Durante unas semanas he estado estudiando el patrón de comportamiento de esa chica que camina unos metros adelante de mÃ, se llama Gloria, tiene 20 años, asiste a una universidad privada cercana, suele llevar su cabello castaño suelto, usa vestidos coquetos de tela liviana con estampados florales que cubren su voluptuoso cuerpo hasta la rodilla o un poco más arriba, siempre lleva una bolsa en su mano derecha que combina con sus zapatos de suela baja. Sus gruesas piernas al caminar hacen sacudir su precioso trasero.
Soy un hombre alto, mido 1.85, poseo un cuerpo trabajado en el gimnasio, mi Ãndice de grasa corporal es mÃnimo y mi masa muscular considerable, tengo la piel oscura, la cabeza casi rapada y llevo una ligera barba de dÃas. Mi apariencia general es muy masculina e intimidante, soy el clásico prototipo de macho alfa. Visto con una camiseta blanca sin mangas que deja entrever mi musculoso ser y unos pantalones de mezclilla holgados que pasaron de moda hace una década. Mi cuerpo emite un ligero olor a solvente, llevo unos desgastados y sucios tenis que alguna vez fueron blancos. Para llamar su atención, arranco mi camiseta mostrando mi firme abdomen y prominentes pectorales que hago bailar frente a ella, izquierdo, derecho, los dos al mismo tiempo.
—Déjame pasar —dice con firmeza, sin embargo, en su voz percibo un poco de miedo.
—¿Qué no te gusta lo que ves? Si todo esto puede ser tuyo, mami. Tú también estás bien chula, con esas piernotas y ese culote —digo sacudiendo mi cabeza y lengua, paso mis manos por detrás de su cintura, tocando la parte superior de sus nalgas y acerco agresivamente su cuerpo al mÃo.
Ella me voltea la cara con una poderosa cachetada, en seguida me da un rodillazo en la entrepierna que no impacta con mucha fuerza debido a la diferencia de estaturas e intenta huir en sentido contrario. La sujeto del brazo, forcejeando la llevo al mencionado rincón, pretende gritar, yo cubro su boca con mi mano y la someto contra una pared.
Es entonces cuando lo siento, alguien ha llegado por detrás, metido su mano entre mis piernas, sujetado mis testÃculos a través de la gruesa tela de mis viejos pantalones vaqueros y me los aprieta con fuerza.
El dolor me hace gritar, intento girar para defenderme, pero esta persona me evade, trato de dar codazos para atinar a la cabeza de mi atacante, más no lo consigo. Soy llevado contra la misma pared donde tenÃa sometida a la chica, justo a su lado. Ella se quita asustada, siento un brazo presionar mi espalda para mantenerme quieto e inmóvil.
—¡Corre, Glo! —dice mi rival, es una voz masculina y conoce a la chica.
—No puedo dejarte solo, Charly.
Aprovecho la distracción del hombre intercambiando palabras con la mujer, para girarme agresivamente. El chico me suelta, quedamos frente a frente, él es flaquito y chaparro, no supera el 1.70 de estatura, de piel morena y barba, es muy “poquita cosa” como para enfrentarme. Tiene la misma edad que la chica y lleva mochila, no cabe duda de que es un compañero de la universidad. Yo le doy un gancho a la cara que casi lo tumba al piso, en seguida le doy una patada frontal en el estómago que lo hace caer de espaldas.
—¡Déjalo! —grita la chica. Yo la ignoro, continuo pateando al tal Charly, quien se acoraza en el suelo.
Ella se lanza contra mà e intenta golpearme, sus puños son débiles, en lo que trato de alejarla, el chico se pone velozmente de pie, apenas doy media vuelta para enfrentarlo, me recibe con una patada que aplasta mis bolas. Grito y me agacho acunando mis heridos genitales, él saca ventaja de que mis brazos no me están cubriendo el rostro, propina dos ganchos a mi mentón, el primero con su mano derecha, el segundo con su mano izquierda, me remata con un tercer golpe: un uppercut a mi mandÃbula que me arroja de espaldas contra la pared, ligeramente aturdido.
El pequeño Charly |
La realidad es que anticipé en la mirada de la chica cuando Carlos llegaba por detrás, fingà no darme cuenta y lo dejé apretarme las bolas, pude girar con más potencia para golpearlo y no permitir que me llevara contra una pared. También pude darle un golpe tan fuerte que hubiera caÃdo noqueado. Desde temprana edad practico box y taekwondo. Pude haber lanzado a la chica al suelo con una potente cachetada en el oÃdo. Yo era perfectamente capaz de proteger mis bolas de su primera patada, tuve tiempo, Charly no es muy veloz. Permità que su pie impactara mis genitales y que aprovechara para golpearme. Él no sabe pelear, sus golpes no me hicieron daño, aparenté que sÃ, finalmente recibà el único golpe que sà tuvo impacto en mÃ: esa última patada que me derribó al suelo.
