CONTIENE:
-Ballbusting hombre/hombre
-ballbusting mujer/hombre
-sexo heterosexual
I
Paula estaba en aquel momento de la
maƱana muy inquieta, habĆa pasado dos meses desde la invasión a la hacienda donde
su grupo de mafiosos se reunĆan. Como una organización habĆan desarrollado con
el tiempo una ingeniosa estructura que le servia de escondite.
Durante el ataque militar se habĆan
refugiado en uno de los tantos lugares que crearon a nivel subterrƔneo. Pero
como la inspección en la finca demoró horas extras tuvieron que
abandonar aquel recinto por un pasadizo que conducĆa a travĆ©s de un acueducto que unĆa
por muchas hectƔreas la ciudad y un pueblo.
Se habĆan instalado en un edificio cuyo
aspecto exterior parecĆa en ruinas siendo esto una pĆ©sima fachada para las riquezas
que habĆa en su interior.
Durante aquellos dos meses se dedicaron
a estudiar los movimientos y contactos de un hombre al que le interesaba
utilizar como carnada para trazar un plan.
La preocupación de Paula se volcaba en
la vida de aquel militar, Diego Blyde, y por ello tenĆa la vista en el techo
discutiendo consigo.
«¿Por qué tienes que sentir atracción
por ese hombre? Ā»PensabaĀ«. Ćl trabaja para la justicia y va contra mĆ Ā»se
detuvo a pensar el fabuloso encuentro que tuvo con Ʃl durante el asalto
militar«. Me gustó y no sé porqué... pero ese hombre es lindo,
no cabe duda. Lo tienes metido entre ceja y ceja. ¿Pero por qué? EstÔ mÔs que
prohibido. Es el enemigo, un extraño y potente enemigo al fin y al cabo».
En unos pisos mƔs abajo de aquel
edificio, su media hermana Montserrat se dedicaba a contabilizar inmensos
billetes de Libras esterlinas.

āTodo estĆ” a punto āle dijo Ć©lā. Nuestro objetivo
se encuentra en un lugar solitario acompaƱado de sus familiares.
āUn solo error puede ser fatal āalertó Montserrat
con voz seca.
āObraremos con limpieza.
Fin de la comunicación.
II
Diego Blyde estaba en aquel momento
acompaƱado de su hermana y su pequeƱa sobrina en el cementerio, visitando los
restos de sus seres queridos.
Estaban justamente en la tumba de
Antonio Antillano, un fiel militar que habĆa sido asesinado en la misión de
capturar aquella banda de delincuentes, asesinado al no concretarse una tregua entre las partes.
Diego depositaba en la tumba una medalla
que aquel hombre habĆa recibido en homenaje póstumo. Era joven, fuerte y con un
exitoso futuro por delante.
āJuro que vengarĆ© tu muerte ārecalcó a su mejor amigo.
āĀ”Ay, Diego. Por Dios. La niƱa! āfue la
voz desesperada de su hermana a su espalda. La niña soltó un gritillo asustado.
Diego giró la cabeza y se enderezó de un
salto: dos hombres tenĆan puesto revólveres en las cabezas de hermana y su
hija, mientras que otros dos lo apuntaban con otra munición. Un tercero lo
miraba burlón.
āManos a la cabeza.
āDeja a mi sobrina y mi hermana de lado.
No tienen nada que ver con esto.
āTe dije que subieras las manos, Pepe
āel mencionado, un hombre flaco enterró el arma en la cabeza de la nena,
arrancando un grito de la madre.
Diego asustado y por primera vez con las
piernas temblando levantó los brazos. AllĆ sólo se oĆan los llantos de la niƱa.
āFido, revĆsalo āordenó el hombre
burlónā. Que no le quede nada.
Fido guardó su arma en la parte trasera
del pantalón. Y comenzó a revisar a Diego por cada costado. ArrebatÔndole una
pistola guardada en el pantalón, una granada cerca de la rodilla y un cuchillo
oculto en la bota. DejƔndole limpiamente desarmado.
āDejen ir a mi hermana y mi sobrina.
