EL DUELO. - Las Bolas de Pablo

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25 ene 2022

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EL DUELO.

 

EL DUELO.

 

 

CONTIENE BALLBUSTING M/M.

 

BASADO EN UN HECHO HISTƓRICO, AUNQUE CON CONSIDERABLES ALTERACIONES.

 

 

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SEVILLA, 1880.

 

 

Hace ya 7 años que dejé atrÔs a mi Quito del alma, es ahora la tierra de Sevilla la que me acoge, es donde encontré el amor y dónde ganó lo que mis bolsillos llena; Mi nombre no lo diré, no es importante, pues sólo estoy aquí para contar una historia.


 

Os narraré los últimos acontecimientos relacionados con el muy popular conflicto entre Francisco Vivar y Leyva, IX conde de Montillo y su primo Enrique de Ordúz, IV conde de Villafranca.

 

Vivar y Leyva es un caballero de unos 42 años, adinerado y político de cuna, aspirante número uno a la gobernanza de Andalucía, pero se ha ganado la enemistad de su primo, anteriormente muy unidos y ahora distanciados; El Conde de Villafranca de 40 años, actualmente es director del diario El glorioso 68.

 

La causa de la enemistad nadie la sabe con certeza, algunos decĆ­an que fue la disputa por una mujer, otros creen que se trató de la muerte de un caballo que pertenecĆ­a a Vivar y que Enrique fue el causante de la partida del equino…

 

El ArtĆ­culo.

 

En el diario de aquel 23 de septiembre, en el artĆ­culo titulado ā€œA los seguidores de Vivar y Leyvaā€ Enrique de OrdĆŗz lanzaban injurias variadas contra el pretendiente a la gobernanza, del estilo de que le inspiraba un ā€œHondo desprecioā€ por sus ā€œMarrullerĆ­as polĆ­ticaā€. Finalizaba el escrito llamando al conde ā€œAbotargado pastelero francĆ©sā€.

Vivar y Leyva montó en cólera y furioso mandó a su primo una carta en la que decĆ­a lo siguiente: ā€œMuy Sr. MĆ­o. Adjunto es un papel en el cual aparece su nombre. Espero que se sirva decirme si usted lo ha escrito y si estĆ” dispuesto a responder por Ć©lā€, a lo que el destinatario respondió con otra misiva de este tenor: ā€œMuy Sr. MĆ­o. El papel que me ha remitido y le devuelvo adjunto, estĆ” escrito por mĆ­ y por consiguiente respondo de Ć©l".

Vivar y Leyva regresó una vez mĆ”s el mensaje, diciendo: ā€œAl injurioso y calumniador le invito a Labezaresā€.

Deben saber que una invitación como esa se refería claramente a un duelo de pistolas, pues en Sevilla se daban aquellos desafíos dentro de las instalaciones de la Escuela de Tiro de Labezares*

Y así quedó acordado el duelo a pistolas.

 

Interviene el ayuntamiento.

 

Pero el ayuntamiento de Sevilla no duda en alterar el orden de la pedida de satisfacción. El alcalde Don Pedro Muñiz y Sosa reparte instrucciones claras. La muerte en duelo de un caballero hace 3 meses ha rebosado la paciencia del dirigente; Sin dudarle ha expedido una prohibición expresa de los duelos a muerte en el territorio de la municipalidad, acto copiado por los alcaldes vecinos.

 

Una multa de 15.000 pesetas, 2 meses de arresto y hasta la expulsión de la región son los castigos que se impondrÔn a los participantes de un duelo a muerte.

 

Boxeo.


El duelo con pistolas ya no se podrÔ dar, pero el honor mancillado debe ser restaurado, así que se barajan posibilidades, y del diputado Gonzales y Pesebre surge la idea de un duelo pugilístico. No es común un enfrentamiento de boxeo entre nobles, son temas mÔs acordes a las islas britÔnicas, allí nació ese supuesto deporte, en el que las apuestas con libras y hasta chelines animan los combates. No tardan los involucrados en aceptar el arreglar sus diferencias con una pelea de boxeo.

 

El Duelo.

 

Pasadas las 10:30 de la maƱana acudo al sitio acordado, siendo un distinguido miembro de la comunidad atendƭ al llamado para ejercer como testigo a la disputa, en total en aquel llano en las afueras de la comunidad estarƭamos unas 30 personas en total.

