Semental Bravío 2 (2/5): un solo hombre para la región - Las Bolas de Pablo

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23 dic 2022

Semental Bravío 2 (2/5): un solo hombre para la región

Reinaldo Quiroga caminaba en dirección a su camioneta, vestía con su sombrero vaquero, una camisa, pantalón ajustado y botas, iba a abrir la puerta del vehículo cuando alguien lo llamó.

 

—¡Quiroga!

 

Las facciones del hombre demostraron una sonrisa y expresión de felicidad luego de que sus ojos se encontraran con los de su hermano menor.

 

—¡Valmore! —gritó Reinaldo extendiendo los brazos en dirección a su hermano que caminaba hacia él.

 

Ambos hermanos se estrecharon con fuerza.

 

—¡Estás aquí! —saludó Reinaldo todavía abrazándolo. La última vez que ambos se habían visto las cosas no habían terminado bien entre ambos—. ¿Por qué de sorpresa? ¿Por qué no me avisaste que venías? ¿En qué te has convertido? ¡En un hombre de ciudad urbano? Ja, ja ja, ¿dónde está tu sombrero y botas, tonto?

 

Valmore dio un último y fraterno apretón a la espalda de su hermano y lo miro sonriente al rostro.

 

—Sabes que siempre me han gustado las sorpresas —respondió—. Quería ver esa cara de idiota después de tanto tiempo, porque lo último que recuerdo es tu cara ceñuda.

 

—No seas, imbécil —sonrió Reinaldo entregando un suave puñetazo a la quijada de su hermano—. Debías avisarme que venías, en este momento necesito salir. ¡Carajo! Hay tanto que tenemos de que hablar.

 

—Pero aquí estoy —insistió Valmore—, apenas estoy llegando, no me voy a ir por lo menos en una semana.

 

—¿Dónde está tu equipaje?

 

—Lo dejé en las cabañas de alquiler.

 

—¿Por qué?

 

—No vine solo, hermano.

 

—¿Vienes con el profesorcillo?

 

—El profesor José —afirmó Valmore muy seguro de sí mismo.

 

Reinaldo dio un resoplido. Todavía detestaba a ese profesor por haberse llevado a su hermano a vivir con él en la ciudad. Hubo un silencio incómodo entre ambos que Valmore decidió despejar cambiando de tema.

 

—¿Dónde está Germán?

 

—En la escuela. Está así de grande.

 

Valmore sonrió mirando la altura que ejecutaba su hermano con una mano.

 

—Le he traído unos cuantos regalos,para empezar solo traigo este.

 

Reinaldo sonrió. —Necesito salir con urgencia a una reunión, instalate cómodamente en casa mientras regreso.

 

—Creo que mejor iré a ver a Germán a la escuela.

 

—Estupendo. Ve. Vuelvo quizás en media hora.

 

—¿A dónde vas?

 

—Voy a la hacienda de al lado.

 

—Ah, reunión de negocios.

 

—No. Hace dos semanas descubrí a un peón recién contratado que envenenó mi ganado. Nuestros capataz investigó que este desgraciado trabajaba para la hacienda de al lado y ahora ha vuelto a trabajar ahí.

 

—Carajo —susurró Valmore—. Te acompañaré, hermano.

 

—No es necesario. El dueño del rancho me ha convocado para esta hora. Lamento no poder recibirte como te lo mereces, es mucho lo que hay que hablar. Al regreso te prometo varias cervezas y una ternera… oye, Valmore —lo sujetó del rostro con ambas manos—. Esta es tu casa, estoy muy feliz de verte aquí —Valmore sonrió—. Vuelvo pronto.

 

—Te espero, hermano —afirmó Valmore.

 

Reinaldo Quiroga subió al vehículo mientras Valmore agitó la mano despidiéndose, después puso camino a la escuela construida dentro de los predios del rancho Río Oscuro.

 

Reinaldo Quiroga condujo en dirección a la finca vecina. Quería una explicación acerca del comportamiento del peón, estaba seguro que se trataba de un saboteo a sus negocios. Al llegar al lugar le hicieron pasar directamente a la oficina del hacendado. Allí lo esperaba Gabriel Cárdenas un ranchero tan joven como él.

