Vender tus tierras - Las Bolas de Pablo

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1 may 2023

Vender tus tierras


JeremĆ­as Salinas era un rico hacendado cuya edad rondaba los 40 aƱos. Era un hombre fuerte y de facciones fĆ­sicas atractivas. Desde joven se hizo cargo de 3 sobrinos tras la muerte de su hermano, desde entonces trabajĆ³ duro para llegar a donde actualmente estĆ”. Entre los demĆ”s fue considerado un lĆ­der nato que se preocupaba profundamente por su comunidad. Siempre se le veĆ­a por la localidad vistiendo sus ajustados pantalones de montar y sombrero. Su ropa reflejaba su estilo de vida activo y la naturaleza prĆ”ctica de su trabajo como hacendado. 


Era propietario de una gran extensiĆ³n de tierras que le permitĆ­a cultivar diferentes tipos de plantas y criar ganado. JeremĆ­as era un hombre tranquilo y trabajador que se dedicaba con pasiĆ³n a su campo, pero siempre estaba alerta ante cualquier amenaza que pudiera poner en peligro su propiedad. Un dĆ­a, recibiĆ³ una visita inesperada en su casa. Era otro hacendado llamado Don Francisco, quien habĆ­a llegado para hacerle una propuesta, la palabra “Don” era heredada de su padre quien tambiĆ©n se llamaba igual, por lo que el visitante era tan joven o mĆ”s que JeremĆ­as.


—JeremĆ­as, he oĆ­do hablar mucho de tus tierras y estoy interesado a comprarlas —dijo Don Francisco con tono amable—. Me gustarĆ­a expandir mi propiedad y creo que tus terrenos serĆ­an ideales para mi proyecto. 

JeremĆ­as lo mirĆ³ con desconfianza y respondiĆ³: 

—Lo siento, Don Francisco, pero mis tierras no estĆ”n a la venta. Las he cultivado durante aƱos con mi trabajo y sudor, y no las dejarĆ© tan fĆ”cilmente. Mi abuelo trabajĆ³ en ellas, mi padre tambiĆ©n, mi hermano lo hizo, yo sigo el legado y mis sobrinos lo seguirĆ”n. 

Don Francisco no se rindiĆ³ tan fĆ”cilmente. 


—JeremĆ­as, entiendo tu postura, pero te ofrezco una buena cantidad de dinero por tus tierras. Creo que podrĆ­amos llegar a un acuerdo beneficioso para ambos —el hombre sacĆ³ un fajo de billetes. 

JeremĆ­as se mantuvo firme en su postura y respondiĆ³ con una sonrisa mordaz: 

—¿Crees que ando en necesidad econĆ³mica, don Francisco? No me interesa el dinero. Para mĆ­, mis tierras son mĆ”s valiosas que cualquier cantidad de billetes. 


Don Francisco se molestĆ³ al escuchar y empezĆ³ a elevar el tono de voz: 

—¡Escucha bien, JeremĆ­as! Si no vendes tus tierras de buena gana, tendrĆ© que tomarlas por la fuerza. Tengo mĆ”s recursos y poder que tĆŗ, y no dudarĆ© en usarlos para conseguir lo que quiero.

JeremĆ­as sabĆ­a que esto no era un simple intento de negociaciĆ³n, sino una amenaza real. No iba a permitir que Don Francisco se saliera con la suya y se apoderara de sus tierras. AsĆ­ que hablĆ³ con determinaciĆ³n:

—Lo siento, Don Francisco, pero no puedes tomar lo que no es tuyo. DefenderĆ© mis tierras con todas mis fuerzas. ArmarĆ© a mis hombres hasta los dientes.

Don Francisco apretĆ³ los puƱos sintiendo que una ola de ira lo dominaba y que no se podĆ­a contener. Apretando los dientes de rabia disparĆ³ el puƱo cerrado contra la abultada hombrĆ­a de JeremĆ­as. El apuesto hombre lanzĆ³ un grito de sorpresa y dolor agarrĆ”ndose enseguida la entrepierna, con los ojos muy abiertos, jadeĆ³ el aire que le quedaba en los pulmones. Sus ojos estaban llorosos y dejĆ³ escapar un gemido de angustia.

—¡Esto es una pequeƱa muestra de lo que puedo hacer! —informĆ³ don Francisco—. No me hagas venir con mis hombres a tomar posesiĆ³n de tus predios.

