A partir de esta entrega se aumenta a 3 más, es decir ya no serán 7 capítulos como se tenía originalmente pensado y desde hoy la publicación será semanal hasta su final.
Leonor Sepúlveda se comportó como una auténtica arpía cuando se reunió con Jennifer, la abogada. La ex esposa de Reinaldo Quiroga, afirmó que no quería ningún pleito por tribunales con el hombre por la custodia del niño Germán, en su lugar prefirió regresar al pequeño con su padre e irlo a visitar cada ciertas semanas, también para frenar su impulso de retomar la custodia legal debía recibir una mensualidad económica.
Como buena abogada, Jennifer Manzano consultó con su cliente y él aceptó pagar una cuota mensual siempre y cuando la madre nunca reclamase la custodia. También acordaron que sus visitas a Río Oscuro iban a ser supervisadas.
De esta manera la historia de Germán llegaba a un final feliz de estar junto a su padre por unos cuantos años.
Y la historia amorosa del semental bravío de Río Oscuro corrió otro rumbo. El hombre se enamoró de la abogada y no permitió que se regresara a la ciudad, el galán usó sus mejores armas de seducción y se decidió a echarle el lazo a la morena mujer.
Para Jennifer el vaquero no le fue indiferente, le parecía un hombre atractivo, decidido y, ¿amoroso?
—¿Qué dices? —repitió el profesor José Manzano, se estaba riendo a carcajadas cuando su prima le hablaba de sus conversaciones íntimas con el hacendado, una noche de 29 de diciembre—. Reinaldo Quiroga es un hijo de puta, lo odio. Tiene un carácter de mierda, jamás puede ser amoroso. Es como una caca de caballo.
—¡Que lenguaje más vulgar profesor! —Jennifer se echó a reír. Usaba una corta y ajustada pijama, cacterizada por una camiseta sin mangas, los senos desnudos se marcaban en la tela sin importar que su primo descubriese sus areolas y un pequeño pantalón corto que hacía brillar sus piernas largas, morenas y depiladas.
—Es un amargado de mierda —reafirmó José sirviéndose más vino, él decidió quedarse por el resto de diciembre en esa región para acompañar a su prima—. Siempre discutimos.
—Primo —Jennifer se le quedó mirando con pícara emoción—. ¿No te has dado cuenta que el tan mentado carácter de Reinaldo Quiroga mejoró esta navidad?
José meditó:
—Sí —reconoció, desviando la mirada. Ahora que lo recordaba últimamente Reinaldo Quiroga reía más, se mostraba muchísimo más afectivo e incluso lo escuchó cantar en el campo.
Jennifer Manzano lo miraba con vívida emoción, se acomodó en el sofá llevando su puño apretado a la frente y pareciendo falsamente pensativa. Estaba erguida sacando adelante sus pequeños pechos.
—A Reinaldo Quiroga le hacía falta un buen sexo con una mujer para terminar con su amargura.
José Manzano abrió la boca sorprendido.
—¿Ya tuviste sexo con él? Me decepcionas. ¿Qué es eso de irte a la cama con ese hijo de puta tan pronto?
Jennifer se tomó una copa de vino y después se reventó de la risa, tapándose la boca con una mano para no babearse.
—¿Qué significa esa risa, Jennifer? No será que… ¿le quitaste la amargura al vaquero con tu coño? ¡Estás dejando por el suelo el honor de la familia! ¡Vagabunda!
—¡Ay, que vulgar, profesor! Ja, ja, ja. Así no vayas a educar a mis hijos con el señor Quiroga, ja, ja, ja.
José se echó a reír se guardó para él el siguiente pensamiento:
«Si mi estupenda mamada no sirvió de nada, al menos la tuya fue un milagro».
En su lugar hizo el siguiente comentario haciéndose el inocente:
—¿Y cómo tiene la verga el vaquero? ¿Recta, torcida? —se rio recordando ese pedazo de carne no muy grande, pero si bastante grueso, dotado de venas y un poco curvo.
Jennifer sonrió y simplemente comentó:
—Metiche.
—Lo que me sorprende —afirmó José sirviendo más trago para él y su prima—, es que no tienes ni un mes conociendo al vaquero y ya estuvieron juntos ¡Que bárbara!
