CONTIENE:
-BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE
-SEXO HOMOSEXUAL
Paolo Girolamo se escontraba en el aeropuerto internacional de Madrid acababa de terminar una visita de negocios en su natal España antes de embarcarse de vuelta a Italia donde lo esperaba su esposa e hijo. Paolo era descendiente de italianos pero criado completamente en Almeria, hubo de emigrar de la región cuando emprendió estudios universitarios quedándose en la tierra de sus padres.
-BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE
-SEXO HOMOSEXUAL
Paolo Girolamo se escontraba en el aeropuerto internacional de Madrid acababa de terminar una visita de negocios en su natal España antes de embarcarse de vuelta a Italia donde lo esperaba su esposa e hijo. Paolo era descendiente de italianos pero criado completamente en Almeria, hubo de emigrar de la región cuando emprendió estudios universitarios quedándose en la tierra de sus padres.
Mientras aguardaba la salida del avión Paolo miraba a través de sus gafas oscuras a la gente pasar, vestía con un pantalón verde y una camisa blanca eróticamente ajustada que se prensaba a cada protuberancia muscular de su torso, al estar sentado no se podía admirar el marco de su bulto en forma de tubo que serpenteaba por su entrepierna.
Desvió la mirada y sonrió en pocas horas regresaría a casa, abrazaría a su esposa y a su pequeña hija que apenas tenía siete meses, dentro de la maleta iba un peluche de felpa que había comprado para ella. A su llegada a Verona compraría rosas rojas para Claudia.
De momento sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando vió que un hombre de estatura alta, vestido con una larga chaqueta contra el frío y gruesos lentes se acercaba a él, minutos antes Paolo lo estuvo contemplando viendo que el sujeto lucía nervioso. Paolo contuvo el aliento cuando el hombre ocupó un asiento a su lado, ¿sería acaso un terrorista? ¿Un loco miembro de Isis que quería volar en pedazos? Era mejor huir.
Lentamente Paolo iba a agarrar su pesada maleta cuando el hombre habló con un acento español latino.
—No se vaya, necesito de su ayuda —el hombre había susurrado mirando al horizonte y sin casi mover los labios.
—¿Qué? —interrogó Paolo encorvándose en el asiento.
—Reclínese y escúcheme. Por favor. Necesito que me ayude.
—No entiendo.
—Esto es de vida o muerte —indicó el hombre—, escuché cuando estaba solicitando su boleto que es ciudadano español. ¿Ama usted su nación?
—¿A qué quiere llegar, señor?
—Contesteme, ¿ama usted su patria?
—No hay duda que sí, aquí crecí y viví. Mis padres se encuentran aquí.
—Escuche, señor, yo estoy aquí sin escapatoria. No puedo salir porque sé que no llegaré vivo a la avenida de America. Cargo en mi poder un documento, un documento secreto y de investigación policial dónde está involucrada un grupo de personas muy importantes e influyentes que han hundido a su país.
—¡Usted está loco! —exclamó Paolo asorándose y cogiendo la maleta.
—Escucheme por favor —el extraño lo detuvo cogiéndolo del brazo—, vuelva a su asiento y acomodese. Mucha gente inocente depende de este documento. Me están siguiendo y no tengo mucho tiempo —Paolo se acomodó aguzando el oído ante los susurros del extraño—. Es necesario que usted salga de aquí y vaya directamente al Ministerio de Defensa. Allá debe buscar al general Rubalcaba, a él y únicamente a él, hay corruptos por todos lados él sabrá qué hacer con esta información tan importante. Está al tanto de todo esto.
El desconocido depositó una pequeña memoria usb sobre el reposabrazo.
—Confío en usted, joven, no tengo escapatoria.
—Pero… —protestó Paolo colocando la palma de la mano sobre el dispositivo.
—No hay tiempo allí vienen.
El hombre enseguida se levantó del asiento y agachando la cabeza se perdió en medio de la multitud que caminaba por el aeropuerto. Paolo se quedó confuso en la silla y escondiendo la memoria USB en su pantalón. Siguió al hombre con la mirada hasta que desapareció.
«¿Qué hago?» se repetía Paolo. Ahora se sentía desprotegido y creía que todas las personas lo miraban a él como si fuera culpable de algún crimen.
Salió del asiento y comenzó a caminar comprobando que en realidad sentía la mirada de acusación del resto de personas sobre él. Quiso buscar al extraño entre la multitud y no halló rastro de él.
Paolo decidió entrar al baño allí dentro al contemplar su atractiva imagen en el espejo se dio cuenta que estaba pálido y temeroso, ¿a caso había aceptado ser parte de una locura? ¿Qué podía hacer? Ingresó dentro de un cubiculo del baño sin soltar su maleta, allí dentro tardó algunos minutos, sólo se oía el ruido de las cremalleras de su maleta de viaje. Finalmente salió y bajó el inodoro. Abrió el lavamanos y se echó el agua fría en la cara.
¿Qué hacer? Se preguntaba. Se le ocurrió que podía llamar a su padre, él tenía varios contactos en el gobierno y juntos antes podían consultar la información en el pendrive. ¡Eso haría! Apartó la cara del grifo del agua y se sobresaltó cuando su mirada se encontró con la de un hombre negro que lo miraba. Era alto y fuerte y de cara ruda.
—Dame la información —gruñó ante Paolo con acento no nativo.
