diego.
   La rubia hundió los huevos a la parte inferior del escroto, abultando el saco de piel con ellos, brillaba el escroto. A Montserrat se le hizo agua la boca. Lamió las bolas cerrando los ojos.
   Diego gimió otra vez, aunque sentĆ­a dolor en la cadera por el estirón a sus bolas. Echó hacia atrĆ”s la cabeza.
   Con aquella lengua Diego sentĆ­a cosquillas y una excitación tremenda.
   Lentamente Montserrat fue estirĆ”ndolos, Diego gruñó estremeciĆ©ndose de la excitación. Mientras se retorcĆ­a en la silla, la verga se hacĆ­a mĆ”s grande y mĆ”s palpitante.
   En poco tiempo los huevos se hincharon y Diego seguĆ­a emitiendo gemidos.
   Montserrat soltó el par de bolas, metió en su boca la pequeƱa capa de presemen y finalmente metió por completo toda la barra de carne despuĆ©s de abrir muy grande la boca.
   Todo el cuerpo inmensamente musculoso de Diego estaba rĆ­gido,  el hombre movió su cadera levemente, conteniendo la respiración a medida que el pene se deslizaba por la garganta.
   Diego sudaba desde la frente hasta el pecho donde se acumulaban como un lago.
   Montserrat seguĆ­a succionando el pene, pero, agarró el escroto colgante de Diego... estiró con muchas fuerzas y para su sorpresa la verga se hizo mĆ”s larga y robusta. Subió y bajó la cabeza con ritmo constante.
   Diego se quedó de una vez rĆ­gido e inmóvil, empezaba a sentir nervios, su polla se hundĆ­a mĆ”s profunda en la garganta.
   ā€”AAAAaaaahhh.... —gimoteó.
   El pene se hinchó y Montserrat aplastó los testĆ­culos en su mano. Giró la lengua por la verga y asĆ­ sintió como el semen inundaba su boca.
   El lote de semen abrazó su garganta, era un mazacote duro y pesado. Montserrat tuvo que apartarse para poder tragar y posteriori respirar. Miró a Diego que tenĆ­a la boca abierta, metió de nuevo el pene en la boca, palpitando expulsó otra rĆ”faga de leche. En pocos segundos la  boca de Montserrat estaba repleta de aquella sustancia blanca, gruesa, cremosa y pegajosa. Con variados tragos enormes tragó aquella baba masculina, pues empezaban a derramarse por su boca y no querĆ­a desperdiciarlos.
   La visión de Diego era hermosa: atado a una silla jadeando, con la ropa y el cuerpo hĆŗmedo de sudor. Ɖl echó la cabeza hacia atrĆ”s, exhausto.
   Otro fajo de semen salió de su polla inesperadamente, cruzó el aire y se estrelló dejando una mancha gruesa sobre su franela. Montserrat miraba con ojos brillantes le gustaba ese rastro baboso de semen.
   Estaba fascinada ante aquel semental... no merecĆ­a morir.
   Ā«ĀæY si fuese mi esclavo por siempre?Ā» pensó llena de dudas.
   La asesina envolvió con los dedos las grandes pelotas del militar. Templó los órganos en dirección al suelo.
   Diego soltó un potente grito, y de su pene salió disparado otro caƱonazo de leche.
   El pegajoso esperma habĆ­a quedado impregnado en la silla, suelo, e incluso el brazo y la mano de Montserrat.
   Diego respiraba con dificultad, sentĆ­a un horrible dolor de bolas que explotaba en su abdomen, Āæpor quĆ© aquella chica hacĆ­a eso si le habĆ­a dado el mejor sexo de su vida?
   Montserrat pasó la lengua por el paladar, todavĆ­a quedaba ese sabor dulzón de Diego.
   La mujer tenĆ­a una rara expresión en los ojos, Āædeseo, remordimiento, culpa? HabĆ­a actuado como nunca creĆ­a lo habĆ­a hecho en su vida pero, Āæy ahora quĆ©? Agarró el slip y guardó el pene de Diego.
   ā€”ĀæA dónde vas? Quiero hablar contigo.
   Monserrat salió sin decir nada, pero deseando a ese macho como nunca, se dirigió al primer sirviente que encontró y ordenó con voz de mando:
   ā€”Te paras sobre esa puerta y no quiero que dejes entrar a nadie. ĀæEntendido? A nadie.
   El hombre se plantó en el sitio y ella siguió su camino rumbo a un sitio conocido. Iba a saldar una cuenta. Entró a una sala donde Paula contabilizaba armas de fuego con otro dos hombres.
   ā€”Ā”Salgan de aquĆ­! Paula y yo tenemos que hablar —ante la orden los seƱores desaparecieron, la rubia se sentó amenazante—. Quiero que me expliques como fue tu primer encuentro con el rehĆ©n. ĀæPor quĆ© tu insistencia en traerlo? ĀæPor quĆ© Ć©l?
   ā€”Te dije que Ć©l es un hombre pesado en su entorno.
   ā€”... Āæustedes se conocen?
   ā€”Por supuesto que no... Āæcómo?
   ā€”Dijo que te habĆ­a visto el dĆ­a de la redada.
