CONTIENE:
-Ballbusting hombre/hombre
-ballbusting mujer/hombre
-sexo heterosexual
I
Paula estaba en aquel momento de la
maƱana muy inquieta, habĆa pasado dos meses desde la invasiĆ³n a la hacienda donde
su grupo de mafiosos se reunĆan. Como una organizaciĆ³n habĆan desarrollado con
el tiempo una ingeniosa estructura que le servia de escondite.
Durante el ataque militar se habĆan
refugiado en uno de los tantos lugares que crearon a nivel subterrƔneo. Pero
como la inspecciĆ³n en la finca demorĆ³ horas extras tuvieron que
abandonar aquel recinto por un pasadizo que conducĆa a travĆ©s de un acueducto que unĆa
por muchas hectƔreas la ciudad y un pueblo.
Se habĆan instalado en un edificio cuyo
aspecto exterior parecĆa en ruinas siendo esto una pĆ©sima fachada para las riquezas
que habĆa en su interior.
Durante aquellos dos meses se dedicaron
a estudiar los movimientos y contactos de un hombre al que le interesaba
utilizar como carnada para trazar un plan.
La preocupaciĆ³n de Paula se volcaba en
la vida de aquel militar, Diego Blyde, y por ello tenĆa la vista en el techo
discutiendo consigo.
«¿Por quĆ© tienes que sentir atracciĆ³n
por ese hombre? »Pensaba«. Ćl trabaja para la justicia y va contra mĆ »se
detuvo a pensar el fabuloso encuentro que tuvo con Ć©l durante el asalto
militar«. Me gustĆ³ y no sĆ© porquĆ©... pero ese hombre es lindo,
no cabe duda. Lo tienes metido entre ceja y ceja. ¿Pero por quĆ©? EstĆ” mĆ”s que
prohibido. Es el enemigo, un extraƱo y potente enemigo al fin y al cabo».
En unos pisos mƔs abajo de aquel
edificio, su media hermana Montserrat se dedicaba a contabilizar inmensos
billetes de Libras esterlinas.
El contador maquinaba al
menos quinientos billetes de mĆ”xima denominaciĆ³n. Cuando el sonido de uno de
sus cinco celulares rompiĆ³ con el silencio de aquel cuarto. Era una llamada de
El lacra.
—Todo estĆ” a punto —le dijo Ć©l—. Nuestro objetivo
se encuentra en un lugar solitario acompaƱado de sus familiares.
—Un solo error puede ser fatal —alertĆ³ Montserrat
con voz seca.
—Obraremos con limpieza.
Fin de la comunicaciĆ³n.
II
Diego Blyde estaba en aquel momento
acompaƱado de su hermana y su pequeƱa sobrina en el cementerio, visitando los
restos de sus seres queridos.
Estaban justamente en la tumba de
Antonio Antillano, un fiel militar que habĆa sido asesinado en la misiĆ³n de
capturar aquella banda de delincuentes, asesinado al no concretarse una tregua entre las partes.
Diego depositaba en la tumba una medalla
que aquel hombre habĆa recibido en homenaje pĆ³stumo. Era joven, fuerte y con un
exitoso futuro por delante.
—Juro que vengarĆ© tu muerte —recalcĆ³ a su mejor amigo.
—¡Ay, Diego. Por Dios. La niƱa! —fue la
voz desesperada de su hermana a su espalda. La niƱa soltĆ³ un gritillo asustado.
Diego girĆ³ la cabeza y se enderezĆ³ de un
salto: dos hombres tenĆan puesto revĆ³lveres en las cabezas de hermana y su
hija, mientras que otros dos lo apuntaban con otra municiĆ³n. Un tercero lo
miraba burlĆ³n.
—Manos a la cabeza.
—Deja a mi sobrina y mi hermana de lado.
No tienen nada que ver con esto.
—Te dije que subieras las manos, Pepe
—el mencionado, un hombre flaco enterrĆ³ el arma en la cabeza de la nena,
arrancando un grito de la madre.