Jennifer contuvo el aliento, finalmente se echó a reír ruborizándose. Reinaldo Quiroga comenzó a cortejarla una vez resolvieron el problema con Germán y saber que fue en cuestión de días. El hacendado se mostró primeramente agradecido con ella, la invitó a una cena y fue galante, el siguiente paso fue llevarla a pasar navidades en la hacienda y ella aceptó. Todos los días la frecuenfaba llevándola a pasear, regalándole flores y otras cosas. Comenzaron intercambiaron besos y poco a poco las caricias fueron a todas las partes de sus cuerpos.
—Sería una fantasía hacer el amor en el calor de un establo —le confesó ella a Reinaldo cuando conversaban de temas calientes.
Y a Reinaldo Quiroga no le costó mucho esfuerzo hacerlo realidad.
La tarde del 25 de diciembre la hizo su mujer entre el heno y cemento. Él la tenía agarrada de la cintura apretándola contra él, Jennifer apreciaba lo dura que estaba la entrepierna del semental, en par de veces la había sentido y ese hombre se veía muy bien dotado en sus jeans. Sus labios se separaron y él se desnudó pidiéndole que hiciera lo mismo dejando al descubierto su miembro erecto, grueso y dotado de venas. La colocó de rodillas y le pidió que se la lamiera, Jennifer abrió la boca y empezó a tragarse el falo, no muy grande, pero bastante cumplidor.
Por minutos disfrutó de tener esa parte de su cuerpo dentro de su boca, tenía muy buen sabor y estaba excitada. Jadeando, Reinaldo Quiroga se recostó en el heno entregándole una mirada perdida de placer, Jennifer se subió encima de él y gimió cuando la tiesa verga del vaquero la fue penetrando. Empezó a cabalgarlo. Sin dejar de mirarlo lo tomó de sus manos y las colocó en sus pequeños pechos, gimiendo excitada Jennifer se inclinó hacia él para besarlo, emocionada de sentir el calor de sus labios, de repente Reinaldo Quiroga la apartó y la puso boca abajo contra el suave suelo y muy despacio acariciaba su clítoris, Jennifer gimió de placer mientras Reinaldo le besó el cuello.
La abogada se relajó y empezó a disfrutar de las manos que se introducían en su coño, se sentía tan llena no quería que parase por nada del mundo, sentía que iba a explotar, estaba al borde del clímax.
Reinaldo se rió dándole múltiples besos y la puso de rodillas en el suelo. Tras eso, comenzó a penetrarle la boca, era brusco y eso le encantaba a la experimentada abogada, estaba que se ahogaba con la polla hasta la garganta, la metía tan profunda que no podía respirar y eso la excitaba mucho más.
El macho semental decidió que era hora de escucharla gritar de placer y decidió ponerla boca arriba en el heno y abrirle las piernas; pasó su lengua por el muslo, la mujer experimentó como las manos callosas del vaquero le abrían los labios vaginales, empezó a meterle primero un dedo, luego dos y le lamió el clítoris poco a poco hasta ir más rápido, Jennifer a medida se iba humedeciendo más. Gemía tan fuerte que le dolía la garganta, por suerte era día de fiesta y los trabajadores no estaban cerca. Un sudoroso Reinaldo metió su pene con dureza.
Jennifer no resistió más y llegó al orgasmo mientras la embestía sin compasión, cuando supo que había terminado, Reinaldo sacó su miembro dentro de ella y terminó eyaculando en sus pequeños pechos, la morena pasó su dedo por estos y lamió el néctar del vaquero, era caliente, espeso y delicioso. Estuvieron largo rato recostados reponiendo energías.
En la actualidad Jennifer compartía vino y conversaciones con su primo. José le sonrió y le dijo:
—Regalada, no tienes ni un mes de conocerlo. ¿No te avergüenza? Él no te tomará en serio.
—Ese hombre tiene un magnetismo especial, no me pude resistir.
—¡Regalada!
José fue sorprendido por el pie de Jennifer chocando con sus testículos.
Los ojos del profesor se cruzaron y dejó escapar un grito de sorpresa, sus manos acunaron sus doloridas pelotas, por lo que se dobló en el sillón.
Jennifer se echó a reír. En ese momento su celular comenzó a timbrar con una llamada.
—¿Qué no me tomará en serio? Aquí está el hombre llamándome.
Se levantó de la silla y contestó al teléfono saliendo de la cálida cabaña
José Manzano se acomodó en el asiento. Tenía el ceño fruncido y con una mano amasaba sus testículos. Cogió su celular y escribió un mensaje.
Hola, ¿cómo estás? ¿Te encuentras bien?
Dejó su celular a un lado y se quedó acariciando sus bolas, varios minutos después revisó la pantalla del SmartPhone y descubrió que el mensaje enviado se había teñido de azul, fue leído más no contestado. Volvió a insistir cuando escribió.
No quería hacerte mucho daño
José suspiró, se trataba de Valmore Quiroga, el hermano menor de Reinaldo. Esa tarde mientras el docente iba de regreso al pueblo montando su bicicleta, un vehículo detrás de él le tocó la bocina:
—¿Hacia dónde va, profesor?
—Al pueblo.
—Suba que yo lo llevo.
—No hay problema, falta poco.
—¿Poco? ¡Ja, ja, ja! A pedal le queda como media hora. Suba que lo llevo, no va sobre mis hombros.
El joven vaquero se apeó del vehículo y juntos subieron la bicicleta al techo. El hermano de Reinaldo era su polo opuesto, una persona amable, atenta y enérgica. Tenía parte de los hermosos rasgos genéticos de su hermano mayor, pero no todos, sin embargo era portador de una noble gentileza que no se comparaba a la de Reinaldo. Cuando subieron al coche entabló conversación.
—Pensé que estaría de vacaciones, profesor y no dictando clases a Germán.
—Efectivamente estamos de vacaciones. Estuve en Río Oscuro conversando cualquier cosa con él. Nada de clases, conversación de un tema equis de niño.
—Estamos muy agradecido con ustedes por ayudarnos a recuperarlo. Me sorprende la forma tan descarada en la que su propia madre salió de él, la muy cínica.
—Sí, yo también me esperaba un conflicto en tribunales, pero así está mejor. Creo estar seguro que el propio Álvaro Malavé está detrás para que lo entregara por las buenas.
—¿Por qué lo dice, profesor?
—El pequeño Germán me confesó que no se llevó muy bien con él. Y que cierta tarde el propio Álvaro tuvo una conversación con él obligándolo a que lo llamará papá.
—¡Que basado! —Valmore Quiroga se echó a reír.
—Y Germán le gritó diciendo que su único padre era Reinaldo.
—¿Sí? Germán no me ha contado eso, todas las noches conversamos. Tengo que preguntarle.
—Álvaro insistió gritándole que lo debía llamar papá. Y Germán como buen hijo de Reinaldo Quiroga se defendió a los golpes.
—¿Sí? ¡Que mal para un niño!
—Germán me confesó que le dió un puñetazo en los testículos a Álvaro.
—¡JA, JA, JA! ¿En los meros huevos?
—Germán me dijo que tan pronto le golpeó las gónadas dejó a Álvaro graznando y de rodillas, el hombre no le volvió a insistir sobre cómo tenía que llamarlo.
—¡Y cómo! Si un golpe en las bolas duele tanto —afirmó Valmore acomodándose con una mano su abultado paquete en el jeans. José desvío la mirada a la gran protuberancia en la hombría de Valmore Quiroga y sintió una formidable emoción hacia ese paquete de macho.
—Supongo que como buen Quiroga usted tiene testículos de cristal.
—¿Cómo dice? —Valmore dobló el ceño sin embargo sonreía de gracia.
—¿Eh…? —dudó José—. No me pregunté cómo, pero he visto a Reinaldo Quiroga sufrir de dolor de testículos hasta por el más mínimo golpe. Parece de cristal, je, je. Supongo que usted como buen hermano, lo es tan bien.
—¡Ah, sí! Reinaldo tiene las bolas de cristal. De más joven me divertía golpeándolo de sorpresa, mi pobre hermano, ja, ja, ja. Bolas de porcelana le decía. Ja, ja, ja.
José se echó a reír.
—No dudo que esos testículos de porcelana sean de herencia y usted también los tenga.
Valmore se le quedó mirando por breves segundos, después siguió conduciendo.
—Se equivoca, profesor.
