El Patrón llegó al gimnasio de su propia empresa acompañado de Miguel Salcedo y Fernando Almeida, saludó a unos cuantos hombres que entrenaban en el lugar, pero su objetivo solo se fijó en uno que hacía pesas con una barra: Carlos Troconis.
—Así que aquí te quería encontrar —dijo el señor cuando llegó a su encuentro.
—¡Patrón! —saludó el moreno dejando la barra en el respaldo y tomando una toalla para secarse el sudor. Vestía un pantalón de chándal que dibujaba el contorno de su verga entre las piernas pareciendo una serpiente, vestía una camiseta sin mangas de color blanco—. Mucho tiempo sin verte, desde nuestro combate. Que alegría encontrarte por aquí.
El Patrón esbozó una sonrisa hipócrita.
—Justamente tú eres la causa de mi paso por el gimnasio y de ese combate.
—¿Sí? Escucha, sé que las cosas se salieron un poco de control, pero… al final es lo que la gente quiere, entretenimiento.
—¡Maldito, hijo de puta! ¡Se supone que ese combate tú lo ibas a perder! ¡El Patrón siempre gana!
—Patrón, je, je, je —Carlos sonrió tímidamente.
El Patrón no estaba para bromas, en aquel combate transmitido por Internet se supone que iba a ser el ganador absoluto, de alguna manera Carlos no aprovechó el trato y terminó humillándolo y penetrándolo en el cuadrilátero. El apuesto hombre maduro no iba a perdonar esa traición tan fácilmente y menos de un ser tan insignificante como Carlos que tantas cosas tenía que agradecerle. De lleno le lanzó una patada en los huevos a Carlos. El bulto en el pantalón de chándal del apuesto luchador se aplastó cuando el pie derecho de El Patrón pateó entre sus musculosos muslos golpeando inesperadamente los dos cojones. Carlos Troconis se quedó con la boca abierta de sorpresa emitiendo un gemido de dolor.
Miguel Salcedo, visitando un ajustado jeans y camiseta deportiva se precipitó hacia adelante y le dio un rodillazo a Carlos tan fuerte en las pelotas que el hombre sintió como si los testículos le hubieran reventado. Carlos gritó de agonía mientras Miguel Salcedo lo tomó del hombro para empujar su rodilla en la ingle una y otra y otra vez. Cuando se cansó de martillear sus bolas con la rótula el desdichado hombre cayó de rodillas sosteniéndose las gónadas.
—Tú sabes cómo se manejan las luchas en Guerreros —reclamó El Patrón—. Y conoces también las consecuencias por desobedecerme. ¿Qué pretendías? ¿Vanagloriarte humillándome en el cuadrilátero? Toma aquí frente a todos tu gloria. Tenemos una cuenta pendiente y este mensaje es para todos. ¡NADIE SE BURLA DE EL PATRÓN Y MUCHO MENOS CAMBIA SUS PLANES!
Fernando Almeida alto e imponente hizo su turno de acompañamiento, se plantó sobre Carlos y lo hizo levantar, lo sujetó de los brazos doblándolos tras la espalda. El Patrón todavía furioso se aprovechó de la vulnerabilidad de Carlos y le embistió otra fuerte patada en las bolas. Los tristes huevos de Carlos volvieron a ser aplastados.
El pobre hombre que semanas atrás disfrutó follándose al patrón ante las cámaras ahora gemía del dolor de bolas.
—Por… por… por favor, no sigas —suplicó.
El Patrón lo ignoró, simplemente movió su rodilla entre los muslos de Carlos y le dio un rodillazo en la entrepierna al semental.
Carlos gimió perdiendo la fuerza de sus piernas. El Patrón volvió a darle un rodillazo en los cojones. Su rótula se estrelló con todas sus fuerzas contra el bulto de Carlos Troconis.
Los ojos de Carlos buscaron los del patrón pidiendo clemencia. En ese instante el maduro caballero se apoderó de los testículos aplastándolos en su palma. Carlos entró en pánico, era como si sus traumatizados testículos iban a convertirse en papilla.
Los ojos de Carlos se abrieron como platos, intentó gritar, pero no pudo mientras sus pelotas eran aplastadas en la palma de El Patrón.
—¡Me duele, me duele, me duele! —decía Carlos moviendo la cabeza de lado a lado.
—Aprieta sus bolas más fuerte, patrón—se burló Miguel Salcedo.
—AAAAAaaay, mierda —gimió Carlos. Cuando sentía la fuerte presión en sus cojones, comenzó a chillar y patalear—. ¡Mis boooooolaaaaaas!
El Patrón retorció los testículos de Carlos con tanta fuerza que lo estaba dejando sin aire en los pulmones. El agarre se aflojó, permitiendo que Carlos se recuperase y lloriqueara de dolor.
—Que te quede claro que en un combate contra El Patrón el único ganador absoluto soy yo —declaró el hombre—. Nunca perderé un combate, ¿entendido? Menos contra un ser tan inservible como tú, que hasta tus padres te abandonaron en un orfanato —con eso apuntó y estrelló su pie tan fuerte como pudo entre las piernas del luchador.
A un movimiento de cabeza de El Patrón, Fernando soltó a Carlos, el desventurado hombre cayó a los pies de todos, sujetándose los testículos y derramando varias lágrima. El Patrón se burló entre dientes. Todos en el gimnasio estaban en silencio presenciando la derrota del hombre que semanas atrás se atrevió a ganarle al dueño de la empresa.
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