Armando Salinas era el jefe de producciĆ³n en la hacienda heredada de su padre y que compartĆa con sus hermanos y tĆo. Era un muchacho alto, rubio y atractivo que se caracterizaba por su constante buen humor. Estaba revisando los suministros que habĆan llegado esa maƱana cuando se topĆ³ con unos objetos defectuosos. Era un lote de herramientas de jardĆn que habĆan sido suministradas por uno de los proveedores habituales. Armando buscĆ³ inmediatamente al proveedor que todavĆa se encontraba en sus tierras para informarle sobre el problema y exigir una soluciĆ³n.
El proveedor, un hombre llamado Juan, no parecĆa estar muy preocupado por el tema. Estaba tomando una taza de cafĆ© junto al camiĆ³n donde hacĆa sus reparticiones.
—Lo siento mucho, Armando, pero a veces estas cosas suceden. —detallĆ³ con una sonrisa ingenua—. ¿Podemos enviar otro lote la prĆ³xima semana?
—No es suficiente —respondiĆ³ Armando con firmeza—. Esto nos va a causar una pĆ©rdida financiera y tambiĆ©n va a hacernos perder la reputaciĆ³n con nuestros clientes. Necesitamos una soluciĆ³n ahora mismo. No me hagas tomar la decisiĆ³n de cambiar de proveedor. Estoy al tanto que el mes pasado ocurriĆ³ algo similar allĆ” en RĆo Oscuro y al instante le cambiaste las mĆ”quinas al seƱor Quiroga.
Juan suspirĆ³ pesadamente.
—Mira, Armando, yo entiendo tu frustraciĆ³n. AdemĆ”s de que el seƱor Quiroga es de armas tomar, no vamos a hablar de Ć©l, tĆŗ y yo somos amigos. Pero no puedo hacer nada en este momento.
Armando se puso furioso ante la actitud pasiva de Juan.
—¡No tengo tiempo para esperar! ¿Quieres que tome esta postura? Necesito una soluciĆ³n ahora mismo.
Juan se mantuvo firme: —Lo siento, Armando, pero no puedo hacer nada mĆ”s en este momento.
Armando estaba a punto de dar la media vuelta y tomar la decisiĆ³n definitiva de cambiar de proveedor, pero Juan hablĆ³ de nuevo:
—Oye, tengo una idea. ¿Por quĆ© no hacemos una competencia? Si puedes vencerme en un juego de roshambo, te darĆ© un reembolso completo por el lote defectuoso.
Armando se quedĆ³ sorprendido por la propuesta.
—¿Roshambo? ¿Por quĆ© roshambo?
—Porque es un juego de fuerza y resistencia —explicĆ³ Juan—. Y creo que si eres lo suficientemente bueno para vencerme, entonces mereces el reembolso que estĆ”s buscando.
Armando se tomĆ³ unos momentos para pensar en la propuesta. SabĆa que no era un gran jugador de roshambo, pero tambiĆ©n tenĆa presente de que no podĆa darse el lujo de perder el dinero del lote defectuoso. Finalmente, respondiĆ³:
—Bien, Juan. Acepto tu propuesta.
Los dos hombres se plantaron uno frente al otro. Juan iba por la primera patada. Le sonriĆ³ a Armando y entregĆ³ su musculosa pierna entre las piernas. Su empeine atrapĆ³ las grandes gĆ³nadas del muchacho y las hizo crujir contra su pelvis.
Inmediatamente el dolor se apoderĆ³ de Armando. El chico rubio se agarrĆ³ las gĆ³nadas doloridas. Se doblĆ³ agarrando su ingle. Sin embargo, al instante su pene adoptĆ³ una fuerte rigidez presionando contra su abdomen.
Juan sonriĆ³ al observar la erecciĆ³n de su amigo, lo que hizo que su pene tambiĆ©n comenzara a reaccionar.
Armando se enderezĆ³ y apretĆ³ los dientes.
Juan tratĆ³ de parecer tranquilo mientras abrĆa las piernas y dejaba que sus vulnerables partes Ćntimas colgaran entre sus muslos para que Armando las pateara.
Armando volviĆ³ a hacer una mueca. TomĆ³ impulso y pateĆ³ en la entrepierna a Juan.
Juan fue levantado del suelo y tuvo problemas para no caerse cuando volviĆ³ a tocarlo. GritĆ³ a todo pulmĆ³n y se agarrĆ³ los genitales. SaltĆ³ hacia arriba y abajo, sosteniendo sus huevos, mientras que Armando tambiĆ©n agarraba sus bolas.
Amasando sus doloridas gĆ³nadas, Juan se inclinĆ³ y dejĆ³ escapar un grito ronco. Luego le dirigiĆ³ a Armando una mirada de enojo, su mano izquierda sostenĆa sus testĆculos y la derecha se apretĆ³ en un puƱo.
Armando levantĆ³ las cejas y abriĆ³ las piernas. Obviamente, todavĆa estaba dolorido por la Ćŗltima patada, asĆ lo demostraban sus muecas de dolor. Sus gĆ³nadas de gran tamaƱo colgaban de forma vulnerable entre sus muslos dibujadas en su ajustado pantalĆ³n vaquero.
Juan volviĆ³ a gritar y se abalanzĆ³ sobre Armando, colocando su musculosa pierna izquierda entre las piernas de Armando y aplastando sus pobres testĆculos con el empeine.
Armando dejĆ³ escapar un grito agudo cuando sus pobres y frĆ”giles cojones fueron golpeados contra su pelvis. Enseguida se doblĆ³ agarrĆ”ndose los cocos y doblando las rodillas.
Juan estaba haciendo una mueca por su propio dolor de cojones.
