Perros de hacienda (2/5): El perro no puede morder al amo - Las Bolas de Pablo

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30 abr 2018

Perros de hacienda (2/5): El perro no puede morder al amo

CONTIENE:
-BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE

   DespuĆ©s del incidente nocturno entre Samuel, Eloy y Eleazar, el hombre que se encontraba haciendo prĆ”cticas profesionales en la finca de su tĆ­a prefirió guardar secreto por alguna misteriosa razón. En lugar de hablar prefirió salir adelante con el trabajo que tenĆ­a que ejecutar.


   Su primera reacción fue alejarse del tĆ­o putativo y del misterioso capataz. PreferĆ­a comer en horas distinta a la familia y concentrase en su labor que le estaba resultando bien.



   Y asĆ­ sobrevivió al fundo en su primera semana, de vez en cuando descubrió sobre Ć©l la furtiva mirada de Eloy bajo el sol del campo.



   Samuel tenĆ­a un cuerpo exquisito: de piernas robustas y torso grueso y fuerte. Para trabajar en el campo se quitaba la camisa y lucĆ­a su poderoso pecho ademĆ”s del increĆ­ble jeans ajustado que resaltaba sus muslos.



   No habĆ­a vuelto a entablar conversación con Eloy hasta la noche de la semana despuĆ©s que decidió ejecutar una venganza.



   Samuel supo que el capataz se ausentarĆ­a de la hacienda por tres dĆ­as pero al segundo dia Samuel se le ocurrió la idea. Habló con el pequeƱo hijo de una de las trabajadoras de las tierras y le dijo que se acercara al jefe Eloy para darle la información que habĆ­a visto a Eleazar y Ć©ste le encomendó que le avisara al patrón que no tenĆ­a celular pero que necesitaba hablar con Ć©l en el granero por la noche. Al parecer todo habĆ­a funcionado.



   Incluso la suerte estaba de lado de Samuel porque Eloy dudando de aquel recado de parte del niƱo intentó comunicarse con el capataz vĆ­a telefónica y una hubo comunicación.



   Esa noche Eloy asistió al granero caminando en medio de la oscuridad.



   —¿Eleazar, estĆ”s aquĆ­? —consultó.



   No hubo ningĆŗn tipo de respuesta.



   Eloy suspiró. Esperaba que no fuera un tipo de broma o secuestro, aunque recordaba lo seguro que parecĆ­a el chiquillo cuando le dio la información.



   DetrĆ”s de una pared en el granero apareció una persona, que dirigió la mirada hacia Ć©l y dobló las cejas era Samuel.



   —Hola, Eloy —dijo en voz baja.



   Eloy soltó una carcajada.



   —¡¿Samuel?! ¡¿TĆŗ?!



   Samuel alzó las cejas.



   —¿Sorprendido?



   Eloy se rió entre dientes.



   —¿Para quĆ© se supone que me citas aquĆ­? EngaƱƔndome con un niƱo. ¿Quieres que te agradezca por no decir nada? ¡Bah! O simplemente vienes por otra dosis de dominación.



   La cara de Samuel se puso pĆ”lida y Eloy se rió.



   —¿Quieres ser mi perro, eh, Samuel? Yo puedo ser tu amo.



   Otra vez hubo una sonrisa descarada en Eloy. 

   Samuel pateó las bolas de Eloy crujiendo sus testĆ­culos haciĆ©ndolo toser y doblarse.



   —El perro puede rebelarse —comunicó Samuel y una sonrisa de triunfo apareció en su bello rostro— y por consiguiente morder al amo.



   —El perro siempre serĆ” perro —gimió Eloy agarrando sus bolas doloridas—. Nunca muerde a su amo y no le falta al respeto.



   Samuel no dijo nada pero lanzó un puƱetazo directo a la cara de Eloy, golpeando la mandĆ­bula y haciendo que cayera al piso.



   —Oh —Eloy se frotó la mandĆ­bula.



   Samuel lo ignoró y le dio una patada en el estómago quitĆ”ndole el aliento.



   Eloy dejó escapar un grito.


   —El perro se rebela y muerde al amo —dijo Samuel antes de patear a Eloy en las bolas con toda la fuerza que pudo reunir.



