José Ladera es un joven con una complexión atlética bien definida, con músculos tonificados en sus brazos y piernas. Es un muchacho extrovertido y amigable que disfruta de la compañía de otras personas. Siempre está dispuesto a ayudar a los demás y es muy sociable, lo que lo hace un gran amigo y líder nato. Estaba recorriendo una de las zonas más boscosas y menos transitadas de la selva hasta encontrar a quien estaba buscando, al líder juvenil de la tribu indígena.
—Hola, Túpac, ¿cómo estás? —lo saludó amablemente.
—Hola, Ladera —respondió el hombre en un español algo forzado. Es un hombre alto y delgado, con una piel tostada y cabello negro y lacio. Sus rasgos faciales son finos y bien definidos, con ojos oscuros y penetrantes que reflejan su inteligencia y sabiduría. A pesar de su juventud, tiene una presencia imponente y una postura erguida que denota su liderazgo y autoridad—. ¿Estár preparado para la ceremonia tan importante que se celebra cada año en nuestra tribu?
—Sí —afirmó José.
Se trata de una ancestral ceremonia de fortalecimiento corporal, y Túpac había encontrado en José al hombre necesario para lograrla, mucho más si el joven pretendía a una de las mujeres de la tribu. Por su parte, José tampoco puso objeción, siempre sintió fascinación por las culturas indígenas y sus prácticas tan antiguas.
José siguió a Túpac por la selva hasta llegar al campamento de la tribu. Allí, fue recibido por los miembros de la comunidad. El jóven aborigen le presentó a los ancianos de clan y le explicó una vez más el propósito del ritual.
—La ceremonia es una forma de honrar a nuestros antepasados y fortalecer nuestro cuerpo y mente para enfrentar los desafíos que nos presenta la vida. Durante el ritual, realizamos diversas prácticas ancestrales de fortalecimiento del cuerpo. Realizamos ejercicios de respiración, meditación, danzas, rituales y otros ejercicios físicos que han sido transmitidos de generación en generación.
—Entiendo. ¿Y cómo me preparo para todo esto?
—Debes quitar la ropa —sentenció Túpac—. Solo calzoncillos.
José afirmó con la cabeza, no tuvo reparos en desvestirse. El dibujo de sus genitales se marcó visiblemente en su pequeño calzoncillo. Fue conducido a un terreno abierto donde había unos escalones construidos con algún material natural y un grueso tronco de un árbol derribado, solo conservaba la madera. Fue rodeado por hombres y mujeres de la tribu, todos vestidos con trajes tradicionales y portando ofrendas para la ceremonia.
El ritual comenzó con una danza aborigen en la que los participantes se movían al ritmo de tambores y flautas.
—¡Vamos! —invitó Túpac—. ¡Tú saltar de piernas abiertas sobre la madera!
José tragó saliva y se llenó de miedo. ¿Exponer sus huevos sobre la madera? No había nada más doloroso que un golpe en las bolas. Varias veces jugando con sus hermanos terminó recibiendo una dolorosa palmada en los cojones que lo dejó lastimado. Divisó a lo lejos a su enamorada aborigen, danzando y haciendo flexiones. Se llenó de valor y subió los escalones. Tragó saliva y saltó.
Sus huevos aterrizaron en el tronco del árbol. Siendo aplastados por el sólido soporte y su cuerpo. Gritó con mucho dolor y se quedó paralizado sin saber qué hacer, fue ayudado a bajar por dos chicos cuyos cuerpos flacos estaban pintados.
—¡Oye, oye! —gritaba Túpac—. ¡Tú ser fuerte y resistente! —subió muy confiado los escalones y dio un salto hacia el tronco. Sus huevos guardados en el taparrabo sonaron con un crujido. Pero no demostró ninguna reacción de dolor.
Mientras el líder juvenil se bajaba del soporte en total normalidad, obligaron a José a subir los escalones, seguía doblado agarrando su ingle. Rogando por la salud de sus testículos se dejó caer de piernas abiertas. Sus cojones hicieron contacto con el tronco al mismo tiempo que también se pisaron con su cuerpo. Gruñó de dolor y se dejó caer de costado directo al suelo.
