CONTIENE:
-BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE
Otto Salinas se encontraba sentado en la sala de estar de su departamento, hablaba amenamente con un joven de edad aproximada entre los 25 y 29 aƱos. Tantos aƱos sin ver a ese muchacho lo hacĆa sentir tan decididamente viejo.
—Y cuentame, Leo ¿cĆ³mo te va en tu trabajo?
El joven sonriĆ³, era alto, guapo de tez blanca y cabellos claros, se reclinĆ³ en el asiento tomando un vaso de agua. Estaba exhausto despuĆ©s de ocho horas de viaje en aviĆ³n.
—Veras, tĆo. Es difĆcil el trabajo en esa empresa. Pareciera que todos esperan que hagas el trabajo mal para criticarte. En lo personal, apodo a casi todos como las hienas.
Otto riĆ³ para argumentar:
—No te preocupes, asĆ es en todos los trabajos. AmĆ©rica, Europa, Asia. En todas las organizaciones siempre habrĆ” quien espere que hagas algo mal para estallarte con sus criticas.
—SĆ, es lo pesado. En la hora de almuerzo se juntan todos y las criticas reverberan. A lo menos en el Ć”rea donde estoy trabajando somos pocas personas y el clima laboral es perfecto, mi jefe, otro compaƱero y una vieja secretaria.
—Que bien. Ya tendrĆ”s tiempo de conocer mi sitio de trabajo, sobrino. Y si tengo suerte te pongo a trbajar conmigo.
—SerĆa todo un gusto aprender.
—Estoy recontento de tenerte aquĆ. TenĆa aƱos de aƱos sin verte, ¿como unos 15?... sĆ, algo asĆ.
—Pero por videoconferencia hemos charlado.
—SĆ pero nunca serĆ” igual al cara a cara.
—Ciertamente. En videoconferencia la gente se ve horrible.
—Leo, ¿y cĆ³mo te va con tu novia?
—Uf, bien, tĆo. Supieras que hace como dos meses me saco un susto la condenada...
—¿Y eso por quĆ©? Cuentame.
—CreĆamos que estaba embarazada. Pero afortunadamente fue falsa la noticia. Un retraso en la menstruaciĆ³n. Me AsustĆ©, aun estoy cabrochico para ser padre.
—SĆ. Cuidate al doble, yo sĆ© que a tu edad la leche sale a propulsiĆ³n a chorro.
Leo riĆ³ sonrojĆ”ndose. CambiĆ³ de tema:
—¿Y tĆŗ tĆo, quĆ© tal, y tu novia o mujer?
Otto suspirĆ³.
—Eh, bien, estoy saliendo con alguien.
—Que bueno, tĆo. Cuando era pequeƱo recuerdo que SalĆas con Nelly, bueno, hasta que la pobre muriĆ³ en ese accidente, desde entonces no te vi con ninguna otra mujer, o en una relaciĆ³n tan seria. ¿De quien se trata ahora.
"Es un luchador" pensĆ³ Otto, pero prefiriĆ³ decir— es una persona mĆ”s joven que yo.
—TĆpico de tu edad, eh tĆo, ja,ja,ja. ¿TendrĆ”n hijos?
—Ah...jamĆ”s. No, no tendremos y tampoco me gustan los nenes.
—Que lastima, tĆo. PensĆ© que te gustaban.
En aquel momento sonĆ³ el timbre del departamento.
—Parece que llegaron las pizzas que encargamos. Ve a abrir mientras busco el dinero.
Leo obedeciendo abandonĆ³ el mueble mientras Otto se disponĆa a buscar en el cercano mueblebar su billetera. Cuando Leo abriĆ³ la
puerta se encontrĆ³ con otro joven que no llevaba una caja de pizza en las manos, era AndrĆ©s, medio hermano de uno de los protagonistas del blog.
