Hijo de puta (3/8): Desvío de fondos - Las Bolas de Pablo

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17 jun 2021

Hijo de puta (3/8): Desvío de fondos

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Ballbusting hombre/hombre

Estas en la tercera parte de esta historia, aquí puedes encontrar la segunda parte, que precede a esta. Si gustas puedes leerla desde el inicio.


Ernesto
   Ernesto no era adinerado, sin embargo, asistía al mismo colegio de élite que yo, estaba becado, era muy inteligente, además su padre era profesor en la institución. Teníamos quince, yo también lucía como un pobretón, ninguno de los dos parecíamos encajar en ese ambiente de opulencia.

 

    Cada mes, desde que cumplí cinco años, mi padre me daba mi “domingo” una especie de mesada semanal muy común en México. Al inicio eran mil pesos, cuando cumplí diecisiete mi domingo era de veinte mil. Cuando niño gastaba mi dinero en dulces y el resto lo guardaba en mi alcancía. Mi hermana Carlota, rompía mis alcancías y sacaba el dinero. Cuando cumplí doce me compraba ropa, tenis y algunos accesorios de moda. Ella cortaba con tijeras mi ropa, quemaba los tenis y confiscaba mis accesorios.  


Mi hermana Carlota
desde niña era mala

   No me quejé con Don Chemo, eso es de las cosas que me enorgullezco: jamás fui un llorón, todo lo resistí. Abrí una cuenta bancaria, di a mi padre el numero para que me depositara mi “domingo” vía transferencia electrónica. Comencé a comprar mi ropa y accesorios en los tianguis, así es, ropa de paca era la que yo usaba, esa no me la rompía mi hermana, ni nadie en la casa. Decían que era la forma en la que yo debía vestir: como un pobretón, hijo de puta, arrimado.

 

    Jamás tuve una celebración de cumpleaños, pero eso sí, mi padre me regalaba algún objeto, con ellos Carlota jamás se metió. Él me daba una pluma fuente, una corbata, mancuernillas (gemelos), una navaja suiza, hasta un encendedor. Cada año recibía cosas que un caballero debe tener, todo lo guardo en una caja de seguridad en el banco, son objetos costosos, pero su valor principal está en que fueron regalos que el viejo me hizo, y por eso los atesoro. Algún pastel o fiesta, nunca lo tuve, la primera vez que celebré mi cumpleaños, fue con Ernesto.

 

Al cumplir 16, mi novio me llevó a comer a un restaurante un poco caro, estuvo ahorrando, él tenía un empleo de medio tiempo, además me compró un pastel. Los meseros se juntaron alrededor, me pusieron un gorro festivo y me cantaron con alegría las mañanitas, no miento, me puse a llorar a mares, estaba muy conmovido. Ernesto y esos extraños me brindaron algo que yo había buscado hacía mucho. Fue cuando supe que lo amaba, me llevó a su casa, habíamos ido muchas veces, siempre estaba solo, vivía con su padre y él pasaba las tardes en el colegio. En anteriores ocasiones jugábamos videojuegos, veíamos tele y por supuesto, fajábamos. Nos habíamos masturbado el uno al otro e incluso nos la habíamos chupado. Lo que jamás habíamos hecho era coger, de verdad coger. Ese día, Ernesto se me entregó, él fue mío y yo suyo. Aún recuerdo su joven y delgado cuerpo, atlético y marcado por las artes marciales, y su trasero ¡Por Dios! Debieron ver su trasero, era perfecto.


Cuanta maldad hay en ti Carlota
 
 Semanas después, Carlota armó un escándalo, era la presidenta del consejo de padres, no paró hasta conseguir que despidieran al padre de Ernesto, y a él lo expulsaran. Todo, según, porque me defendió de Eduardo y le dejó la cara morada, en realidad lo que buscaban era lastimarme. Dijeron que esa conducta violenta no se permitía en la escuela. Mi primer amor y su padre se mudaron a otro estado, muy lejos de mí, perdí todo contacto con él. Con el corazón roto, odiando a la bruja Carlota, me enfoque en mis entrenamientos de natación.


    Mi sobrino Mariano es un santo, metería las manos al fuego por su buen corazón. Cuando me vi forzado a renunciar a la natación, justo cuando había asegurado un lugar en las olimpiadas, yo tenía diecisiete y él doce. Me encontró llorando en un rincón de la casa, mis sueños y aspiraciones habían sido pisoteados, yo creía que la vida era injusta conmigo.

