Azul Caribe (5/5): La despedida - Las Bolas de Pablo

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8 jun 2021

Azul Caribe (5/5): La despedida


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Ballbusting hombre/hombre


—Que pena que te tengas que ir, padrino —comentó Simón mientras estaban en la entrada del precioso Neptuno Palace. Lo acompaƱaban sus hermanos y padre—. Me gustarĆ­a que te quedaras un tiempo mĆ”s. Nos divertimos mucho con tu presencia.

 

—VolverĆ© —aseguró Otto—. Tengo muchos asuntos que atender.

 

—Sin duda alguna tienes muchos negocios que atender —afirmó Simón con una amplia sonrisa pasando una mano amistosa sobre el hombro de Pablo quiĆ©n se ruborizó.

 

—¡Hermano del alma, Marcos! —Otto abrió muy grande los brazos y se acercó al patriarca Chacón—. Muchas gracias por recibirme este tiempo.

 

—Cuando quieras puedes regresar —se oyó decir a Marcos, las puertas del Neptuno Palace estĆ”n abiertas para ti. Eres un miembro mĆ”s de la familia.

 

Los dos grandes amigos se dijeron otras palabras de gratitud y confianza en medio de tantos aƱos de amistad. Simón tambiĆ©n susurró algo al oĆ­do de Pablo que lo hizo retroceder riĆ©ndose recibiendo un codazo de parte del hermano menor.

 

—¡Chico, tĆŗ ten buen comportamiento! —fue las palabras de Otto cuando se despidió con un abrazo a Rafael. Ya no le saques mĆ”s canas a tu abuelo.

 

El adolescente simplemente miró al cielo con fastidio e hizo un gesto obsceno con el dedo mientras que con una mano daba golpecitos a la espalda del hombre.

 

—Israel, cuando seas el gobernador de la isla quiero que me llames para ser participe de tu gobierno.

 

—¡Por supuesto que sĆ­, Otto! —afirmó Israel aceptando el abrazo del visitante y sus palabras de aliento con respecto a la candidatura. 

 

Intercambiaron algunas opiniones en torno a la polĆ­tica y las aspiraciones de Israel, posteriormente llegó el turno de despedida de Simón. 

 

—Ahijado, deseo que continĆŗes con tu hermoso proyecto de la televisión turĆ­stica —comentó Otto abrazando al joven. 

 

—AsĆ­ serĆ”, padrino —afirmó Simón—, y cuando grabe mi programa sobre restaurantes quiero entrevistar el que vas a inaugurar en la isla. AdemĆ”s sĆ© que muchas personas estarĆ”n contentas de verte aquĆ­. ¿Verdad Pablo, Israel, papĆ”? 

 

Pablo lo miró con poca tolerancia, las bromas de su hermano iban directamente a Ć©l. 

 

—Pablo, creciste bastante —afirmó Otto mirĆ”ndolo. 

 

—Ni que lo digas —continuó Simón riendo—. Pablo ya es todo un hombre, el conquistador de la isla, le dicen

 

Otto procedió a despedirse de Pablo con un abrazo. 

 

—Muchas gracias por los ratos que compartiste conmigo —le susurró—, te extraƱarĆ© mucho, muchĆ­simo. 

 

—Yo tambiĆ©n —afirmó Pablo abrazĆ”ndolo fuertemente. 

 

—Te extraƱarĆ© un montón, cuando quieras ir a visitarme no mĆ”s avĆ­same. Eres bienvenido. 

 

—Lo sĆ©, Otto. Quisiera que te quedaras por mĆ”s tiempo. 

 

—Pablo… me he puesto duro —confesó Otto—. Tengo una erección que no sĆ© cómo ocultar. 

 

Pablo se echó a reĆ­r. 

 

—Padrino, me pondrĆ© celoso —intervino Simón con una sonrisa pĆ­cara—. Has demorado mĆ”s despidiĆ©ndote de Pablo que de mĆ­. 

 

—Lo estoy aconsejando —dijo Otto, pasando a despedirse de Enzo Chacón. 

 

MatĆ­as
MatĆ­as que estaba a su lado observó el notable bulto en el pantalón de Otto, dobló las cejas y reprimió una risa. Simón en su lugar desvió la atención de algunos hermanos seƱalando a un punto inexacto. 

 

Concluida la despedida de Otto, el hombre subió a su vehĆ­culo amarillo y puso marcha al muelle, Israel y Marcos lo acompaƱaron en su propio automóvil. 