AndrĆ©s Rojas pertenecĆa a los luchadores de Guerreros de la arena, una empresa de lucha erĆ³tica entre hombres, allĆ fue donde conociĆ³ a Otto y donde ambos comenzaron a practicar mĆ”s de un encuentro ballbusting. Es por ello que al llegar al departamento de Otto y encontrarse con otro muchacho lo llenĆ³ de celos.
Los ojos de AndrĆ©s en fracciones de segundos escrutaron a Leo, guapo y atlĆ©tico con el pelo castaƱo y casi rubio. SintiĆ³ que la cĆ³lera oprimĆa su estĆ³mago. ¡Otto lo engaƱaba!
AbriĆ³ la mano como garras y se adueƱo de la entrepierna desprotegida del muchacho.
—¡Oooooohhhhhhh! —Leo bramĆ³ al sentir como cinco yemas de dedos se ponĆan en contacto en el centro de sus ajustados jeans. AbriĆ³ mucho la boca y torciĆ³ los ojos.
—¡Sueltalo, sueltalo! —gritaba Otto entre sorprendido y asustado.
—Te preguntĆ© que quien era este —decĆa AndrĆ©s aferrando las manos en el blando paquete.
—Que lo sueltes te dije —imploraba Otto con el rostro crispado.
—Que quien.
—¡AAAARRRGGGG!
—Es mi sobrino, carajo.
Las palabras taladraron los oĆdos de AndrĆ©s, quien de sĆŗbito soltĆ³ a Leo que terminĆ³ cayendo al piso de rodillas con las manos sobando su entrepierna.
—Oh, amigo. Wow, lo siento mucho. No querĆa hacerte daƱo. Es que pensĆ© que... bueno, perdĆ³n.
—¡No me toques! Vete a la mierda... ¡Ay, mis bolas! —dijo Leo doblado de dolor. Torciendo su hermoso rostro a una mascara de agonĆa.
—Te avisĆ© que mi sobrino estarĆa en casa.
—Lo olvidĆ©. Sabes que vengo de tan lejos. Quizas no me ha llegado el mensaje. Amigo, lo siento.
—CĆ”llate, hombre —pidiĆ³ Leo aĆŗn de rodillas sosteniendo sus pelotas maltratadas.
—Otto ayĆŗdame. No querĆa maltratar a tu sobrino. PerdĆ³n.
Otto agarrĆ³ a AndrĆ©s del brazo y lo condujo fuera del departamento, lejos de los oĆdos del sobrino.
—Pero ¿quĆ© te has creĆdo? Me has puesto como un ridĆculo frente a mi sobrino.
—Otto, disculpa. Es que creĆ que tĆŗ y Ć©l.
—No me interesa. Ahora lĆ”rgate.
—¿Donde voy a pasar la noche no vivo aquĆ?
—Ve con tu hermano.
—No, jamĆ”s. No sabe que estoy en la ciudad.
Otto gruƱo, habiendo guardado la billetera en el bolsillo extrajo dinero y le ordenĆ³ a AndrĆ©s que se buscara un hotel y que al otro dĆa conversarĆan. Retirado AndrĆ©s, Otto se devolviĆ³ al departamento y ayudĆ³ a Leo a sentarse en el mueble.
—¿EstĆ”s bien?
—Duele y mucho... ay... ¿Quien es ese?
—Un vecino, del edificio de al frente, estĆ” loco el pobre. Sufre de alucinaciones. Siempre se escapa y aparece por aquĆ.
—¿Seguro?
—SĆ.
—Lo hubieras llevado hasta que su familia.
—No, despreocĆŗpate. Ćl estarĆ” bien. ¿Como estĆ”n esos huevos?
—Duelen —asegurĆ³ Leo frotĆ”ndose la entrepierna
.—¿Te han pegado antes?
—Uf, montones de veces.
Ante esa confesiĆ³n Otto sintiĆ³ que su pene se moviĆ³ involuntario.
—Si te las contara, tĆo...
—Anda, cuenta. Puedes hacerlo.
—Hubo un momento que una exnovia me masturbaba, tĆo...