Diego asustado y por primera vez con las
piernas temblando levantĆ³ los brazos. AllĆ sĆ³lo se oĆan los llantos de la niƱa.
—Fido, revĆsalo —ordenĆ³ el hombre
burlĆ³n—. Que no le quede nada.
Fido guardĆ³ su arma en la parte trasera
del pantalĆ³n. Y comenzĆ³ a revisar a Diego por cada costado. ArrebatĆ”ndole una
pistola guardada en el pantalĆ³n, una granada cerca de la rodilla y un cuchillo
oculto en la bota. DejƔndole limpiamente desarmado.
—Dejen ir a mi hermana y mi sobrina.
—Eh, tiene miedo, ¿verdad? —preguntĆ³ el
burlĆ³n—. Gabo, ya sabes lo que tienes que hacer.
El hombre negro que sostenĆa a su
hermana soltĆ³ una risotada y gritĆ³:
—BUMMM.
AsĆ acababan con la salud mental de
aquellas tres personas.
—Diego Blyde —volviĆ³ a decir el burlĆ³n—,
acompƔƱenos.
—¿QuĆ© le harĆ”n? ¿QuĆ© le harĆ”n? —gritaba
su hermana.
—Tranquila —rogĆ³ Diego, siendo ahora
conducido por Fido y su arma clavada en la espalda.
«Me van a matar» —pensĆ³ Diego caminando
tras el resto de hombres. MirĆ³ hacia atrĆ”s y sus familiares seguĆan siendo
sujetadas por aquellos malditos. Tuvo que hablar—. ¡SuĆ©ltenlas!
—Si cooperas con nosotros serĆ”n
liberadas —hablĆ³ el hombre burlĆ³n—. Pero si no, le llenaremos el cuerpo de plomo a tu
hermana, por supuesto despuƩs de haber sido almorzada por nosotros. Y la niƱa
bueno, ya sabes. Se verĆa como una mĆ”rtir.
Diego sintiĆ³ ganas de llorar, era
conducido a una camioneta completamente negra, que era conducida por un sujeto
apodado El lacra. Tras el vehĆculo estaba otro de igual marca.
Diego subiĆ³ al primero, dedicĆ³ una
mirada a aquel despreciable hombre rubio, en ambos lados se subieron sus
secuaces. Hundiendo los revĆ³lveres en su costado.
—¿QuĆ© harĆ”n con mi sobrina y mi hermana?
—Si nos obedeces todo estarĆ” bien —respondiĆ³
El lacra.
—Ya estoy cooperando.
La camioneta se puso en movimiento junto
a la otra, ponĆan direcciĆ³n por el asfalto a la zona donde estaban las
familiares de Diego, todavĆa amenazadas con las armas.
La segunda camioneta se estacionĆ³
abriendo las puertas para recibir a los otros maleantes. Tanto Pepe como su
cĆ³mplice soltaron a madre e hija y corrieron al vehĆculo lanzando tiros al
aire.
Diego contemplĆ³ aquella escena, en el
suelo estaba su hermana protegiendo a la niƱa, temblando de nervios, aunque
sanas y salvas.
—Son unos malditos, ellas no merecen
eso.
El lacra riĆ³ sarcĆ”stico, ordenĆ³ que a
Diego se le tapasen los ojos.
—No debe ver a donde vamos. Y si te
pones pendenciero matamos a la nena.
III
Durante el trayecto Diego no supo donde
estaba, por los movimientos que hacia su cuerpo dedujo que podĆa ser una
carretera con gran variedad de curvas y algunas zonas de tierra y piedras. Con
saƱa sentĆa el revolver hundirse en su piel.
Cuando el carro se estacionĆ³ debĆa haber
transcurrido cerca de hora y media. Lo ayudaron a bajar y ya las piernas no le
temblaban.
Le destaparon los ojos y se descubriĆ³ en
un amplio estacionamiento, parecĆa un sĆ³tano de edificio.
—Quiero que le amarren los brazos
—ordenaba el hombre rubio, a Ć©l se uniĆ³ otro hombre con gafas y los demĆ”s captores del cementerio—, Gabo y Pepe, encĆ”rguense de eso, lo trasladan al piso uno —dio media
vuelta marchƔndose con su sƩquito.