āEh, tiene miedo, Āæverdad? āpreguntó el
burlónā. Gabo, ya sabes lo que tienes que hacer.
El hombre negro que sostenĆa a su
hermana soltó una risotada y gritó:
āBUMMM.
AsĆ acababan con la salud mental de
aquellas tres personas.
āDiego Blyde āvolvió a decir el burlónā,
acompƔƱenos.
āĀæQuĆ© le harĆ”n? ĀæQuĆ© le harĆ”n? āgritaba
su hermana.
āTranquila ārogó Diego, siendo ahora
conducido por Fido y su arma clavada en la espalda.
Ā«Me van a matarĀ» āpensó Diego caminando
tras el resto de hombres. Miró hacia atrĆ”s y sus familiares seguĆan siendo
sujetadas por aquellos malditos. Tuvo que hablarā. Ā”SuĆ©ltenlas!
āSi cooperas con nosotros serĆ”n
liberadas āhabló el hombre burlónā. Pero si no, le llenaremos el cuerpo de plomo a tu
hermana, por supuesto despuƩs de haber sido almorzada por nosotros. Y la niƱa
bueno, ya sabes. Se verĆa como una mĆ”rtir.
Diego sintió ganas de llorar, era
conducido a una camioneta completamente negra, que era conducida por un sujeto
apodado El lacra. Tras el vehĆculo estaba otro de igual marca.
Diego subió al primero, dedicó una
mirada a aquel despreciable hombre rubio, en ambos lados se subieron sus
secuaces. Hundiendo los revólveres en su costado.
āĀæQuĆ© harĆ”n con mi sobrina y mi hermana?
āSi nos obedeces todo estarĆ” bien ārespondió
El lacra.
āYa estoy cooperando.
La camioneta se puso en movimiento junto
a la otra, ponĆan dirección por el asfalto a la zona donde estaban las
familiares de Diego, todavĆa amenazadas con las armas.
La segunda camioneta se estacionó
abriendo las puertas para recibir a los otros maleantes. Tanto Pepe como su
cómplice soltaron a madre e hija y corrieron al vehĆculo lanzando tiros al
aire.
Diego contempló aquella escena, en el
suelo estaba su hermana protegiendo a la niƱa, temblando de nervios, aunque
sanas y salvas.
āSon unos malditos, ellas no merecen
eso.
El lacra rió sarcÔstico, ordenó que a
Diego se le tapasen los ojos.
āNo debe ver a donde vamos. Y si te
pones pendenciero matamos a la nena.
III
Durante el trayecto Diego no supo donde
estaba, por los movimientos que hacia su cuerpo dedujo que podĆa ser una
carretera con gran variedad de curvas y algunas zonas de tierra y piedras. Con
saƱa sentĆa el revolver hundirse en su piel.
Cuando el carro se estacionó debĆa haber
transcurrido cerca de hora y media. Lo ayudaron a bajar y ya las piernas no le
temblaban.
Le destaparon los ojos y se descubrió en
un amplio estacionamiento, parecĆa un sótano de edificio.
āQuiero que le amarren los brazos
āordenaba el hombre rubio, a Ć©l se unió otro hombre con gafas y los demĆ”s captores del cementerioā, Gabo y Pepe, encĆ”rguense de eso, lo trasladan al piso uno ādio media
vuelta marchƔndose con su sƩquito.
Diego observó como Pepe tenĆa su arma en
el cinto, Gabo buscaba la soga en la camioneta. Cuando la consiguió Diego le
dio un golpe en la cara que lo tumbó.
Gabo reaccionó, pero Diego fue mÔs
rƔpido dando un salto en el aire le dio una patada en el pecho que le hizo dar
de cabeza contra un carro y perder la consciencia. Diego le robó el arma y le
dio un golpe con la cacha para deshacerse de Ʃl.
Corrió a lo largo del estacionamiento, del
lado contrario por donde se marchó el rubio y su grupo.
VeĆa el azul del cielo, sĆ, estaba en un
edificio. Iba a subir unas escaleras cuando cuatro hombres le bloquearon el
paso apuntƔndole con rifles.
āBaja el arma āordenó uno, que
luego descubrirĆa se llamaba Sergioā, o te matamos a ti y tu familia.
