Reinaldo Quiroga sonreía a su hermano, ambos estaban acompañados del profesor José. Se encontraban en la hacienda Río Oscuro y era el momento de despedida de Valmore.
—¿Estarás bien, hermano? —quiso saber Valmore.
—Por supuesto que sí, pendejo —afirmó Reinaldo dándole un fuerte abrazo. Vestía con camisa y un formidable jeans que resaltaba sus mejores atributos en muslos, nalgas y paquete.
—Cuando quieras me vienes a visitar. Creo que te sentará muy bien la ciudad.
—¿La ciudad? ¿Autos, ruido, contaminación? ¡Ni de coña!
—Así mi sobrino conoce la ciudad, ¿no es cierto, Germán?
El niño afirmó con la cabeza. Tenía los cabellos más castaños y lucía más alto.
—Ya lo pensaremos —corroboró Reinaldo sin inmutarse.
Valmore le dio un abrazo a su hermano y lo sujetó fuerte de la nuca mirándolo.
—¿Vas a estar bien? Te sentará estupendo ir un rato con nosotros y cambiar de aire.
—Voy a estar muy bien aquí, hermano. Esta es mi región.
—Por una parte me siento tranquilo de que ese hombre haya vendido la hacienda de al lado y se haya ido… pero…
—Estás al tanto de que por medio de otra persona yo compré su finca. Así que no hay de qué preocuparse por nuevos y locos vecinos. Además como él decía, solo hay espacio para un par de huevos en la zona. Y son los míos.
Valmore cerró los ojos y acercó su frente a la del hermano.
—Gracias, Reinaldo. Te amo, hermano —luego dejó de abrazarlo—. Quiero seguir más en contacto con ustedes. No dejaré de insistir para que nos viisten, ¿eh?
—No me gusta la ciudad —afirmó Reinaldo mirando el horizonte y reafirmando su carácter autoritario.
—Pá, yo la quiero conocer —afirmó su hijo.
El gran semental dueño de la finca suspiró.
—Sacaremos tiempo.
Valmore se echó a reír y dio una fraterna palmada en el rostro de su hermano.
—En cuanto a usted, profesor —habló el hombre mirando a la pareja de su hermano.
José que no sentía buena empatía por el vaquero se puso tenso.
—Observe la vestimenta de mi hermano —sostuvo Reinaldo. Valmore dobló el ceño, vestía como un vaquero más de la región—. Se ve fuerte, fornido, guapo, un Quiroga más. No voy a permitir que le cambie esa ropa por cacharros de moda citadinos.
José sonrió y los hermanos Quiroga se echaron a reír.
—Profesor —continuó Reinaldo. Alargó la palma de su mano hacia José—. Sé que usted y yo nunca antes tuvimos buena relación, pero me ayudó bastante con mi hijo. Valmore y usted saben que no me gusta el estilo de vida que llevan entre los dos, no es un secreto que no lo apruebo, pero… —chasqueó la lengua—, le agradezco, sé que Valmore y usted se quieren mucho y que él está feliz con usted. Quiero agradecerle por eso…
—No hay de qué agradecer —respondió José estrechando la mano de su cuñado.
—Aaaaay, que lindo —afirmó Valmore en tono de chanza. Rodeó a su hermano por el hombro—. Cuando quieras haremos un trío —Reinaldo se puso rojo de ira y le dio un codazo en la costilla. Valmore se echó a reír.
Con un «Estaré bien» de Reinaldo lo hermanos se volvieron a despedir. Valmore y José subieron a su vehículo y lo colocaron en marcha. Reinaldo estaba de pie a la entrada de su casa junto a su hijo.
—¿Es bastante apuesto, verdad? —interrogó Valmore.
—Sí —afirmó José—, Reinaldo Quiroga siempre será un hombre atractivo, soberbio e imponente, pero su carácter me aleja de él —los novios se echaron a reír y José comentó algo como (—Mi pobre hermano). El profesor colocó su mano sobre el muslo de Valmore—. Prefiero a su hermano, es más sociable, conciliador y vaquero de ciudad. Como el caballo salvaje que yo pude domar.
—Serás pendejo —Valmore se echó a reír comenzando a conducir—, el caballo salvaje que pudiste domar.