Leo evocĆ³ a su memoria aquel dĆa de Julio.
—Ohhhh, sĆ³lo tĆŗ lo sabes hacer, amor —gemĆa un excitado Leo empujando la cadera con el hechizo de las largas manos sobre su erecto pene.
La chica frotaba con entusiasmo la vara de carne cuya cabeza agarraba un tono pĆŗrpura formando un circulillo de lĆquido preseminal.
—Ohhhhh... ya me voy a correr... —alegĆ³ aquel dĆa Leo sintiendo que su polla reventarĆa al expulsar todo su semen acumulado.
Pronto, y de improviso (quizĆ”s por tanto movimiento sobre la cama) hizo que la cortina que cubrĆa la luz de la ventana se cayĆ³, y el palo de madera chocĆ³ contra las bolas del chico, el muchacho sintiĆ³ como si un objeto de plomo chocĆ³ contra sus pelotas a punto de soltar el lechero.
—AAAAGGGGHHHHH, MALDICIĆN —aullĆ³ en aquel momento Leo, sintiendo un extraordinario dolor en sus pelotas que apenas comenzaban a ascender.
Ahora en el presente, Otto mostraba una sonrisa afable y se habĆa hundido en el sillĆ³n cruzando muy arriba las piernas para ocultar su potente erecciĆ³n en el ceƱido pantalĆ³n.
—Ja,ja,ja. El palo te cayĆ³ en las bolas.
—Oh, si. Estuve lloriqueando por lo menos veinte minutos y eso me matĆ³ la erecciĆ³n. Era un palo muy grueso.
—Que doloroso... ¿y quĆ© otro golpe has sufrido ahĆ?
—Con una bicicleta. Es tan duro como el apretĆ³n de hoy. De pronto iba corriendo rĆ”pido en ella pero me resbalĆ© del asiento, fue muy doloroso el choque de mis dos bolas con la punta de hierro de la bicicleta, supe que lanzĆ© un rugido fuerte por toda la calle, sentĆ las bolas rebotar y caĆ al piso como por media hora, nadie saliĆ³ para auxiliarme.
Otto tenĆa la boca abierta imaginĆ”ndose la acciĆ³n de las bolas chocando contra el tubo de la bicicleta. ¡QuĆ© excitado estaba!
—Recuerdo que ese dĆa las lĆ”grimas me corrĆan por el rostro, fue tan profundo el dolor que los mĆŗsculos se me tensaron. No pude caminr bien en una semana. Los huevos se me pusieron azules.
En aquel momento el timbre volviĆ³ a sonar.
—Ese debe ser la entrega de la pizza —alegĆ³ Otto—. Ve a abrir.
Leo cambiĆ³ el semblante.
—¿Y si es nuevamente el loco?
—Descuida, chico. Ve a abrir —asegurĆ³ Otto imposible de levantarse por su erecciĆ³n—. Coge el dinero.
Leo hizo un fuerte esfuerzo por levantarse del mueble. CaminĆ³ a la puerta agarrĆ”ndose los cojones y levantando el trasero. AbriĆ³ la puerta con sumo cuidado y se trataba de la orden de pizza. Otto continuĆ³ memorando aquella fuerza con la que AndrĆ©s apretĆ³ los huevos de Leo y a su vez la cara de horror del sobrino.
Pronto Leo se sentĆ³ a comer junto a su tĆo la cena.
—¿TodavĆa te duele?
—SĆ. Creo que me los querĆa arrancar el muy vagabundo.
Otto riĆ³ y Leo mordiĆ³ la pizza cuatro quesos. Recordando como minutos antes aquel loco aplastĆ³ sus gĆ³nadas como un tubo de pasta de diente.
Si de dolor de bolas se trataba no podĆa olvidar la vez del robo. Un sucio ratero lo empujĆ³ contra un pequeƱo camino oscuro y Ć©l se quiso defender golpeando al ladrĆ³n. SĆ³lo que Ć©l tuvo las de perder cuando el maleante lo tirĆ³ al suelo de un puƱetazo y viĆ©ndole de piernas abiertas lo atacĆ³ con una severa patada, Leo recordĆ³ aquellos golpes...
