REBELDE (5/?): Valiosa enseñanza - Las Bolas de Pablo

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14 oct 2022

REBELDE (5/?): Valiosa enseñanza


       Aquí estamos, solamente tú y yo, en los vestidores de tu academia.  Eres mi maestro de artes marciales mixtas, rebasas los treinta años, yo apenas tengo dieciocho, pero luzco como de quince. No solamente me superas abrumadoramente en edad y experiencia, también en talla y estatura, yo mido 1.65, peso sesenta y cinco kilos. Tú me aventajas por quince centímetros y unos veinte kilos. Eres el clásico chacal mexicano: piel morena, barba de días, musculoso, quien ha salido adelante desde abajo.


       Nos conocimos hace un par de años, cuando me inscribí al mismo gimnasio en el que esculpías tu musculatura, yo era todavía menor de edad. Te enteraste de que unos chicos me molestaban en la “prepa” y me invitaste a tu academia, para que aprendiera a defenderme, llevo un año entrenando bajo tu tutela. Soy principiante, pero tu enseñanza, vaya que me ha servido en más ocasiones de las que imaginas. 


      Hace poco menos de una hora, durante un sparring en la clase, yo intenté dar una patada baja interior, a tu muslo para abrir el compás y sacarte de balance. Sin querer, terminé impactando de lleno mi pequeño pie en tus testículos. Tu primera reacción fue gruñir; te agachaste; tambaleando llegaste a la orilla del tatami y te acuclillaste, apoyando una mano contra la pared, la otra frotando tus adoloridas bolas. Algunos de mis compañeros, que nos rodeaban en círculo, llevaron sus manos a la entrepierna, frunciendo la cara como un gesto de empatía, otros reprimían la risa, la mayoría fue incapaz de ocultar su expresión de sorpresa. En pocos segundos, te pusiste de pie, caminando incómodamente, sonriendo dijiste a todos.


      —Por eso, siempre deben usar la concha protectora, ya les he dicho que la usen —enseguida gruñiste, sujetaste tu paquete, lo sacudiste de forma agresiva para aliviar el dolor, y te volviste a poner en guardia, listo para continuar, como si nada hubiera ocurrido.


Sin querer, terminé impactando
mi pequeño pie en tus testículos

      Aquello que hiciste al sobarte, me permitió apreciar, a través de tu holgado short de MMA rojo, que tus genitales son de buen tamaño. Disfruté ver el daño causado en ti con solo una patada, lo admito. Mi pene despertó, más no se levantó por completo, pude ocultarlo, porque a diferencia de ti, yo sí llevaba puesta mi concha protectora en un short de compresión. 


      Cuando terminó aquella clase despediste alegremente a todos, luego de que hicieran algunos estiramientos. Pero a mí, me pusiste una rutina de ejercicios adicional: trotar al rededor del tatami, algunas lagartijas, sentadillas, burpees y abdominales. Mis compañeros supusieron que era una especie de castigo por haberte golpeado en los huevos, pero no fue así, tú lo que querías era quedarte a solas conmigo. Me habías asechado durante dos años, esperando a que madurara.


      Cuando terminé mi entrenamiento, veinte minutos después, me dirigí a los vestidores para cambiarme de ropa y echarme desodorante. Ya me había retirado la licra de compresión y la concha protectora. Me encontraba sentado en una banca, en ropa interior, en proceso de ponerme un short limpio. Ahí estabas tú, completamente desnudo, mirándome sin perder detalle, ya te habías duchado, ahora frotabas una toalla blanca en tu vello púbico. 

...este se atora durante una fracción de
 segundo en mis genitales

      —Me pateaste bien duro, cabrón —comentas palmeando mi hombro, sentándote a mi lado. Yo me levanto y acomodo el resorte de mi short en la cintura, este se atora durante una fracción de segundo en mis genitales. Lo que sucede, es que a pesar de ser tan pequeño, la naturaleza fue generosa conmigo, o por lo menos eso creo.


      —Fue sin querer —respondo agachando la cabeza, buscando la etiqueta en mi camiseta sin mangas, para identificar cuál es el frente. 


      —Tengo fácil, veinticinco años de experiencia, he combatido en torneos internacionales, soy medallista olímpico, comencé a entrenar taekwondo cuando era un morrito, estaba yo muy chico. No he parado desde entonces. Sin embargo, tú, con una sola patada, casi me pones fuera de combate. Todo mi entrenamiento valió verga, y un chico como tú, un principiante, casi me derriba permanentemente —comentas sin dejar de mirar mi entrepierna.


     —No fue mi intención, tendré más cuidado —reitero mientras aplico desodorante en aerosol en mis axilas.


      —No lo tengas, cada que golpees, debes hacerlo con fuerza, sin contenerte o medirte, es deber del rival cubrirse, protegerse o esquivar, tú no tienes que medirte, mucho menos conmigo —Dices poniéndote de pie, tomando con tu mano la parte trasera de mi cuello. Sueltas deliberadamente la toalla que sostenías, pero esta no ha caído al suelo, se ha quedado sostenida por tu miembro viril erecto. 


    —Seguramente te han golpeado ahí antes, y muchas veces —comento.


     —Sí, peleando con rivales de mi tamaño, pero mírame, soy más grande y pesado que tú, un macho fuerte y poderoso —flexionas tus brazos a mis espaldas. Yo no pierdo detalle, pues frente a nosotros hay un espejo que abarca casi toda la pared. Tu silueta musculosa, sobresale detrás de mí en aquel reflejo—. ¿No te parece increíble lo que un golpe ahí nos hace como hombres? 


     —Supongo que sí —respondo guardando mis cosas en una maleta. Atravieso la correa de mi hombro a los costados y doy media vuelta para irme. Antes de que pueda rodearte, tu mano encuentra mis genitales. Palpas mi pene flácido y bajas para hacerte con mis bolas, pero no las aprietas.


      —No deberías golpear a ningún macho en esa parte, duele mucho, ¿sabes? —comentas en mi oído. Mi piel se eriza y mi pene despierta nuevamente. Sé que lo pudiste sentir, moviéndose por su cuenta en mi holgado short deportivo por encima de tu agarre. La toalla que te cubría, finalmente reposa en el suelo.

      —Por favor, perdón, no volverá a suceder —digo de forma sumisa, con las palmas al frente en señal de rendición, mientras colocas tu otra mano en mi pecho para empujar mi cuerpo contra aquel muro de espejo. La banca se interpone en el camino, así que quedo arqueado con mi pelvis al frente y mi nuca pegada al cristal. Era claro para mí que querías vengarte, lo más sensato era permitirlo, con tal de no tener problemas contigo. 


      —Sobre todo, lo que no deberías permitir es que alguien te agarre de las bolas como yo lo he hecho. ¿Es que a caso no eres un macho? —me preguntas casi gritando. Mientras acercas tu rostro al mío, yo puedo respirar tu aliento. 


     Sujetas agresivamente una de mis muñecas y guías mi mano hacia tus bolas. 


      —¡Agárralas, putito, y apriétalas bien duro, cabrón! —me ordenas. 


     Yo solamente las sostengo, siento la arrugada piel de tu escroto peludo y desnudo en mi palma. 


     —¡Que las aprietes, cabrón! —me gritas al tiempo que comienzas a hacer presión en las mías, yo gimo ahogadamente y mi rostro se deforma en una mueca de dolor, mientras suelto tu escroto para llevar ambas manos a tu antebrazo —. Si no me las aprietas más fuerte de lo que yo a ti, te las voy a hacer puré, putito. Ya no te van a servir, cabrón. ¿Eres un macho o una niñita? —me preguntas gritando. 



     Instintivamente, trato de alejarte con las manos, empujando tu poderoso pecho musculoso. Pero eres abrumadoramente superior a mí. En mi desesperación, bajo mi mano a tu entrepierna, lo primero que agarro es tu gran polla erecta; bajo por el tronco hasta hacerme con tus bolas; las envuelvo con mi mano y las aprieto; torciéndolas sin piedad como si fueran la ubre de una vaca y quisiera extraer la leche.


     Emites un grito agudo de sorpresa y dolor, sueltas mis bolas, llevas tus manos a mi antebrazo y te encorvas como un animal herido.


     —¡Ay¡ ¡Wey no mames, cabrón, verga… aaay! —gimes en mi oído y sueltas un alarido lastimero, respirando agitadamente. Yo incremento la presión y tiro de ellos hacia abajo, al tiempo que me siento en la banca. Tú te mantienes parado, con los muslos encontrados, apoyando tus palmas en el espejo, soportando el terrible dolor.


      Manipulo tus testículos para formar un cepo con mis dedos, estirando la piel de tu escroto, cierro mi puño y te miro a los ojos. Con los parpados entrecerrados en el rostro arrugado por el dolor, me das tu aprobación. Esto era lo que querías de mí, ahora lo sé. 


      Mis nudillos se impactan con brutalidad en tu par de testículos, tú gritas y te dejas caer de rodillas ante mí. Yo todavía soy el dueño de tus bolas, me encorvo al frente con las piernas bien abiertas, con mi otra mano te tomo del cabello, levanto tu cabeza y te pregunto:


       —¿Quién es la niñita? —En cuanto mi pregunta entra por tus oídos, tu pene salta de excitación, moviéndose por sí solo y un chorro de lubricación sale de él, escurriendo hasta mi mano.

 

       —Tú, maldito putito —me respondes desafiante.


