Vuelvo de una visita oficial a España, en primera clase, por supuesto, pero en un vuelo comercial. Desde hace tres sexenios, gracias a un presidente de izquierda, quedó establecido que el primer mandatario del país no viajaría en un avión privado. Heme aquí, honrando la política de austeridad, esperando como cualquier mortal a que mi maleta salga del carrusel en el aeropuerto. No me puedo quejar, es gracias a esta corriente que yo fui electo.
Inadvertido para la gente de a pie, un muy discreto y amplio operativo de seguridad se ha desplegado en todo el aeropuerto, quizá lo más evidente sea que dos guaruras me acompañan. Muchas personas se acercan a mí para tomarse fotos. Con el rostro ojeroso y adormilado, yo poso sonriendo, después de todo soy un presidente con una amplia aprobación y popularidad. Soy guapo, carismático y empático, o por lo menos así me describen los medios de comunicación, además, es el año 2037, soy el primer jefe de estado abiertamente homosexual en este país. En casa me espera mi bello y muy alto esposo, a quien extraño mucho.
Soy un hombre joven, tengo apenas cuarenta años, mido 1.70, mi cabello castaño oscuro es ondulado, pero como lo llevo corto, no se nota. Me ejercito para mantenerme en buena condición física, mi cuerpo de hombre se ha embarnecido un poco con los años, aunque sigo siendo delgado, siempre lo he sido. Luego de una hora, finalmente salgo del aeropuerto para abordar una camioneta blanca que me llevará a Palacio Nacional.
La cabeza me duele, estoy muy cansado, pero nada de eso importa, porque ahí está él, mi hermoso esposo de casi 1.90, vestido de blanco, esperando por mí. Yo dejo todo y corro a su encuentro, su solo aroma y el saberme entre sus fuertes brazos, devuelve a mi cuerpo sus fuerzas, me siento muy feliz de haber regresado. A pesar de ser tarde noche en hora concurrida, el vehículo avanza sin contratiempos entre el tráfico de la Ciudad, ser Presidente de la Nación tiene sus ventajas.
—En unos diez minutos arribaremos a Palacio Nacional, presidente Cordero —dice el chofer del vehículo.
—Gracias —respondo, al tiempo que recargo mi cabeza en el pecho del hombre que tengo a mi lado, él posa su brazo alrededor de mis hombros.
—Te extrañé mucho —dice mi esposo Gerrit, de treinta y cinco años, besando mi cabello. Nuestras manos están entrelazadas.
—Solo me fui tres días, babe.
—A mí me pareció una eternidad —responde.
A través de los cristales blindados de la ventanilla, el devenir de las luces de los faroles me permite apreciar un poco del bullicio de las calles. Absorto en aquella monótona imagen, reflexiono en qué fue lo que me trajo hasta aquí. Me gustaría decir que fue mi impecable trabajo como fiscal de delitos sexuales, fiscal del estado y gobernador, si bien aquello me da la credibilidad que hoy ostento. Es el poder de una sola persona lo que movió los hilos, su nombre es Fabio Holgado. Todavía recuerdo el día en que lo conocí, hace quince años.
Soy el único hijo de mi mamá, una importante empresaria, la mujer más rica del país, a pesar de ello, sus doce mil millones de dólares deslucen al lado de la fortuna de Holgado. Cuando la mafia de Jan colapsó, mi madre hizo una re-compra de la cervecería a un cuarto del valor en que la vendió, posteriormente la vendió a unos alemanes por un valor superior al original. Es una mujer muy hábil.
Desde que Fabio Holgado entró al salón acompañado de su esposo, Antonio Ferreira, ambos se apoderaron de la atención de los presentes, no solo era que parecieran ser los dueños del lugar, además eran altos y tremendamente atractivos, yo era unos diez años más joven que ellos, un muchacho. Ambos, eran exactamente mi tipo, sobre todo Fabio, quien contaba con mayor masa muscular. No pude quitarles la mirada de encima, el solo imaginar tenerlos, dominados ante mí, sujetarlos de las bolas y follarlos, me mantenía cachondo, mi ropa interior estaba húmeda por mi lubricación.