 

   —¿Qué te pasa, Fabio? —preguntó. Mi nombre se escuchaba lindo cuando salía de sus labios.

 

   —Nada, no te preocupes, estoy bien, Mariano.

 

   —No, no lo estas —dijo sentándose a mi lado.

 

    Permaneció junto a mí casi media hora, sin decir una palabra, solo haciéndome compañía, no me daba vergüenza llorar frente a él.


Mariano cuando niño
    —Sé que no me lo vas a contar. ¿Sabes? El otro día vi un documental en la tele sobre África —dijo sacando tema de conversación— ¿Sabías que las mamás, ponen a calentar una piedra en agua y le dicen a sus hijos que pronto estará lista la comida? Y lo hacen para… —sus ojos comenzaron a humedecerse y su voz se le cortó—… lo hacen para entretenerlos en lo que se duermen, porque realmente no tienen nada para darles de comer. Y están todos flaquitos y panzones y…


   Ahora el que lloraba era él, yo lo abracé. Cuando se calmó me dijo.

 

   —Eso que te pasa no puede ser peor que lo que te acabo de contar. Sé que estas triste, pero piensa que hay gente que la pasa peor, nosotros tenemos comida y techo, como quiera que sea, somos muy afortunados, tú eres muy afortunado —dijo Mariano sonriendo mientras se secaba las lágrimas.

 

   —Tienes razón, soy muy afortunado —no lo decía por tener satisfechas mis necesidades básicas o por tener algunos bienes materiales, en aquel momento, yo me consideraba afortunado por tener a un sobrino tan valioso.

 

   —Algún día voy a ayudar a la gente que no tiene para comer —dijo el niño.

 

    —¿Cómo es que una bruja como Carlota tuvo un hijo como tú? –comenté

 

    —Mamá no es tan mala, a ti te odia, y mucho, pero en general ella es buena. Dirige la fundación, ayuda a muchas personas —dijo el niño—. Ojalá algún día puedas ver que tiene un buen corazón.

 

    —Claro que sí, cómo no —dije con un dejo de sarcasmo

Carlota no fue mala madre.

 

   Por aquél tiempo, Don Chemo me preguntó si quería estudiar una carrera en el extranjero.

 

—Por supuesto —respondí.

 

   –¿Cuánto tienes ahorrado en el banco? —preguntó mi padre—. No gastas nada, vistes como pordiosero. Deben ser ya cerca de siete millones de pesos, ¿no? ¿Unos 650 mil dólares? (hablamos del año 2003). Con ese dinero pagarás tu matricula. Te seguiré dando 1800 dólares semanales, si no te salen las cuentas, te sugiero conseguir una beca o un empleo de medio tiempo. ¿Estás de acuerdo?

 

   —Sí –respondí con seguridad.

 

   Mis calificaciones eran buenas, intencionalmente trataba de no destacar para no generar odio o envidia con mis sobrinos y hermanos. Mi inglés era excelente, con el poder e influencia de mi padre, acceder a Harvard no fue complicado, pasé todos los exámenes y entrevistas requeridos. Lo mejor era que por fin podía alejarme de mi asquerosa familia. ¡Libertad!

 

Antonio Ferreira
   Fue entonces cuando conocí a Antonio Ferreira, mi Tony bebé. El hombre más sexy que he conocido, un verdadero sueño. Brasileño, con piel clara, ojos verdes, cabello rizado, cejas poblada y velludo, físicamente tenía todo lo que yo podría pedir. Pertenecíamos a la misma fraternidad, al ser “latinos”, inmediatamente tuvimos algo en común que nos uniera. Él era divertido, descarado y alegre, siempre estaba riendo y no se tomaba la vida en serio. Yo tomé algunas características de su personalidad para mí mismo.

 

   Un día estábamos jugando “Nutball”, a los gringos les divierte golpearse en las bolas. Éramos ocho chicos, por parejas nos sentábamos con las piernas abiertas y nos arrojábamos una pelota de tenis tratando de atinar a nuestro saco escrotal. Uno a uno todos fueron renunciando hasta que solamente quedábamos Tony y yo. Había cierto elemento erótico en demostrar quien era más fuerte.