Diego se detuvo en seco, ya no estaba en
condiciones de pelear.
āĀ”Baja el arma! āordenó Sergio, usó un
radioā. Lacra, ven. TenĆas razón, Gabo y Pepe no sirvieron de nada. AquĆ
tenemos al comandante Diego Blyde.
Diego los miraba con profundo odio. Tuvo
que colocar el arma en el piso y patearla hacia los hombres. Pronto apareció El
lacra acompaƱado de los otros hombres.
āDa media vuelta, Comandante Blyde
āmandó tras Ć©l.
El lacra lo miraba divertido y dijo:
āAsĆ no pondrĆ” resistencia. LlĆ©venlo a
donde ordenƩ ya.
III
Montserrat entró al recinto oscuro que
habĆan dispuesto para tener encerrado a Diego, no pudo evitar que sintió un
extraƱo sentimiento cuando vio aquel hombre amarrado contra la silla.
ParecĆa ser el hombre mĆ”s guapo
que habĆa visto nunca, comparĆ”ndolo con los mafiosos y sicarios que conocĆa de
los peores lugares del mundo. Estaba jadeando y con un uniforme militar que se
ajustaba a sus fuertes mĆŗsculos. Su belleza masculina era difĆcil saber dónde
empezaba. Era de cuerpo grande, tenĆa una perfección corporal. ĀæQuĆ© pensarĆa Ć©l
de ella si la viera? No, era mejor tener al rehƩn con los ojos vendados.
Montserrat salió de la habitación y
consiguió a Sergio en el pasillo, Ć©ste sostenĆa un celular nuevo de agencia.
āYa todo estĆ” dispuesto ādijo entregando el celularā. TomĆ© la
fotografĆa, esperamos por la llamada.
Montserrat cogió el móvil, pulsó unas
teclas e inició un contacto con la persona mĆ”s poderosa en los lĆmites de la
justicia en aquella región. Fue atendida la llamada con la voz ronca de un
sujeto.
āCoronel Ferri, le habla Montserrat
Ivanovich, principal lĆder de la banda Los Blindados. Y le tengo una serie
de propuestas para mantener una tregua de las partes.
āĀ”Con ustedes no tengo ningĆŗn asunto a
tratar bandidos, asesinos...!
āEspere... āhubo de interrumpirloā. Las
propuestas son muy de provecho para usted sin contarle que en este momento uno
de sus mejores hombres se encuentra como rehĆ©n en nuestras... Āæcómo dirĆa?...
nuestras garras.
āĀæDe quĆ© me estĆ” hablando?
āDel Comandante Diego Blyde, Āæse imagina
que muera como tantos otros porque usted no le dio la oportunidad de vivir? CrƩame
que lo que le voy a proponer serƔ mƔs beneficioso para usted, que para
nosotros, simple servidores.
āĀæDe quĆ© se trata? Esto debe ser una trampa.
āComo principal punto queremos que se
libre la intervención a la Hacienda El Jabillo, lugar que desde hace dos meses
sus hombres han tenido en su poder haciendo bĆŗsquedas innecesarias, porque
ya no estamos ahĆ.
āĀæY cómo quiere usted quĆ© haga eso?
āNo me interesa, porque usted tiene la
orden para levantar el cuidado de la zona. A cambio de eso pedimos el libre
trabajo nuestro en la zona.
āĀæA quĆ© se refiere?
āNo sea pendejo que no lo es. Deseamos
activar el libre trÔfico en el pueblo, gente que ahà trabaje para nosotros y
nos sirva de distribuidores. ObservƔndolo desde un buen punto de vista eso
motiva el empleo. La segunda propuesta, estoy muy segura que usted aspira a
mĆ”s, Āæle gustarĆa ser Ministro del paĆs? Nosotros podemos llevarlo hasta esa
silla, hay muchos contactos a nivel nacional. A cambio liberaremos a su comandante pero tambiƩn
queremos nos sea dotados tres aviones, ya sabe asuntos de la organización. Y
como Ćŗltima propuesta... Le aseguramos el pago de la campaƱa polĆtica de su
hijo, ya que hace tres meses él se postuló a gobernador y aunado a eso le aseguramos la protección de
su familia a cambio de que nos sea eliminados todos nuestros archivos criminales... ¿Se da usted cuenta, Coronel? Usted serÔ mÔs beneficiado en este
negocio que nosotros. ¿Qué nos dice?