Danilo Galván |
¿Cuál es el objetivo de hacer todo esto? Que el chico en cuestión llegue y rescate a la damisela en peligro, suelen contratarme hombres cercanos a la “vÃctima”, compañeros de trabajo o escuela, machos beta como Charly, incapaces de ligar con chicas. Luego de un incidente como el que acaba de ocurrir, los chicos les hacen plática, las acompañan su casa y en un 80% de casos terminan estableciendo una relación sentimental de pareja.
Una mujer necesita a su lado a un hombre valiente, no fÃsicamente perfecto o fuerte, solo alguien que llegado el momento no las abandone, en quien ellas puedan depositar su confianza. Y qué mejor que tener junto a ellas a un chico que es capaz de enfrentarse a un macho alfa como yo. Si una chica ve que un hombre como Carlos me enfrenta y me vence, la percepción que ella tiene hacia ese varón cambia automáticamente.
Lo que ellas quieren es seguridad, algunos las llaman interesadas, la realidad es que aunque puedan preferir a un hombre con dinero, no es eso lo que desean, sino la seguridad y estabilidad que la riqueza conlleva. Si haces sentir a tu mujer segura y protegida, si le demuestras que ella puede confiar en ti, que eres un pilar estable en su vida, quien la apoyara y defenderá, ella no tendrÃa por qué irse de tu lado, a menos que la trates muy mal o que sea una verdadera perra.
No sean malpensados, no presto mis servicios a cualquier patán. De la misma forma en que investigo a la chica, hago mi labor investigando al hombre que me contrata. Conozco al asistente de un detective privado, quien es mi amigo y me ayuda. Mi trabajo como auxiliar en un despacho jurÃdico me da ciertas ventajas para llevar a cabo mi segunda actividad. Yo también estudio mi carrera, mis padres murieron hace una década, no me dejaron algún patrimonio, he tenido que resolver muchas cosas por mà mismo.
Soy pasante, el salario que recibo es casi simbólico, si no me dedicara a ser un acosador callejero y si no lo hiciera de forma profesional, no podrÃa subsistir. Gracias a eso, conozco perfectamente hasta donde puedo y debo llegar como acosador dentro del marco jurÃdico. Cobro realmente bien por lo que hago, siempre por adelantado.
Carlos es un buen chico, sé que él y Gloria pueden ser una buena pareja. El resto dependerá de ellos. No acepto a desconocidos, solo me reúno con hombres de los cuales algún cliente previo me brinde referencias. Ha habido algunos chicos que he rechazado por considerarlos una mala opción para las chicas.
Luego de aceptar a Carlos como mi cliente, estuvimos entrenando unas cuantas semanas. Le enseñé cómo tirar un golpe, le faltaba mucha técnica y potencia, pero todo debÃa ser creÃble.
Nos reunÃamos muy temprano, a las cinco de la mañana en el gimnasio de un amigo de mi padre, Carlos rentaba el lugar durante una hora completa. La primera clase de la escuela de boxeo era a las seis de la mañana. A solas, él y yo, ensayamos cada acción realizada frente a Gloria.
—¿De veras tengo que agarrarte los huevos? —preguntó dubitativo—. ¿Eso no es de putos?
—¿Me estás llamando puto? —dije cerrando los puños, aproximándome de forma intimidante.
—No, claro que no, y aunque lo seas, no tengo problema con eso —dijo con un poco de nerviosismo.
—Pues no lo soy, me gustan las mujeres tanto como a ti. ¡Anda! Vamos a ensayar—dije dándole la espalda, recargando mis codos contra una pared, abriendo mis piernas. Pasaron unos segundos y nada ocurrÃa—. Mira, no sabes pelear. ¿Ya me viste cómo soy? ¿Crees que hay otra forma creÃble que no sea atacando mis huevos, para que un hombre tan diminuto como tú pueda derrotarme? Soy muuucho más grande y fuerte, por si fuera poco sé pelear. ¿Amas a Gloria sà o no?
—Claro que sÃ.
—¿Entonces? —pregunté con hartazgo—. Agárrame los huevos, cabrón.
Nuevamente me coloqué contra la pared en la misma posición. Esta vez sentà una pequeña mano colarse entre mis piernas. Sus dedos recorrieron mi entrepierna y se cerraron aprisionando mis dos bolas.
—¡Vaya! Sà que tienes huevos grandes —comentó el chico.
—Aprieta.
Él obedeció, le pedà incrementar la intensidad hasta que llegamos al punto que mi cuerpo era capaz de tolerar.
—No lo entiendo, si te los apretara con toda mi fuerza, te chingo, Danilo —dijo Carlos—. Te tengo agarrado de los huevos por la espalda. ¿Qué más necesito?
—Inténtalo —dije, mientras él aún me tenÃa agarrado.