 

   Antonio vestía una playera sin mangas azul, que dejaban ver sus musculosos brazos y un short blanco que intencionalmente jalaba para que yo pudiera ver claramente el objetivo, tenía piernas anchas y velludas. Tomé la pelota y con fuerza la lancé golpeando en el lado derecho de su entrepierna. Jugando aprendí, que era mejor si atinabas a uno de los dos testículos, en vez de acertar a ambos, estos se mueven dentro del escroto y disipan los impactos. En cambio, si golpeas solo uno, el dolor se vuelve intenso.

 

   Tony gritó, cerró las piernas y se revolcó en el piso, quedó bocabajo sujetando sus bolas, por la posición, su trasero quedaba levantado, eso se me hacía muy sensual. Mi amigo se reía, nos estábamos divirtiendo.

 

Fabio 21
   —Ok, now it’s mi turn (Ok, ahora es mi turno)—dijo volviendo a sentarse con las piernas abiertas.

 

    Sujetando la pelota entre sus dedos, entrecerró un ojo tratando de enfocar el objetivo, sonriendo lanzó la pelota. Esta impactó de lleno entre mis dos testículos, haciéndome dudar de mi teoría sobre golpear un solo testículo, yo llevaba puesto un short azul y una playera gris. De inmediato cerré mis piernas, recargado contra la pared sobé mis bolas riendo.

 

   Hicimos varias rondas, ninguno se rendía. Yo había tenido una experiencia traumática con mi hermano Ricardo y un bate de béisbol, así que mi resistencia al dolor testicular era considerable. El resto de chicos perdieron el interés en el juego y salieron de la habitación, fueron por unas cervezas, solo quedamos él y yo.

 

   —Ya las debes de tener coloradas —dijo él, hablando español.

 

   —Minhas bolas resistem —dije en portugués.

 

    —A ver, enséñamelas —dijo con una sonrisa de oreja a oreja que dejaba ver su perfectos dientes.

 

   Yo hice a un lado la entrepierna de mi short y mi ropa interior para dejar escapar mis testículos, los cuales brotaron de inmediato, como si quisieran mostrarse ante el atractivo hombre que tenía frente a mí. Tuve cuidado de ocultar con mi mano, mi media erección.

 

   —Sí están rojas —comentó riendo.

 

   —A ver las tuyas —respondí.

 

    Él hizo lo mismo, me dejó mirar su par de bolas, eran más grandes que las mías, yo no tengo bolas grandes, sí supero al promedio, pero el semental de pelo rizado y ojos verdes que tenía frente a mí, tenía unos tremendos huevotes colorados. Más aún, él no se preocupó por cubrir su erección, al contrario, también sacó su espada y me la mostró.

 

   —A que también la tienes parada —comentó riendo.

 

   Yo mostré mi verga, la cual todavía no alcanzaba su tamaño máximo.

 

   —¿Quieres jugar a las espadas? —preguntó.

 

   —¿Qué chingados es eso? —pregunté.

 

   Él caminó de rodillas hacia mí, hizo un ademan para indicarme que yo también me pusiera de rodillas, se quitó el short y ropa interior, yo hice lo mismo. Con su mano guió su pene para que se frotara contra el mío. Estábamos “chocando espadas”.  El estímulo hizo que mi arma se desenvainara por completo. Dejamos de usar las manos y solamente sacudíamos nuestra pelvis haciendo chocar nuestros viriles miembros, los cuales eran de un tamaño similar. El roce de su glande con el mío me enchinaba la piel, jamás había experimentado una sensación así. Comenzamos a lubricar, nuestros miembros resbalaban. Con nuestras manos, frotábamos nuestros hombros y brazos.

 

   —¿Tiene algún objetivo? ¿Hay algún ganador? —pregunté.

 

   —Ja, ja, ja, no. Creo que ambos estamos ganando —dijo riendo y mirándome de forma coqueta, sus pupilas estaban completamente dilatas, el hombre estaba excitado, y muy probablemente yo me encontraba en el mismo estado.

 

   Mientras intercambiábamos miradas de deseo, sentí el impulso de sujetar sus enormes bolas, así que estiré mi mano hasta su escroto y las apreté.

 

   —Te tengo, yo gané. Soy muy competitivo —dije.

 

   —Ja, ja, ja, aaah, você joga sujo, é um trapaceiro, aaah ja, ja, ja —mi amigo se quejó mientras reía—. Você ganha, Fabio aaah. ¡Minhas bolas!

 

Tony bebé.
    Lo solté, él cayó al suelo acunando su gigantesca hombría.

 

   —¿Y? ¿Qué es lo que gané? —pregunté.

 

    Para mi sorpresa, aquel hombre se colocó boca abajo, apoyando su cabeza en el piso, levantando su culo, mientras todavía sobaba sus carnosos orbes.

 

   —Tu recompensa —dijo Antonio.

 

    Corrí a colocar seguro a la puerta, de un cajón saqué un lubricante que usaba para masturbarme, bañé mis dedos con el líquido y los introduje en el orificio de Tony, él comenzó a gemir. En seguida procedí a estimularlo con mi lengua, mientras con mi mano tiraba y apretaba su escroto, él gritaba de placer. Finalmente, mi espada lo atravesó, pude sentir como se estremecía al sentirme dentro de él. Mis vellos se erizaron, una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo, relajando mis piernas.

 

    Lo tomé de la cadera y comencé a sacudir mi pelvis de atrás hacia delante y en círculos, esto último lo hacía gritar. Él  excitaba su miembro con la mano. Pasamos varios minutos intercambiando gemidos, sudor y lujuria. Hasta que no me pude contener y mi miembro expulsó su cálida leche, él también eyaculó, quedé recostado sobre él y sus viriles jugos en el suelo. Ambos estábamos bocabajo.

 

 

    —¿Te gusta tu nueva casa en Polanco? —pregunté a Antonio, mi nuevo Director Financiero.


—¿La casa que me proporcionaste mientras trabajo para el Grupo León? Sí, tu hermano y su esposa tienen buen gusto. 


    —Me alegro ¿Terminaste la auditoría financiera que te encargué hace unos días?

 

    Junto a mí necesitaba a gente de confianza, reunir aliados. Así que reconecté con mi viejo amigo de la universidad: Tony bebé. Nos encontrábamos en mi oficina, unos días antes había despedido a mi hermano Ricardo y al que creía que era su hijo biológico.

 

    —Sí, Fabio, salvo lo que te comenté de Ricardo y Eduardo, todo parece estar en orden… a excepción de la Fundación León.


    —¿Cómo dices? Eso es imposible —dije a Tony, él lucía bárbaro en su ceñido traje azul.

 

—Solo revisé de diez años para acá, pero parece ser que de mucho tiempo atrás se han estado desviando fondos. Hablamos en total de 352 millones de dólares —Tony extendió una carpeta hacía mí—. Podría ser más, si investigáramos a fondo.

 

   —Cinco años, de cinco años para acá, ¿cómo están las cosas? —pregunté. Mariano llevaba cinco años encargándose de la Fundación.

 

   —Es cuando más dinero ha sido sustraído, las cantidades de hecho se duplican en los últimos cinco años—comentó mi CFO—. Solamente de los últimos cinco años, son cerca de 234 millones de dólares.

 

   —¡Carajo! ¡Mierda! ¿Cómo puede ser? ¿Estás seguro?

 

   —¡Como que me llamo Antonio! Revisa aquí.

 

    Procedió a enseñarme con su grueso dedo índice las indicaciones de su informe. Abrí la boca completamente sorprendido. ¡No podía ser! ¿Por qué Mariano? De toda mi familia él era mi único amigo, mi sobrino favorito. Y ahora las pruebas lo acusaban sin ningún tipo de defensa.

 

   —Mariano —susurré preocupado. Pasando los ojos por todas las líneas del informe. Desvío de fondos. ¡Que canallada! Saqué mi teléfono celular del bolsillo del pantalón y marqué una llamada en alta voz.

 

   —¿Qué estás haciendo, pendejo? —interrogó Antonio cuando leyó el nombre de mi sobrino en la pantalla.

 

    —Me cuesta creer que Mariano sea tan ladrón como la perra de su madre.

 

    —¡No tires mi investigación por la borda!

 

    —Tío —se escuchó la voz del que hasta el momento era mi sobrino favorito.

 

    Fui muy inteligente, y ante un momento tan delicado lo mejor es enfrentarlo cara a cara. Saludé al encargado de la Fundación León y le pregunté qué estaría haciendo en la tarde, porque teníamos que reunirnos. Congeniamos un encuentro para la una.

 

     —Señora Diana —llamé a mi buena secretaria una vez termine la conversación con mi sobrino—. Necesito una copia de todo este documento.

 

  Tony bebé se me quedó mirando con sus hermosos ojos verdes. Buf, son tan hermosos que provoca arrancárselos, cabrón, neta.

 

    —¿Qué pretendes?

 

    —Confía en mí.

 

    —¿A caso vas a acusarlo y él temblando dirá la verdad? No puedes ser más idiota.

 

    Lo mire con reproche y coloque mi mano encima de su hombro, sentía una muy bonita conexión por él, lo confieso. Pero eso no me impidió decir lo que debía:

 

   —Cuida los modales con los que le hablas a tu jefe. 

 

 

    Otras de las cuestiones que no me gustan en la vida es la caridad. No me tomen como una mala persona, soy más bueno que un pan amasado por los monjes. Es solo que ver a la gente sufrir y con menos oportunidades económica es una situación que me indigna con tanto dinero en el mundo. Mi sobrino Mariano siempre tuvo vocación para servir y lo hacía desinteresadamente, por eso me costaba tanto creer que hiciera desvío de fondos a su propia cuenta bancaria.

 

   La última vez que lo acompañé a una actividad con su fundación fue a llevar juguetes a los niños con cáncer, juro que terminé muy deprimido ante esa situación y le reclamé. Él solo dijo:

 

   —Lo importante es llevarles un ratito de alegría a esos niños que tanto la necesitan.

 

    Hasta esa tarde que volví a ayudarlo en la fundación. La misión era realizar un almuerzo en un albergue de ancianos. Les confieso que mi experiencia no fue tan traumática como la última vez porque aquellos viejitos resultaron hasta jocosos. Estuvieron muy felices con el almuerzo y las cestas de frutas que les regalaron. A huevo que todo el ambiente fue inusual alegría.

 

   —Muchas gracias, tío por tu compañía —dijo mi sobrino. Todavía era muy pausado y amable en su trato. Es lo que me gustaba de él, silencioso e inteligente. Nada comparado con la golfa de su madre—. Cuando quieras puedes acompañarme en todas las actividades que quieras. Mañana estaremos en una actividad con las madres de un caserío.

 

    —Mañana estaré un poco ocupado —dije sin querer involucrarme—. ¿Ya has terminado por hoy?

 

   —Sí, no hay más que hacer.

 

  —¿Entonces tienes la tarde libre?

 

   —No, a las cuatro tengo reunión con unos universitarios que necesitan una cooperación para su proyecto de estudio.

 

   —Los universitarios pueden esperar otro momento.

 

   —¿Qué dices, tío? No, es un compromiso.

 

    —Compromiso mis huevos. ¿Desde cuando no dedicas un tiempo para ti? Venga, quiero que ahora tú me acompañes a un lugar.

 

    —¿A dónde, Fabio?

 

   —Jugaremos tenis.

 

    Mariano sonrió lleno de emoción. Mordió el anzuelo.

 

   —Vamos —insistí.

 

   —Bueno, está bien —aceptó después de mirar su agenda electrónica.

 

    Sé que en silencio Mariano estaba muy emocionado, de niño jugaba tenis y fue a varias competiciones en su técnica. Fotos acompañado de luminarias deportivas adornaban su álbum de vida, sin embargo pudo más su vocación de servir a los más necesitados y la urgencia de culminar una carrera universitaria que su ánimo deportivo.

 

   Fuimos a mi mansión Holgado, nos cambiamos de ropa por una más acorde al juego y con raquetas y sudaderas nos presentamos en el club de tenis.

 

    ¿Ay para qué carajos mentir? ¡Mariano me dio una paliza épica en el juego! A pesar de tener años alejado de las canchas, no tengo duda de que sigue siendo el mejor. Además de que lo mío era la natación no ir de un lado al otro golpeando una pelota a lo tonto. Él parecía un lince con sus rápidos movimientos mientras yo terminé con la lengua como una corbata. Después de todo lo que quería era acercarme a él.

 

    En las gradas a buen resguardo descansaba la carpeta que el muchacho no prestó interés cuando la saqué de mi camioneta. Cuando tomamos asiento para hidratarnos, la miró por un momento, pero otros tópicos dominaban su interés.

 

   —Tío, destruiste una familia —me dijo muy triste—, la esposa de mi tío Ricardo quedó al descubierto con mi primo Eduardo. Aunque no tenga mi sangre, todavía lo considero un primo.

 

    Que buen corazón tiene este muchacho, todavía no creo que sea un vulgar ladrón.

 

   —¿Lo consideras un primo así siempre te haya dicho Mariano tortuga? Y te asociara como un ser lento.

 

   —No me importa —Mariano levantó los hombros. Me miró haciendo una sonrisa—. ¿Al menos yo soy hijo de mi madre, no?

 

   —Híjole, canijo —me rio—, yo creo que sí. Yo era un niño cuando llegaste a casa. Yo creo que sí estuvo embarazada. Al menos no heredaste su carácter podrido.

 

   Nos echamos a reír.

 

   —Mamá, no es mala. ¿Al menos soy hijo de mi padre, no?

 

    —Así nos han hecho creer, ja, ja, ja. Tu padre en lugar de pene parece tener una máquina de hacer copias —nos reímos del chiste—. Hasta me daba risa cuando Carlota discutía con él por celular, le decía «Me vine a casa de mi padre porque estoy hastiada de ver tu cara», y yo siempre me quedaba viendo tu rostro y eras él.

 

   Mariano se echó a reír coloreando sus mejillas. Hice un suspiro y me levanté del asiento cogiendo la carpeta.

 

   —Sobrino, tengo algo que decirte y es muy grave —Mariano entornó los ojos—. En estos documentos se demuestra que has estado desviando los fondos de la Fundación León a tu cuenta bancaria. Quiero que me lo expliques antes de yo proceder con un juez.

 

    Mariano se puso pálido como un papel, le tendí la carpeta y él temblando la agarró comenzando a hojear y leer hoja por hoja. Negaba de vez en cuando y se llevaba una mano a la boca. Cuando culminó cerró la carpeta y se quedó cabizbajo.

 

   —¿Tienes alguna explicación que darme?

 

    —No soy yo, Fabio —me dijo levantando la mirada, sus ojos comenzaron a humedecerse.

 

    —¿Entonces quién es? Por arte de magia ese dinero no va a tu cuenta.

 

   —No… no…

 

   —Quiero una explicación.

 

   —…

 

   —Mariano, habla.

 

   —…

 

   Suspiré.

 

   —Entonces lo siento, tendrás que explicárselo a un juez.

 

   —Es mi madre, tío —dijo levantándose—. Te lo juro que es mi madre, pero yo no sabía de todo esto. Lo juro, lo juro...

 

   —No puedo entender cómo Carlota desvía dinero a una cuenta con tu nombre.

 

   —Fabio, yo solo manejo las actividades sociales que es lo que me importa. Cuando recibí la dirección de la fundación tuve un acuerdo privado con mi madre, ella se iba a encargar de la parte financiera. Incluso, recuerdo que me dijo que tuvo un problema con su banco y necesitaba resolver un asunto de dinero, yo usaba cuentas de dos bancos diferentes, le presté una de ellas y nunca más me la devolvió, es esa que aparece en el informe. Te juro que es la verdad. No tengo acceso electrónico a esa cuenta, es completamente de ella aunque está a mi nombre.

 

   Me parte el corazón tener que dudar de Mariano, aunque su relato puede ser verídico. Eso solo lo sabe él y su madre.

 



Así estará Putona
limándose las uñas en prisión.
   —Quiero que sepas que de todas maneras tendrás que explicarle eso a un juez. Voy a proceder con una investigación legal.

 

   Mariano abrió la boca.

 

   —No voy a declarar en contra de mi madre —me dijo sosteniendo su mirada soltando las primeras lágrimas.

 

   —Me dolería muchísimo que tú asumas las consecuencias a nombre de Carlota.

 

   —Lo haría una y mil veces, es mi madre, una mujer buena.

 

   —Es una puta bruja. Maldita ladrona es capaz de salpicar a su hijo con tal de beneficiarse. ¡Maldita!

 

   —¡No!

 

   En ese momento Mariano hizo algo que jamás me hubiese esperado de él. Me agarró de los huevos con ambas manos y me los exprimió muy duro. ¡Auch!

 

   —¡Aaaaaah! ¡MIS BOLAS, MARIANO! ¡SUELTA, SUELTA!

 

   La punta de sus dedos se afincaron en mis sensibles gónadas volviéndome loco de dolor, comencé a saltar y gritar en medio de sus tenazas.