No me pude concentrar en nada del evento, mis inquietas piernas no paraban de moverse bajo el mantel. Durante una pequeña convivencia de breves minutos con ellos, pregunté acerca de un secuestro que el empresario había tenido el año pasado, al parecer su guardaespaldas y pareja sentimental quiso asesinarlo para quedarse con toda su riqueza.
—¿No temes que algo así pueda pasar otra vez, Fabio? Que te secuestren o hagan daño. —pregunté, no voy a mentir, la idea cruzó por mi cabeza. Atrapar a una presa de su calibre sería un verdadero reto, pero si alguien más pudo hacerlo, seguro que yo también podría. “¡Cálmate Juan Carlos, tú ya no eres un Cazador de Gigantes!”, me repetía a mí mismo, “tranquilízate, piensa en la biblia, ja, ja, ja”.
—Confío en mi equipo de seguridad, además, si eso ocurriera, no dudo que mi guapo esposo me salvaría —respondió el hombre más rico del país, tomando de la mano a Antonio—. Él es experto en jiujitsu.
Fabio Holgado |
—¿En serio? ¿Qué cinta eres? —pregunté al hombre de origen brasileño.
—Cinta morada —respondió.
—Mi hijo también practica artes marciales —comentó orgullosa Aracelí Carranco, mi madre.
—Boxeo, Taekwondo, Jiujitsu y MMA —completé—. No es por nada, pero estoy seguro de que podría vencerte —dije a Antonio Ferreira con el mentón levantado.
Sin buscarlo, la suerte me sonreía, el destino había abierto una puerta para mí, ahora contaba con una oportunidad para convertirlos en mi presa. Antonio se paró erguido para remarcar su superioridad física, sus hermosos ojos verdes miraban a los míos. Sonriendo amablemente, él respondió:
—Exhibes demasiada autoconfianza para ser tan joven y pequeño.
—Me gustaría retarte, medir fuerzas contigo, ver quién es más hábil, regreso a Tlaxcala pasado mañana.
—¡Es un hecho!, mañana, a las once, en mi casa, usted probará un poco de lo que mi Antonio puede hacer, Fiscal Cordero —comentó Fabio señalándonos a mi madre y a mí con la misma mano que sostenía una bebida. Pude notar que me barrió de arriba a abajo con la mirada, mordiéndose ligeramente el labio inferior. Palmeó mi hombro como despedida y dio media vuelta.
—Será un gusto medir fuerzas contigo —dijo Antonio, alborotando amistosamente mi cabello, guiñando un ojo. Era claro que me subestimaba debido a mi estatura.
—Ya que eres gay, ojalá te hubieras casado con Fabio —comentó mi madre en mi oído.
Aquella noche no dormí, estaba muy exacerbado con lo que me esperaba al día siguiente. Aunque no hubiera querido hacerlo, para así conservar mi abundante carga de leche, me vi forzado a estimularme en mi antigua habitación en la casa de mis padres. En la oscuridad, desnudo entre las sábanas, imaginé tenerlos a ambos tendidos en el piso, velludos, sin ropa, con las piernas abiertas, exhibiendo sus enormes muslos, y yo, apretando sus firmes bolas, haciéndolos gemir y suplicar. Imaginé sus marcados abdominales contraerse, sus gruesos pectorales respirar con agitación y sus rostros crispados. Mi plan era perfecto, yo haría una apuesta con ellos, si vencía a Ferreira en una pelea, me follaría a ambos.
La camioneta se detiene, hemos llegado a Palacio Nacional. Un portón de madera grueso y antiguo se abre, concediendo acceso a un hermoso patio romano con Jardín. Desciendo del vehículo en compañía de Gerrit, ambos caminamos a mi oficina, tomados de la mano. En ella me espera el consejero de presidencia, un hombre de casi sesenta años, político muy experimentado. El día de hoy solo tengo un pendiente más en mi agenda: firmar el documento con mi propuesta para el cargo de ministro de la Suprema Corte y así poder enviarla al Senado. Cada cierto tiempo un ministro se retira, este debe ser sustituido por alguien con las credenciales suficientes.