 

Al conde de Montillo le acompaƱaban tres padrinos, los seƱores Carlos ƁlamosFernando de Córdova, y el coronel Augusto SolĆ­s; a su primo, Enrique le asistĆ­an los caballeros, Pedro Rubio, Ernesto SantamarĆ­a y Maiguel Ortiz.

 

Pronto los condes retiraron sus ropas, permaneciendo en pantalón fino y calzado, se ubicaron frente a frente acompañados de un solo padrino, cada uno ejercería como Ôrbitro de primera mano. Santamaría por Enrique y De Córdova por Francisco. Todo era acorde a las reglas del London Prize Ring rules *

(Si bien ahora estaban en desuso, pero se había acordado que el duelo sería una pelea a puño limpio, por lo que se recurrió a las reglas anteriores que lo permitían).

 

Y se inició la pelea!

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Cada contendiente se dispuso a dar sus mejores golpes para admiración de los presentes.

 

Personalmente opinaba junto a los caballeros a mi lado sobre el desempeño de cada púgil; Soy bueno en los pleitos a puños y en mi natal Quito no fueron pocos los enfrentamientos a puños, nada acordes a un caballero, pero si se estÔ en el mercado y se entra una riña los puños salen primero que una espada o una pistola, y nadie sale dañado mÔs allÔ de ojos amoratados o dientes faltantes.

 

Los boxeadores de este duelo conectaban toda clase de golpes en la humanidad de su oponente, se notaba el odio que se tenĆ­a.

 

El rostro, los costados, el vientre medio, todo era blanco de su rival, mientras el padrino por cada bando observaba atento el desempeƱo de su ā€œpupiloā€.

 

La deshonra.

 

Los golpes de Vivar y Leyva eran mÔs certeros, impactando en los costados y logrando encorvar del dolor a su primo el conde de Villafranca. Se notaba cómo Enrique estaba ya sin aire, sus golpes al rostro de Francisco eran débiles y casi ninguno alcanzaba a llegarle.

 

Vino un frontal de derecha que se estrelló en plena nariz de Ordúz, éste se fue de espaldas y quedó con una rodilla en tierra, su padrino Santamaría pareció intervenir.

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Francisco mantenƭa los puƱos cerrado y a la espera de que Enrique levantase la rodilla del suelo.

 

Las reglas expresaban:

Que ninguna persona debe golpear a su contrincante cuando estĆ” caĆ­do, o tomado del muslo (ham), o cualquier parte debajo de la cintura. Un hombre de rodillas debe ser considerado caĆ­do.

 

Pero el conde de Montillo se veía ansioso y lanzó un puñetazo al rostro de Enrique, éste sacudió la cabeza con violencia. Santamaría se interpuso deteniendo al atacante, De Córdova tomó a su aliado de los hombros abrazÔndole por detrÔs y haciéndole tranquilizar.

 

Francisco sacudió su cabeza y entró en razón, pero fue el conde de Villafranca quien ahora atacó…Desde el suelo hizo a un lado a su padrino y lanzó un duro puƱetazo a la ingle de su oponente.

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—AAAHHH!!!—Gritó el conde de Montillo, cuando sus testĆ­culos eran aplastados por el duro puƱetazo.

 

Pude ver su expresión de sorpresa y dolor en el rostro del conde.

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Vivar y Leyva arrugó el rostro, y cómo su padrino le había soltado, retrocedió unos pasos para finalmente caer con ambas rodillas al suelo.

 

Cómo hombre se lo muy doloroso que es un golpe en esa zona, por instinto lleguĆ© a cubrir  mi propia entrepierna (y no fui el Ćŗnico de los testigos en hacerlo), lamentando la situación del conde.

 

Los pugilistas fueron separados y atendidos según sus dolencias, de los dos claramente en peor condición se veía el conde de Montillo, quien mantenía las manos cubriendo sus partes pudendas.

 

Las consecuencias.

 

El desconcierto fue total en el escenario del duelo.

 

—Traición!—Expresó un testigo entrado en aƱos, por mi parte no pude evitar pensar lo mismo.

 

Los reclamos entre los testigos aumentaron y comenzaron los insultos entre los dos primos, el público se contagió y se dieron agresiones físicas.

 

Era clara la división entre los testigos, unos defendían a un bando o al otro.