 

El dueño de la hacienda de al lado lo saludó apenas ingresó a la oficina, lo esperaba de pie a pocos centímetros de la puerta. Vestía un pantalón ajustado rebelando un bulto enorme. Cuando sus ojos se encontraron con Reinaldo Quiroga sintió in profundo odio hacia él, se dio perfecta cuenta de por qué lo odiaba, todo se debía al bulto de Quiroga. La protuberancia en la entrepierna rivalizaba con la de él, pensó que su bulto, se burlaba de él y concluyó que solo había espacio en el pueblo para un macho y no se iba a tratar de Reinaldo Quiroga.

 

—Buenos días, Gabriel Cárdenas. Un gusto conocerlo —saludó Reinaldo presentando su mano para un saludo. Gesto que fue ignorado por el otro hombre, naciendo la ira de Reinaldo, con el rostro ceñudo dijo—. Mi visita será breve, entre sus empleados hay uno que estuvo trabajando en mi hacienda, una investigación que hicimos nos dijo que ese hombre antes de estar conmigo trabajó para usted y ahora, en la actualidad, vuelve a estar aquí. ¿Qué es todo esto? Estuvo matando mi ganado. No quiero pensar que es un saboteo de su parte.

 

Gabriel Cárdenas sonrió.

 

—No es un saboteo, señor Quiroga —negó Gabriel—, es un desafío —estiró los brazos empujando a Reinaldo hacia atrás—. Odio a los tipos como tú que actúan como los dueños del mundo. ¿Qué te crees? ¿Te sientes superior por tener unos kilómetros de tierras? —dirigió una mirada a la entrepierna de Reinaldo—. ¡¿Cuántos calcetines tienes ahí, eh?! —llevó la mano hacia el bulto y apretó con fuerza en la zona donde se apoderó de las bolas—. He oído que tienes unos cojones enormes.

 

—¡¡¡AAAAAAAAAARH!!! —gritó Reinaldo cuando las manos se posaron en sus grandes bolas de toro, tan grandes y extremadamente débiles. Gruñó apretando los dientes y con los ojos llenándose de lágrimas—. Hombre, ¿qué pasa? Suéltame, ¡aaaah! Aparta tus putas manos de mis huevos, ya te he demostrado que son mis pelotas y no un relleno, ¡maricón! —hizo fuerza sobre las muñecas queriendo apartar las manos de los grandes testículos—. ¿Por qué haces eso? ¡Aparta, maldito, aparta!

 

Gabriel Cárdenas siguió apretando.

 

—Nah, hombre, ¡no he probado nada todavía! —dijo con una sonrisa maligna. Apretó el puño de su mano libre y lo estrelló profundamente en los abdominales de Reinaldo.

 

El semental bravío gruñó y cuando fue soltado de los testículos cayó de rodillas, al instante recibió una patada en la cara, la bota del vaquero hizo impacto en su pómulo. Reinaldo cayó de espalda al suelo, confuso y aturdido, a continuación Gabriel Cárdenas se colocó a horcajadas sobre él, bloqueando sus brazos a los lados con las piernas y metiendo la mano por detrás apretando los grandes huevos de nuevo.

 

Grrrrrr, hijo de puta —gruñó Reinaldo sintiendo un nuevo dolor en sus bolas. Hizo un gran esfuerzo, todo el cuerpo le dolía, pero pudo levantar las piernas y golpear las rodillas contra la espalda de Gabriel logrando empujarlo fuera de él. Jadeando se puso de pie y le dio una patada en el costado. El hombre gimió de dolor y rodó por el suelo. Reinaldo se acarició los huevos. 

 

Gabriel intentó levantarse y recibió una fuerte patada en la cara que lo hizo rodar por el suelo.

 

—¡No sé qué demonios te pasa, hijo de puta! —rugió Reinaldo—. ¡Pero piénsalo dos veces antes de meterte conmigo! ¡Te voy a quemar toda esta mierda, cabrón!