En cuanto él me apretó con toda su fuerza y mis bolas se deformaron palpitantes entre sus dedos, giré agresivamente mi cuerpo. Me dolió hasta el alma, grité de genuino dolor, pero conseguà soltarme, le di un codazo en la cara y un golpe que le hizo sangrar la nariz. En seguida, lo sujeté de las bolas sin apretar. El chico usaba un pantalon tipo basketbolista, holgado y suave, fácilmente pude encontrar sus testÃculos e incluso pude sentir su miembro viril. Debo confesar que este hombre de baja estatura, estaba muy bien dotado.
—Pude quebrarte la nariz y hasta matarte —dije mientras le indicaba que echara la cabeza hacia atrás para frenar la hemorragia, yo todavÃa no lo soltaba de los huevos—. ¿Ahora lo entiendes? Tal vez con un hombre promedio pueda funcionar, pero yo reacciono rápido, sé como zafarme y tolero un poco más el dolor. Nunca sabes con quién te puedes topar, por eso lo sensato es no ir por la vida atacando a hombres en los testÃculos.
—En-en-di-o (entendido) —dijo mientras presionaba un pañuelo de papel que traÃa en su bolsillo contra su nariz–. ¿O-drÃas oltar-e os evos? (¿PodrÃas soltarme los huevos?)
—OblÃgame —dije mientras incrementaba ligeramente la presión.
Carlos entendió, él también me sujetó de las bolas. Las mÃas ya estaban resentidas por su agarrón previo. Charly apretó como si su vida dependiera de ello, yo en cambio no incrementé mi fuerza sobre su hombrÃa. Cuando no pude tolerar más, caà al piso arrodillado, solté sus bolas y agarré las mÃas. Él empujó mi cabeza hacia su entrepierna ligeramente e hizo un sonido de beso. Comenzó a reÃr.
A cambio, yo le solté un uppercut directo que elevó su holgado paquete, Carlitos cayó de rodillas frente a mà agarrandose las bolas.
—¡Ay! aaah —gritó Charly.
—No te pases de listo, culero —dije como advertencia.
—Perdón, Danilo, era solo una broma —dijo gimiendo de dolor.
Una vez que el chico dominó el agarrón de bolas, otro dÃa me dediqué a darle golpes moderados directos a la mandÃbula, incrementando de a poco la potencia.
—AvÃsame cuando sientas que te noqueo —dije.
Luego de diez ganchos a su rostro, finalmente gritó:
—¡Ya! —Carlos se tambaleaba—. No manches, sà siento que me aturdes, como que me quedo dormido, ja, ja, ja.
El objetivo era que se acostumbrara a la sensación y no cayera efectivamente noqueado. Probé golpear su mandÃbula con una potencia realista y también le enseñé a caer de espaldas. Por supuesto, practicamos hasta que fueran creÃbles los ganchos y el upper que me darÃa a la cara cuando me agachara para proteger mi entrepierna.
Para finalizar nuestras preparaciones, otro dÃa ensayamos las patadas que me darÃa en los huevos.
—¿Cómo sabes que ella me va a defender y te va a distraer? —preguntó Carlos.
—Si es una chica que vale la pena, lo hará, no te dejará solo y te defenderá. Además, deberÃas rezar por que asà sea, si ella sale corriendo y te deja peleando conmigo, no podrás acercártele de igual forma. Tal vez te busque al dÃa siguiente o dÃas después y te agradezca, pero créeme, simplemente se dará por bien servida —expliqué a mi cliente—, esas chicas no valen la pena.
Yo pretendÃa forcejar con un oponente imaginario. Me giraba hacia Carlos, él me recibÃa con una patada en los huevos.
—Hazlo más rápido, aaah, tardas mucho y aaah, dudas —dije mientras estaba agachado sujetando mis bolas. Aunque retardada, su patada sà me dolÃa.
—Cállate, “wey” —dijo dándome los ganchos y el upper, yo seguà el juego y fui a dar contra una pared.
Ensayamos hasta que su velocidad de reacción fuera convincente, por último, le pedà que me pateara con toda su fuerza.
—¿Por qué no usas protección? —preguntó.
—Porque se escucha y se nota —respond×. Además no soy actor, sé pelear, puedo hacer los “stunts”, pero no las reacciones, tengo que sentir el dolor para reaccionar de forma verosÃmil. Tú pégame con ganas, “wey”. Golpéame con huevos, pinche Charly, como si de esa patada dependiera tu futuro al lado de Gloria.
—Aaah, “wey”, mis huevos. ¿Por qué te detienes? ¡Continúa! —dije mientras miraba al piso totalmente contrahecho sobándome los testÃculos—. Hazlo creÃble, sigue pisándome y pateándome, cabrón.
Asà fue como llevé a cabo con éxito otro trabajo más. En cuanto Gloria y Carlos se perdieron de vista en aquella solitaria calle, me levanté, caminé a mi carro, me puse una playera y conduje hacia mi pequeño departamento unipersonal, al llegar, me di un regaderazo y me vestà con ropa formal (pantalón de vestir y camisa), para dirigirme al despacho jurÃdico.
El auto no es mÃo, es de mi jefe. |
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