Evidentemente, la persona que propondré es alguien en quien confío ciegamente: Diego Emilio Bolívar Montalvo. Aunque se supone que el poder ejecutivo no tiene ingerencia en el poder judicial, yo espero en un corto plazo, posicionar a mi aliado como Ministro Presidente. Necesito a alguien que resuelva a mi favor las controversias que la oposición quiera hacer a mis reformas. Leo y firmo el documento.
Me dirijo hacia el umbral de salida junto con Gerrit, cuando varias personas entran a la habitación con carpetas y tablets, todos toman asiento en una sala de juntas contigua. ¡Lo había olvidado! Debo repasar los temas de la conferencia mañanera que ofrezco un día a la semana, mañana es lunes, odio los lunes. Mi esposo entiende, es más, él sí que lo recordaba, así que se despide con un corto beso y se adelanta a nuestra habitación.
Luego de dos horas, finalmente mi oficina se vacía, he terminado con mi pendientes del día. Me retiro los zapatos. Descalzo, camino por la alfombra hasta un frigobar cercano, no tengo ganas de beber alcohol, eso solo me deshidrataría, así que tomo una lata de refresco de manzana y una de agua mineral, me siento en un enorme sofá antiguo y lujoso de cuero. Recargo mi cuerpo en un decansabrazos y mis piernas en los asientos, mientras disfruto sorber de ambas latas para mezclar el helado contenido en mi boca antes de tragar. Cierro los ojos y recuerdo aquel día que cambió mi vida. También era domingo.
Eran las once de la mañana cuando llegué a la mansión de Fabio Holgado, comprobé que en verdad estaba resguardado por un ejército de guardias de seguridad. Un sirviente me condujo a una lujosa alberca con ventanales, donde él reposaba en un camastro, con nada más que un diminuto calzón amarillo, en el cual se delineaban sus testículos y su durmiente miembro viril. Él se puso de pie y caminó hacia mí, un escalofrío de lujuria recorrió mi cuerpo. El hombre me dio un cálido abrazo de bienvenida, en el cual su bulto se frotó conmigo a la altura del huesito de mi cadera; pasando su brazo por mis hombros, me llevó a una sala lounge al lado de su piscina. Pidió a un empleado traerme algo de beber.
Yo iba vestido con ropa deportiva de diseñador, de inmediato me quité la sudadera y una camiseta sin mangas, estaba muy orgulloso de mi tonificado cuerpo delgado. Quería demostrar que su sabroso cuerpo no me intimidaba en lo absoluto. Él me explicó que Antonio tenía unos pendientes que atender en la oficina, me confesó que su esposo es quien más trabajaba en sus empresas y que era extremadamente responsable. A medio día, el carioca cruzó el umbral hacia la piscina, iba vestido con un moderno traje beige, con el saco arremangado y una playera blanca. Se acercó para saludar con un largo beso a Fabio y sonriendo estrechó mi mano.
En seguida, nos dirigimos a un gimnasio privado con piso de tatami. En unos vestidores contiguos, Antonio y yo nos cambiamos de ropa. Él se quitó todo frente a mí; con extremo cuidado dobló su traje y lo colocó en una banca, también la playera que llevaba puesta; todo, mientras lucía unos boxers de spandex y algodón color negro. Se colocó una playera y short color rojo, muy holgado, similar a los que utilizan los basquetbolistas. Su pene se marcaba al frente en la satinada tela.
Pude notar que aunque no poseía una gran masa muscular, sí era el más marcado de los esposos. Observando a mi rival, yo también opté por utilizar unos holgados shorts azules de chándal que llevaba en una maleta deportiva. Debajo, vestía mi amado short de compresión rojo, el cual albergaba una concha protectora, esta vez no quise dejar nada al azar.
—Creo que debemos hacer una apuesta —comenté al salir del vestidor—. Si no, no tendría mucho sentido este enfrentamiento.
—¿Qué propones? —preguntó Antonio—. Una comida o algo.