En pocos minutos el sonido del impacto resonĆ³ por el terreno al aire libre, cuando el empeine de Armando hizo contacto con las bolas blandas y carnosas de su oponente.
Juan gimiĆ³ en voz alta y agarrĆ³ su entrepierna.
Armando sonriĆ³ con satisfacciĆ³n.
Juan todavĆa encorvado, se concentrĆ³ en la abultada entrepierna de Armando y luego lo pateĆ³ en las pelotas como un jugador de fĆŗtbol.
Armando emitiĆ³ un fuerte gemido y se agarrĆ³ los testĆculos.
PasĆ³ un largo tiempo donde solo se oĆan los gemidos dolorosos de los sementales.
Juan, por un lado, estaba dolorido, acariciando sus huevos y gimiendo de dolor.
Armando se tranquilizĆ³ y le dijo a Juan que se preparara porque le iba a dejar las bolas de recuerdo. Ćl aceptĆ³ y fue pateado en las pelotas con la punta de la bota del vaquero.
Los ojos de Juan se desorbitaron cuando Armando le hizo crujir los testĆculos. Su boca formĆ³ una “O” y sus ojos se cruzaron levemente.
Armando pareciĆ³ bastante satisfecho.
Juan hizo una mueca y se enderezĆ³. Luego, con determinaciĆ³n y concentraciĆ³n, se lanzĆ³ al contragolpe. Su pie cruzĆ³ directamente hacia la entrepierna de Armando, aplastando las albĆ³ndigas con su empeine.
Los ojos de Armando se cruzaron y gritĆ³ de dolor. AgarrĆ³ sus bolas y se doblĆ³. Su cara perdiĆ³ todo color. TosiĆ³ y se frotĆ³ las pobres gĆ³nadas. Juan sonriĆ³ felizmente. Ocasionalmente, frotaba su propio par de bolas hinchadas y palpitantes dentro de su jeans.
Armando tardĆ³ un rato en prepararse para su turno. Estaba acariciando sus testĆculos grandes e hinchados y gimiendo de dolor. ParecĆa mortificado, pero finalmente pudo continuar; agarrando sus doloridas bolas con la mano, se parĆ³ frente a Juan. Con desesperaciĆ³n en los ojos, lanzĆ³ una patada a la entrepierna. AterrizĆ³ de lleno, pero no tenĆa demasiada fuerza.
Juan tosiĆ³ y se agarrĆ³ la ingle, pero estaba preparado para su turno.
Armando parecĆa mortificado.
Juan sonriĆ³ maliciosamente cuando Armando abriĆ³ las piernas y soltĆ³ sus bolas, dejando que los grandes huevos metidos en el pantalĆ³n colgaran entre sus piernas listos para convertirse en papilla. MirĆ³ a su oponente a los ojos y se preparĆ³ para la patada.
Los ojos de Armando le suplicaban que se contuviera. Juan echĆ³ la pierna hacia atrĆ”s y con un poderoso movimiento la enviĆ³ a estrellarse contra la entrepierna de Armando. Esta vez, no fue su empeine lo que hizo contacto, sino su espinilla. Las gĆ³nadas fueron aplastadas de lleno, los ojos del pobre hombre se pusieron en blanco y casi cayĆ³ al suelo abrazado a la derrota, pero supo mantenerse encorvado y de pie.
Le costĆ³ bastante tiempo recuperarse y prepararse para su patada. La punterĆa fue perfecta.
Los ojos de Juan se cruzaron y se quedĆ³ congelado durante unos segundos. Luego gimiĆ³ y se puso en cuclillas, con la mano sosteniendo sus delicados testĆculos y su cuerpo balanceĆ”ndose de un lado a otro. TodavĆa no se habĆa dado cuenta de que su pantalĆ³n estaba empapado con una fuga de presemen. TardĆ³ varios minutos en recuperarse.
Cuando estuvo de pie otra vez, doblado y sosteniendo sus testĆculos. IgnorĆ³ las burlas de Armando Salinas cuando seƱalaba su mojada entrepierna, en su lugar dando un pequeƱo grito lanzĆ³ una patada a los cojones de Armando, pero la patada fue demasiado dĆ©bil para dejarlo fuera del juego.
Armando se doblĆ³, pero no estuvo ni cerca de acabar con su hombrĆa y ganas. RespirĆ³ hondo durante un par de minutos y luego mirĆ³ a Juan, que tambiĆ©n estaba doblado.
—Es hora de terminar con esto y recuperar mi reembolso.
Juan solo gimiĆ³ y se frotĆ³ las bolas.
Con una patada precisa y despiadada, Armando estrellĆ³ las bolas de Juan contra su cuerpo, aplanĆ”ndolas con el empeine y balanceĆ”ndolas contra su pelvis.
Juan estaba helado de dolor. Su boca formaba una “O”, sus ojos se quedaron bizcos y sus manos estaban pegadas a sus caderas. Las Ćŗnicas partes de su cuerpo que se movĆan eran sus piernas. La mancha en su pantalĆ³n se hizo mĆ”s grande y visible producto de la garrafal descarga de semen que habĆa dentro de su pantalĆ³n.
DespuĆ©s de lo que pareciĆ³ una eternidad de balanceos y chorros, Juan graznĆ³ con voz aguda —Me rindo —y continuĆ³ congelado en medio del monte. TenĆa los ojos muy abiertos, las pupilas ligeramente cruzadas, las cejas levantadas y la boca medio abierta.
Armando Salinas se acercĆ³ a Ć©l con una sonrisa. Le dijo:
—Amigo, un trato es un trato. Espero mi reembolso.
Le dio un leve empujĆ³n en la frente con el dedo Ćndice y Juan se derrumbĆ³ en el suelo.
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