Reinaldo Quiroga regresó a casa, se dedicó a algunas actividades con su hijo y se preparó después para una reunión de negocios que tendría esa tarde con un comprador interesado en la carne de su ganado. El negociante era un hombre mayor de poca relevancia para la historia, pero con bastante peso económico para hacer negocios con el dueño de Río Oscuro. Ambos se reunieron en la oficina de Reinaldo y establecieron acuerdos, una vez concluida la reunión, el sujeto se quedó mirando un frasco sobre el escritorio de Reinaldo. Era un recipiente de vidrio, lleno con un líquido especial y un par de testículos allí dentro. El señor se quedó mirándolos con el ceño fruncido.
—Son un recuerdo —afirmó Reinaldo Quiroga.
—¿Un recuerdo? —preguntó el hombre.
—Sí, un recuerdo. Pertenecían a un insignificante novillo, que se quido volver rebelde, tuve que castrarlo. Es la mejor manera para terminar con el orgullo de un macho imprudente.
—Así es —afirmó el socio.
Posteriormente terminaron la reunión cerrando de forma positiva su negocio con el ganado de Reinaldo. El dueño de la hacienda despidió al hombre y regresó a su asiento contemplando al frasco.
—Un recuerdo —afirmó Reinaldo mirándolo—… el recuerdo de un novillo insignificante que me quiso superar. Solo hay espacio para unas bolas en esta región y son las mías.
Sucedió en la tarde cuando se presentó ante el despacho de Gabriel Cárdenas. Su cuerpo musculoso penetró en la habitación donde se encontró con su hermano Valmore sujetado por cuerdas ante una silla.
—Aquí me tienes, hijo de puta —habló Reinaldo Quiroga cuando se encontró con él.
Gabriel Cárdenas se levantó del asiento y sonrió.
—Libera a mi hermano, ya estoy aquí. ¿Qué es lo que quieres?
—Quiero que liberes tus bolas por las de él —anunció Gabriel con una sonrisa antes de balancear un puñetazo a la entrepierna de Reinaldo.
El semental bravío soltó un gruñido en lo que el puño de Gabriel chocó en sus posesiones más preciadas y muy vulnerables.
Gabriel se rió a carcajadas, moviendo la cadera con arrogancia. Su risa se interrumpió cuando Reinaldo devolvió el puñetazo a sus grandes gónadas guardadas en el ajustado jeans.
Hubo un momento de silencio.
Gabriel se quedó boquiabierto y bajó la mirada con una curiosa mezcla de consternación y sorpresa en el rostro. Sus testículos de semental quedaron aplastados en los nudillos de su enemigo. Trató de mantener la compostura, de no ceder ante el terrible dolor que irradiaban sus huevos, se abstuvo de agarrarse los huevos. En su lugar, puso las manos en las caderas en un intento de parecer imperturbable.
—Eres un mal nacido, no estás aquí para hacer eso —dijo con voz apagada antes de aclararse la garganta. Sin decir una palabra más, embistió una patada en las gónadas de Reinaldo con una precisión devastadoramente eficaz.
Reinaldo gritó. Enseguida se dobló, agarrándose los huevos.
—Te he dicho que aquí solo hay espacio para un par de huevos y son los míos —aseguró Gabriel. Se acercó a Reinaldo luego de buscar una soga. Reinaldo gruñó cuando Gabriel le ató las muñecas a la espalda, impidiéndole protegerse los huevos. Luego bajó la mirada hacia las piernas abiertas de Reinaldo Quiroga.
Gabriel Cárdenas le apuntó un puñetazo en las bolas, dándole de lleno a ambas.
La boca de Reinaldo se abrió en un grito estridente, sus párpados se movieron mientras sus ojos se cruzaban.
El puñetazo volvió a caer sobre las frágiles gónadas de Reinaldo Quiroga, aplastando sus jugosas ciruelas.
Gabriel aplastó los huevos de Reinaldo una vez más, aplicando un golpe potente.
Reinaldo gritó con todas sus fuerzas. Empezó a retorcerse y retorcerse.
Valmore gritaba a través de la mordaza en su boca desde el asiento.
Gabriel Cárdenas sonrió malévolamente y empezó a golpear las bolas de Reinaldo con un ritmo constante. El ruido de los golpes fue acompañado de chillidos estridentes del pobre Reinaldo.
Gabriel siguió golpeándole las bolas una y otra vez, provocándole gritos y chillidos, gemidos, berreos y aullidos de agonía.