   Paula se mordió el labio. Explicó:
   ā€”Ɖl descubrió el pasadizo efe por desgracia nos conseguimos e intentó detenerme. Pude herirlo y me escapĆ©.
   Montserrat tuvo un brillo en los ojos.
   ā€”lo acabo de ver, es muy atractivo, mejor que en fotos, Paula, te prohĆ­bo a ti y a todos que tengan contacto con Ć©l. SerĆ© yo quien lo atienda mientras estĆ© aquĆ­.
   ā€””¿Por quĆ©?! Ā”la idea de capturarlo fue mĆ­a!
   ā€”No me interesa, de ahora en adelante serĆ© yo quien disponga de Ć©l, dedĆ­cate a atender tu marido.
   ā€”Entiendo —dijo en tono sarcĆ”stico Paula—, como no tienes macho ese potro te cautivó.
   Montserrat abofeteó a su media hermana con el dorso de la mano.
   ā€”Quien siempre ha dado la cara por esta organización he sido yo. TĆŗ dedĆ­cate a obedecer mis órdenes.
   La rubia salió de allĆ­ y Paula apretó los labios con amargura.
IV

   Diego Blyde tenĆ­a los miembros entumecidos, tenĆ­a horas ahĆ­ sentado sin contacto con nadie. ĀæCómo estarĆ­a su familia? ĀæQuĆ© harĆ­an con Ć©l? DebĆ­a ser la noche o el crepĆŗsculo. No podĆ­a negar que aquella mujer le habĆ­a dado el mejor orgasmo de su vida. ĀæPero quĆ© era en ese grupo?
   Lamentablemente seguĆ­a confundiendo a Montserrat con Paula. Aunque su duda se iba a disipar con la entrada de la rubia al cuarto con una caliente y rica cena preparada con esmero. Ella se sentó a su frente, mientras Diego se quedó tenso.
   ā€”ĀæQuien es? ĀæEres tĆŗ?
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   Montserrat respiró profundo, depositó el plato en sus piernas y se dispuso a quitar la venda de los ojos del comandante Blyde. Se quedó embelesada mirando la completa belleza de Diego.
   Por su parte Blyde entornó los ojos esperando encontrar la cara angelical de la mujer con que se encontró en el subterrĆ”neo, pero no, ahĆ­ estaba una mujer rubia que parecĆ­a aƱos mayores.
   ā€”Hola —lo saludó ella.
   Reconoció en la mujer la voz de la tarde. Estaba petrificado.
   ā€”Traje tu cena —rompió Montserrat aquel silencio tan pesado.
   ā€”No voy a comer —negó el militar con voz de mal genio.
   ā€”SerĆ” mejor que comas, no sabes cuanto tiempo vas a estar aquĆ­ y, encima sin comer. Te hice la cena yo. Huele esta preciosidad... Recuerda esta tarde lo que nos pasó... —sonrió mirĆ”ndolo a los ojos.
   ā€”ĀæFuiste tĆŗ?
   ā€”SĆ­... Disculpa si...
   Diego la miró a los ojos. Montserrat sirvió en la cuchara parte de la cena y apuntó a la boca del hombre, que giró la cabeza a un lado.
   ā€”No seas tozudo, come.
   ā€”Lo que quiero saber es quĆ© hago aquĆ­. ĀæMe matarĆ”n?
   ā€”Eres parte de un plan, considĆ©rate una carnada. Pero si el plan falla, morirĆ”s.
   ā€”Asesinos a ustedes no les importa matar. Van a terminar en la cĆ”rcel. Lo juro.
   ā€”No estĆ”s en una posición para amenazar, es mejor que obedezcas y comas.
   ā€”Ā”QuĆ© no quiero!
   Montserrat dejó de insistir, molesta arrojó el plato contra el suelo quebrĆ”ndolo. Se paró de su silla y vendó los ojos del comandante Blyde.
   ā€”ĀæEres la Ćŗnica mujer en este grupo? —preguntó Ć©l.
   Montserrat sintió celos, era obvio que recordaba a Paula. Largó una bofetada a la cara del militar, luego otra y una tercera mĆ”s. Su rostro se tornó rojo.
   La mujer salió de la sala, ordenando que encerraran al prisionero bajo llave y que nadie mĆ”s tuviera contacto con Ć©l.
   Cuando Montserrat se encontró con El lacra obvió ciertos detalles ocurridos en la tarde.
   ā€”Es la hora que llames, hermanita.
   Ella cogió el móvil poniĆ©ndose en contacto con:
   ā€”Coronel Ferri, nos volvemos a comunicar... he de pensar que ha tenido usted el tiempo suficiente para pensar la propuesta que hice esta maƱana, ĀæquĆ© tiene que comunicarme?
   ā€”Quiero otra prueba de vida del capitĆ”n Blyde?
   ā€”Coronel, esa no es una respuesta, pero si usted quiere le serĆ” enviado un video. Ahora bien, ĀæquĆ© tiene usted que decirme?
   El coronel Ferri titubeó para contestar luego de cortos segundos:
   ā€”Opino que deberĆ­amos reunirnos para conversar su propuesta. Acabo de ordenar el retiro de la Hacienda El Jabillo.
   Montserrat sonrió de emoción.

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