Diego observĆ³ como Pepe tenĆa su arma en
el cinto, Gabo buscaba la soga en la camioneta. Cuando la consiguiĆ³ Diego le
dio un golpe en la cara que lo tumbĆ³.
Gabo reaccionĆ³, pero Diego fue mĆ”s
rƔpido dando un salto en el aire le dio una patada en el pecho que le hizo dar
de cabeza contra un carro y perder la consciencia. Diego le robĆ³ el arma y le
dio un golpe con la cacha para deshacerse de Ć©l.
CorriĆ³ a lo largo del estacionamiento, del
lado contrario por donde se marchĆ³ el rubio y su grupo.
VeĆa el azul del cielo, sĆ, estaba en un
edificio. Iba a subir unas escaleras cuando cuatro hombres le bloquearon el
paso apuntƔndole con rifles.
—Baja el arma —ordenĆ³ uno, que
luego descubrirĆa se llamaba Sergio—, o te matamos a ti y tu familia.
Diego se detuvo en seco, ya no estaba en
condiciones de pelear.
—¡Baja el arma! —ordenĆ³ Sergio, usĆ³ un
radio—. Lacra, ven. TenĆas razĆ³n, Gabo y Pepe no sirvieron de nada. AquĆ
tenemos al comandante Diego Blyde.
Diego los miraba con profundo odio. Tuvo
que colocar el arma en el piso y patearla hacia los hombres. Pronto apareciĆ³ El
lacra acompaƱado de los otros hombres.
—Da media vuelta, Comandante Blyde
—mandĆ³ tras Ć©l.
Cuando Diego obedeciĆ³ y se dio la vuelta
recibiĆ³ una patada en los testĆculos que enseguida lo llevĆ³ al piso quejĆ”ndose
y aferrando las manos a ellos. Su rostro rebelaba confusiĆ³n y dolor.
El lacra lo miraba divertido y dijo:
—AsĆ no pondrĆ” resistencia. LlĆ©venlo a
donde ordenƩ ya.
III
Montserrat entrĆ³ al recinto oscuro que
habĆan dispuesto para tener encerrado a Diego, no pudo evitar que sintiĆ³ un
extraƱo sentimiento cuando vio aquel hombre amarrado contra la silla.
ParecĆa ser el hombre mĆ”s guapo
que habĆa visto nunca, comparĆ”ndolo con los mafiosos y sicarios que conocĆa de
los peores lugares del mundo. Estaba jadeando y con un uniforme militar que se
ajustaba a sus fuertes mĆŗsculos. Su belleza masculina era difĆcil saber dĆ³nde
empezaba. Era de cuerpo grande, tenĆa una perfecciĆ³n corporal. ¿QuĆ© pensarĆa Ć©l
de ella si la viera? No, era mejor tener al rehƩn con los ojos vendados.
Montserrat saliĆ³ de la habitaciĆ³n y
consiguiĆ³ a Sergio en el pasillo, Ć©ste sostenĆa un celular nuevo de agencia.
—Ya todo estĆ” dispuesto —dijo entregando el celular—. TomĆ© la
fotografĆa, esperamos por la llamada.
Montserrat cogiĆ³ el mĆ³vil, pulsĆ³ unas
teclas e iniciĆ³ un contacto con la persona mĆ”s poderosa en los lĆmites de la
justicia en aquella regiĆ³n. Fue atendida la llamada con la voz ronca de un
sujeto.
—Coronel Ferri, le habla Montserrat
Ivanovich, principal lĆder de la banda Los Blindados. Y le tengo una serie
de propuestas para mantener una tregua de las partes.
—¡Con ustedes no tengo ningĆŗn asunto a
tratar bandidos, asesinos...!
—Espere... —hubo de interrumpirlo—. Las
propuestas son muy de provecho para usted sin contarle que en este momento uno
de sus mejores hombres se encuentra como rehĆ©n en nuestras... ¿cĆ³mo dirĆa?...
nuestras garras.
