Aquella tarde en la cantina - Las Bolas de Pablo

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27 feb 2021

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Aquella tarde en la cantina

 CONTIENE BALLBUSTING VERBAL.

 

 

Los sucesos descritos estÔn basados en los apuntes del diario personal del geógrafo Pedro de Asturiz, el viajero costarricense visitó el municipio de Roncesvalles en Colombia, una zona rural azotada por la violencia y el miedo.

 

En mis viajes a Colombia, durante el segundo año, me alojé por un mes y dos días en el pueblito de Roncesvalles, capital del municipio homónimo.

 

Tomando los datos de Asturiz, y otras fuentes humanas, se modifican los sucesos para una mejor comprensión del público:

 

Aquel jueves, Amelia una joven de largas trenzas negras, que no debƭa tener mƔs de 16 aƱos y llevaba libros en las manos, caminaba de la escuela a su vivienda. Era un recorrido diario entre el pueblo y su casa en la cercana Ɣrea rural. En cierto momento dos sujetos entre los 25 y 30 aƱos se le acercaban conduciendo sus motocicletas.

 

Se escucharon comentarios hacĆ­a la joven en traje escolar:

 

—NiƱa linda, porque no nos acompaƱas, te divertirĆ”s.

 

—Conoce a un hombre de verdad.

 

—Vamos nenita acepta, no quieres subirte a una moto?

 

Y antes la ausencia de respuesta, se molestaron.

 

—Campesina bruta, responde al menos zorrita, no te gusta el dinero o quĆ©?

 

La muchacha se colorea de enojo y les responde con fuerza:

 

—COBARDES!, CANALLAS!, ASESINOS!

 

Los gritos de la joven hacen a los vecinos asomarse, los individuos deciden alejarse de la muchacha, no sin antes insultarla.

 

La chica, mÔs que colérica, cambia de rumbo y termina en la puerta de la cantina del pueblo, un letrero mal pintado expone el nombre del lugar, es EL ÚLTIMO RINCON, y el sol templado anuncia que son cerca de las 3 Pm.

 

El sitio estĆ” lleno de campesinos y comerciantes, todos tiene en comĆŗn una cerveza en la mesa y naipes en las manos.

 

Amelia observa el ambiente del lugar, uno que otro desvía la mirada de sorpresa hacia la adolescente, en el sitio no entran las mujeres, no por leyes, sino por costumbres, sólo en ocasiones se veía a alguna dama ingresar con el único fin de sacar por las orejas a su ebrio marido.

 

—MĆ­rense todos, hoy es jueves y como todos los dĆ­as solo se la pasan bebiendo y jugando cartas, mientras esos tipos hacen lo que quieren con nuestro pueblo!

 

La joven reclamaba por como desde hace 2 años grupos criminales se apoderaron del pueblo, sobornando a las autoridades locales y usando la zona como corredor para mover de una región a otra sus cargamentos de drogas. Desde entonces se podía ver a los bandidos paseÔndose por el pueblo y gastando sumas de dinero mal habido, sin reclamo alguno.

 

Nadie hacia nada, nadie siquiera reclamaba, los habitantes se habĆ­an resignado a vivir bajo la influencia criminal. Aquellos de las motocicletas eran reconocidos pillos de aquellos grupos.

 

—Vete de aquĆ­ niƱa, este lugar no es para mujeres, y menos para chiquillas—Expresó el cantinero.

 

—No me irĆ©! —Amelia tenĆ­a una expresión de seguridad.

 

—Eres la hija de Josefina verdad?, sal de aquĆ­ o le contarĆ© a tu madre, y estoy seguro de que te darĆ” una tunda por entrar a un sitio de caballeros.

 

—Caballeros? —Se burló con tono irónico

 

La mayoría escuchaba sus reclamos, pero fingía no prestar atención.

 

—Como se les puede decir caballeros a un montón de tipos que sólo vienen a apoyar las bolas en los asientos, no hacen nada mientras nos roban el pueblo, mientras golpean y abusan de las personas!

 

—CĆ”llate! —Recriminó un sujeto, era alto y grueso.

 

Las proporciones del sujeto de nombre Alfonso, intimidaron por un instante a Amelia, sin embargo le respondió:

 

—Si quiere que me calle defiendan su pueblo, y no se queden aquĆ­ rascĆ”ndose las bolas, porque parece que sólo para rascĆ”rselas es que las tienen.

