NOTA: Hecho ocurrido luego del combate: Angelos Karasalidis vs Romeo Zerpa
Una vez que el combate de Angelos Karazalidis culminó el imponente luchador cruzó los pasillos de Guerreros con una renovada actitud, se sentía bastante valeroso y con la autoestima elevada a nivel de la estratosfera. Todavía vestía con su apretado pantalón de cuero y una chaqueta, su delicioso cuerpo se topó con el de otro luchador que salió a su encuentro.
—¿Vienes a felicitarme, Troconis?
Carlos Troconis se cruzó de brazos y negó con la cabeza.
—Solo fue cuestión de suerte la victoria de esta noche. Un triunfo más que te durará poco. Tú no conoces la verdadera fuerza de un hombre —alegó doblándo el bíceps.
Angelos se echó a reír, mirando a Carlos de la cabeza a los pies, lo tenía en consideración como un desdichado resentido social que creció en un orfanato y que El Patrón tuvo lástima por él.
—¿Y quién lo dice? —interrogó Angelos moviendo los brazos como si se tratara de algo majestuoso—. Ah, sí, sabes mucho de suerte. Eres el tonto que El Patrón sacó de un foso para regalarle un plato de comida. Ja, ja, ja. Eres un pobre pata en el suelo que no sabe de agradecimiento, el que muerde la mano que le da de comer.
Carlos Troconis apretó el puño, se sintió furioso. Odiaba mucho a Angelos, no sabía si era porque pertenecía a una familia con mucho dinero, porque tenía unos padres que lo apoyaban, porque era un buen luchador, obstáculo directo para su carrera. Desconocía el motivo de su odio.
—Cállate, maldito bocón —dijo temblándole la voz—. O haré que te tragues tus palabras.
—¿Qué harás? —sonrió Angelos quitándose la chaqueta, arrojándola al suelo y pasándose la mano por el musculoso pecho hasta su abdomen—. ¿Quieres retarme a una pelea? ¿Quieres que te haga comer mierda? Ah, sí. Posiblemente eso sea lo que te gusta comer desde tu paso por el orfanato.
Carlos Troconis tembló de ira.
Angelos se echó a reír en su cara, le dirigió otra mirada engreída de la cabeza a los pies y procedió a quitarse la chaqueta, no tuvo tiempo para esquivar la poderosa patada en las bolas que le entregó Carlos haciéndole despegar las botas del suelo.
—¡Carajo! —gimió Angelos.
La risa de Carlos resonó en sus oídos mientras lo pateaba en las bolas de nuevo, el embistió sus testículos hacia arriba.
Angelos gimió, sus ojos se entrecruzaron. —Mis bolas —gimió cayendo al suelo, agarrándose la entrepierna envuelta en su apretado pantalón de cuero.
—¿Qué ocurre, gallito? ¿Se te acabó la pelea? —preguntó Carlos inclinándose y pasando su mano derecha por el grueso muslo de Angelos. Llegó a su entrepierna y le apartó las manos fácilmente, agarró sus bolas con fuerza, apretándolas. Angelos rugió en respuesta al dolor.
—Dios por favor, mis bolas. ¡No puedo soportarlo más! —gritó Angelos.
Carlos se rió mientras Angelos gritaba con sus bolas aplastadas entre los dedos del enemigo.
—Si eres tan bueno como dices, campeón. ¡Detenme! —lo desafió Carlos aumentando el control sobre los huevos de Angelos.
—¡Mis bolas! —suplicó Angelos con lágrimas en los ojos, su tono era de desespero.
Con una risa cruel, Carlos cerró ambas manos sobre los testículos de Angelos y los aplastó como par de limones.
—¡AAAAAAAAAH! —el cuerpo de Angelos comenzó a temblar en agonía, las lágrimas salían de su rostro, mientras deseaba que la tortura terminara, era como si sus bolas le oprimieran el estómago, le mataban por dentro, era un dolor paralizante que lo estaba matando y asfixiando.
Con una desesperada reacción, Angelos le dio un rodillazo a Carlos con todas sus fuerzas. El impacto de la rodilla en sus abdominales fue suficiente para hacer que Carlos se cayera y liberara sus doloridas bolas. Angelos gimió de dolor, estiró la pierna para darle una patada en la cabeza.
—¡Perra! —gritó Carlos agarrándose la cabeza.
—¡Me las vas a pagar, hijo de puta! —juró Angelos acariciándose los huevos. Se veía potencialmente sexy con el cuerpo mojado en sudor y sobando su entrepierna. Se puso de pie, apretando los dientes por el terrible dolor de huevos que sentía y caminó hacia Carlos agarrándolo de los cabellos, cuando lo hacía levantar, el hombre lo golpeó con el puño en la desprotegida entrepierna—. ¡No! Otra vez no —gimió con sus bolas doloridas aún no recuperadas.
—Ja, ja, ja —se rió Carlos.
Angelos lanzó un gritó que retumbó en el pasillo, se alejó de Carlos, agarrándose los huevos con el cuerpo doblado.
—Mis pelotas —sollozó Angelos con dolor acunando sus testículos hinchados. Se fue al suelo llorando como un niño.
Carlos se abalanzó encima de él, dispuesto a fulminarlo, cuando la voz de El Patrón retumbó en el pasillo.
—¡Déjalo! ¡Si quieres acabar con él prepararé una pelea!
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