 

Tuve la precaución de mantenerme alejado de las muchas disputas  que se dieron, aunque admito que mis puƱos apretados querĆ­an descargarse en el rostro de alguien, supongo que todos nos contagiamos del ambiente de agresión que habĆ­a en el aire.

 

Observé a un caballero conectar una combinación de golpes contra otro, justo antes de que alguien interviniera y le descargara un sólido puñetazo en la nariz dejÔndosela casi torcida.

 

Por otro lado un hombre sostenía a otro del cuello, hundiéndole las manos en el cuello, pero éste respondió con un puntapié entre las piernas del que le ahorcaba, arrancÔndole un grito, el hombre vencido no pudo continuar el pleito, pues de los testículos se agarraba.

 

Tal vez el presenciar aquel acto de golpe bajo de un conde contra el otro, abrió la puerta para que se repitiese entre los comunes aquel terrible ataque.

 

El que pateó no disfrutó la victoria pues un cobarde desconocido le pagaba con la misma moneda pero a traición, una patada por detrÔs hacía quejar al hombre y derribarle de inmediato.

 

En otro conflicto una patada en la espalda baja dejaba a un hombre en el suelo, pidiendo un bastón.

 

Poco a poco se fue calmando el ambiente, mÔs cuando uno de los padrinos el Coronel Augusto Solís, conocido por su imparcialidad y reputación, expresó a viva voz:

 

—Por favor caballeros, somos hombres de dios y del rey, calmaos!

 

 

Los testigos y jueces deciden.

 

Tranquilizados los Ônimos se debía decidir qué sucedería con el duelo. Claramente las reglas habían sido rotas, no sólo por el golpe bajo el cinturón dado por Enrique, sino por el ataque inicial de Francisco al estar su rival caído.

 

La regla expresaba:

Que los golpes dados por debajo de la cintura, llÔmese cintura la línea donde da inicio las caderas óseas, son prohibidos y sancionados.

Los dos padrinos que hacƭan de Ɣrbitros discutƭan sobre quƩ hacer, pero no se ponƭan de acuerdo.

 

Atendiendo otra regla se decidió llamar a un tercer Ôrbitro de entre los testigos. La regla dice:

Los dos Umpires (Ɣrbitros) decidirƔn absolutamente todas las disputas que puedan surgir sobre la batalla; y si los dos Umpires no pueden ponerse de acuerdo, los referidos Umpires eligen a un tercero, quien debe resolver.

 

Y resultƩ ser yo el escogido, un gran honor para mƭ.

 

Después de analizar el asunto y escuchar la opinión de los dos Ôrbitros, tomo una decisión:

 

Enrique conde de Villafranca debe dar un golpe en el rostro a Francisco conde de Montillo, como compensación por el golpe ilegal que recibió estando con la rodilla al suelo. En su defecto Vivar y Leyva puede darle un golpe en los genitales a Ordúz, siempre que sea con puño cerrado y no con otra parte del cuerpo.

 

Los padrinos y testigos parecieron considerar justa mi decisión. Enrique protestó, pero su padrino habló con él al oído al parecer convenciéndole.

 

 

Restaurar el balance y final.

 

El puñetazo que Enrique conectó a la quijada de Francisco fue devastador, en mi opinión esperaba dejarlo en el suelo para que no pudiese su primo realizar su turno según mi decisión.

 

El conde de Montillo cayó por tierra, pero tras escupir sangre se incorporó…Me pareció ver una tenue sonrisa en su boca ensangrentada, seguramente ansiaba vengar sus sin duda aun dolidas partes pudendas.

 

Ahora era el turno de Francisco y todos en el sitio estƔbamos expectantes, podƭa el conde de Villafranca renunciar y evitar asƭ el golpe a sus testƭculos?

 

PodĆ­a, pero aquel hubiera significado una ofensa al honor, algo que le serĆ­a recordado por el resto de su vida.

 

Enrique permaneció inmóvil mientras Francisco se le colocaba en frente. El conde de Villafranca sudaba copiosamente, y vino el ataque de su primo!

 

El conde de Montillo tomó impulso, se inclinó un poco y proyectó su puño derecho contra la entrepierna de Enrique, la fuerza del impacto fue brutal y hasta se escuchó el choque de carne contra hueso.

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Representación del impacto.

 

—AAAAAAAhhhhhh!!!!!!!!!!!!—La boca de Enrique se abrió al mĆ”ximo, mientras la enorme mano de Francisco parecĆ­a hundirse dentro de aquella blanda zona.