—Si yo te venzo, podré follarte, no lo voy a negar, eres muy atractivo, Antonio, ambos lo son.
El brasileño comenzó a reír a carcajadas al escuchar mi propuesta.
—No hablas en serio —dijo con una amplia sonrisa, misma que se le borró al ver mi semblante. Él volteó a ver a Fabio, quien asintió diciendo.
—Confío en ti Antonio, no tienes por qué tener miedo. Además, es claro que si tú ganas, podrás cogerte al Fiscal. ¿Cierto, Juan Carlos? —el hombre preguntó, yo asentí—. Me encantaría verte cogértelo— Fabio comenzó a frotar su ropa interior, sujetando su semi-erecto miembro viril.
—De acuerdo, acepto —el brasileño comentó extendiendo su mano hacia mí, yo la estreché—. Que sea un combate tipo MMA, por sumisión o nocaut.
El hombre comenzó lanzando varios golpes que yo ágilmente esquivé. Al lanzar una patada lateral, yo sujeté su pierna y barrí la otra con una patada haciéndolo caer al piso. Él inmediatamente hizo distancia moviéndose bocarriba y se levantó del suelo sin descuidar su guardia, mirando al frente, listo para proteger. Era muy veloz y exhibía buena técnica.
Luego de algunos minutos de pelea, él consiguió levantarme y cargarme, pero al querer azotarme contra el suelo, como gato logré apoyar firmemente ambas piernas, dejándome caer de espaldas, tirando de su playera al tiempo que jalé su cuerpo apoyando mis pies en su cadera, para estirar mis piernas y empujar, proyectándolo de espaldas contra el suelo. Me levanté apoyado en una rodilla y procedí a montarlo a horcajadas para golpear su rostro.
Antonio consiguió sujetarme de las muñecas e intentó jalarme para colocarme en posición y aplicarme una llave. Yo me levanté quedando agachado, él estaba acostado aprisionando mis manos. Uno de mis pies quedo entre sus piernas, lo elevé y golpeé sus testículos con la punta de mi pie, para prevenir que se fuera sobre mis extremidades inferiores con alguna llave. El brasileño gritó de dolor, soltó mis manos y acunando su hombría se encogió en el suelo. Yo lo giré bocabajo, metí mis manos por el resorte de su holgado short y ropa interior hasta hacerme con sus peludos genitales. Los estrujé.
—¡Eso es trampa! —gritó Fabio poniéndose de pie, frotando su creciente bulto.
—¡No acordamos que no estuviera permitido! —grité.
Ferreira se retorcía indefenso con la cara en el suelo, gimiendo y gritando de dolor, mi pene comenzó a levantarse dentro de mi concha protectora. Como lo anticipé, Fabio reaccionó. Por detrás me pateó en las bolas, su pie se estrelló contra mi protección. Él quedó sorprendido, yo aproveché para estirar mi otra mano y sujetar sus redondos testículos que se marcaban deliciosamente en su diminuta ropa interior. Tire de ellos agresivamente, haciéndolo arrodillar a mi lado. El hombre más rico del país sujetaba mis muñecas en busca de alivio, tenía el rostro crispado y gemía.
Yo lo miré con deseo, él metió su mano en mi short y bóxer de compresión, sentí como su tacto pasaba mi creciente masculinidad hasta llegar a mis huevos, Fabio comenzó a apretármelos con mucha fuerza. Como el adinerado hombre no sabía pelear, su mente reaccionó de forma primitiva, imitando el ataque que sufría. Lo permití, dejé que Fabio se adueñara de mis bolas. Estaba muy confiado en mi resistencia al dolor testicular. Un luchador croata en Bélgica, había llevado mis gónadas al límite hace unos años.
En respuesta, yo incrementé la potencia de mi agarre en ambos pares de testículos, Antonio ya chillaba agudamente y comenzaban a correr lágrimas por sus ojos, mientras gritaba:
—¡Me rindo! ¡Me rindo!