—¿De quĆ© me estĆ” hablando?
—Del Comandante Diego Blyde, ¿se imagina
que muera como tantos otros porque usted no le dio la oportunidad de vivir? CrƩame
que lo que le voy a proponer serƔ mƔs beneficioso para usted, que para
nosotros, simple servidores.
—¿De quĆ© se trata? Esto debe ser una trampa.
—Como principal punto queremos que se
libre la intervenciĆ³n a la Hacienda El Jabillo, lugar que desde hace dos meses
sus hombres han tenido en su poder haciendo bĆŗsquedas innecesarias, porque
ya no estamos ahĆ.
—¿Y cĆ³mo quiere usted quĆ© haga eso?
—No me interesa, porque usted tiene la
orden para levantar el cuidado de la zona. A cambio de eso pedimos el libre
trabajo nuestro en la zona.
—¿A quĆ© se refiere?
—No sea pendejo que no lo es. Deseamos
activar el libre trĆ”fico en el pueblo, gente que ahĆ trabaje para nosotros y
nos sirva de distribuidores. ObservƔndolo desde un buen punto de vista eso
motiva el empleo. La segunda propuesta, estoy muy segura que usted aspira a
mĆ”s, ¿le gustarĆa ser Ministro del paĆs? Nosotros podemos llevarlo hasta esa
silla, hay muchos contactos a nivel nacional. A cambio liberaremos a su comandante pero tambiƩn
queremos nos sea dotados tres aviones, ya sabe asuntos de la organizaciĆ³n. Y
como Ćŗltima propuesta... Le aseguramos el pago de la campaƱa polĆtica de su
hijo, ya que hace tres meses Ć©l se postulĆ³ a gobernador y aunado a eso le aseguramos la protecciĆ³n de
su familia a cambio de que nos sea eliminados todos nuestros archivos criminales... ¿Se da usted cuenta, Coronel? Usted serĆ” mĆ”s beneficiado en este
negocio que nosotros. ¿QuĆ© nos dice?
—N... no... no tengo nada que decir...
no... no sĆ©. ¡No sea usted, pendeja! Esto es una trampa.
—No se preocupe Coronel. Lo dejarĆ©
pensar por cuestiĆ³n de horas, mientras usted investiga si Diego Blyde ha sido secuestrado o no. MĆ”s adelante nos pondremos en comunicaciĆ³n con
usted y esperarĆ© una grata respuesta de su parte —ella cortĆ³ la comunicaciĆ³n.
MirĆ³ a Sergio—. El pez ya mordiĆ³ el anzuelo. EnvĆale la foto que tomaste del
rehƩn. Luego regala ese celular a cualquier mocoso de la calle, quiero que
compres otro. Ahora tendrĆ© una comunicaciĆ³n con el rehĆ©n y no quiero tener
interrupciones.
Montserrat se dirigiĆ³ a toda prisa al
cuarto oscuro donde seguĆa el militar con los ojos vendados. Se encerrĆ³ bajo
llave.
Verdaderamente nunca en su vida habĆa
visto tan enorme musculatura en un sĆ³lo hombre. El rehĆ©n le pareciĆ³
increĆblemente guapo. Aunque no podĆa ver el color de sus ojos debido a
la venda sus altos pĆ³mulos, nariz fuerte, mandĆbula cuadrada y barbilla prominente
se mezclaban una exquisita imagen masculina.
Su camisa se hundĆa entre sus pectorales
musculosos. Sus bĆceps enormes quizĆ”s destrozarĆan la mandĆbula de cualquier
enemigo en una batalla cuerpo a cuerpo.
Un hombre abrumadoramente masculino y
sexy. Lentamente los ojos captaron el tamaƱo del bulto que se
formaba entre las piernas del prisionero.
Montserrat caminĆ³ oyendo el respirar
pesado de Diego, Ć©ste se quedĆ³ inmĆ³vil y hablĆ³ con voz potente:
—¿Quien estĆ” ahĆ? ¿Por quĆ© no dan la
cara? ¡Cobardes!
Montserrat clavĆ³ la vista en aquellos
brazos musculosos. ¿por quĆ© tenĆa que mirarlo de esa manera?
Diego tensĆ³ el puƱo bajo la metĆ”lica
esposa que lo ataba a la silla.
—¿quiĆ©n eres y por quĆ© estĆ”n haciendo
esto? —Ć©l quiso saber, a pesar de su voz se distinguĆa un tono de miedo—. No me
importa lo que hagan, pero con mi familia no se metan. ¿Entendido?
Montserrat estaba hechizada ante aquel
semental, parecĆa que verlo en persona era mĆ”s fascinante que simples fotos de
internet. Se arrodillĆ³ ante Ć©l, se supone que estaba ahĆ para amenazarlo,
acabar con su escudo psicolĆ³gico y decir que lo torturarĆa para sacarle informaciĆ³n y despuĆ©s lo matarĆa. Pero puso
su mano en el pecho duro. Diego se estremeciĆ³, sabĆa que aquellas eran manos de
mujer. SabĆa lo que tenĆa que hacer.
—Espera, podemos hablar. Entablar un
acuerdo. ¿QuĆ© buscan? SabĆas que estĆ”s violando la ley? Si me liberas te
protegerƩ ante la justicia.
Los pectorales de Diego eran enormes,
sĆ³lidos y fornidos. Montserrat acariciĆ³ su pecho y el ondulante abdomen.
Aquel hombre sĆ que sabĆa mantenerse.
—¿QuĆ© buscas de mĆ?
Con frotar las manos en su fornido pecho
Montserrat pudo vislumbrar como la zona genital de Diego se movĆa, eso querĆa
decir que su pene se endurecĆa.
Montserrat llevĆ³ las manos a la
entrepierna del hombre, tocĆ³ su pene y abriĆ³ la cremallera, sacĆ”ndolo rĆgido y duro, los ojos le
brillaron de emociĆ³n, se estaba comportando como una zorra, eso no estaba en
sus planes, pero es que Diego le abriĆ³ un raro apetito sexual. Su pija era tan
gruesa como un tronco de Ɣrbol de cedro y larga como un bate de bƩisbol. El
glande estaba limpio y rosa el falo lleno de venas.
—A partir de hoy tu vida estĆ” en
nuestras manos —hablĆ³ por primera vez Montserrat.
Diego sonriĆ³, seguramente era aquella
mujer con la que tropezĆ³ en su primer encuentro. Iba a persuadirla.
—¿Por quĆ© trabajas para ellos? Eres una
mujer linda, me di cuenta aquella vez. AyĆŗdame a salir y serĆ”s absuelta de todo
cargo...
Montserrat arrugĆ³ el ceƱo no sabĆa de
quĆ© hablaba. AlegĆ³.
—Soy la principal cabecilla de esta
organizaciĆ³n.
Hubo un profundo silencio. Montserrat
llevĆ³ las manos al pecho de Diego, agarrĆ³ sus pezones y los pellizco con
firmeza. Diego gruĆ±Ć³ echĆ”ndose hacia atrĆ”s. Montserrat pellizcĆ³ los pezones por
mĆ”s de dos minutos, la cara de Diego pasĆ³ de una coloraciĆ³n morena a roja,
apretaba los dientes y su respiraciĆ³n se tensaba.
Lo soltĆ³ y el rehĆ©n jadeĆ³, perlas de
sudor se acumulaban en su frente. El pene duro seguĆa alzado.
Montserrat se arrodillĆ³. CentrĆ³
la atenciĆ³n en el pene cogiĆ©ndolo con las manos. Diego se quedĆ³ inmĆ³vil. Con
soltura la mano comenzĆ³ a subir y bajar sobre la verga.
Diego intentĆ³ resistirse, gruƱĆa e
intentaba tensarse. Aquella mujer era peligrosa, pensaba, aunque
lamentablemente estaba equivocado de chica.
Montserrat fue otro paso mĆ”s allĆ”, lamiĆ³
aquel gigantesco pollĆ³n que estaba a su frente. Diego sintiĆ³ un escalofrĆo frenĆ©tico
por el cuerpo, gimiĆ³ y se apoyĆ³ en el respaldo tratando de alejarse.
Inmediatamente una gota de presemen
saliĆ³ de la punta de su pene. Montserrat cerrĆ³ los ojos y metiĆ³ el glande en su
boca extrayendo aquel jugo, era lĆquido y caliente. Un nĆ©ctar para la sed.
El calor de la boca abrazaba la cabeza
del pene, Diego se quedĆ³ quieto mientras el corazĆ³n le latĆa deprisa.
Aquel gĆ¼evo palpitaba por sĆ solo sobre
los masajes de la lengua. Chupando como un caramelo, Montserrat pudo lamer otra
gota del dulce sabor del semen del militar. PasĆ³ la lengua hasta los hermosos y
colgantes cojones, 2 testĆculos pesados que se hacĆan colgar de aquel moreno escroto. Luego, Montserrat dedicĆ³ su atenciĆ³n a la punta de la verga pero agarrĆ³ con las manos
las grandes bolas y las estirĆ³ hacia abajo oyendo un gemido de sorpresa de
Diego.
La rubia hundiĆ³ los huevos a la parte
inferior del escroto, abultando el saco de piel con ellos, brillaba el escroto.
A Montserrat se le hizo agua la boca. LamiĆ³ las bolas cerrando los ojos.
Diego gimiĆ³ otra vez, aunque sentĆa
dolor en la cadera por el estirĆ³n a sus bolas. EchĆ³ hacia atrĆ”s la cabeza.
Con aquella lengua Diego sentĆa
cosquillas y una excitaciĆ³n tremenda.
Lentamente Montserrat fue estirƔndolos,
Diego gruĆ±Ć³ estremeciĆ©ndose de la excitaciĆ³n. Mientras se retorcĆa en la silla, la verga se hacĆa mĆ”s grande y mĆ”s palpitante.
En poco tiempo los huevos se hincharon y
Diego seguĆa emitiendo gemidos.
Montserrat soltĆ³ el par de bolas, metiĆ³
en su boca la pequeƱa capa de presemen y finalmente metiĆ³ por completo toda la
barra de carne despuƩs de abrir muy grande la boca.
Todo el cuerpo inmensamente musculoso de
Diego estaba rĆgido, el hombre moviĆ³ su cadera levemente,
conteniendo la respiraciĆ³n a medida que el pene se deslizaba por la garganta.
Diego sudaba desde la frente hasta el
pecho donde se acumulaban como un lago.
Montserrat seguĆa succionando el pene,
pero, agarrĆ³ el escroto colgante de Diego... estirĆ³ con muchas fuerzas y para
su sorpresa la verga se hizo mĆ”s larga y robusta. SubiĆ³ y bajĆ³ la cabeza con
ritmo constante.
Diego se quedĆ³ de una vez rĆgido e
inmĆ³vil, empezaba a sentir nervios, su polla se hundĆa mĆ”s profunda en la garganta.
—AAAAaaaahhh.... —gimoteĆ³.
El pene se hinchĆ³ y Montserrat aplastĆ³
los testĆculos en su mano. GirĆ³ la lengua por la verga y asĆ sintiĆ³ como el semen inundaba su boca.
El lote de semen abrazĆ³ su garganta,
era un mazacote duro y pesado. Montserrat tuvo que apartarse para
poder tragar y posteriori respirar. MirĆ³ a Diego que tenĆa la boca abierta,
metiĆ³ de nuevo el pene en la boca, palpitando expulsĆ³ otra rĆ”faga de leche. En
pocos segundos la boca de Montserrat estaba repleta de aquella sustancia
blanca, gruesa, cremosa y pegajosa. Con variados tragos enormes tragĆ³
aquella baba masculina, pues empezaban a derramarse por su boca y no querĆa desperdiciarlos.
La visiĆ³n de Diego era hermosa: atado a
una silla jadeando, con la ropa y el cuerpo hĆŗmedo de sudor. Ćl echĆ³ la cabeza
hacia atrƔs, exhausto.