āN... no... no tengo nada que decir...
no... no sé. ”No sea usted, pendeja! Esto es una trampa.
āNo se preocupe Coronel. Lo dejarĆ©
pensar por cuestión de horas, mientras usted investiga si Diego Blyde ha sido secuestrado o no. MÔs adelante nos pondremos en comunicación con
usted y esperarĆ© una grata respuesta de su parte āella cortó la comunicación.
Miró a Sergioā. El pez ya mordió el anzuelo. EnvĆale la foto que tomaste del
rehƩn. Luego regala ese celular a cualquier mocoso de la calle, quiero que
compres otro. Ahora tendré una comunicación con el rehén y no quiero tener
interrupciones.
Montserrat se dirigió a toda prisa al
cuarto oscuro donde seguĆa el militar con los ojos vendados. Se encerró bajo
llave.
Verdaderamente nunca en su vida habĆa
visto tan enorme musculatura en un sólo hombre. El rehén le pareció
increĆblemente guapo. Aunque no podĆa ver el color de sus ojos debido a
la venda sus altos pómulos, nariz fuerte, mandĆbula cuadrada y barbilla prominente
se mezclaban una exquisita imagen masculina.
Su camisa se hundĆa entre sus pectorales
musculosos. Sus bĆceps enormes quizĆ”s destrozarĆan la mandĆbula de cualquier
enemigo en una batalla cuerpo a cuerpo.
Un hombre abrumadoramente masculino y
sexy. Lentamente los ojos captaron el tamaƱo del bulto que se
formaba entre las piernas del prisionero.
Montserrat caminó oyendo el respirar
pesado de Diego, éste se quedó inmóvil y habló con voz potente:
āĀæQuien estĆ” ahĆ? ĀæPor quĆ© no dan la
cara? ”Cobardes!
Montserrat clavó la vista en aquellos
brazos musculosos. Āæpor quĆ© tenĆa que mirarlo de esa manera?
Diego tensó el puño bajo la metÔlica
esposa que lo ataba a la silla.
āĀæquiĆ©n eres y por quĆ© estĆ”n haciendo
esto? āĆ©l quiso saber, a pesar de su voz se distinguĆa un tono de miedoā. No me
importa lo que hagan, pero con mi familia no se metan. ĀæEntendido?
Montserrat estaba hechizada ante aquel
semental, parecĆa que verlo en persona era mĆ”s fascinante que simples fotos de
internet. Se arrodilló ante él, se supone que estaba ahà para amenazarlo,
acabar con su escudo psicológico y decir que lo torturarĆa para sacarle información y despuĆ©s lo matarĆa. Pero puso
su mano en el pecho duro. Diego se estremeció, sabĆa que aquellas eran manos de
mujer. SabĆa lo que tenĆa que hacer.
āEspera, podemos hablar. Entablar un
acuerdo. ĀæQuĆ© buscan? SabĆas que estĆ”s violando la ley? Si me liberas te
protegerƩ ante la justicia.
Los pectorales de Diego eran enormes,
sólidos y fornidos. Montserrat acarició su pecho y el ondulante abdomen.
Aquel hombre sĆ que sabĆa mantenerse.
āĀæQuĆ© buscas de mĆ?
Con frotar las manos en su fornido pecho
Montserrat pudo vislumbrar como la zona genital de Diego se movĆa, eso querĆa
decir que su pene se endurecĆa.
Montserrat llevó las manos a la
entrepierna del hombre, tocó su pene y abrió la cremallera, sacĆ”ndolo rĆgido y duro, los ojos le
brillaron de emoción, se estaba comportando como una zorra, eso no estaba en
sus planes, pero es que Diego le abrió un raro apetito sexual. Su pija era tan
gruesa como un tronco de Ɣrbol de cedro y larga como un bate de bƩisbol. El
glande estaba limpio y rosa el falo lleno de venas.
