Piezas defectuosas - Las Bolas de Pablo

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5 may 2023

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Piezas defectuosas

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Armando Salinas era el jefe de producción en la hacienda heredada de su padre y que compartĆ­a con sus hermanos y tĆ­o. Era un muchacho alto, rubio y atractivo que se caracterizaba por su constante buen humor. Estaba revisando los suministros que habĆ­an llegado esa maƱana cuando se topó con unos objetos defectuosos. Era un lote de herramientas de jardĆ­n que habĆ­an sido suministradas por uno de los proveedores habituales. Armando buscó inmediatamente al proveedor que todavĆ­a se encontraba en sus tierras para informarle sobre el problema y exigir una solución. 


El proveedor, un hombre llamado Juan, no parecía estar muy preocupado por el tema. Estaba tomando una taza de café junto al camión donde hacía sus reparticiones.


—Lo siento mucho, Armando, pero a veces estas cosas suceden. —detalló con una sonrisa ingenua—. ĀæPodemos enviar otro lote la próxima semana?


—No es suficiente —respondió Armando con firmeza—. Esto nos va a causar una pĆ©rdida financiera y tambiĆ©n va a hacernos perder la reputación con nuestros clientes. Necesitamos una solución ahora mismo. No me hagas tomar la decisión de cambiar de proveedor. Estoy al tanto que el mes pasado ocurrió algo similar allĆ” en RĆ­o Oscuro y al instante le cambiaste las mĆ”quinas al seƱor Quiroga.


Juan suspiró pesadamente. 


—Mira, Armando, yo entiendo tu frustración. AdemĆ”s de que el seƱor Quiroga es de armas tomar, no vamos a hablar de Ć©l, tĆŗ y yo somos amigos. Pero no puedo hacer nada en este momento. 


Armando se puso furioso ante la actitud pasiva de Juan. 

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—”No tengo tiempo para esperar! ĀæQuieres que tome esta postura? Necesito una solución ahora mismo.


Juan se mantuvo firme: —Lo siento, Armando, pero no puedo hacer nada mĆ”s en este momento.


Armando estaba a punto de dar la media vuelta y tomar la decisión definitiva de cambiar de proveedor, pero Juan habló de nuevo: 


—Oye, tengo una idea. ĀæPor quĆ© no hacemos una competencia? Si puedes vencerme en un juego de roshambo, te darĆ© un reembolso completo por el lote defectuoso.


Armando se quedó sorprendido por la propuesta. 


—¿Roshambo? ĀæPor quĆ© roshambo?


—Porque es un juego de fuerza y resistencia —explicó Juan—. Y creo que si eres lo suficientemente bueno para vencerme, entonces mereces el reembolso que estĆ”s buscando.

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Armando se tomó unos momentos para pensar en la propuesta. SabĆ­a que no era un gran jugador de roshambo, pero tambiĆ©n tenĆ­a presente de que no podĆ­a darse el lujo de perder el dinero del lote defectuoso. Finalmente, respondió: 


—Bien, Juan. Acepto tu propuesta.


Los dos hombres se plantaron uno frente al otro. Juan iba por la primera patada. Le sonrió a Armando y entregó su musculosa pierna entre las piernas. Su empeine atrapó las grandes gónadas del muchacho y las hizo crujir contra su pelvis.

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Inmediatamente el dolor se apoderó de Armando. El chico rubio se agarró las gónadas doloridas. Se dobló agarrando su ingle. Sin embargo, al instante su pene adoptó una fuerte rigidez presionando contra su abdomen.


Juan sonrió al observar la erección de su amigo, lo que hizo que su pene también comenzara a reaccionar.


Armando se enderezó y apretó los dientes.


Juan trató de parecer tranquilo mientras abría las piernas y dejaba que sus vulnerables partes íntimas colgaran entre sus muslos para que Armando las pateara.

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Armando volvió a hacer una mueca. Tomó impulso y pateó en la entrepierna a Juan.


Juan fue levantado del suelo y tuvo problemas para no caerse cuando volvió a tocarlo. Gritó a todo pulmón y se agarró los genitales. Saltó hacia arriba y abajo, sosteniendo sus huevos, mientras que Armando también agarraba sus bolas.


Amasando sus doloridas gónadas, Juan se inclinó y dejó escapar un grito ronco. Luego le dirigió a Armando una mirada de enojo, su mano izquierda sostenía sus testículos y la derecha se apretó en un puño.


Armando levantó las cejas y abrió las piernas. Obviamente, todavía estaba dolorido por la última patada, así lo demostraban sus muecas de dolor. Sus gónadas de gran tamaño colgaban de forma vulnerable entre sus muslos dibujadas en su ajustado pantalón vaquero.


Juan volvió a gritar y se abalanzó sobre Armando, colocando su musculosa pierna izquierda entre las piernas de Armando y aplastando sus pobres testículos con el empeine.


Armando dejó escapar un grito agudo cuando sus pobres y frĆ”giles cojones fueron golpeados contra su pelvis. Enseguida se dobló agarrĆ”ndose los cocos y doblando las rodillas. 