—Yo gané el segundo lugar de la competencia roshambo en la universidad Santander.
—¿Competencia ballbusting, profesor?
—Fue una reunión entre compañeros borrachos.
—¿Segundo lugar? Significa que hay alguien mejor que usted, profesor.
Valmore se echó a reír y José se encogió de hombros, sonriendo. Llegaron al pueblo hasta el lugar donde José tenía una pequeña cabaña alquilada. Entre los dos bajaron la bicicleta del techo del jeep. Una vez José se despidió con un apretón de manos Valmore Quiroga lo detuvo.
—Si quiere se lo compruebo, profesor.
—¿El qué? —inquirió José dándose la vuelta y mirándolo.
—Que no tengo los testículos de porcelana como Reinaldo.
En el rostro de José se dibujó una sonrisa mientras su mirada se dirigía a la abultada entrepierna del vaquero que guardaba muy bien a una larga anaconda con sus dos huevos colgantes y peludos.
En menos de dos minutos ambos estaban dentro de la cabaña. Un sonriente Valmore se plantó de piernas abiertas en la sala. Sus brazos estaban detrás de su espalda y sacaba el pecho con orgullo.
—Testículos de porcelana Quiroga, lo voy a llamar —bromeó Jose hincado ante él. Levantó el puño entre los muslos de Valmore, golpeando sus huevos con un golpe devastador que dejó sin aliento al pequeño semental Quiroga Rivero. José sintió muy delicioso el contacto de su puño con los frágiles órganos guardados en el pantalón. —¿Estás bien? —sonrió apartándose conteniendo la risa.
Valmore se impidió chillar, en su lugar hizo un gemido bajo, se estaba agarrando las bolas y su rostro se deformaba de dolor.
—Puedes irte al suelo si lo quieres —se llenó de humor José.
—Llévame a una silla.
—De acuerdo.
Caminando lento,Valmore fue trasladado a una silla, cuando iba a sentarse condujo su puño cerrado contra los testículos de José Manzano.
—¡Ay! ¡Traidor! —gritó José cuando el dolor explotó en sus huevos. Se derrumbó, primero sobre la silla antes que Valmore que estaba riéndose.
La cara de José estaba doblada de dolor mientras Valmore, de pie, se mofaba de él. Mientras el profesor se sujetaba los testículos impulsó una fuerte patada a las bolas de Valmore, que lo hizo saltar y gritar cayendo al suelo. Sus manos acunaban sus enormes cocos mientras se quejaba con el pecho firme en el suelo.
Levantándose, José se dirigió el suelo y metió la mano por el peroné de Valmore adueñándose de sus posesiones masculinas. Dándole un apretón a sus huevazos.
Valmore empezó a gruñir y agitarse.
Cuanto más fuerte apretaba Jose las bolas de Valmore, más fuerte gruñía el vaquerito.
La enorme polla de Valmore palpitaba y temblaba dentro de su pantalón mientras Jose presionaba sus testículos.
Después de una corta tortura que a Valmore pareció durar una eternidad, José lo soltó de los huevos. Así el hermano menor de Reinaldo Quiroga se quedó sin aliento, gimiendo de dolor.
—Si te sirve de consuelo —dijo José poniendo las manos delante de su entrepierna de manera casual para cubrir su erección—, tienes mayor resistencia que Reinaldo.
A pesar de su dolor, Valmore dejó mostrar una linda sonrisa, se sentó en el suelo sujetando de forma delicada su entrepierna dentro de su abultado jeans.
—Soy más fuerte que él por los huevos y él me gana en carácter.
Sin embargo en esa noche de 29 de diciembre ya no tenía noticias de Valmore.
José se rindió y dejó su celular a un lado. Se asomó a la ventana y observó a su prima Jennifer todavía hablando por celular, se veía feliz. El sonido de una notificación hizo volver la atención del docente en su SmartPhone. Era Valmore Quiroga que le respondió.
Estaba ocupado con Germán, no te preocupes, yo estoy bien, los de abajo están magullados, pero se van a recuperar. No te creas, yo necesito conocer mejor la resistencia del ganador a segundo lugar de la competencia roshambo de la Universidad Santander.
José leyó aquello y una sonrisa se marcó en su boca (acompañada de una naciente erección).
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