   Un sordo golpe resonó en el granero, seguido por un gemido sibilante cuando Eloy se dobló y agarró sus bolas.



   —¡Maraca! —graznó. MoviĆ©ndose de un lado a otro, haciendo muecas de dolor y frotĆ”ndose los testĆ­culos.



   —Oh, lo siento, ¿te lastimĆ© las pelotas? —dijo Samuel sarcĆ”sticamente—. ¿Ya no las tendrĆ”s para mi tĆ­a? ¿O para el capataz, maricota?



   Eloy lo miró, su rostro se contorsionó de dolor.



   Samuel lo levantó y lanzó un rodillazo al abdomen de Eloy. Siguió con un rotundo rodillazo aplastante a los cojones del tĆ­o polĆ­tico haciĆ©ndolos crujir en su cuerpo y provocando un grito desgarrador.



   —Suenas como un cerdo siendo sacrificado, como el animal que sos —se burló Samuel dando un paso atrĆ”s y pateando las huevas de Eloy otra vez.



   —Hijo de las mil putas —gimió Eloy, agarrando sus maltratadas bolas.



   —No —gruñó Samuel, agarrando del hombro a Eloy y golpeĆ”ndolo contra la pared.



   Eloy miró a Samuel, sus ojos se abrieron con terror.



   —¡Vamos, grita, grita! ¿No que eres un amo cruel? Llama a gritos pidiendo ayuda —amenazaba Samuel, golpeando con la rodilla las entraƱas de Eloy una y otra vez, haciendo que Eloy gritara y gritara de dolor. Samuel le abrió la camisa y despuĆ©s le entregó el puƱo contra los abdominales.



   Eloy gritó de dolor, dejando su ingle desprotegida.



   Samuel aprovechó y lanzó una serie de rodillazos en la entrepierna de Eloy que hicieron llorar agitadamente al apuesto vaquero.



    Las piernas de Eloy, sus brazos, sus abdominales le dolĆ­an. Sobre todo: sus bolas, que Samuel parecĆ­a especialmente ansioso por arruinar.



   —Por favor, detente —susurró Eloy, se dobló de dolor y se aferró a sus doloridas gónadas.



   —No he terminado, todavĆ­a —indicó Samuel, antes de lanzar una dura y despiadada patada a las preciosas bolas de Eloy.



   Eloy colapsó en el suelo, tosiendo y gimiendo.



   A pesar de todo la verga de Eloy empezaba a ponerse dura.



   Samuel se acercó a Eloy y lo agarró por el cabello levantĆ”ndolo.



   Eloy estaba jadeando, Samuel pateó sus pelotas con toda la fuerza que pudo reunir.



   El hombre dejó escapar un chillido y cayó de rodillas, gimiendo de dolor y agarrando sus bolas palpitantes.



   Samuel agarró su cabello con su puƱo y echó hacia atrĆ”s la cabeza, mirando a Eloy directamente a los ojos.



   —Por favor, detente… no tendrĆ© cómo explicar los golpes a tu tĆ­a.



   Samuel escupió en la cara de Eloy, haciendo que cerrara los ojos e hiciera una mueca de dolor.



   —¿QuiĆ©n es el amo ahora? —interrogó con fuerza.



   Eloy abrió los ojos. Su rostro estaba cubierto de sudor y saliva.



   —Sos… vos —susurró Eloy sintiĆ©ndose miserablemente humillado.



   Samuel lanzó una bofetada a Eloy que le hizo resbalar la baba.



   Eloy en el fondo lo odiaba, nadie lo humillaba de esa manera pero se sentĆ­a demasiado agotado y con mucho dolor como para luchar.



   —¡Esclavo! —le gritó Samuel, con la cara a solo centĆ­metros de la de Eloy que estaba gimiendo.



   Samuel dejó a Eloy en el suelo, donde se acurrucó en un posición fetal, gimiendo y sollozando de dolor.



   —El amo ahora serĆ© yo —indicó Samuel.



   Dio media vuelta y salió del granero sin enterarse que a mitad de la noche alguien lo veĆ­a salir de ahĆ­.



   Eleazar entró corriendo al granero encontrando a su verdadero amo tendido en el suelo.

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