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Fue un alarido lo que salió de la boca de Enrique de Ordúz, el conde cayó al suelo y se retorcía de un lado a otro, se agarraba sus dolidas partes, Francisco se mantenía con los puños en alto y a la espera de continuar el asunto.

 

Como se acordó, se le dio al conde de Villafranca tres minutos para reponerse del dolor testicular y volver a incorporarse. Pero pasados los 3 minutos Enrique no se pudo levantar. Su padrino Santamaría solicitó un minuto mÔs, y Francisco accedió a dÔrselo.

 

Por fin Enrique se pudo levantar, pero al primer paso trastabilló y cayó al suelo nuevamente sentado, aun se dolía de sus partes y no se pudo volver a parar.

 

Entonces la decisión fue unÔnime: El duelo pertenecía a Francisco Vivar y Leyva. A pesar de lo accidentado del enfrentamiento, se consideró un pleito justo y se dio por terminado el asunto.

 

Enrique por fin se puso en pie y firme, orientado por sus padrinos se acercó a su primo y le extendió la mano, despuĆ©s de todo ambos eran caballeros y debĆ­an ser ejemplo ante los testigos. La disputa se dio por saldada…

 

…O eso se creyó, pues un mes despuĆ©s volvieron los ataques polĆ­ticos de Enrique para con el candidato a gobernanza; Aun no se decide le elección aunque el conde de Montillo es ampliamente favorito a quedarse con el cargo.

 

FIN.

 

 

***

 

DE OTRA HISTORIA MƁS PERSONAL…

 

Aquella noche narré a Remedios, mi esposa, sobre los sucesos del duelo pugilístico, así como mi acción como tercer Ôrbitro. Nos encontrÔbamos ya en la habitación dispuestos a dormir.

 

Remedios se mostró muy interesaba en saber detalles.

 

—Que cobardĆ­a la del conde de Villafranca, —Remedios se veĆ­a alterada y sorprendida—golpear al seƱor Francisco en tales partes.

 

A su evidente enfado por el acto poco caballeroso le continuó un naciente interés en mi anatomía parte pudenda.

 

Remedios me tocó en dicha partes con una suavidad inusitada, se mostró preocupada por el bienestar de mis propias partes viriles. Así mientras me agarraba los testes (así los llamaba ella) con las manos, recitó una plegaria al cielo por mi bienestar y para que nunca fuese yo golpeado por algún cobarde allí.

 

Señor, te pido que protejas a mi marido de cualquier accidente, enfermedad, peligro o influencia maligna. Mantenlo a salvo. Escóndelo de la violencia y los planes de las personas malvadas.

Donde quiera que camine, asegura sus pasos. Mantenlo en tu camino para que sus pies no resbalen, Si su pie resbala, sostenlo por Tu misericordia. Dale la sabiduría y la discreción que lo ayudarÔn a caminar con seguridad y no caer en peligro.

Protege sus testes de cualquier enemigo, que estƩn protegidos siempre de odio y de la venganza.

Sé su fortaleza y escudo. Haz que él viva a la sombra de tus alas Sé su roca, salvación y defensa, para que no sea movido o sacudido, que nunca nada malo le suceda en los testes. Protégeselos!

 

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A continuación tuve intimidad con Remedios de una forma maravillosa, ella constantemente acariciaba mis testículos, y con sus manos que realmente son muy suaves, pude ver el cielo. El masaje es algo que en adelante le pediré siempre.

 

Contar el duelo a mi mujer, me trajo beneficios inesperados.

 

 

FIN.

 

 

***

 

 

 

*  NOTA 1: En esa Ć©poca era frecuente que los caballeros resolvieran cuestiones de honor en duelo. Desde  ministros, diputados, militares, periodistas e incluso aristócratas. En Sevilla los duelos con la pistola se practicaban en el salón de tiro del CĆ­rculo Militar o en la Escuela Nacional de Tiro de Labezares (En honor a GUIDO DE LABEZARES, nacido en Sevilla en 1499 maestre de Campo, contador de la Armada y segundo gobernador de Filipinas).

 

 

*  NOTA 2: Las London Prize Ring rules fueron las primeras reglas del boxeo "a puƱo limpio". Fueron escritas en 1743 por el campeón britĆ”nico Jack Broughton. Desde 1867 se impusieron las Reglas de Queensberry, que rigen al boxeo moderno con guantes.

 

 

 

 

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