 

—Te voy a explicar lo que pasa —dijo Gabriel levantándose y respirando agitadamente—. Nuestro pueblo no está preparado para dos hombres recios, eres tú o soy yo.

 

—Gabriel Cárdenas, yo nací aquí, soy de aquí. El recién llegado eres tú, maricón. Yo mismo te voy a correr. Pero primero te dejo en la bancarrota.

 

—¡Hijo de puta! —gritó Gabriel abalanzándose contra Reinaldo, levantando su cuerpo golpeándolo contra el suelo. Una vez más, se puso a horcajadas sobre él y empujó el rostro de Reinaldo contra su propio bulto, al mismo tiempo le desabrochó el pantalón. Logró bajárselo de la cintura, Reinaldo vestía unos calzoncillos negros ajustados de algodón.

 

Reinaldo gruñó sintiendo el bulto de Gabriel contra su rostro, Reinaldo sintió contra su cara la forma de la polla guardada en el pantalón chocando contra su nariz. Abrió la boca y mordió con fuerza el trozo de carne haciendo gritar a Gabriel Cárdenas.

 

Desesperado sintiendo la mordedura de Reinaldo en su verga, Gabriel se apartó de él liberándolo y agarrando su polla. —¡Hijo de puta! 

 

Reinaldo se puso de pie, pero sus bolas fueron impactadas con una patada de Gabriel.

 

—¡¡¡AAAAAAAAAY!!! —gritó Reinaldo unió sus rodillas y cayó al suelo lleno de dolor agarrándose los huevos.

 

Gabriel recuperó la compostura y se levantó, logró sacar los pantalones de las piernas de Reinaldo Quiroga, lo tomó de los tobillos y abrió sus piernas en forma de V con la intención de pisarle los testículos. Reinaldo a buen tiempo pudo liberar su pie de una de las manos de Gabriel y lo empujó con fuerza contra las pelotas del hacendado. Gabriel dio un chillido retrocedió sujetando sus doloridos cojones. 

 

Reinaldo se puso de pie frotándose los testículos guardados en su ropa interior. Tomando aire se abalanzó contra Gabriel entregándole dos fuertes puñetazos en la cara y un rodillazo en las bolas tumbándolo de costado lleno de dolor en el suelo. Quiroga se inclinó sobre él y le hizo una llave en el cuello.

 

—Escucha bien, hijo de puta enfermo. Nunca en mi perra vida se me hubiera ocurrido competir contigo, eres un ser insignificante. Si quieres guerra la vas a tener. Nunca te hubiera visto como un enemigo, eres un ser insustancial, pero te metiste conmigo. Vas a desear mudarte de la región cuanto antes, volveré tus tierras una mierda.

 

Gabriel gimoteó, el grueso brazo seguía rodeando su cuello, apretándolo por completo. Intento buscar una reacción, solo pensó en ponerse de pie y así lo hizo con Reinaldo sobre él. Entonces levantó el talón dando una patada de mula en los cojones de Quiroga.

 

—¡¡¡AAAAAAAH!!! —Reinaldo cayó de rodillas agarrando sus grandes bolas de toro.

 

—Te vas a tragar tus palabras —respondió Gabriel parándose frente a él—. Ya te he dicho que esta región no tiene espacio para dos hombres como tú y yo. De mi parte… ¡uuugh! —fue interrumpido por un puñetazo en la ingle. 

 

A partir de ese momento los dos sementales quedaron arrodillados uno frente al otro, ambos con las manos en sus abultadas entrepiernas. Reinaldo consiguió reunir fuerzas y estampó un puñetazo en la quijada de Gabriel, tumbándolo de costado. Aquel hombre se quedó en posición fetal agarrándose los huevos.

 

—En este pueblo sólo cabe un par de cojones y son los míos —afirmó Reinaldo poniéndose de pie. Agarró su pantalón y caminó hacia la puerta.

 

—¡Te voy a joder, Reinaldo Quiroga! ¡Te voy a cortar las pelotas!

 

—Ponle hora y fecha. Vendrás por mis bolas, pero quedarás sin las tuyas.

 

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