Los ojos del guapo JeremĆ­as se cerraron y tratĆ³ de respirar normalmente, fingiendo que nada habĆ­a pasado. CojeĆ³ hacia una silla libre e intentĆ³ sentarse, de repente, gritĆ³ cuando sintiĆ³ que se habĆ­a sentado sobre una de sus bolas. RespirĆ³ tanto como pudo y se quedĆ³ sentado acariciĆ”ndose los huevos. Estaba sentado cĆ³modamente, con las piernas separadas.

Don Francisco se acercĆ³ a Ć©l.

—Quiero que me vendas tus tierras por las buenas. No hagas que me salga de mis casillas.

—Le… le dije… que no estĆ”n en venta.

Don Francisco levantĆ³ su pierna y pisoteĆ³ la entrepierna de JeremĆ­as, estrellando sus bolas contra su pelvis.

JeremĆ­as aullĆ³ de sorpresa y dolor.


Don Francisco sonriĆ³.

JeremĆ­as mirĆ³ a Don Francisco, con los ojos muy abiertos.

Don Francisco sonriĆ³ alegremente cuando el hacendado tratĆ³ de moverse hacia atrĆ”s. Pero supesada bota de montar continuĆ³ maltratĆ”ndole la hombrĆ­a.

JeremĆ­as tenĆ­a una expresiĆ³n extraƱa en su rostro, era una mezcla de terror, dolor y excitaciĆ³n. La entrepierna de su pantalĆ³n estaba haciendo una inmensa tienda de campaƱa debido a su ereciĆ³n, y Don Francisco se aprovechĆ³ de eso. FrotĆ³ la planta de la bota en la ingle, haciendo que JeremĆ­as dejara escapar un gemido involuntario.

El color de la cara de JeremĆ­as se volviĆ³ de un tono rojo intenso, al mismo tiempo que sus ojos estaban desorbitados.

Don Francisco sonriĆ³ y se mordiĆ³ el labio inferior. LevantĆ³ la pierna y le guiĆ±Ć³ un ojo a JeremĆ­as.

El hacendado dejĆ³ escapar un suspiro de alivio que fue seguido instantĆ”neamente por un aullido agonizante cuando Don Francisco pisoteĆ³ otra vez su entrepierna, causando que las patas de la silla crujieran.

—Don Francisco —gimiĆ³ JeremĆ­as.

Don Francisco miraba a JeremĆ­as con una sonrisa traviesa. 

JeremĆ­as respiraba con dificultad, tratando de permanecer en silencio, sus labios temblaban, su boca estaba abierta. DejĆ³ escapar un grito agudo cuando el talĆ³n de la bota de don Francisco se estrellĆ³ contra sus carnosas bolas y las empujĆ³ contra el asiento de madera de la silla.

Los ojos de JeremĆ­as se cerraron. Luego dejĆ³ escapar un gemido profundo y gutural cuando su polla explotĆ³ con un profundo orgasmo. Chorro tras chorro de su cremoso semen mojĆ³ dentro de su pantalĆ³n.

Don Francisco se riĆ³ entre dientes y afincĆ³ el pie con fuerza.

La boca de JeremĆ­as se abriĆ³ en un grito silencioso y se doblĆ³.

JeremĆ­as estaba doblado, sus manos estaban aferradas a su entrepierna. Agarrando sus bolas con ambas manos.

Don Francisco se parĆ³ a su lado y sonriĆ³.


—Tienes tres dĆ­as para considerar el monto para vender tus tierras —dijo antes de retirarse del despacho.

Lentamente, JeremĆ­as se levantĆ³. CojeĆ³ por la habitaciĆ³n, tratando de cubrir la mancha pegajosa que se habĆ­a extendido en la entrepierna de su pantalĆ³n. Gotas de semen hĆŗmedo se dibujaban en sus muslos.

Temblando cogiĆ³ el telĆ©fono realizando una llamada.

—¿Marcos? ¿Marcos ChacĆ³n? ¡Eh, amigo! ¿CĆ³mo estĆ”s?………sĆ­, estoy bien……… bueno, relativamente bien. NecesitarĆ© de tu ayuda……… sĆ­ de tu ayuda y contactos con la gente del gobierno con un molesto vecino……… ¿DĆ³nde estĆ” el viejo Riganti?


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