—¿La información? ¿Que información? Yo no tengo nada.
—La que te entregó ese tipo. ¡Entrégala!
—No tengo ninguna información.
—Por tu vida debes entregarla.
—Amigo, ese hombre sólo me estaba preguntando una dirección. Él no me entregó nada.
Paolo se estremeció cuando el hombre negro lanzó una pierna hacia atrás y la envió por el aire chocando con toda su fuerza contra sus indefensas gónadas. Hubo un sonido de golpe y Paolo sintió que sus colosales testículos se aplastaban con fuerza contra su pelvis.
Paolo gimió y se llevó ambas manos a los testículos doblándose y cayendo de rodillas, su cara se arrugó de dolor y el hombre negro le dió una bofetada que hizo que sus lentes salieran volando rebelando unos hermosos ojos verdes contraídos por el fuerte dolor que pasaba de las bolas al estómago.
—¡Entrégame el documento por las buenas! —bramó el hombre negro.
—No… tengo… na… nada —apenas pudo hablar Paolo del inmenso dolor que lo embargaba desde sus huevos.
El sujeto negro agarró a Paolo de los cabellos y lo hizo levantar. Teniéndolo cara a cara clavó sus furiosos ojos en él.
—Te digo que me des el documento. ¿dónde lo tienes?
Con sus manos se adueñó de los cojones de Paolo y comenzó a apretar.
Paolo gimió sintiendo que sus testículos se comprimían ante la inclemente fuerza del hombre negro parecía estar dispuesto a reventarle las bolas en su mirada cruel.
—Si no dices nada, ve preparándote a decirle adiós a tus pelotas, amigo.
Paolo dejó escapar un aullido de dolor cuando el pulgar de su captor se hundió en su cojón derecho.
—Una vez más, ¿dónde está el documento?
Paolo gritó y el negro envolvió ambas manos alrededor de la exagerada entrepierna del hermoso rubio comprimiendo sus testículos con tanta fuerza que sus nudillos se volvían blancos.
El negro sentía que las bolas de aquel rubio estaban perdiendo su forma.
—Por favor... no tengo nada que ver en todo esto.
Las rodillas de Paolo se doblaron cuando el hombre negro apretó la mandíbula y renovó el apriete en su mano.
El bello rostro de Paolo estaba enrojecido y su respiración se aceleraba. Estaba retorciéndose en agonía, suplicando que lo soltaran pero el negro insistió, apretando los pulgares en su huevas lo más duro que podía, sin preocuparse de que pudiera sentir las membranas a punto de estallar.
—Dame el documento secreto.
—No… lo… ten… AAARRGGG
Paolo no pudo terminar su frase porque su cuerpo se tensaba. Negó con la cabeza desesperado para que el hombre se detuviera con su fuerte apretón, le estaba ahorcando las bolas pero eso solo hizo que el negro las estrujara con más fuerza. Haciendo un inquebrantable contacto visual con el horrorizado Paolo.
Paolo desenfocó la mirada y perlas de sudor comenzaron a formarse en su frente a tiempo que su polla comenzó a moverse.
—Voy a romper este huevo, hombre, no sabes en lo que te metes.
La polla de Paolo se hinchó y se sacudió.
El negro sentía entre sus pulgares que uno de los cojones era como si fuera un globo de agua a punto de explotar. Mientras tanto, Paolo se retorcía, pero su polla estaba completamente dura, marcando la erección en el pantalón.
—Al final esto te gusta, cabroncito, ¿eh?
Paolo no pudo responder sólo apretó los dientes y gruño mientras empapaba su pantalón con una eyaculación épica. Dejando el jeans con una marca húmeda.
El hombre negro mostró los dientes con una sonrisa arrogante, abrió la palma de la mano y dejó que Paolo se desplomase de rodillas, sollozando y sintiendo el sufrir con su dolor de vientre.
—Aaaaaaaaaayyyyyy.
Paolo apenas tuvo tiempo de registrar la sensación de dolor cuando su atacante lo agarró de los cabellos otra vez, y con la otra mano se abría su pantalón sacando su negro pene erecto y rodeado de venas. Paolo no tuvo tiempo de reaccionar cuando su boca fue invadida por aquél descomunal pene. El hombre sujetándolo hizo que su cara se moviera adelante y atras por varios minutos hasta que llenó la garganta del rubio con porciones pegajosas de semen. Paolo estaba completamente dominado, cada vez que intentaba apartar su cabeza era empujada violentamente hacia la negra polla.
El hombre apartó la cara de Paolo de su pene justo a tiempo cuando su eyaculación era disparada directo a su barbilla.
Paolo cayó al piso adolorido y confundido, sabía que no iba a resistir mucho tiempo, lo mejor era hablar a cambio de su vida.
—¿Dónde está el documento secreto? —interrogó el abusador.
Paolo gimió continuaba en el piso con las manos enterradas en sus bolas y en posición fetal. El hombre se acercó a la maleta de Paolo e hizo una revisión superficial, nunca lo encontraría porque ahí no estaba.
El hombre se apartó de la maleta y se dirigió al lavabo. Paolo no podía ver lo que estaba haciendo, continuó dolorido en el suelo. Por último se le acercó y colocó un pañuelo sobre su cara y dijo:
—Vas a oler esto y cumplirás con todo lo que yo te ordene.
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