Otro fajo de semen saliĆ³ de su polla inesperadamente,
cruzĆ³ el aire y se estrellĆ³ dejando una mancha gruesa sobre su franela. Montserrat
miraba con ojos brillantes le gustaba ese rastro baboso de semen.
Estaba fascinada ante aquel semental... no
merecĆa morir.
«¿Y si fuese mi esclavo por siempre?»
pensĆ³ llena de dudas.
La asesina envolviĆ³ con los dedos las
grandes pelotas del militar. TemplĆ³ los Ć³rganos en direcciĆ³n al suelo.
Diego soltĆ³ un potente grito, y de su
pene saliĆ³ disparado otro caƱonazo de leche.
El pegajoso esperma habĆa quedado impregnado en la silla, suelo, e
incluso el brazo y la mano de Montserrat.
Diego respiraba con dificultad, sentĆa
un horrible dolor de bolas que explotaba en su abdomen, ¿por quĆ© aquella chica
hacĆa eso si le habĆa dado el mejor sexo de su vida?
Montserrat pasĆ³ la lengua por el paladar, todavĆa quedaba ese sabor dulzĆ³n de Diego.
La mujer tenĆa una rara expresiĆ³n en
los ojos, ¿deseo, remordimiento, culpa? HabĆa actuado como nunca creĆa lo habĆa
hecho en su vida pero, ¿y ahora quĆ©? AgarrĆ³ el slip y guardĆ³ el pene de Diego.
—¿A dĆ³nde vas? Quiero
hablar contigo.
Monserrat saliĆ³ sin decir nada, pero
deseando a ese macho como nunca, se dirigiĆ³ al primer sirviente que encontrĆ³ y
ordenĆ³ con voz de mando:
—Te paras sobre esa puerta y no quiero
que dejes entrar a nadie. ¿Entendido? A nadie.
El hombre se plantĆ³ en el sitio y ella siguiĆ³ su camino rumbo a un sitio conocido. Iba a saldar una cuenta. EntrĆ³ a
una sala donde Paula contabilizaba armas de fuego con otro dos hombres.
—¡Salgan de aquĆ! Paula y yo tenemos
que hablar —ante la orden los seƱores desaparecieron, la rubia se sentĆ³
amenazante—. Quiero que me expliques como fue tu primer encuentro con el rehĆ©n.
¿Por quĆ© tu insistencia en traerlo? ¿Por quĆ© Ć©l?
—Te dije que Ć©l es un hombre pesado en
su entorno.
—... ¿ustedes se conocen?
—Por supuesto que no... ¿cĆ³mo?
—Dijo que te habĆa visto el dĆa de la
redada.
Paula se mordiĆ³ el labio. ExplicĆ³:
—Ćl descubriĆ³ el pasadizo efe por
desgracia nos conseguimos e intentĆ³ detenerme. Pude herirlo y me escapĆ©.
Montserrat tuvo un brillo en los ojos.
—lo acabo de ver, es muy atractivo,
mejor que en fotos, Paula, te prohĆbo a ti y a todos que tengan contacto
con Ć©l. SerĆ© yo quien lo atienda mientras estĆ© aquĆ.
—¡¿Por quĆ©?! ¡la idea de capturarlo fue mĆa!
—No me interesa, de ahora en adelante
serĆ© yo quien disponga de Ć©l, dedĆcate a atender tu marido.
—Entiendo —dijo en tono sarcĆ”stico
Paula—, como no tienes macho ese potro te cautivĆ³.
Montserrat abofeteĆ³ a su media hermana
con el dorso de la mano.
—Quien siempre ha dado la cara por esta
organizaciĆ³n he sido yo. TĆŗ dedĆcate a obedecer mis Ć³rdenes.
La rubia saliĆ³ de allĆ y Paula apretĆ³
los labios con amargura.