 

Un ofendido boticario replicó, mientras mÔs de uno de los presentes rascó disimuladamente su entrepierna:

 

—Mocosa irrespetuosa, quiĆ©n eres tĆŗ para venir con reclamos, sabes como todos que este pueblo estĆ” en manos de Don Vicente y del Cero cuatro (04). Es de ellos y se acabó!—Se referĆ­an a los lĆ­deres de esos grupos criminales que tenĆ­an sometido al municipio.

 

—El silencio es la lengua de este pueblo, niƱata, mejor vete a casa—Expuso el empleado de correos, que tenĆ­a fama de ilustrado.

 

La adolescente se mostró realmente enojada y respondió:

 

—Que quien soy yo para reclamarles?, soy quien no tiene el silencio como lengua, sĆ­ seƱores!, sĆ©panlo, y puedo ser una niƱata o una mocosa, como me quieran decir,  pero al parecer soy la Ćŗnica con pelotas en este pueblo para alzar la voz—Llevó un instante las manos frente a su falda de colegiala, simulando sostener en el aire algo esfĆ©rico y colgante, y que por ser mujer no tenĆ­a.

 

—YA BASTA, niƱa! —Se levanta de golpe un obeso hombre de 60 aƱos, que incluso usaba el sombrero dentro de la cantina, claramente para esconder la falta de pelo cada vez mĆ”s notoria.

 

—Usted es un vendido, alcalde! —Lo recibió la joven por unirse a la conversación.

 

—NiƱa, vete a casa o quieres pasar la noche en el calabozo, mira que no es lugar para una damita como tĆŗ.

 

—Le deberĆ­a dar vergüenza, usted es un comprado, sólo gira la cabeza a un lado mientras le chupan la sangre al pueblo.

 

—Basta mocosa!—El alcalde se mostró enojado, le ofendĆ­a la verdad que esta chica le decĆ­a en su cara.

 

—MĆ©tame en la cĆ”rcel si quiere, asĆ­ sea yo menor de edad, pero sabe algo, no me asusta un hombre que se vende por un aire acondicionado traĆ­do de Miami o de TaiwĆ”n. Da lo mismo, porque no sĆ© dónde quedan esos lugares. Pero me da pena saber que ese es su precio, porque ese es, admĆ­talo ante todos, ese es su precio barrigón de mierda!

 

Hubo risas ante el insulto.

 

—CĆ”llate maleducada. Eso es lo que te enseƱan en la escuela y en tu casa?

 

—En la escuela me enseƱan a ser respetuosa, y mi madre igual me enseñó educación, pero como puedo ser respetuosa con un barriga de mierda como usted,—Amelia estaba roja del coraje, solo decĆ­a insultos—Hasta mierda debe tener en las pelotas porque nada que logra embarazar a su nueva esposa!

 

Una bofetada calló a la joven, quien retrocedió un paso. Permaneció ante el ofendido alcalde tomÔndose la mejilla, con labios temblorosos y ojos vidriosos, parecía a punto de emerger el llanto.

 

Pero se tragó el dolor, giró la cabeza a todos los que la observaban, tomó aire y retomó sus reclamos:

 

—SeƱor Pastrana, usted como registrador del pueblo les ayuda con documentos falsos —el funcionario bajó la cabeza apenado—Todos saben que se arrodilló ante esos miserables. He escuchado que fue soldado cuando era joven, que estuvo en combate contra los grupos irregulares, se vanaglorió de eso cuando querĆ­a que lo eligieran en el cargo. Para ser soldado se necesitan bolas, no me diga que las dejó olvidadas en el batallón cuando se retiró, si es asĆ­ mande traerlas por favor!

 

Los presentes estaba atónitos, Pastrana no dijo nada por absoluta vergüenza.

 

—SeƱor Camilo, usted como el dueƱo de la ferreterĆ­a del pueblo, les vende tanques y quĆ­micos para que fabriquen sus porquerĆ­as, se ufana con sus cadenas de oro y esposa bonita, tenga coraje para no venderle, hĆ”ganos un favor y busque en sus pantalones lo que lo hace varón, nació con ellos, no?... a ver si todavĆ­a los tiene allĆ­.

 

Amelia era implacable con todos, pero estaba segura que hacĆ­a lo correcto.

 

—Y usted SeƱor RamĆ­rez, le vende gasolina y en su negocio arreglan los autos con los que mueven su droga, y sĆ© que le pagan una miseria, hay que ser muy pendejo para dejarse robar de frente.

 

—Pero que puedo hacer? —El seƱor trató de justificarse.

 

—Que quĆ© puede hacer?, saque esa arma que usa en las fiestas disparando al aire, y hĆ”gase respetar!, cuando estĆ” en fiestas si es valiente, no?, le he visto presumir de su virilidad, todos son testigos, pero ante esos tipos no sĆ© dónde se le esconden las bolas.