āA partir de hoy tu vida estĆ” en
nuestras manos āhabló por primera vez Montserrat.
Diego sonrió, seguramente era aquella
mujer con la que tropezó en su primer encuentro. Iba a persuadirla.
āĀæPor quĆ© trabajas para ellos? Eres una
mujer linda, me di cuenta aquella vez. Ayúdame a salir y serÔs absuelta de todo
cargo...
Montserrat arrugó el ceƱo no sabĆa de
qué hablaba. Alegó.
āSoy la principal cabecilla de esta
organización.
Hubo un profundo silencio. Montserrat
llevó las manos al pecho de Diego, agarró sus pezones y los pellizco con
firmeza. Diego gruñó echÔndose hacia atrÔs. Montserrat pellizcó los pezones por
mÔs de dos minutos, la cara de Diego pasó de una coloración morena a roja,
apretaba los dientes y su respiración se tensaba.
Lo soltó y el rehén jadeó, perlas de
sudor se acumulaban en su frente. El pene duro seguĆa alzado.
Montserrat se arrodilló. Centró
la atención en el pene cogiéndolo con las manos. Diego se quedó inmóvil. Con
soltura la mano comenzó a subir y bajar sobre la verga.
Diego intentó resistirse, gruƱĆa e
intentaba tensarse. Aquella mujer era peligrosa, pensaba, aunque
lamentablemente estaba equivocado de chica.
Montserrat fue otro paso mÔs allÔ, lamió
aquel gigantesco pollón que estaba a su frente. Diego sintió un escalofrĆo frenĆ©tico
por el cuerpo, gimió y se apoyó en el respaldo tratando de alejarse.
Inmediatamente una gota de presemen
salió de la punta de su pene. Montserrat cerró los ojos y metió el glande en su
boca extrayendo aquel jugo, era lĆquido y caliente. Un nĆ©ctar para la sed.
El calor de la boca abrazaba la cabeza
del pene, Diego se quedó quieto mientras el corazón le latĆa deprisa.
Aquel güevo palpitaba por sà solo sobre
los masajes de la lengua. Chupando como un caramelo, Montserrat pudo lamer otra
gota del dulce sabor del semen del militar. Pasó la lengua hasta los hermosos y
colgantes cojones, 2 testĆculos pesados que se hacĆan colgar de aquel moreno escroto. Luego, Montserrat dedicó su atención a la punta de la verga pero agarró con las manos
las grandes bolas y las estiró hacia abajo oyendo un gemido de sorpresa de
Diego.
La rubia hundió los huevos a la parte
inferior del escroto, abultando el saco de piel con ellos, brillaba el escroto.
A Montserrat se le hizo agua la boca. Lamió las bolas cerrando los ojos.
Diego gimió otra vez, aunque sentĆa
dolor en la cadera por el estirón a sus bolas. Echó hacia atrÔs la cabeza.
Con aquella lengua Diego sentĆa
cosquillas y una excitación tremenda.
Lentamente Montserrat fue estirƔndolos,
Diego gruñó estremeciĆ©ndose de la excitación. Mientras se retorcĆa en la silla, la verga se hacĆa mĆ”s grande y mĆ”s palpitante.
En poco tiempo los huevos se hincharon y
Diego seguĆa emitiendo gemidos.
Montserrat soltó el par de bolas, metió
en su boca la pequeña capa de presemen y finalmente metió por completo toda la
barra de carne despuƩs de abrir muy grande la boca.
Todo el cuerpo inmensamente musculoso de
Diego estaba rĆgido, el hombre movió su cadera levemente,
conteniendo la respiración a medida que el pene se deslizaba por la garganta.
Diego sudaba desde la frente hasta el
pecho donde se acumulaban como un lago.
Montserrat seguĆa succionando el pene,
pero, agarró el escroto colgante de Diego... estiró con muchas fuerzas y para
su sorpresa la verga se hizo mÔs larga y robusta. Subió y bajó la cabeza con
ritmo constante.
