JeremĆas Salinas era un rico hacendado cuya edad rondaba los 40 aƱos. Era un hombre fuerte y de facciones fĆsicas atractivas. Desde joven se hizo cargo de 3 sobrinos tras la muerte de su hermano, desde entonces trabajĆ³ duro para llegar a donde actualmente estĆ”. Entre los demĆ”s fue considerado un lĆder nato que se preocupaba profundamente por su comunidad. Siempre se le veĆa por la localidad vistiendo sus ajustados pantalones de montar y sombrero. Su ropa reflejaba su estilo de vida activo y la naturaleza prĆ”ctica de su trabajo como hacendado.
Era propietario de una gran extensiĆ³n de tierras que le permitĆa cultivar diferentes tipos de plantas y criar ganado. JeremĆas era un hombre tranquilo y trabajador que se dedicaba con pasiĆ³n a su campo, pero siempre estaba alerta ante cualquier amenaza que pudiera poner en peligro su propiedad. Un dĆa, recibiĆ³ una visita inesperada en su casa. Era otro hacendado llamado Don Francisco, quien habĆa llegado para hacerle una propuesta, la palabra “Don” era heredada de su padre quien tambiĆ©n se llamaba igual, por lo que el visitante era tan joven o mĆ”s que JeremĆas.
JeremĆas lo mirĆ³ con desconfianza y respondiĆ³:
—Lo siento, Don Francisco, pero mis tierras no estĆ”n a la venta. Las he cultivado durante aƱos con mi trabajo y sudor, y no las dejarĆ© tan fĆ”cilmente. Mi abuelo trabajĆ³ en ellas, mi padre tambiĆ©n, mi hermano lo hizo, yo sigo el legado y mis sobrinos lo seguirĆ”n.
Don Francisco no se rindiĆ³ tan fĆ”cilmente.
JeremĆas se mantuvo firme en su postura y respondiĆ³ con una sonrisa mordaz:
—¿Crees que ando en necesidad econĆ³mica, don Francisco? No me interesa el dinero. Para mĆ, mis tierras son mĆ”s valiosas que cualquier cantidad de billetes.
—¡Escucha bien, JeremĆas! Si no vendes tus tierras de buena gana, tendrĆ© que tomarlas por la fuerza. Tengo mĆ”s recursos y poder que tĆŗ, y no dudarĆ© en usarlos para conseguir lo que quiero.
JeremĆas sabĆa que esto no era un simple intento de negociaciĆ³n, sino una amenaza real. No iba a permitir que Don Francisco se saliera con la suya y se apoderara de sus tierras. AsĆ que hablĆ³ con determinaciĆ³n:
—Lo siento, Don Francisco, pero no puedes tomar lo que no es tuyo. DefenderĆ© mis tierras con todas mis fuerzas. ArmarĆ© a mis hombres hasta los dientes.
Don Francisco apretĆ³ los puƱos sintiendo que una ola de ira lo dominaba y que no se podĆa contener. Apretando los dientes de rabia disparĆ³ el puƱo cerrado contra la abultada hombrĆa de JeremĆas. El apuesto hombre lanzĆ³ un grito de sorpresa y dolor agarrĆ”ndose enseguida la entrepierna, con los ojos muy abiertos, jadeĆ³ el aire que le quedaba en los pulmones. Sus ojos estaban llorosos y dejĆ³ escapar un gemido de angustia.
—¡Esto es una pequeƱa muestra de lo que puedo hacer! —informĆ³ don Francisco—. No me hagas venir con mis hombres a tomar posesiĆ³n de tus predios.
Los ojos del guapo JeremĆas se cerraron y tratĆ³ de respirar normalmente, fingiendo que nada habĆa pasado. CojeĆ³ hacia una silla libre e intentĆ³ sentarse, de repente, gritĆ³ cuando sintiĆ³ que se habĆa sentado sobre una de sus bolas. RespirĆ³ tanto como pudo y se quedĆ³ sentado acariciĆ”ndose los huevos. Estaba sentado cĆ³modamente, con las piernas separadas.
Don Francisco se acercĆ³ a Ć©l.
—Quiero que me vendas tus tierras por las buenas. No hagas que me salga de mis casillas.
—Le… le dije… que no estĆ”n en venta.
Don Francisco levantĆ³ su pierna y pisoteĆ³ la entrepierna de JeremĆas, estrellando sus bolas contra su pelvis.
JeremĆas aullĆ³ de sorpresa y dolor.
JeremĆas mirĆ³ a Don Francisco, con los ojos muy abiertos.
Don Francisco sonriĆ³ alegremente cuando el hacendado tratĆ³ de moverse hacia atrĆ”s. Pero supesada bota de montar continuĆ³ maltratĆ”ndole la hombrĆa.
JeremĆas tenĆa una expresiĆ³n extraƱa en su rostro, era una mezcla de terror, dolor y excitaciĆ³n. La entrepierna de su pantalĆ³n estaba haciendo una inmensa tienda de campaƱa debido a su ereciĆ³n, y Don Francisco se aprovechĆ³ de eso. FrotĆ³ la planta de la bota en la ingle, haciendo que JeremĆas dejara escapar un gemido involuntario.
El color de la cara de JeremĆas se volviĆ³ de un tono rojo intenso, al mismo tiempo que sus ojos estaban desorbitados.
Don Francisco sonriĆ³ y se mordiĆ³ el labio inferior. LevantĆ³ la pierna y le guiĆ±Ć³ un ojo a JeremĆas.
El hacendado dejĆ³ escapar un suspiro de alivio que fue seguido instantĆ”neamente por un aullido agonizante cuando Don Francisco pisoteĆ³ otra vez su entrepierna, causando que las patas de la silla crujieran.
—Don Francisco —gimiĆ³ JeremĆas.
Don Francisco miraba a JeremĆas con una sonrisa traviesa.
JeremĆas respiraba con dificultad, tratando de permanecer en silencio, sus labios temblaban, su boca estaba abierta. DejĆ³ escapar un grito agudo cuando el talĆ³n de la bota de don Francisco se estrellĆ³ contra sus carnosas bolas y las empujĆ³ contra el asiento de madera de la silla.
Los ojos de JeremĆas se cerraron. Luego dejĆ³ escapar un gemido profundo y gutural cuando su polla explotĆ³ con un profundo orgasmo. Chorro tras chorro de su cremoso semen mojĆ³ dentro de su pantalĆ³n.
Don Francisco se riĆ³ entre dientes y afincĆ³ el pie con fuerza.
La boca de JeremĆas se abriĆ³ en un grito silencioso y se doblĆ³.
JeremĆas estaba doblado, sus manos estaban aferradas a su entrepierna. Agarrando sus bolas con ambas manos.
Don Francisco se parĆ³ a su lado y sonriĆ³.
Lentamente, JeremĆas se levantĆ³. CojeĆ³ por la habitaciĆ³n, tratando de cubrir la mancha pegajosa que se habĆa extendido en la entrepierna de su pantalĆ³n. Gotas de semen hĆŗmedo se dibujaban en sus muslos.
Temblando cogiĆ³ el telĆ©fono realizando una llamada.
—¿Marcos? ¿Marcos ChacĆ³n? ¡Eh, amigo! ¿CĆ³mo estĆ”s?………sĆ, estoy bien……… bueno, relativamente bien. NecesitarĆ© de tu ayuda……… sĆ de tu ayuda y contactos con la gente del gobierno con un molesto vecino……… ¿DĆ³nde estĆ” el viejo Riganti?
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