—¡AAAAARRRRGGGGGG! -fue su lastimero grito.
El ladrĆ³n ignorĆ³ el aullido de Leo, parecĆa concentrado en la sensaciĆ³n de causar dolor en el pobre muchacho. Pateo cada vez mĆ”s fuerte y repetidas veces, una mas dura que la otra.
—¿QuĆ© piensas? —quiso saber Otto.
—Una vez que me patearon como cuatro veces las bolas —dijo Leo con una sonrisa.
Otto levantĆ³ las cejas interesandose en el recuerdo, se acomodĆ³ en el asiento pidiendo explicaciones del hecho sin dejar de cruzar la pierna.
—No, tĆo. Mejor te cuento otra. Esa es muy triste.
—¡Caramba! Parece que te quedaras desbolado.
—Son los Ć³rganos favoritos de los golpes. VerĆ”s, esto nunca se lo he contado a mi madre. Ni a nadie, tendrĆ© la confianza con vos. Una vez estaba con dos amigos masturbandonos, ellos ya habĆan acabado pero yo no podĆa, creo que eran por los nervios de estar frente a otros, ellos, al parecer, ya estaban aburridos entonces uno me agarrĆ³ de los brazos y dijo al otro machacale las bolas, asĆ acabarĆ”. Entonces dicho y hecho, como estabamos sobre el suelo, el otro me empezĆ³ a aplastar los huevos con la planta del pie. AsĆ pude eyacular, tio, y fue garrafal... ja,ja,ja. No pienses mal de mi, pero me saliĆ³ potente y como un arco, ja,ja,ja cayĆ³ como un chapoteo en las piernas de mi amigo. Creo que en venganza me siguiĆ³ pateando las campanas, recuerdo su rostro, estaba furioso porque lo llene de semen pisaba con mas fuerza mis ovalados huevos. Por Ćŗltimo casi me desmayo porque me pisĆ³ las bolas con su talĆ³n y las despachurrĆ³ contra el suelo.
Leo terminĆ³ su relato y se agarrĆ³ la entrepierna con una mano mientras tomaba un trozo de pizza con la otra.
—¿Te vengaste despues?
—No, porque te serĆ© sinceso. Se escuchara raro pero lo disfrutĆ©. Con aquel Ćŗltimo super pisotĆ³n mi pene arrojĆ³ sobre su pie una laja blanca, espesa y babosa. Eso lo humillo mas, pero como disfrute ver su cara, aunque las pelotas me dolian horrores.
Ambos hombres se miraron y rieron. Otto sentĆa que estaba a punto de romper el pantalĆ³n con su gĆ¼ebo.
Por su parte Leo terminĆ³ la cena y se parĆ³ del asiento.
—IrĆ© a acostarme un rato, tio. Estoy cansado.
—No te preocupes. Ve sin reparo, yo recojo esta basura. ¿Te sientes mejor?
—SĆ. Buenas noches.
Leo saliĆ³ con las piernas abiertas y marcando un paquete grande que Otto no habĆa notado antes, ¿estaria contando la verdad? Cuando escuchĆ³ que el chico se encerrĆ³ en su habitaciĆ³n de descanso. Otto mirĆ³ al techo soltando una bocanada de aire que extraƱo y excitado se sentĆa esa noche. Se levantĆ³ del mueble y ciertamente parecĆa que el pantalĆ³n, tenĆa un asta guardado en la entrepierna.
CaminĆ³ al cuarto de baƱo rememorando la mano de AndrĆ©s sobre los cojones de Leo. La polla se le estirĆ³ mĆ”s. Se encerrĆ³ en el sitio bajo seguro y llego abriendose el pantalĆ³n. Esa noche se masturbĆ³ manchando con su crema la cara baldosa del piso.
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