Diego se quedó de una vez rĆgido e
inmóvil, empezaba a sentir nervios, su polla se hundĆa mĆ”s profunda en la garganta.
āAAAAaaaahhh.... āgimoteó.
El pene se hinchó y Montserrat aplastó
los testĆculos en su mano. Giró la lengua por la verga y asĆ sintió como el semen inundaba su boca.
El lote de semen abrazó su garganta,
era un mazacote duro y pesado. Montserrat tuvo que apartarse para
poder tragar y posteriori respirar. Miró a Diego que tenĆa la boca abierta,
metió de nuevo el pene en la boca, palpitando expulsó otra rÔfaga de leche. En
pocos segundos la boca de Montserrat estaba repleta de aquella sustancia
blanca, gruesa, cremosa y pegajosa. Con variados tragos enormes tragó
aquella baba masculina, pues empezaban a derramarse por su boca y no querĆa desperdiciarlos.
La visión de Diego era hermosa: atado a
una silla jadeando, con la ropa y el cuerpo hĆŗmedo de sudor. Ćl echó la cabeza
hacia atrƔs, exhausto.
Otro fajo de semen salió de su polla inesperadamente,
cruzó el aire y se estrelló dejando una mancha gruesa sobre su franela. Montserrat
miraba con ojos brillantes le gustaba ese rastro baboso de semen.
Estaba fascinada ante aquel semental... no
merecĆa morir.
«¿Y si fuese mi esclavo por siempre?»
pensó llena de dudas.
La asesina envolvió con los dedos las
grandes pelotas del militar. Templó los órganos en dirección al suelo.
Diego soltó un potente grito, y de su
pene salió disparado otro cañonazo de leche.
El pegajoso esperma habĆa quedado impregnado en la silla, suelo, e
incluso el brazo y la mano de Montserrat.
Diego respiraba con dificultad, sentĆa
un horrible dolor de bolas que explotaba en su abdomen, ¿por qué aquella chica
hacĆa eso si le habĆa dado el mejor sexo de su vida?
Montserrat pasó la lengua por el paladar, todavĆa quedaba ese sabor dulzón de Diego.
La mujer tenĆa una rara expresión en
los ojos, Āædeseo, remordimiento, culpa? HabĆa actuado como nunca creĆa lo habĆa
hecho en su vida pero, ¿y ahora qué? Agarró el slip y guardó el pene de Diego.
āĀæA dónde vas? Quiero
hablar contigo.
Monserrat salió sin decir nada, pero
deseando a ese macho como nunca, se dirigió al primer sirviente que encontró y
ordenó con voz de mando:
āTe paras sobre esa puerta y no quiero
que dejes entrar a nadie. ĀæEntendido? A nadie.
El hombre se plantó en el sitio y ella siguió su camino rumbo a un sitio conocido. Iba a saldar una cuenta. Entró a
una sala donde Paula contabilizaba armas de fuego con otro dos hombres.
āĀ”Salgan de aquĆ! Paula y yo tenemos
que hablar āante la orden los seƱores desaparecieron, la rubia se sentó
amenazanteā. Quiero que me expliques como fue tu primer encuentro con el rehĆ©n.
¿Por qué tu insistencia en traerlo? ¿Por qué él?
āTe dije que Ć©l es un hombre pesado en
su entorno.
ā... Āæustedes se conocen?
āPor supuesto que no... Āæcómo?
āDijo que te habĆa visto el dĆa de la
redada.
Paula se mordió el labio. Explicó:
āĆl descubrió el pasadizo efe por
desgracia nos conseguimos e intentó detenerme. Pude herirlo y me escapé.
Montserrat tuvo un brillo en los ojos.
ālo acabo de ver, es muy atractivo,
mejor que en fotos, Paula, te prohĆbo a ti y a todos que tengan contacto
con Ć©l. SerĆ© yo quien lo atienda mientras estĆ© aquĆ.
ā”¿Por quĆ©?! Ā”la idea de capturarlo fue mĆa!
āNo me interesa, de ahora en adelante
serĆ© yo quien disponga de Ć©l, dedĆcate a atender tu marido.
āEntiendo ādijo en tono sarcĆ”stico
Paulaā, como no tienes macho ese potro te cautivó.