Reinaldo terminó retorciéndose, totalmente indefenso.
Cuando Gabriel se detuvo, los huevos de Reinaldo estaban hinchados y rojos dentro de su pantalón. Tenían un aspecto espantoso.
La cara sudada de Reinaldo Quiroga era una muestra de dolor y lástima.
—Solo espacio para unos huevos hay en esta región —afirmó levantándose y llevándose una mano a la abultada entrepierna—. Sabemos que son los míos —caminó hacia Valmore, se acercó a él y lo tomó de la quijada haciendo que sus miradas se encontrasen—, prometo lo que cumplo, no te preocupes, te dejaré ir. Pero haré que te vayas después que presencies como vuelvo papilla las bolas de tu hermano.
Valmore comenzó a decir varias palabras a través de la mordaza. Gabriel sonrió y se la apartó de la boca.
—Eres un maldito hijo de puta —gritó Valmore junto a otros insultos que decidió sellar con un escupitajo.
Gabriel Cárdenas reaccionó con una bofetada al rostro de Valmore.
—¡No juegues con tu suerte, maldito cabrón! —gritó Gabriel al limpiarse la cara y apretar con sus manos los testículos de Valmore.
—¡GRRRRRRRRR! —comenzó a gruñir el tipo cuando sus bolas se deformaron entre los dedos del hacendado.
En el suelo Reinaldo Quiroga comenzó a contorsionar el cuerpo. Arqueó la espalda y levantó una de las piernas hacia atrás. Con sus manos amarradas intentó localizar algo dentro de su bota, extrayendo una navaja. Intentó hacer el silencio más posible, a pesar del profundo dolor que salía de sus doloridos testículos. Como pudo empezó a cortar la soga entre sus manos.
Gabriel continuaba cercenando los cojones de Valmore entre sus manos. Su propio pene estaba que reventaba el pantalón de lo erecto que estaba. Le gustaba mucho promover el dolor de huevos en los hombres, se iba a divertir mucho quebrando los testículos de Reinaldo y después masturbarse sobre Valmore y liberar su jugo masculino en su cara. Se veía muy cómico haciendo muecas y gruñendo soportando el dolor de huevos.
Sus dedos presionaron el par de cojones, dispuesto a infligir el mayor dolor por su atrevimiento.
—¡HIJO DE PUTA! —fue la potencial voz masculina que Gabriel Cárdenas sintió a su espalda. Era Reinaldo Quiroga que se había levantado y con violencia azotó un puñetazo en su rostro.
Gabriel cayó de bruces en el suelo. Momentáneamente aturdido y parpadeando mucho. Reinaldo se las arregló para tomarle las manos y atarlas con su propia soga, luego se montó sobre su pecho y le propinó golpes en la cara. Le hizo ver la navaja, los ojos de Gabriel Cárdenas se abrieron de terror.
—Tienes mucha razón cuando dices que hay espacio para un par de huevos, y no son los tuyos.
—¡No! —negó Gabriel voz ronca—. ¡No no no no!
Reinaldo le dio un puñetazo en los cojones.
—¡Nonononono! Mis bolas… ¡No, por favor! —protestó Gabriel, sacudiendo la cabeza frenéticamente—. ¡No!
Sus palabras no parecieron bajar la furia del Semental bravío, pero ahora con las manos atadas y sus testículos a merced del amargado hombre, las opciones de Gabriel para salvar sus bolas eran limitadas.
Reinaldo Quiroga se bajó hasta los muslos de Gabriel, le abrió el cinturón y el jeans rápidamente, sacando a la luz sus genitales, su verga estaba erecta y torcida, babeando presemen y sus bolas reposaban vulnerables entre sus muslos.
Reinaldo le dio un puñetazo a los testículos y Gabriel aulló de dolor.
Reinaldo le sujetó el par de cojones en un mano y los estiró lo más bajo en su escroto. Alzó el otro brazo con el afilado cuchillo en la mano y con los ojos puestos en la mira de la bolsa escrotal. Bajó el cuchillo a toda prisa.
...
En la actualidad Reinaldo Quiroga seguía sentado ante su escritorio, sonreía mirando los ex testículos de Gabriel Cárdenas guardados en el frasco.
—El recuerdo de un novillo rebelde al que supe hacerme respetar —sonrió el semental bravío.
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