 

—Muchacha ya basta, por favor —Pidió amablemente uno de los presente. Pero sólo consiguió mĆ”s enojo en la chica.

 

—InĆŗtiles!, de que les sirven las bolas?, sus esposas deberĆ­an pateĆ”rselas a ver si asĆ­ les comienzan a funcionar, sĆ­! que se las pateen y les duela mucho, a ver si reaccionan!

 

Amelia continuó contra el sujeto alto y grueso.

 

—Usted es Alfonso, tiene 6 hijos… —El hombre se mostró inicialmente orgulloso, a Ć©l no le podĆ­a recriminar el no cumplir sus labores reproductivas como al alcalde. Pero su expresión cambió por las nuevas palabras de la adolescente —… Pero parece que las bolas te sirven para embarazar a tu mujer, y sólo para eso!, Ćŗselas tambiĆ©n para ser un verdadero hombre!

 

—Deja de hablar mal de todos nosotros, no sĆ© si tengas hermanos, pero tambiĆ©n tuviste un padre, no?— Criticó un comerciante.

 

—Si estuviera vivo, mi padre no hubiera permitido que esto pasara, hubiera luchado y guiado al pueblo, el sĆ­ tenĆ­a pelotas, por eso mi madre se casó con Ć©l. Cuando yo me case, lo harĆ© con un hombre de verdad!, uno que tenga las pelotas bien puestas, no un cobarde como todos ustedes!

 

El alcalde escuchaba y observaba como los acusados por la muchacha buscaban en Ʃl para que les defendiera, pues nadie se atrevƭa a detenerla en sus verdades. Pero la autoridad civil no hacƭa nada, al parecer la anterior verdad dicha por Amelia le afectaba, ademƔs consideraba que el haberla golpeado habƭa sido demasiado, no supo que hacer.

 

—Y a usted ni lo conozco!— Se referĆ­a al geógrafo Asturiz, visitante que no llevada mucho en el municipio.

 

Con pocas palabras Asturiz le informó quién era, Amelia procesó en su cabeza el asunto y respondió.

 

—Pues entonces ayĆŗdenos, cuando deje Roncesvalles cuente lo que aquĆ­ sucede, y como hasta la policĆ­a es sobornada por esos canallas…

 

—YA BASTA! —Le interrumpió alguien, y todos los presentes voltearon. Se trataba del comandante de policĆ­a, quien habĆ­a ingresado al sitio y a espaldas de Amelia escuchó los Ćŗltimos reclamos.

 

—Sal de aquĆ­, niƱa!—fue una orden directa y seca, el dubitativo alcalde agradeció la llegada del policĆ­a.

 

La joven se vio sorprendida por la orden y tras observar al malcarado oficial, pareció por fin calmarse.

 

Respiró profundo y lanzó una mirada a todos. Expresó antes de salir:

 

—Me dan lastima…

 

Todos en la cantina sin excepción quedaron en silencio, pensativos, sabían que todo lo dicho por la joven era verdad, sentían vergüenza de sí mismos.

 

El comandante de policía exclamó:

 

—Que siga el juego!

 

Poco a poco todos retomaron sus partidas de naipes. Solo aquel visitante se comportaba diferente, anotaba sin parar en un cuaderno, al parecer querĆ­a plasmar los hechos.

 

Dos días después sucedió algo terrible, Amelia desapareció!,

 

Salió de la escuela pero no llegó a casa. Su madre inició la búsqueda de la joven con ayuda de la policía y vecinos, todos sin excepción estaban consternados. Pero tras una semana sin resultados la dolida mujer abandonó el pueblo. Supongo que aceptó lo que todo el mundo daba por hecho, los grupos ilegales de la zona decidieron silenciar a la valiente joven.

 

No puedo terminar el relato sin citar textualmente unos pƔrrafos finales del diario de Asturiz:

 

Hoy pasĆ© nuevamente por Roncesvalles, han pasado 16 meses desde aquella tarde en la cantina, en el pueblo cada vez mĆ”s se escuchan las voces de los vecinos, muchos han despertado, resistiendo las acciones delictivas, e incluso la policĆ­a ha dado golpes cada vez mĆ”s contundentes contra las estructuras criminales…

 

…Me duele pensar que para levantar el velo del silencio que sometĆ­a a los habitantes de la municipalidad, se hubiese tenido que perder la vida de aquella valiente jovencita.

 

12 de Marzo del aƱo 1999.

 

 

***

 

 

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