Fabio trataba de resistir, al tiempo que hacía todo lo posible por reventar mi huevo izquierdo, en el cual se enfocó. Finalmente, presioné con toda mi fuerza, hasta que mi antebrazo tembló de cansancio. Mi oponente aulló cediendo, suplicante se recargó en mí, gritando.
Fabio |
—¡Ya! ¡Para, por favor! ¡Yaaa!
Yo liberé a ambos y me puse en pie. Mientras estos hombres se retorcían en el suelo, retiré a Fabio su calzón amarillo exponiendo su redondo trasero, y a Antonio también le quité el short rojo, la playera y su bóxer negro. Los esposos yacían desnudos sobando desesperadamente sus genitales, sus enormes cuerpos en agonía hicieron que mi miembro alcanzara su máxima longitud. Me retiré la ropa, exponiendo mis 30 centímetros de virilidad.
A pesar de su sufrimiento, ambos hombres quedaron estupefactos al atestiguar la magnitud de mi herramienta, intercambiaron miradas de asombro. Con mucho esfuerzo, ambos se arrodillaron frotando cada uno, una de mis piernas, sus manos se acercaban a mi pene erecto, pero no se atrevían a tocarlo, solo lo miraban.
—Tú ganas, fóllanos a ambos —comentó Antonio—. ¿Puedo? —preguntó acercando su boca a mi glande, yo le di una bofetada para alejarlo.
—¿Qué pasa? —cuestionó Fabio, sujetando mi pene de la base, en seguida, Antonio hizo lo mismo, sus dos manos sostenían mi hombría; a esta aún le sobraba mucha carne al frente. Yo me alejé de ambos diciendo.
—No son dignos de recibir mi divino falo —tomándolo de la base, hice estrellar mi duro miembro contra la palma de mi mano.
—¿Nos vas a hacer suplicarte? —preguntó Fabio.
—Quiero que sujeten sus vergas hacia arriba con una mano, dejando expuestos y colgando sus testículos, y con la otra mano, quiero que se golpeen ustedes mismos, quien lo haga más fuerte, recibirá mi falo —comenté.
—Debes de estar bromean… —Antonio comentó, pero sus palabras se vieron interrumpidas por un estruendoso sonido similar a un aplauso. Fabio se había golpeado en los testículos, por mí. Ambos intercambiaron miradas, como si se retaran mutuamente y este fuera un juego de esposos.
El brasileño también golpeó sus testículos, al instante Fabio hizo lo mismo. Los dos continuaron compitiendo, arrodillados frente a mí, masacrando su hombría, al tiempo que también estimulaban sus penes. Aquellos hombres estaban totalmente excitados.
Para darles ánimo, yo me acercaba y los golpeaba en la cara con mi sólida herramienta, húmeda por la lubricación. Los dos lo gozaban. El primero en ceder fue Antonio, sus bolas estaban rojas, el hombre se acurrucó en el suelo, susurrando que se rendía.
—¡Gané! —dijo Fabio caminando de rodillas hacia mí, dirigiendo su boca a mi gran verga.
—No —dije apartándome de él—. Esto es todo, es suficiente.
—¿Qué dices? Ya nos hiciste golpearnos en las bolas, ahora nos cumples.
—Pues no lo haré —afirmé cruzando confiado los brazos.
—Nos usaste para divertirte —comentó Fabio sobando sus bolas a gatas frente a mí—. Eres un maldito manipulador, te presentas todo carismático y encantador, para engatusar a las personas y con tu colosal vergota obligarlos a hacer tu voluntad.
—Exactamente —respondí con orgullo, haciendo una reverencia burlona. ¡Finalmente! Alguien me veía como realmente soy.
—Pídeme lo que quieras y te lo daré, si me permites mamarte la verga —Fabio me ofreció—. Lo que desees, lo pondré ante ti.
—No hay nada que puedas ofrecerme —dije vistiéndome.
—Tú podrías ser presidente de este país, tienes todas las cualidades, y yo puedo hacerlo —Fabio afirmó.
—Justamente por eso, tú puedes ser el mejor presidente que este jodido país haya tenido. Porque no lo deseas, no lo ambicionas y no lo necesitas —argumentó Fabio.