IV
Diego Blyde tenĆa los miembros entumecidos,
tenĆa horas ahĆ sentado sin contacto con nadie. ¿CĆ³mo estarĆa su familia? ¿QuĆ©
harĆan con Ć©l? DebĆa ser la noche o el crepĆŗsculo. No podĆa negar que aquella
mujer le habĆa dado el mejor orgasmo de su vida. ¿Pero quĆ© era en ese grupo?
Lamentablemente seguĆa confundiendo a
Montserrat con Paula. Aunque su duda se iba a disipar con la entrada de la
rubia al cuarto con una caliente y rica cena preparada con esmero. Ella se
sentĆ³ a su frente, mientras Diego se quedĆ³ tenso.
—¿Quien es? ¿Eres tĆŗ?
Montserrat respirĆ³ profundo, depositĆ³ el
plato en sus piernas y se dispuso a quitar la venda de los ojos del comandante
Blyde. Se quedĆ³ embelesada mirando la completa belleza de Diego.
Por su parte Blyde entornĆ³ los ojos
esperando encontrar la cara angelical de la mujer con que se encontrĆ³ en el subterrĆ”neo,
pero no, ahĆ estaba una mujer rubia que parecĆa aƱos mayores.
—Hola —lo saludĆ³ ella.
ReconociĆ³ en la mujer la voz de la tarde. Estaba petrificado.
—Traje tu cena —rompiĆ³ Montserrat aquel
silencio tan pesado.
—No voy a comer —negĆ³ el militar con voz de mal genio.
—SerĆ” mejor que comas, no sabes cuanto
tiempo vas a estar aquĆ y, encima sin comer. Te hice la cena yo. Huele esta
preciosidad... Recuerda esta tarde lo que nos pasĆ³... —sonriĆ³ mirĆ”ndolo a los
ojos.
—¿Fuiste tĆŗ?
—SĆ... Disculpa si...
Diego la mirĆ³ a los ojos. Montserrat sirviĆ³ en la
cuchara parte de la cena y apuntĆ³ a la boca del hombre, que girĆ³ la cabeza a un
lado.
—No seas tozudo, come.
—Lo que quiero saber es quĆ© hago aquĆ.
¿Me matarĆ”n?
—Eres parte de un plan, considĆ©rate una
carnada. Pero si el plan falla, morirƔs.
—Asesinos a ustedes no les importa
matar. Van a terminar en la cƔrcel. Lo juro.
—No estĆ”s en una posiciĆ³n para amenazar,
es mejor que obedezcas y comas.
—¡QuĆ© no quiero!
Montserrat dejĆ³ de insistir, molesta
arrojĆ³ el plato contra el suelo quebrĆ”ndolo. Se parĆ³ de su silla y vendĆ³ los
ojos del comandante Blyde.
—¿Eres la Ćŗnica mujer en este grupo?
—preguntĆ³ Ć©l.
Montserrat sintiĆ³ celos, era obvio que
recordaba a Paula. LargĆ³ una bofetada a la cara del militar, luego otra y una
tercera mĆ”s. Su rostro se tornĆ³ rojo.
La mujer saliĆ³ de la sala, ordenando que
encerraran al prisionero bajo llave y que nadie mƔs tuviera contacto con Ʃl.
Cuando Montserrat se encontrĆ³ con El
lacra obviĆ³ ciertos detalles ocurridos en la tarde.
—Es la hora que llames, hermanita.
Ella cogiĆ³ el mĆ³vil poniĆ©ndose en
contacto con:
—Coronel Ferri, nos volvemos a
comunicar... he de pensar que ha tenido usted el tiempo suficiente para pensar
la propuesta que hice esta maƱana, ¿quĆ© tiene que comunicarme?
—Quiero otra prueba de vida del capitĆ”n
Blyde?
—Coronel, esa no es una respuesta, pero
si usted quiere le serĆ” enviado un video. Ahora bien, ¿quĆ© tiene usted que
decirme?
El coronel Ferri titubeĆ³ para contestar
luego de cortos segundos:
—Opino que deberĆamos reunirnos para
conversar su propuesta. Acabo de ordenar el retiro de la Hacienda El Jabillo.
Montserrat sonriĆ³ de emociĆ³n.
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