Semental bravío 2 (1/5): Veneno - Las Bolas de Pablo

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7 dic 2022

Semental bravío 2 (1/5): Veneno

Reinaldo Quiroga es uno de mis personajes favoritos, gracias a la petición de un lector, he decidido retornarlo al blog, con esta nueva etapa enfrentará un nuevo reto y también conoceremos qué ha sucedido con los personajes del ciclo anterior.

 

Puedes leer la primera parte aquí.

 

Un caballo marrón tuvo que detenerse después de galopar a toda fuerza la llanura. Su jinete se había percatado de algo inusual. Reinaldo Quiroga se bajó con rapidez del equino y con sigilo fue caminando hacia el granero, vestía camisa de color blanco, jeans y cinturón ajustados. Acercándose a investigar descubrió al responsable de la muerte de varios de sus caballos en los últimos días. Un hombre joven estaba ante el abrevadero agregando veneno líquido.

 

El dueño del rancho Río Oscuro sintió una característica furia que le puso la cara roja. No lo pensó dos veces iba a darle una paliza a ese desgraciado. Se acercó sigilosamente por detrás del hombre inclinado cometiendo la fechoría y lo rodeó con sus brazos dándole un fuerte abrazo de oso.

 

—¡Así te quería agarrar, hijo de puta! —le dijo mientras lo levantaba en alto apretándolo con sus poderosos brazos.

 

—¡Patrón, patrón, puedo explicárselo! —dijo el desprevenido hombre dejando caer el frasco que se hizo añicos en el suelo. Era un nuevo empleado contratado en menos de un mes.

 

—¡Te voy a hacer pagar, hijo de puta! —gritó Reinaldo—. ¡Te haré tragar esa agua, malnacido! ¿Sabes cuántas perdidas millonarias me has causado en las últimas semanas! ¡Te casé y te atrapé, hijo de perra! ¡Te vas a beber esa agua!

 

El empleado gruñó. Se sintió nervioso, en la región más de uno conocía el carácter de mil demonios de Reinaldo Quiroga. Gruñó en respuesta al salvaje apretón del temido señor. Queriendo liberarse el hombre reaccionó dando una patada de mula hacia atrás, golpeando el talón de su pesada bota de vaquero profundamente en las gruesas bolas de Reinaldo Quiroga. Quizás para fortuna del hacendado con testículos de cristal solo logró golpear uno de ellos.

 

—¡Aaaaaargh! —gritó Reinaldo cuando su empleado le pateó la entrepierna. Lo soltó de inmediato y tropezó agarrándose la hombría—. Eso no te va a salvar, hijo de puta —furioso se lanzó como un toro contra su empleado estrellándolo contra una pared del granero. Apretó el puño lanzándole golpes en el estómago y sus costados.

 

—¡Patrón, patrón!……… ¡Deténgase!……… Puedo explicarlo.

 

Reinaldo Quiroga se detuvo. Agarró al muchacho del cuello de la camisa y lo mantuvo de espalda contra la pared.

 

—¿Qué me vas a explicar, bastado? —rugió—. ¿Por qué lo hiciste? ¡Habla!

 

El muchacho se quedó en silencio, mirándolo. Sin emitir palabra alguna.

 

—¡Habla, maldito perro! —gruñó Reinaldo abofeteando su cara.

 

Una vez más el joven guardó silencio.

 

Los ojos de Reinaldo centellearon de rabia. Abrió su mano como una garra y apretó con fuerza los testículos del joven peón.

 

—¡ARGGHHH! —gritó el muchacho sintiendo verdadero dolor. Por lo general, sus bolas eran grandes, pero ese apretón que le estaba dando el patrón resultaba verdaderamente letal.

 

—¡Quiero qué hables! —gritó Reinaldo exprimiendo el par de testículos. Dio un fuerte retortijón a las gónadas y liberó al muchacho—. ¿Por qué has estado haciendo esto? ¿Alguien te lo ordenó? ¡Quiero que hables, bastardo!

 

El joven resbaló por la pared y se quedó sentado en el suelo sujetándose los huevos y gimiendo.

 

—Última oportunidad que te doy para que hables. ¿Por qué has estado haciendo eso? —el joven continuó en silencio acariciándose las bolas—. ¡Te haré tomar el agua, malnacido!

 

Reinaldo caminó hasta su peón, lo sujetó del cabello para hacerlo levantar, cuando inesperadamente el muchacho empujó el puño con todas sus fuerzas contra las bolas del vaquero. Esta vez aplastando ambos sensibles testículos.

 

—¡¡¡AAAAAAArgh!!! —Reinaldo enseguida retrocedió tratando de mantenerse erguido, pero el dolor en sus sensibles bolas lo aturdió demasiado y cayo de espaldas agarrándose la entrepierna de dolor.

 

La entrepierna del muchacho seguía palpitando, pero el dolor se fue controlando y se levantó encorvado. Reinaldo continuaba retorciéndose en el suelo con ambas manos metidas entre sus piernas.

 

—Nos vemos, patrón —el joven se inclinó tomando el sombrero de Reinaldo y llevándolo a su cabeza.

 

—¡Hijo de puta! —gruñó Reinaldo con voz ronca, todavía acongojado de dolor. Estaba seguro que no iba a dejar las cosas así.

 

 

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