 

—¿Cómo te sientes, Pablo? Has de estar como una viuda que se queda sin su pedacito de carne —reĆ­a Simón cuando los dos hermanos iban caminando al hotel cruzando las Ć”reas verdes. 

 

—No me jodas, Simón. 

 

—Ay, Pablito. Te comprendo. Se ha ido Otto. Tu sugar daddy. Mi padrino me gusta para ti a pesar de que es un vejestorio a tu lado. PodĆ­a ser tu padre, ¿te das cuenta? Pero Otto es bueno. ¿Lo extraƱarĆ”s? 

 

—No me jodas, Simón. Estoy furioso contigo. 

 

Simón abrió la boca, ofendido de verdad. —¿Por quĆ©, hermanito? 

 

—Por tus comentarios idiotas frente a papĆ”. 

 

—Ay, Pablo. No te alteres, papĆ” no entenderĆ­a mis palabras ni en un millón de aƱos. Es algo que solo conocemos tĆŗ y yo. 

 

—¡No me jodas, Simón! 

 

—Hermanito. 

 

Simón abrió muy grande los brazos asemejÔndose a un pavo real para abrazar a su querido hermano, tan pronto estuvo cerca, Pablo estiró la mano y apretó los huevos de su hermano con fuerza, Simón hizo una mueca graciosa tan pronto sintió cuando le exprimían las bolas.

 

—¡Ay, canijo!


Pablo se echó a reĆ­r torciendo su puƱo y removiendo las bolas del pobre Simón, arrancĆ”ndole un chillido estridente. Sus ojos se cruzaron y sus labios se curvaron mientras el dolor se extendĆ­a por su pantalón corto.

 

—Hoy cruzaste la lĆ­nea —respondió Pablo dejando en paz los testĆ­culos de su hermano. 

 

Simón simplemente se puso de cuclillas amasando sus genitales. 

 

—Ay, Pablo, ay. ¡Ay! ¡Eres un asesino! ¡Mataste a tus sobrinos! 

 

—Puto —le dijo Pablo, se echó a reĆ­r y siguió caminando. 

 

Simón se quedó allĆ­ quejĆ”ndose y riendo. 

 

Pablo llegó a su propia habitación, se tumbó en la cama y contempló todo el historial de conversaciones que tuvo con Otto en ese tiempo. Se sintió muy triste. 24 horas antes los dos la habĆ­an pasado muy bien cuando salieron en un pequeƱo yate que Pablo condujo hasta varar en el mar. 

 

—Manejas muy bien —le dijo Otto cuando lo vio mirando por la baranda. 

 

—Tuve de quien aprender —afirmó Pablo—, y en la universidad supe un montón. De vez en cuando papĆ” hace el papel de incógnito y realiza viajes para otras personas, una vez con su supervisión conducĆ­ un barco. 

 

Otto se colocó detrĆ”s de Ć©l y lo abrazó, le dejó varios besos en el cuello y se aseguró de arrirmar la erección que sentĆ­a por Ć©l. 

 

—Vente maƱana conmigo. 

 

—Yo quiero, pero no puedo. AquĆ­ tengo mi vida y no la pienso dejar. 

 

—Eres joven y tienes un mundo por delante. Yo te puedo dar estabilidad. ¿QuĆ© opinas? —le dio un romĆ”ntico beso en el cuello. 

 

—No he terminado la universidad. 

 

Otto hizo un sonido con su garganta, era de desaprobación. 

 

—¿Y si yo me vengo a vivir a la isla? 

 

Pablo se dio la vuelta quedando entre la baranda del yate y el cuerpo del fuerte galƔn

 

—Si te vienes a la isla serĆ­a interesante. 

 

Otto se le quedó mirando con sus ojazos y sonrió. 

 

—Me enamorĆ© de ti y eso no estaba en los planes. Eras un mocoso fastidioso cuando te conocĆ­. No debĆ­ hacer esto. ¿Se supone que solo la Ć­bamos a pasar bien, cierto? Rico tĆŗ y yo...

 

Pablo se mordió el labio inferior y sujetó la barbilla del amante. 

 

—No te preocupes, los dos juntos siempre nos disfrutamos el uno del otro. 

 

Otto lo besó en los labios. 

 

—Quiero que seas mi superman para yo ser tu luthor. 

 

Pablo emitió una carcajada. 

 

—¿Eso es un piropo? 

 

Otto le dirigió una tierna sonrisa. Pablo lo tomó de la mano. 