Montserrat abofeteó a su media hermana
con el dorso de la mano.
āQuien siempre ha dado la cara por esta
organización he sido yo. TĆŗ dedĆcate a obedecer mis órdenes.
La rubia salió de allà y Paula apretó
los labios con amargura.
IV
Diego Blyde tenĆa los miembros entumecidos,
tenĆa horas ahĆ sentado sin contacto con nadie. ĀæCómo estarĆa su familia? ĀæQuĆ©
harĆan con Ć©l? DebĆa ser la noche o el crepĆŗsculo. No podĆa negar que aquella
mujer le habĆa dado el mejor orgasmo de su vida. ĀæPero quĆ© era en ese grupo?
Lamentablemente seguĆa confundiendo a
Montserrat con Paula. Aunque su duda se iba a disipar con la entrada de la
rubia al cuarto con una caliente y rica cena preparada con esmero. Ella se
sentó a su frente, mientras Diego se quedó tenso.
āĀæQuien es? ĀæEres tĆŗ?
Montserrat respiró profundo, depositó el
plato en sus piernas y se dispuso a quitar la venda de los ojos del comandante
Blyde. Se quedó embelesada mirando la completa belleza de Diego.
Por su parte Blyde entornó los ojos
esperando encontrar la cara angelical de la mujer con que se encontró en el subterrÔneo,
pero no, ahĆ estaba una mujer rubia que parecĆa aƱos mayores.
āHola ālo saludó ella.
Reconoció en la mujer la voz de la tarde. Estaba petrificado.
āTraje tu cena ārompió Montserrat aquel
silencio tan pesado.
āNo voy a comer ānegó el militar con voz de mal genio.
āSerĆ” mejor que comas, no sabes cuanto
tiempo vas a estar aquĆ y, encima sin comer. Te hice la cena yo. Huele esta
preciosidad... Recuerda esta tarde lo que nos pasó... āsonrió mirĆ”ndolo a los
ojos.
āĀæFuiste tĆŗ?
āSĆ... Disculpa si...
Diego la miró a los ojos. Montserrat sirvió en la
cuchara parte de la cena y apuntó a la boca del hombre, que giró la cabeza a un
lado.
āNo seas tozudo, come.
āLo que quiero saber es quĆ© hago aquĆ.
¿Me matarÔn?
āEres parte de un plan, considĆ©rate una
carnada. Pero si el plan falla, morirƔs.
āAsesinos a ustedes no les importa
matar. Van a terminar en la cƔrcel. Lo juro.
āNo estĆ”s en una posición para amenazar,
es mejor que obedezcas y comas.
āĀ”QuĆ© no quiero!
Montserrat dejó de insistir, molesta
arrojó el plato contra el suelo quebrÔndolo. Se paró de su silla y vendó los
ojos del comandante Blyde.
āĀæEres la Ćŗnica mujer en este grupo?
āpreguntó Ć©l.
Montserrat sintió celos, era obvio que
recordaba a Paula. Largó una bofetada a la cara del militar, luego otra y una
tercera mÔs. Su rostro se tornó rojo.
La mujer salió de la sala, ordenando que
encerraran al prisionero bajo llave y que nadie mƔs tuviera contacto con Ʃl.
Cuando Montserrat se encontró con El
lacra obvió ciertos detalles ocurridos en la tarde.
āEs la hora que llames, hermanita.
Ella cogió el móvil poniéndose en
contacto con:
āCoronel Ferri, nos volvemos a
comunicar... he de pensar que ha tenido usted el tiempo suficiente para pensar
la propuesta que hice esta mañana, ¿qué tiene que comunicarme?
āQuiero otra prueba de vida del capitĆ”n
Blyde?
āCoronel, esa no es una respuesta, pero
si usted quiere le serÔ enviado un video. Ahora bien, ¿qué tiene usted que
decirme?
El coronel Ferri titubeó para contestar
luego de cortos segundos:
āOpino que deberĆamos reunirnos para
conversar su propuesta. Acabo de ordenar el retiro de la Hacienda El Jabillo.
Montserrat sonrió de emoción.
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