 

   —No se qué pretendas, pero no puedes destruir a mi familia como hiciste con el tío Ricardo.

 

   A pesar del maltrato que hacía sobre mi hombría y la fuerza de mis manos para alejar las suyas de mis huevitos, no detectaba rencor en sus palabras. Lo que sí estaba seguro era que con la misma fuerza que sostenía una raqueta estaba apretando mis pelotas.

 

   —¡Que me sueltes, Mariano! —le digo con las pocas fuerzas que puedo reunir. Mis ojos se llenaron de lágrimas y mi corazón palpitó con la velocidad de un tambor.

 

   —No hasta que me jures que no le harás daño a mi madre, Fabio —condicionó Mariano con una súplica en su mirada. Mis testículos chillaban con la punta de sus dedos aferrándose a ellos—. No quiero que destruyas a mi familia.

 

   —Lo que estás destruyendo es mi descendencia, ¡canijo! ¡AY, AY, MIS POBRES BOLAS!

 

   Mariano desvió su mirada a mi entrepierna, donde sus manos aplastaban mis gónadas y mi verga se elevaba como un asta en ese pantalón corto blanco que no dejaba nada a la imaginación. Como último recurso dejé de hacer palanca en su muñeca y le apreté las bolas con mi mano.

 

   —¡Aaaaay! —se impresionó Mariano.

 

   Sentí que sus bolas eran más pequeñas y recogidas que las mías, y sin embargo apreté y hale como si se las fuera a llevar a las rodillas. A Mariano se le dilataron las pupilas y sus labios se separaron.

 

   —Fabio… Fa… Fabio, entiende que esto lo hago por defender a… —incrementé la presión de solo recordar a la perra de Carlota— ¡Aaaaaaay!

 

    Los ojos de Mariano se echaron hacia atrás, pero el muy hijo de puta seguía apretándome mis hijos. No había duda, entre él y yo, yo estaba más débil, tenía ventaja de apretarme las bolas. El dolor subía a mi estómago y me revolvía las tripas. Pensé que me iba a desmayar.

 

    Eramos dos hombres luchando por la dominación testicular del otro en una cancha solitaria de tenis. Yo gritaba por el firme agarre de Mariano, él se mantuvo quejándose en voz baja. Mis ojos vieron salvación cuando desde lo más alto de las gradas vi a mi fiel guardaespaldas Romeo.

 

Ay, Romeo, pareces un
galán de Hollywood
    Me hizo una señal de silencio con el dedo índice en sus labios y siguió bajando sigiloso. No sé como podía moverse como un gato con todo y su traje elegante de guarura.

 

   Solté los testículos de Mariano y lo miré a los ojos, él seguía con sus manos apretando la vida de mis testes.

 

   —¿Prometes no salpicar a mi madre? —el muy canijo me miraba con atención.

 

   Mis labios ya temblaban, mi salivación era abundante por el apriete a mis huevos.

 

   Romeo estaba detrás de Mariano y él todavía no se daba por enterado. Lo supo cuando recibió una colosal patada en los huevos que estoy seguro se los subió a la boca. Mi pobre sobrino gritó como nunca antes lo escuché. Se elevó en el aire, sus piernas temblaron y ablandando su dominio en mi. Se agarró las bolas cayendo al suelo, revolcándose de dolor.

 

   —¿Dónde carajos te metes cuando más te necesito? —reclame a mi fiel Romeo que no está cuando lo veo.

 

   —Fui por un refresco, señor —dijo. Era la verdad, lo comprobé cuando minutos antes de irnos recogió el vaso con la bebida regada en el suelo— me dijo que era su sobrino y que no había ningún problema. Oí los gritos y vine en cuanto pude.

 


   —¡Pues no te alejes de mí! —regañé—. En cuanto a ti, Mariano, me has decepcionado completamente con tu actitud esta tarde. Dile a tu madre que tiene cinco días para devolver el dinero que se robó estos cinco años, ¡cinco días para cinco años! Sino, tendrá que limarse las uñas en el penal de mujeres y los demás presos te pasarán la raqueta a ti por el...



   Mariano me miró a los ojos. Estaba preocupado, se sentó en el suelo preso del dolor de bolas. Esas toronjas se le pondrían rojas como tomates gracias a la precisa patada de Romeo.


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