Los dos jóvenes lo arrastraron lejos del soporte.
—¡Ser hombre y resistente! —gritó con valentía Túpac subiendo los escalones. Con determinación saltó por los aires, aterrizando sobre sus bolas y sobre la gruesa madera, era increíble que ninguna muestra de dolor se dibujara en su rostro.
¿Es que acaso no tenía huevos? Pensó José cuando lo empujaban de nuevo a los escalones.
—¡No! —se detuvo—. ¡Inténtalo tú! —se dirigió a uno de los muchachos que lo empujaban.
El joven lo miró fijamente, luego desvió la vista al soporte y otra vez a José Ladera. Después evaluó al rostro de su líder donde Túpac afirmó con la cabeza.
El indígena subió los escalones y miró hacia abajo. Entonces saltó en el aire, aterrizando sobre sus testículos. Gritó y cayó a un lado, agarrándose los cojones, rodando de un lado a otro.
—¿Y? —gritó José reclamando a Túpac.
—Ser muy joven —alegó el aborigen—. Tamarú, hazlo.
El otro indígena que acompañaba a José subió los escalones y saltó. No demostró ninguna reacción dolorosa cuando sus bolas fueron aplastadas. Bajó de la madera como si nunca hubiera ocurrido la deformación de sus bolas.
José continuaba indeciso sobre subir los escalones. A continuación un hombre de mediana edad tomó su oportunidad, se plantó ante el joven y se subió el taparrabo para que le pudiera ver la pequeña polla y las colgantes pelotas. Subió a toda prisa los escalones y se lanzó hacia la tabla.
Los testículos del maduro indígena fueron aplastados entre su cuerpo y la barra de madera, y el señor no demostró ninguna reacción dolorosa al quedar suspendido en el aire, con el peso de su cuerpo descansando únicamente sobre sus pobres cojones.
Los ojos de Jose se agrandaron y su boca formó una "O". «¿Cómo es posible?», pensaba.
El señor fue ayudado a bajar y antes de irse volvió a subir su taparrabo en dirección a Jose para demostrarle que todavía conservaba sus bolas intactas.
José sostuvo sus doloridas pelotas y sacudió la cabeza antes de subir a lo que consideraba el paredón de la muerte. Inhaló y contuvo la respiración hasta que saltó. Su cuerpo quedó suspendido en el aire por el sólido tronco. Sus pobres testículos fueron aplastados, entonces dejó escapar un grito espeluznante que hizo que los indígenas se estremecieran.
—¡Fuerza, fuerza! —gritó Túpac.
José Ladera todavía estaba a horcajadas sobre el soporte, con los pies a centímetros del suelo y su cuerpo descansando sobre sus delicados huevos. Parecía que no podía moverse. Estuvo gritando hasta que Túpac tuvo piedad, y con un brusco empujón lo hizo salir del palo.
Jose dejó de gritar y comenzó a gemir. Sus manos estaban ancladas a sus palpitantes testículos. Se acurrucó en posición fetal.
Túpac palmeó a su amigo y subió corriendo las escaleras, saltó, voló por el aire a todo impulso y aterrizó de lleno sobre sus testículos. Sin terminar con los huevos reventados como su amigo no perteneciente de la tribu.
José Ladera todavía estaba acongojado en el suelo, sus manos agarraban sus bolas. No tenía valor para levantarse, simplemente estaba ahí rodando los testículos en la palma de su mano. Ni siquiera se había percatado de la hazaña del glorioso Túpac.
El líder juvenil de la tribu se arrodilló a su lado, colocando una mano en su hombro.
—Amigo, ¿poder continuar?
—N… no —respondió José con lágrimas en los ojos. Enseguida empezó a gemir.
—Ser una pena, amigo. Con este resultado, tú no ser digno de mujer de mi tribu.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario