REHEN (3/7): Obedeciendo ordenes - Las Bolas de Pablo

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4 may 2015

REHEN (3/7): Obedeciendo ordenes

CONTIENE:
-SEXO HETEROSEXUAL
-BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE

I

   La liberaciĆ³n a la hacienda El Jabillo fue todo un hecho, los militares despejaron el lugar cuando un alto mando ordenĆ³ el levantamiento del organismo del lugar por limpieza absoluta y falta de movimientos. Oportunidad que se aprovechĆ³ para enviar una comisiĆ³n de los vĆ”ndalos del grupo Los Blindados para que se instalaran en la zona e iniciaran sus antiguas operaciones.

   Pero el coronel Ferri deseaba reunirse con aquellas personas que le propusieron negociaciones importantes. Por ello aprovecharon una maƱana para reunirse fuera de la ciudad. El lacra, Montserrat y otros hombres salieron desde muy temprano en sus potentes camionetas.

   Paula se quedĆ³ en el edificio junto al rehĆ©n y los demĆ”s trabajadores. Se percatĆ³ con celo como el hombre de mayor confianza de Montserrat custodiaba la puerta donde el cautivo estaba.

   Ya habĆ­a intentado ordenar al custodio que le dejara el paso libre, incluso lo amenazĆ³ con despedirlo si no la dejaba entrar, pero el hombre no la obedecĆ­a.

   —SĆ³lo acato las Ć³rdenes de la seƱora Montserrat —dijo con importancia.

   Paula miraba la calle por la ventana mientras fumaba un cigarrillo, pensaba. Hasta que se encaminĆ³ a un matero y revolviĆ³ la tierra. Se dirigiĆ³ a toda prisa al primer piso del edificio. Encontrando al hombre poniendo guardia ante la puerta, con la fuerza de su brazo arrojĆ³ una piedra contra su cara, el vigilante cayĆ³ enseguida al piso, inconsciente. Paula fue hasta Ć©l, lo cogiĆ³ de los tobillos y lo arrastrĆ³ por el suelo hasta dejarlo oculto en un apartamento. Paula pudo entrar a la habitaciĆ³n del rehĆ©n, sus fosas nasales se abrieron al respirar.

   AhĆ­ estaba Diego, atado de brazos y piernas contra una silla. Paula se acercĆ³ a Ć©l.

   —Ahora. ¿QuĆ© quieres?

   Paula le destapĆ³ los ojos era la primera vez que se veĆ­an frente a frente en aquel lĆŗgubre lugar.

   —ConfĆ­a en mi —susurrĆ³ ella.

   —¿Por quĆ©? ¿QuĆ© quieren de mĆ­?

   Paula lo miraba fijamente, le gustaba aquel tipo, quizĆ”s podĆ­a sentirse protegida a su lado.

   —Si me obedeces saldrĆ”s vivo de aquĆ­. SĆ³lo queremos sacar provecho de tu secuestro.

   —¿SaldrĆ© vivo? Eso es lo que me han dicho desde que lleguĆ©.

   Paula suspirĆ³, lo mirĆ³ a los ojos y le dio un beso en la boca. Diego tenĆ­a labios finos, Ć©l cerrĆ³ los ojos al besarla.

   —¿Quien eres? ¿QuĆ© eres aquĆ­?

   —Voy a ayudarte, y tĆŗ me ayudarĆ”s a mi. Vamos a escapar.

   —¿QuĆ©?

   Paula usĆ³ su cuchillo para cortar las ataduras de Diego, cuando lo hubo liberado y Ć©l se levantĆ³ de la silla la mujer se lanzĆ³ a sus brazos.

   —¿QuĆ© es todo esto?

   —ConfĆ­a en mi.

   —¿Quien eres? ¿QuĆ© quieres?

   La mujer lo besĆ³ nuevamente y abrazĆ³.

   —Ya me conocerĆ”s —palpĆ³ con sus manos los pectorales de Diego—. Tenemos tiempo para...

   -¿Para quĆ©? Me quiero huir -Diego mirĆ³ hacia el pasillo, ¿y si era otra trampa? ¿y si afuera habĆ­a alguien esperando que Ć©l la atacara para matarlo?

   Diego se dejĆ³ llevar, no sabĆ­a que hacer, pensaba que todo aquello sĆ³lo pasaba en las peliculas erĆ³ticas.

   Paula se agachĆ³, y abriĆ³ la bragueta agarrando la polla, que en aquel momento ardĆ­a y estaba dura como una barra de hierro.

   —Me quiero ir.

   —Tenemos tiempo —recordĆ³ Paula.

   La punta de su lengua se posĆ³ con suma delicadeza sobre el capullo de Diego. ¿Y si se atrevĆ­a, la golpeaba y huĆ­a? Pero ella le ofreciĆ³ escape... Si querĆ­a sexo, eso le iba a dar. En cambio Paula se moviĆ³ por el camino de la verga, aquello iba a ser rĆ”pido pero delicioso. Masajeaba los testiculos del macho para deleitarlo mĆ”s. Ella habĆ­a pensado en huir con Ć©l, le gustaba y teniĆ©ndolo de su lado tendrĆ­a provecho propio. Pero antes debĆ­a disfrutar... cortos minutos.

   La hĆŗmeda y cĆ”lida boca se ajustaba a la barra carnosa de Diego. Paula succionaba, subiendo y bajando,  desde la aureola del glande hasta el lĆ­mite del pubis. Diego sin darse cuenta cerrĆ³ los ojos.

   En pocos minutos Paula se irguiĆ³ mirando a Diego a los ojos, Ć©l le bajĆ³ el pantalĆ³n y dejĆ³ a su vista unos muslos y su preciosa y casi transparente piel.

   —¿QuĆ© pretendes —susurrĆ³ Diego.

   —Hazlo —rogĆ³ con un bufido la mujer.

   Diego procediĆ³ a quitar la pantaleta, desvelando la carnosa grieta que parecĆ­a palpitar.

   Diego acercĆ³ el rostro ante aquella cueva lampiƱa. Su lengua comenzĆ³ a explorar la ignota geografĆ­a de la vagina, palpando los jugosos labios para despuĆ©s penetrar el empapado interior de esa cĆ”lida caverna.

   Las caricias arrancaron suaves gemidos a Paula. Diego tambiĆ©n usĆ³ sus dedos para acariciar los pliegues al rededor de la vagina.

   Diego apartĆ³ la cabeza de la entrepierna, clavĆ³ su mirada en la de ella. Paula suspirĆ³ y agarrĆ³ la polla por la base para hacer que el miembro entrara en su coƱo. Paula se moviĆ³ con un leve gemido mientras cabalgaba. Diego atrapĆ³ entre sus dedos aquellos pezones duros, desatando en su dueƱa un estremecimiento ahogado.

   Se estaban moviendo como un solo cuerpo, sudando y acariciĆ”ndose. Hasta que el golpe de la puerta los hizo saltar asustados, capturados. Montserrat habĆ­a abierto de una potente patada. Estaba acompaƱada de Sergio.

   Paula asustada tapĆ³ su desnudes al igual que Diego tuvo que guardar el hinchado pene en el pantalĆ³n.

   —Lo sabĆ­a —dijo Montserrat, su voz estaba llena de amargura.

   —Eres una puta —gritĆ³ Sergio, se acercĆ³ a Paula y jalĆ”ndola de los cabellos la sacĆ³ de la habitaciĆ³n dejando en su paso un mar de golpes y ruidos pesados.

   —No pueden tenerme mĆ”s tiempo secuestrado —negĆ³ Diego—. No mĆ”s.

   Montserrat caminaba hasta Ć©l iracunda. El militar se quedĆ³ ahĆ­ parado. Una patada a su ingle bastĆ³ para que el hombre cayera derrotado al piso con los ojos cerrados y paralizado.

   —Estoy segura que de aquĆ­ saldrĆ”s sin vida, idiota.

SaliĆ³ tambiĆ©n de allĆ­, ordenando despuĆ©s que ataran a Diego a un tubo dejĆ”ndolo de pie.

II

   Sergio se asegurĆ³ de haber dejado lo suficientemente golpeada a Paula como para que no quisiera pararse de la cama por mucho tiempo. Se reuniĆ³ con Montserrat que ingerĆ­a un fuerte alcohol.

   —SabĆ­a que esa perra se meterĆ­a con ese hombre —decĆ­a—. SĆ³lo espero que El lacra sepa hacer las negociaciones con el Coronel Ferri para que traiga buenas noticias.

   —QuĆ©date quieta. Tu hermano sabe lo que hace.

   Montserrat clavĆ³ la vista al techo, le habĆ­a dicho a Paula que tanto Sergio, El lacra y ella se irĆ­an a negociar con el coronel Ferri dejĆ”ndola a cardo de Diego, como presentĆ­a su interĆ©s por aquel hombre deseaba saber a que estaba dispuesta su media hermana en desobedecer sus Ć³rdenes. ¡La muy zorra!

   —voy a hablar con ese idiota.

   —Quiero que le inyectes esto.

   —¿QuĆ© es, Montserrat?

   —Lo mantendrĆ” atontado.

   —¿Y quĆ©?

   —SĆ³lo obedece.

   Sergio se dirigiĆ³ rĆ”pido al sitio donde estaba el rehĆ©n, allĆ” lo encontrĆ³, se veĆ­a exhausto al estar de pie pero al verlo la valentĆ­a se mostrĆ³ en su cara.

   —AsĆ­ que te gusta meterte con la mujer ajena.

   —No sĆ© de quĆ© hablas.

   —Paula es mi esposa, grandĆ­simo hijo de puta.

   Diego lo mirĆ³ de manera seria. Diego se encaminĆ³ a Ć©l con la inyectadora en mano.

   —¿QuĆ© harĆ”n con eso?

   Segio no respondiĆ³ pero inyectĆ³ el contenido en su brazo. Tuvo que pasar 4 minutos para que la droga hiciera efecto, el cuerpo de Diego se volviĆ³ mĆ”s flojo y sus ojos se entrecerraron. Sergio comprendiĆ³ de quĆ© se trataba. Entonces abriĆ³ las cuerdas que sujetaban al hombre, ya no representaba un peligro.

   —¿escapa, vamos escapa!

   Diego parecĆ­a aturdido, a pesar de estar libre no sabĆ­a como irse, parecĆ­a que su cuerpo no podĆ­a responder.

   —¡vamos, escapa. Llevate a mi mujer, IDIOTA! —Sergio se agachĆ³ tras Diego e incrustĆ³ el puƱo en las lechosas bolas del cautivo.

   Los ojos de Diego se hincharon dejando escapar un gruƱido ronco sintiendo sus huevos fauleados por la fuerza del gancho.

—¡AAAAARRRGGGG! —sus rodillas se unieron mientras cerraba los ojos y se doblaba.

   Sergio soltĆ³ una risa de satisfacciĆ³n.

   Luego de un momento Sergio le ordenĆ³ que se levantara. Y Diego asĆ­ lo hizo, no sabĆ­a como, pero obedecĆ­a todas sus ordenes.

   Sergio se parĆ³ frente a Diego y sin misericordia pateĆ³ las bolas del hombre que se atreviĆ³ a penetrar a su esposa.

   Diego escapĆ³ un grito miserable y se doblĆ³ llevando las manos a las bolas. Se sentĆ­a mareado y a punto de vomitar.

   La fuerza de la patada habĆ­a provocado que sus testĆ­culos se hincharan en pocos segundos. Pocos golpes mĆ”s y se agrietarĆ­an rotundamente.

   Sergio mirĆ³ la entrepierna de Diego con diversiĆ³n antes de dar un paso atrĆ”s y tirar otra patada, el zapato subiĆ³ por los muslos musculosos de Diego.

   Los ojos de Diego se abrieron como la puntal negro zapato chocĆ³ con los dĆ©biles testĆ­culos.

   —Me divertirĆ­a mucho arrancĆ”ndote esas bolas con un cuchillo filoso. Vamos, levantate, tipo.

   Sergio sin mucho esfuerzo agarrĆ³ al debilitado, atontado e inmovil Diego, haciendo que el joven se arregostara contra una pared de piernas abiertas. SintiĆ©ndose contento estrellĆ³ el pie en los cojones del fuerte macho. Aplastando los huevos como si fueran cascaras.

   Diego emitiĆ³ un grito fuerte y pudo caer de costado en el suelo. Logrando llevar la mano a sus dos testĆ­culos.

   —Tengo una idea, quĆ­tate la camisa mientras cuelvo —susurrĆ³ Sergio. SaliĆ³ de aquel cuarto y ordenĆ³ a un vigilante que sacara al rehĆ©n al centro del patio.

   Sergio subiĆ³ a toda prisa a la habitaciĆ³n donde estaba su esposa Paula, tirada en la cama con golpes en la cara y morados en los brazos, la tomĆ³ de los cabellos.

   —Ven, puta.

   —¿QuĆ©? ¡QuĆ© quieres!

   Templando sus cabellos logrĆ³ sacarla arrastrada prĆ”cticamente de la cama y, asĆ­ la llevĆ³ por los pasillos del edificio bajo grito femeninos.

   —Vas a ver morir al rehĆ©n, a tu amante. Que bajo caĆ­ste, lo veras morir por mis manos.

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