 

—Vamos. No olvides que tĆŗ dijiste ibas a cumplir mi fantasĆ­a asĆ­ como yo cumplĆ­ la tuya en ese hotel de mala muerte. 

 

Pablo lo hizo entrar a un despejado camarote. 

 

—¿Seguro lo quieres hacer, Pablo? —le preguntó Otto quitĆ”ndose la camisa dejando su fabuloso pecho a la vista. Sus torso era grueso y fuerte. 

 

Pablo se sintió atraĆ­do por sus grandes pezones, se acercó a uno de ellos y lo probó con su boca. Otto se echó a reĆ­r como respuesta al placer. 

 

—SĆ­. Te quiero sonar las bolas con una pelea erótica —confesó Pablo comenzando a desvestirse. 

 

—Tengo mucha resistencia testicular —afirmó Otto—. Es como si no tuviera nervios en mis huevos. 

 

Los dos se despojaron de sus ropas hasta quedar en bóxers. Otto como siempre marcaba una jugosa Ć”rea viril. Llenaba muy bien su calzoncillo, Pablo se le quedó mirando y sonrió, era cierto, nunca antes lo habĆ­a golpeado en los huevos. Su falta de concentración hizo que Otto aprovechara la oportunidad para clavarle una patada en la entrepierna. 

 

Los ojos de Pablo se agrandaron y soltó un grito fuerte poniĆ©ndose de rodillas.

 

El bronceado rostro de Otto se iluminó con una sonrisa mientras acomodaba la posición de su pene erguido dentro del calzoncillo.

 

Pablo entrecerró los ojos y soportando el malestar que provenía de sus joyas, envío un puñetazo al abdomen de su amante haciéndolo retroceder con el rostro doblado de dolor.

 

Agarrando sus testĆ­culos con ambas manos, Pablo se arrojó sobre Otto, derribĆ”ndolo y aterrizando encima de la cama. Sujetando sus brazos a los costados de la cama y teniendo las piernas libres. Aterrizó un rodillazo justo entre los muslos de Otto, clavando sus gordas toronjas en su cuerpo.

 

—¡Uuuuuggghhhh! —se atragantó el hombre de 40 aƱos

 

Pero Pablo repitió el movimiento clavando su rodilla en las bolas de Otto. En verdad esperaba hacerlo chillar. Otto no podía tener las nueces de acero.

 

Otto Salinas simplemente apretó la mandĆ­bula. Como respuesta, sujetó a Pablo por la parte posterior del cuello y le aplicó una llave metiendo su cabeza entre su axila y el colchón.

 

—¡No, no… suelta, suelta! —repetĆ­a Pablo poniĆ©ndose de cuclillas para zafar su cabeza del agarre de Otto. 

 

El hombre mayor solo quería que Pablo abriera el compÔs de sus piernas para levantar la rodilla y espaturrar las grandes huevas del muchacho. Pero Pablo fue mÔs rÔpido y se apoderó de los genitales de Otto, apretando tan fuerte como pudo, lo que hizo que Otto jadeara de dolor.

 

—¿QuĆ© sucede, Otto? ¿QuĆ© hay de los huevos de acero? —Pablo apretó sus pulgares profundamente en los testĆ­culos, logrando que el guapo semental, se retorciera y lo liberase de su llave.

 

Pablo se echó a reĆ­r. 

 

Otto contratacó golpeĆ”ndolo en un oĆ­do y haciĆ©ndole perder el equilibrio y el control de sus joyas viriles. A continuación ambos rodaban por el colchón, de un lado a otro, forcejeaban, de momentos el clima de lucha hacĆ­a un cambio y tomaba un Ć”mbito mĆ”s sexual y frotaban sus cuerpos y extremidades. Los dos sudaban profusamente mirĆ”ndose a los ojos e intercambiando sudor.

 

Sin darse cuenta el clima de pelea se fue extinguiendo, en poco tiempo Pablo quedó recostado en la cama bajo los brazos de Otto, el hombre de 40 aƱos lo tenĆ­a de brazos abiertos y le entregaba besos en su cuello.

 

Quiero penetrarte, Pablo —le susurró como un seductor.

 

—¿SĆ­?

 

—SĆ­.

 

—Soy todo tuyo, mi amor.

 

Después lo que sucedió fue una experiencia placentera para Pablo. En la actualidad seguía en su habitación extrañando a Otto.

 

OjalĆ” volviera a a verlo. Pensaba. 

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