       —Eres mucho más grande que yo, mucho mejor peleador que yo. Mírame, soy casi un niño. Aun así te tengo aquí, a mis pies. 


        Libero tus huevos. Arrodillado frente a mí, llevas tus manos hacia ellos para protegerlos y sobarlos, te dejas caer de frente con todo tu peso en mi entrepierna. Tu rostro estrellándose contra mis huevos me duele, pero no mucho. Yo te tomo del cabello y te restriego para que aspires el aroma de mi sudada entrepierna, ese característico olor que todos los machos tenemos, te presiono con fuerza hasta bloquear temporalmente el flujo de aire a través de tu nariz y boca. El delicioso frote de tu cara en mis bolas provoca que mi polla se levante. 





      Te empujo, caes de espaldas ante mí. No me muevo de la banca, permanezco sentado. Estiro mi pie, pero este no llega hasta tu entrepierna. Tú te deslizas hasta que tus pies tocan el muro y tus pantorrillas quedan debajo de mi trasero. Me retiro los tenis y apoyo mis pies en tus enormes muslos. Sé que sientes mucho dolor; sin embargo, no haces ningún intento por proteger tu par de testículos. Tus manos yacen a los costados, te encuentras totalmente sometido a mí.


     Utilizo la bola de mis pies para palparlos y arrastrarlos hasta el helado suelo, cuando me aseguro de tener cada uno aprisionado, yo, me levanto de la banca, apoyando todo mi peso en ellos y comienzo a balancearme hacia arriba y hacia abajo. Eres afortunado de que yo no sea un hombre más grande.


     Tus músculos se tensan, marcando cada fibra. Te retuerces bajo mi pie como una cucaracha, comienzas a gritar de forma aguda con desesperación, reprimiendo los impulsos de levantar tu torso y llevar las manos a mis tobillos. Te veo respirar agitado, hasta que exhausto, tembloroso y sudado te sacudes débilmente diciendo.


       — Ya… wey… ya… por favor, mis huevos, ¡mis putos… huevos!


       —¿Quién es la niñita? —pregunto balanceándome sobre tus órganos masculinos. 


       Gimes agudamente y respondes:


        —Yo soy una niñita ¡ay… ya, wey… ya! —Noto que tu polla comienza a moverse por sí misma, expulsando un chorro blanco que mancha tus preciosos abdominales. 


        —¿Quién es el putito? —cuestiono castigando nuevamente, tus muy emblandecidos y colorados testículos.


         —¡Argh…ay! Yo, yo soy un putito— A pesar de haber expulsado una carga abundante previamente, tu polla colorada, venosa y gruesa continúa moviéndose por sí sola, tratando de expulsar lo que ya no tiene. 



       Tomo asiento nuevamente en la banca, retiro el short y mi boxer. Con las piernas abiertas, comienzo a estimularme. Verte retorcerte durante varios minutos en posición fetal frente a mí, me excita. Solo puedo imaginar el terrible dolor que debe estar recorriendo cada célula en tu cuerpo. 


       —Maldito cabrón, cuando me recupere, te voy a hacer pagar, ¿crees que puedes someter a un macho bravío como yo, así nada más? —me amenazas agresivamente, al tiempo que te postras de espaldas a mí, con el rostro en el suelo levantando el trasero sin proteger tus bolas, manteniendo las piernas abiertas—. No eres nadie, putito, vas a valer verga, pinche enanano de mierd… ¡ay! 


     Al sentir mi poderosa patada, gritas de forma aguda, como una bestia herida, retorciéndote nuevamente en el suelo con mucha desesperación, lágrimas comienzan a correr por tus ojos. Yo continúo frotando mi miembro erecto, esparciendo con mi mano el líquido pre-seminal que yo mismo produzco.

  

     Has llegado a tu límite, no soportas más. Debo reconocer que en verdad eres un hombre fuerte, quien tolera estoicamente esta clase de tortura. Imagino que en una pelea de campeonato, torneo o callejera, no te doblegarías ante nadie por un golpe ahí. Pueden patearte, golpearte, incluso apretarte, y tú lo resistirías, tendrías la suficiente fuerza para contraatacar y moler a aquel rival que se atreva a atacar tu hombría. 


       Yo no soy uno de esos hombres, por eso, dócilmente, te sometes a mí, para que yo te lleve hasta el límite de tu umbral de dolor. Afuera de estos vestidores, eres un poderoso macho alfa, indómito e invencible. Pero dentro de estas cuatro paredes, en mi presencia, no eres más que una niñita, un putito a mi servicio. 


       —Maldito maricón, solo así puedes someter a un macho como yo. No me vas a convertir en alguien como tú, puto de mierda, no me vas a arrebatar mi masculinidad —balbuceas con dificultad mientras te mantienes bocabajo, acunando tu hombría, levantando ligeramente el trasero.


       Registro tu indirecta y reacciono a ella. Me arrodillo y te arrodillo para apoyarte en la banca en un ángulo de noventa grados, tus brazos reposan en el asiento, al igual que tu cabeza. Yo te tomo de las caderas, y directamente te penetro. Es la primera vez que lo hago. A ti, resistente y varonil macho, te estoy entregando mi virginidad, eres el primer culo que ensarto. 


       Desconozco si lo que hago esté bien, yo solamente me muevo, manteniéndote fijo en posición. Te siento contrayendo los músculos en tu ano, para aprisionarme, mi falo rosa cada rincón de aquella honda caverna. ¿Lo sientes? Claro que lo haces, gimes virilmente de placer, no te contienes, no hay nadie que nos escuche. 


      De pronto, te estremeces, entrecierras tus piernas y aflojas tu ano, tu piel se eriza y un gemido largo e incontrolable abandona tu boca.


       —Mi próstata —susurras mientras te retuerces gimiendo como puta.


      Por el espejo, puedo ver el placer en tu rostro. Elevo mi mirada, observando mi propio reflejo, lo que veo me prende. Sin poder controlarlo, flexiono mis brazos, de todas las formas posibles, adorando mi musculatura, que no se compara con la tuya, pero… vaya que soy un portento. Soy todo un hombre, me siento vigoroso, dominante, el más hombre entre los hombres.


     Continúo con lo que estoy haciendo, sin darme cuenta, mi semen abandona mi cuerpo, depositandose en el tuyo. Yo cierro mis piernas; recargándome en ti, extraigo mi falo. Tembloroso me levanto y me dejo caer en aquella banca, sentándome con las piernas extendidas y cruzadas. Me siento como si hubiese sido electrocutado. En mi corta edad no había experimentado un placer como el que me acabas de dar. 

 

    —Me corrí de nuevo, cuando me ensartaste, pequeño Billy —dices señalando un charco de semen frente a la banca. Al tiempo que te sientas a mi lado. 


      Pasas tu fuerte brazo por mi espalda, detrás de mi cuello y reposas tu mano en mi pectoral. Jalandome hacia ti, para abrazarme. Con tu otra mano me agarras de los huevos y me das un último y delicioso apretón fuerte, mientras frotas tu barba de días contra mi rostro. A pesar de haber sido dominado por mí. En este momento te miro sentado con las piernas bien abiertas, exhibiendo tu colorada masculinidad con sobrada confianza y un actitud muy masculina y protectora hacia mí.



Al final de cuentas, tú eres aquí, el verdadero macho alfa. De ti, hoy aprendí que un rol o una determinada posición en el acto sexual no define quien eres. Te me entregaste, me permitiste durante estos minutos dominarte y llevarte al placer, y a mí también me hiciste tocar el cielo. Fuiste generoso conmigo, como el gran maestro que eres, hoy que inicié mi vida sexual, agradezco que fuera contigo, me llevo de ti esta valiosa enseñanza. 


Poco antes de abandonar el gimnasio, recibo un importante mensaje en mi teléfono móvil: Hay una invasión alienígena sucediendo en Brasil. Como ya lo sabes, mi nombre es Billy Batson, un matrimonio me adoptó en Estados Unidos, ambos son "americanos", pero ella es de ascendencia mexicana, hace unos tres años nos tuvimos que mudar a México. Lo que seguramente ignoras es, que soy un superhéroe muy reconocido.


Luego de nuestro delicioso encuentro sexual, te dejé tomando una ducha, así que no creo que escuches cuando grito con potencia, sacando el aire desde el estómago: 


—¡SHAZAM! 


Un poderoso rayo golpea mi pecho, transformándome en un imponente y musculoso hombre de 1.90. Lo único que no crece en mí, son mis genitales, que de por sí en mi pequeño cuerpo lucen gigantescos, pero en el cuerpo de Shazam... también lucen grandes XD. El día en que Diosito repartió polla y huevos, yo sí llegué temprano, je, je.


En este momento visto un ceñido y lujoso traje rojo, una capa blanca y un rayo adorna mi pecho. Si me vieras ahora, te caerías de espaldas. Sin perder el tiempo, parto volando a toda velocidad para atender aquella emergencia. 






Así cambia mi cuerpo


NOTA: Con motivo del próximo estreno de Black Adam en cines. Los próximos tres capítulos abarcaran un pequeño arco de Conner Kent (Superboy), donde enfrentará a Shazam, Black Adam y Atom Smasher; con el fin de reforzar su energía sexual; como parte de su preparación para a enfrentar a Jason. Posteriormente se retomarán historias con Nightwing y Robin en sus respectivos encuentros sexuales, dejando en ese momento, un poco de lado a Conner. Esta serie va para largo... pero, definitivamente seguiremos viendo a Billy Batson.




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