Los hombres de Romina (5/5) - Las Bolas de Pablo

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25 ago 2022

Los hombres de Romina (5/5)



Durante su juventud ElĆ­as habĆ­a sido el novio de Romina. Era un hombre alto de rostro alargado, de cuerpo fuerte, con cabello castaƱo y se ganaba la vida como taxista. El azar del destino hizo que se volviera a encontrar con la mujer y la convirtiĆ³ en su amante. AĆŗn asĆ­ el esposo de Romina conociĆ³ la aventura que su mujer y estuvo siempre dispuesto a todo por recuperarla.

 

Cierta tarde de un dĆ­a especial para ElĆ­as fue nuevamente atrapado por dos hombres al salir de un centro comercial luego de comprar repuestos para su vehĆ­culo.

 

Le tendieron una emboscada, dejĆ”ndolo inconsciente por detrĆ”s justo cuando abrĆ­a la puerta de su automĆ³vil.

 

Cuando ElĆ­as se despertĆ³, estaba atado a una silla, desnudo, con las piernas abiertas y su flĆ”cido pene expuesto. El taxista conocĆ­a el lugar porque ya habĆ­a estado secuestrado ahĆ­.

 

—Ya ha despertado, seƱor —anunciĆ³ uno de los esbirros de Antonio.

 


La gallarda apariciĆ³n de Antonio, el esposo de Romina no hizo temblar a ElĆ­as. Aquel hombre era alto, de tez morena y siempre vestĆ­a de etiqueta para dejar en claro su alto estatus. Dio un paso adelante, tomando el rostro de ElĆ­as entre sus manos. —No has aprendido la lecciĆ³n, ¿verdad? ¿Por quĆ© carajo sigues buscando a mi mujer si se supone que el otro dĆ­a entre ella y yo te despedimos en ese hotelucho.

 

ElĆ­as se aclarĆ³ la garganta, devolviendo una mirada desafiante.

 

—¿A caso no sabes que conozco tus pasos? ¡Que todavĆ­a te sigues viendo con mi mujer!

 

ElĆ­as parpadeĆ³.

 

—Si Romina continĆŗa conmigo es porque obviamente en mi encuentra la satisfacciĆ³n que no tiene en ti.

 

Antonio se llenĆ³ de rabia, cerrĆ³ los puƱos y golpeĆ³ a ElĆ­as en los huevos tan fuerte como pudo.

 

Los ojos de ElĆ­as se desorbitaron y dejĆ³ escapar un grito ensordecedor.

 

—¿QuĆ© me quieres decir? ¿Que con ese par de bolas que perderĆ”s hoy haces feliz a mi mujer? —interrogĆ³ Antonio golpeando con el puƱo las bolas de ElĆ­as con toda la fuerza que pudo reunir.

 

ElĆ­as chillĆ³ en agonĆ­a.

 

—¿Te gusta cuando Romina te chupa las bolas? ¿verdad? —agregĆ³ Antonio, entregando otra puƱetazo doloroso a los testĆ­culos del taxista.

 

El hombre dejĆ³ de gritar cuando vio que uno de los custodios de Antonio le entregaba un pequeƱo mazo de madera.

 

—Veamos en cuanto tiempo se parten esos huevos tuyos —se burlĆ³ Antonio sopesando el objeto entre sus dedos.

 

ElĆ­as palideciĆ³.

 

—Veamos —sonriĆ³ Antonio, sosteniendo el testĆ­culo derecho de ElĆ­as entre su pulgar y su dedo Ć­ndice y apretĆ”ndolo—. Estoy seguro de que este serĆ” el primero en explotar —se riĆ³ entre dientes y agarrĆ³ la gĆ³nada izquierda—. Esta tampoco durarĆ” mucho.

 

Y a continuaciĆ³n se dedicĆ³ a azotar los testĆ­culos de ElĆ­as, martillando los huevos una y otra vez. ElĆ­as gritĆ³ y gritĆ³ hasta cansarse, varias lĆ”grimas corrieron por sus mejillas y sus testĆ­culos no se lograron reventar para acabar con su tortura.

 

Antonio soltĆ³ una carcajada. Con un movimiento rĆ”pido y hĆ”bil, clavĆ³ un golpe en la cabeza de la polla de ElĆ­as, sacĆ”ndole un gruƱido ronco, se retorcĆ­a y gemĆ­a.

 

Antonio lo miraba con odio. Le dirigiĆ³ quince golpes con el mazo tan fuerte como pudo, una y otra vez.

 

La virilidad de ElĆ­as sufriĆ³ con al menos 50 mazazos, pero los testĆ­culos no se reventaron.

 

—¡Hijo de puta! —gritĆ³ Antonio—. ¡Quiero que exploten y ya!

 

Una y otra vez, le dio con el mazo a los huevos de ElĆ­as con toda su fuerza.

 

Antonio se cansĆ³ despuĆ©s de un rato, y se sentĆ³ en el suelo.

 

ElĆ­as se veĆ­a agotado. Sus huevos lucĆ­an hinchados y rojos como un par de tomates italianos, varias lĆ”grimas corrĆ­an por su rostro.

 

Todos fueron tomados de sorpresa cuando la puerta de la habitaciĆ³n se abriĆ³ de golpe y varios policĆ­as ingresaron allĆ­ armados apuntando con sus armas a Antonio y sus hombres quienes sorprendidos tuvieron que rendirse levantando las manos.

 


Un grupo de policĆ­as rescataron a ElĆ­as, lo desataron y permitieron que con dolor se acongojara en el suelo agarrĆ”ndose las pelotas.

 

Antonio y sus hombres fueron sacados de ahĆ­ por la policĆ­a, tendrĆ­an que explicar a la ley el secuestro y tortura a ElĆ­as.

 

Aquel hombre sintiĆ³ una mano femenina sobre su hombro. Era Romina quien estaba ahĆ­.

 


—Me sentĆ­ preocupada —confesĆ³—, en la ubicaciĆ³n en tiempo real que compartimos vi que estabas aquĆ­ en el galpĆ³n y supe que no estaba bien. Me preocupĆ© y ya sĆ© que no me equivoquĆ©.

 

SuspirĆ³ y observĆ³ que ElĆ­as lloraba y se frotaba las bolas. Romina lo abrazĆ³.

 


—Ya todo ha pasado —le dijo—. EstarĆ© aquĆ­ para ti, Antonio no estarĆ” para molestarnos nunca mĆ”s —lo cobijĆ³ fuertemente entre sus brazos, mientras el pobre ElĆ­as seguĆ­a acongojado amasando sus testĆ­culos.

 

 

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