Durante su juventud ElĆas habĆa sido el novio de Romina. Era un hombre alto de rostro alargado, de cuerpo fuerte, con cabello castaƱo y se ganaba la vida como taxista. El azar del destino hizo que se volviera a encontrar con la mujer y la convirtiĆ³ en su amante. AĆŗn asĆ el esposo de Romina conociĆ³ la aventura que su mujer y estuvo siempre dispuesto a todo por recuperarla.
Cierta tarde de un dĆa especial para ElĆas fue nuevamente atrapado por dos hombres al salir de un centro comercial luego de comprar repuestos para su vehĆculo.
Le tendieron una emboscada, dejĆ”ndolo inconsciente por detrĆ”s justo cuando abrĆa la puerta de su automĆ³vil.
Cuando ElĆas se despertĆ³, estaba atado a una silla, desnudo, con las piernas abiertas y su flĆ”cido pene expuesto. El taxista conocĆa el lugar porque ya habĆa estado secuestrado ahĆ.
—Ya ha despertado, seƱor —anunciĆ³ uno de los esbirros de Antonio.
La gallarda apariciĆ³n de Antonio, el esposo de Romina no hizo temblar a ElĆas. Aquel hombre era alto, de tez morena y siempre vestĆa de etiqueta para dejar en claro su alto estatus. Dio un paso adelante, tomando el rostro de ElĆas entre sus manos. —No has aprendido la lecciĆ³n, ¿verdad? ¿Por quĆ© carajo sigues buscando a mi mujer si se supone que el otro dĆa entre ella y yo te despedimos en ese hotelucho.
ElĆas se aclarĆ³ la garganta, devolviendo una mirada desafiante.
—¿A caso no sabes que conozco tus pasos? ¡Que todavĆa te sigues viendo con mi mujer!
ElĆas parpadeĆ³.
—Si Romina continĆŗa conmigo es porque obviamente en mi encuentra la satisfacciĆ³n que no tiene en ti.
Antonio se llenĆ³ de rabia, cerrĆ³ los puƱos y golpeĆ³ a ElĆas en los huevos tan fuerte como pudo.
Los ojos de ElĆas se desorbitaron y dejĆ³ escapar un grito ensordecedor.
—¿QuĆ© me quieres decir? ¿Que con ese par de bolas que perderĆ”s hoy haces feliz a mi mujer? —interrogĆ³ Antonio golpeando con el puƱo las bolas de ElĆas con toda la fuerza que pudo reunir.
ElĆas chillĆ³ en agonĆa.
—¿Te gusta cuando Romina te chupa las bolas? ¿verdad? —agregĆ³ Antonio, entregando otra puƱetazo doloroso a los testĆculos del taxista.
El hombre dejĆ³ de gritar cuando vio que uno de los custodios de Antonio le entregaba un pequeƱo mazo de madera.
—Veamos en cuanto tiempo se parten esos huevos tuyos —se burlĆ³ Antonio sopesando el objeto entre sus dedos.
ElĆas palideciĆ³.
—Veamos —sonriĆ³ Antonio, sosteniendo el testĆculo derecho de ElĆas entre su pulgar y su dedo Ćndice y apretĆ”ndolo—. Estoy seguro de que este serĆ” el primero en explotar —se riĆ³ entre dientes y agarrĆ³ la gĆ³nada izquierda—. Esta tampoco durarĆ” mucho.
Y a continuaciĆ³n se dedicĆ³ a azotar los testĆculos de ElĆas, martillando los huevos una y otra vez. ElĆas gritĆ³ y gritĆ³ hasta cansarse, varias lĆ”grimas corrieron por sus mejillas y sus testĆculos no se lograron reventar para acabar con su tortura.
Antonio soltĆ³ una carcajada. Con un movimiento rĆ”pido y hĆ”bil, clavĆ³ un golpe en la cabeza de la polla de ElĆas, sacĆ”ndole un gruƱido ronco, se retorcĆa y gemĆa.
Antonio lo miraba con odio. Le dirigiĆ³ quince golpes con el mazo tan fuerte como pudo, una y otra vez.
La virilidad de ElĆas sufriĆ³ con al menos 50 mazazos, pero los testĆculos no se reventaron.
—¡Hijo de puta! —gritĆ³ Antonio—. ¡Quiero que exploten y ya!
Una y otra vez, le dio con el mazo a los huevos de ElĆas con toda su fuerza.
Antonio se cansĆ³ despuĆ©s de un rato, y se sentĆ³ en el suelo.
ElĆas se veĆa agotado. Sus huevos lucĆan hinchados y rojos como un par de tomates italianos, varias lĆ”grimas corrĆan por su rostro.
Todos fueron tomados de sorpresa cuando la puerta de la habitaciĆ³n se abriĆ³ de golpe y varios policĆas ingresaron allĆ armados apuntando con sus armas a Antonio y sus hombres quienes sorprendidos tuvieron que rendirse levantando las manos.
Un grupo de policĆas rescataron a ElĆas, lo desataron y permitieron que con dolor se acongojara en el suelo agarrĆ”ndose las pelotas.
Antonio y sus hombres fueron sacados de ahĆ por la policĆa, tendrĆan que explicar a la ley el secuestro y tortura a ElĆas.
Aquel hombre sintiĆ³ una mano femenina sobre su hombro. Era Romina quien estaba ahĆ.
—Me sentĆ preocupada —confesĆ³—, en la ubicaciĆ³n en tiempo real que compartimos vi que estabas aquĆ en el galpĆ³n y supe que no estaba bien. Me preocupĆ© y ya sĆ© que no me equivoquĆ©.
SuspirĆ³ y observĆ³ que ElĆas lloraba y se frotaba las bolas. Romina lo abrazĆ³.
—Ya todo ha pasado —le dijo—. EstarĆ© aquĆ para ti, Antonio no estarĆ” para molestarnos nunca mĆ”s —lo cobijĆ³ fuertemente entre sus brazos, mientras el pobre ElĆas seguĆa acongojado amasando sus testĆculos.
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