—Te investigué, aunque llevas pocos meses, ya se habla de ti, de tu fiscalía, eres quien entrega mejores resultados, tú sí haces tu trabajo como fiscal —comentó Antonio desde el suelo.
—Tlaxcala es un estado donde rara vez sucede algo, no tengo mucha carga de trabajo, el poco que tengo lo hago bien. La verdad es que tengo novio, hacer esto está mal, él no lo merece. Esta es una puerta que no quiero abrir, si yo le soy infiel, él podría hacer lo mismo, y no tendría cara para reclamarle. No es ese el tipo de relación que deseo. Amo a Gerrit, con todo mi corazón, y no lo voy a traicionar, ni por la presidencia de este país, ni aunque me ofrecieras toda tu fortuna. Quiero pasar el resto de mi vida junto a ese hermoso chico. Sí, soy cachondo, en ocasiones no puedo controlarme, hace unos meses los habría ensartado y cogido como nunca nadie lo ha hecho, y gratis, pero ahora, soy otro hombre. Lo admito, me dejé llevar, aún tengo cosas que arreglar, y ya estoy trabajando en ello. Hoy caí en tentación, pero no deseo llevar esto más lejos. Cuando regrese se lo contaré a Gerrit y rogaré por su perdón y comprensión, de rodillas de ser necesario.
Al término de mi discurso, noté que ambos hombres se encontraban de pie, abrazados por los hombros, sobando con una mano sus enrojecidos órganos sexuales. Intercambiaban miradas de complicidad y sonreían.
—En tres o cuatro sexenios, tú gobernaras a esta nación, yo me voy a encargar de ello —Fabio sentenció de forma imperativa—. No, mejor dos sexenios, quiero que seas un presidente joven.
—Sí claro, ¡cómo no! —comenté sin darle importancia, vistiéndome con mi ropa deportiva de diseñador para abandonar aquel lugar.
¿Qué les puedo decir? Además de que más tarde supe que golpearse en las bolas era una práctica erótica común para esta pareja de esposos. Aquel hombre cumplió su promesa, se empecinó en lograr que yo llegara hasta donde hoy estoy. Más allá de obtener ciertos beneficios, sus intenciones para el país son buenas, y las mías también.
Ya ha oscurecido, apago la luz de mi despacho en Palacio Nacional e inmediatamente me dirijo a mi dormitorio. Encuentro a Gerrit con una toalla en la cintura, acaba de bañarse, yo hago lo mismo, necesito una ducha reparadora. Al salir, él me recibe en la cama y nos acurrucamos. Mi ahora esposo ha perdido masa muscular, mantiene un cuerpo envidiable, pero no tan voluminoso, su físico asemeja al de su tío. Lo amo, en este momento de mi vida, creo que aunque él no fuera un gigante y tuviera mi misma estatura, o incluso si estuviera pasado de peso, yo lo amaría de igual manera. Estoy tan cansado que rápidamente me quedo dormido entre sus brazos.
La mañana siguiente, él me despierta muy temprano con unos besotes en la mejilla, el desayuno ya está listo y mi ropa seleccionada. Tengo que acudir a mi conferencia de prensa semanal. Él se para junto a la ventana y me mira desayunar, al terminar, me pongo de pie, camino hacia él, le doy un beso en la boca y una palmada en las bolas. Viste un pantalón de chándal gris, sé muy bien, que debajo no lleva ropa interior. Mi mano se estrella en sus testículos, bajo su largo pene. Él se queja y me sonríe, acunando su hombría; nuevamente me besa, me carga y me lleva a la cama, es por eso que él no lleva ropa interior, se pone boca abajo, yo lo envuelvo con mis brazos y juntos nos entregamos a la pasión. ¿A quién le importa una conferencia de prensa mañanera, cuando puedes tener en su lugar un delicioso "mañanero"?
Mi Gerrit se convirtió en un hombresote |
Ok, ahora sí, este es el final de la historia de Juan Carlos. Al igual que J.K. Rowling, decidí concluir esta etapa de la serie con un epílogo que narra lo ocurrido con los personajes varios años después.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario