La prision (1/5): Una reina para Ali - Las Bolas de Pablo

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28 abr 2019

La prision (1/5): Una reina para Ali


CONTIENE:
BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE

   Escoltado por un guardia de seguridad George era conducido a la celda de la mĆ”xima penitenciaria de seguridad donde fue condenado a estar en cautiverio por cinco aƱos por crĆ­menes relacionados a hurto y extorsiĆ³n. Su dinero no pudo salvarlo de las crueles garras de la justicia y por exharcebaciĆ³n del juez tenĆ­a que estar ahĆ­, cautivo en la cĆ”rcel de mĆ”xima seguridad. A travĆ©s del pasillo se escuchaba el griterĆ­o de los otros presos celebrando la llegada de un nuevo recluso. George estaba convencido de que su infierno apenas comenzaba y tenĆ­a que aparentar ser fuerte y rudo.


   Aparentar ser rudo iba a ser su principal desventaja cuando su atractivo de hombre rico mermaba en su apariencia. George era muy atractivo, su cabello era castaƱo claro,  su cuerpo estaba muy bien desarrollado ya que claramente habĆ­a pasado gran parte de su tiempo libre en el gimnasio demostrado por sus elegantes y cincelados pectorales. MĆ”s abajo al caminar se observaba un prominente bulto en su uniforme de reo.



   La Ćŗltima celda del pabellĆ³n estaba ocupada por un hombre, y un delincuente peligroso con historial de asesinatos en su expediente, George no observĆ³ su rostro ya que estaba tumbado en la cama leyendo un periĆ³dico. El policĆ­a abriĆ³ la celda y con su extrema ironĆ­a no dudĆ³ en lanzar con ponzoƱa:



   —Me conduelo de tu pobre estadĆ­a aquĆ­. AlĆ­, ahora compartirĆ”s tu trono con un habitante de Lomas Lindas, que dicha la tuya, y para ti, 601 —se referĆ­a a George—, disfruta tu nuevo hogar, mĆ”s pequeƱo que tu palacio en Lomas Lindas.



   George no hizo comentario alguno se limitĆ³ a oĆ­r la carcajada del guardia y como Ć©ste cerraba la reja con su frĆ­o chirrido, seguido se alejo golpeando el garrote contra cada reja de los pasillos del penal.



   George se quedĆ³ paralizado mirando a la nada, sabĆ­a que era culpable de cometer crĆ­menes de cuello blanco pero no tenĆ­a que pagar condena ahĆ­. Un miedo recorriĆ³ su columna vertebral cuando su compaƱero de celda desplegĆ³ las hojas del periĆ³dico dejĆ”ndolo a un lado para mirarlo desde la cama.



   George echĆ³ un vistazo a ese hombre llamado AlĆ­.



   Su rostro acentuaba rasgos de peligro. AlĆ­ era un hombre con el cuerpo tatuado, y tez blanca. La mirada cargada de malicia advertĆ­a que no era bueno fiarse de Ć©l.



   —AsĆ­ que me llegĆ³ mi reina —dijo saliendo de la cama—. Ya era hora de tener una dama en este pabellĆ³n y tu rostro de elegancia me dice que eres de las finas, de las elegantes y caras. ¿Por quĆ© estĆ”s aquĆ­, nena?



   George no respondiĆ³ se limitĆ³ a mirar al suelo.



   —¿QuĆ©? ¿A parte de zorra eres muda tambiĆ©n? ¡Te preguntĆ© quĆ© hiciste para estar aquĆ­! ¿De quĆ© te acusan?



   George continuĆ³ callando fulminando la poca paciencia de AlĆ­.



   El silencio del reciĆ©n llegado se desvaneciĆ³ de repente cuando el preso lo golpeĆ³ con fuerza en la ingle. George jadeĆ³ cuando el dolor explotĆ³ en sus bolas y sus rodillas se unieron lentamente. Desafortunadamente, su instinto de autodefensa no se habĆ­a desarrollado en aquel momento y AlĆ­ rĆ”pidamente lanzĆ³ otro ataque brutal contra sus gĆ³nadas vulnerables. Otro golpe repugnante hizo eco a travĆ©s de la habitaciĆ³n cuando George se arrodillĆ³ en agonĆ­a.



   AlĆ­ se riĆ³ y George gruĆ±Ć³ abriendo la mandĆ­bula de par en par. Sus manos se aferraron a sus pelotas decidido a mantenerse de pie a pesar del dolor en sus testĆ­culos maltratados.



   Se escabullĆ³ de nuevo en un rincĆ³n, gimiendo de dolor mientras acunaba sus maltrechas bolas.



   Lamiendo sus labios, AlĆ­ se acercĆ³ al doblado George, masajeĆ³ su entrepierna observando con lujuria al dolorido hombre.



   —Te voy a dar tu bienvenida, perra —le dijo abriendo la cremallera y bajando el pantalĆ³n, tenĆ­a un bulto enorme y obsceno—. Chupame la verga, puta, a partir de hoy eres mi puta si quieres seguir con vida.



   AlĆ­ estimulĆ³ su parada verga, cerrando los ojos de placer.



   —ChĆŗpala te he ordenado y todo estarĆ” bien.



   George tragĆ³ sorprendido y se arrodillĆ³ ante AlĆ­ con la mirada puesta en la abultada entrepierna. Puso una mano en la cadera sin despegar la mirada del contorno de la verga.



   —MĆ”malo y te vas a tragar todo, reina.



   George volviĆ³ a tragar saliva. Dio un suspiro y cerrĆ³ con fuerza el puƱo estrellando un golpe en las pelotas de AlĆ­, sin previo aviso.



   —¡Ugh! ¡Mierda —AlĆ­ rugiĆ³ de dolor y se doblĆ³ para agarrar sus testĆ­culos.



   George se enderezĆ³ con cautela apartĆ”ndose de Ć©l.



   AlĆ­ gimiĆ³ de dolor tambaleĆ”ndose hacia atrĆ”s. Sin resistencia pronto se derrumbĆ³ sobre sus rodillas y comenzĆ³ a toser mientras agarraba sus dolorosas pelotas.



   George se quedĆ³ ligeramente encorvado con ambas manos dentro de sus pantalones, apretando los dientes mientras reorganizaba cuidadosamente el contenido destrozado de su hombrĆ­a.



   —Vas a tener que buscarte otra puta porque yo no lo voy a hacer, mariquita.



   —Maldito hijo de puta —dijo AlĆ­ enojado cuando finalmente se levantĆ³ dolorosamente.



   George gruĆ±Ć³ mientras continuaba acariciando su bulto. TenĆ­a un sentimiento encontrado con lo que estaba viviendo pero tenĆ­a que demostrar que no se podĆ­a dejar doblegar por AlĆ­.



   Se dirigieron miradas de odio y fue AlĆ­ quien reuniĆ³ fuerzas y se abalanzĆ³ contra George.



   El ex ladrĆ³n de cuello blanco cubriĆ³ su rostro olvidando cuidar sus gĆ³nadas.



   AlĆ­ deslizĆ³ una mano furtiva en el interior del calzoncillo de George y agarrĆ³ uno de sus testĆ­culos regordetes y sudorosos. Con una sonrisa cruel, clavĆ³ sus dedos en el suave y carnoso Ć³rgano haciendo que el hombre viril aullara de angustia. Los ojos de George casi se salieron de su Ć³rbita, su cuerpo se tensĆ³ y se sacudiĆ³ como si hubiera tocado un cable de alta tensiĆ³n.



   George echĆ³ la cabeza hacia atrĆ”s y bramĆ³ como un minotauro moribundo. Cada mĆŗsculo de su cuerpo se contrajo cuando el dolor explotĆ³ desde su gĆ³nada.



   AlĆ­ lo soltĆ³ con una mirada despiadada.



   George se desplomĆ³ lentamente en el suelo y se acurrucĆ³ apretĆ”ndose la ingle con las manos. Gimiendo de dolor.



   AlĆ­ se agachĆ³ ante el tumbado hombre y alzĆ”ndolo de los cabellos lo obligĆ³ a ponerse de rodillas con la cara a la altura de su entrepierna.



   —Ahora si me la vas a mamar, perra.



   Lo que nunca se esperĆ³ el asesino fue el nuevo puƱetazo que George entregĆ³ a sus desprotegidas bolas.



   AlĆ­ gruĆ±Ć³ de dolor y se tambaleĆ³ apretando sus fauleados huevos. RespirĆ³ hondo varias veces y luego saltĆ³ para sacudirse el dolor. Su mirada despiadada se posĆ³ ante George por el momento lo iba a dejar descansar, le dolian las pelotas... pero cuando llegase la noche lo iba a matar.

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