Juan estaba haciendo una mueca por su propio dolor de cojones.


En pocos minutos el sonido del impacto resonó por el terreno al aire libre, cuando el empeine de Armando hizo contacto con las bolas blandas y carnosas de su oponente.


Juan gimió en voz alta y agarró su entrepierna.


Armando sonrió con satisfacción.


Juan todavía encorvado, se concentró en la abultada entrepierna de Armando y luego lo pateó en las pelotas como un jugador de fútbol.


Armando emitió un fuerte gemido y se agarró los testículos.


Pasó un largo tiempo donde solo se oían los gemidos dolorosos de los sementales.


Juan, por un lado, estaba dolorido, acariciando sus huevos y gimiendo de dolor.


Armando se tranquilizó y le dijo a Juan que se preparara porque le iba a dejar las bolas de recuerdo. Ɖl aceptó y fue pateado en las pelotas con la punta de la bota del vaquero.


Los ojos de Juan se desorbitaron cuando Armando le hizo crujir los testĆ­culos. Su boca formó una ā€œOā€ y sus ojos se cruzaron levemente.


Armando pareció bastante satisfecho.


Juan hizo una mueca y se enderezó. Luego, con determinación y concentración, se lanzó al contragolpe. Su pie cruzó directamente hacia la entrepierna de Armando, aplastando las albóndigas con su empeine.


Los ojos de Armando se cruzaron y gritó de dolor. Agarró sus bolas y se dobló. Su cara perdió todo color. Tosió y se frotó las pobres gónadas. Juan sonrió felizmente. Ocasionalmente, frotaba su propio par de bolas hinchadas y palpitantes dentro de su jeans.


Armando tardó un rato en prepararse para su turno. Estaba acariciando sus testículos grandes e hinchados y gimiendo de dolor. Parecía mortificado, pero finalmente pudo continuar; agarrando sus doloridas bolas con la mano, se paró frente a Juan. Con desesperación en los ojos, lanzó una patada a la entrepierna. Aterrizó de lleno, pero no tenía demasiada fuerza.


Juan tosió y se agarró la ingle, pero estaba preparado para su turno.


Armando parecĆ­a mortificado.


Juan sonrió maliciosamente cuando Armando abrió las piernas y soltó sus bolas, dejando que los grandes huevos metidos en el pantalón colgaran entre sus piernas listos para convertirse en papilla. Miró a su oponente a los ojos y se preparó para la patada.


Los ojos de Armando le suplicaban que se contuviera. Juan echó la pierna hacia atrÔs y con un poderoso movimiento la envió a estrellarse contra la entrepierna de Armando. Esta vez, no fue su empeine lo que hizo contacto, sino su espinilla. Las gónadas fueron aplastadas de lleno, los ojos del pobre hombre se pusieron en blanco y casi cayó al suelo abrazado a la derrota, pero supo mantenerse encorvado y de pie.

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Le costó bastante tiempo recuperarse y prepararse para su patada. La puntería fue perfecta.


Los ojos de Juan se cruzaron y se quedó congelado durante unos segundos. Luego gimió y se puso en cuclillas, con la mano sosteniendo sus delicados testículos y su cuerpo balanceÔndose de un lado a otro. Todavía no se había dado cuenta de que su pantalón estaba empapado con una fuga de presemen. Tardó varios minutos en recuperarse.


Cuando estuvo de pie otra vez, doblado y sosteniendo sus testículos. Ignoró las burlas de Armando Salinas cuando señalaba su mojada entrepierna, en su lugar dando un pequeño grito lanzó una patada a los cojones de Armando, pero la patada fue demasiado débil para dejarlo fuera del juego.


Armando se dobló, pero no estuvo ni cerca de acabar con su hombría y ganas. Respiró hondo durante un par de minutos y luego miró a Juan, que también estaba doblado.


—Es hora de terminar con esto y recuperar mi reembolso.


Juan solo gimió y se frotó las bolas.


Con una patada precisa y despiadada, Armando estrelló las bolas de Juan contra su cuerpo, aplanÔndolas con el empeine y balanceÔndolas contra su pelvis.


Juan estaba helado de dolor. Su boca formaba una ā€œOā€, sus ojos se quedaron bizcos y sus manos estaban pegadas a sus caderas. Las Ćŗnicas partes de su cuerpo que se movĆ­an eran sus piernas. La mancha en su pantalón se hizo mĆ”s grande y visible producto de la garrafal descarga de semen que habĆ­a dentro de su pantalón.

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DespuĆ©s de lo que pareció una eternidad de balanceos y chorros, Juan graznó con voz aguda —Me rindo —y continuó congelado en medio del monte. TenĆ­a los ojos muy abiertos, las pupilas ligeramente cruzadas, las cejas levantadas y la boca medio abierta.


Armando Salinas se acercó a él con una sonrisa. Le dijo:


—Amigo, un trato es un trato. Espero mi reembolso.


Le dio un leve empujón en la frente con el dedo índice y Juan se derrumbó en el suelo.


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