La cofradia (3/7): Apuestas - Las Bolas de Pablo

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3 ago 2018

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La cofradia (3/7): Apuestas

CONTIENE:
-SEXO HOMOSEXUAL
-BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE

   ā€”Hoy haremos apuestas —anunció Teo el presidente de la cofradĆ­a.


   Otra vez estaban todos reunidos en el galpón para una nueva sesión. El moreno y con cara de niƱo Teo anunciaba las reglas para las apuestas.



   ā€”Solo podrĆ”n participar 5 de nosotros. Quien no resulte favorecido simplemente serĆ” un espectador.

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Edgar


   ā€”ĀæCómo serĆ”n seleccionados los participantes? —preguntó Edgar, un hombre de estatura alta, cuerpo musculoso y atractiva cara rectĆ”ngular.



   ā€”Ya pensĆ© en eso —anunció Teo sacando del bolsillo de su jeans varios hillidos de papel cuya base de algunos estaban teƱido de rojo. Ɖl la sostuvo en su puƱo y pidió que cada uno seleccionara un papelito al azar.



   Los seleccionados resultaron: Edgar, Luis, Glen, Sebastian y Pablo.



   Sebastian se sintió emocionado de resultar participante junto a Pablo ya que desde que lo conoció sintió especial interes en Ć©l.



   ā€”Ahora participantes —dijo Teo—. SerĆ” mejor que nos cautiven con una buena sesión rompe bolas.



   Varios se rieron.



   El varonĆ­l Edgar empezó uniendose a los otros participantes quitandose la camisa y mostrando sus fuertes pectorales quedando solamente portando un jeans y el dibujo de su erección.

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   Pablo se quitó pantalón y franela hasta dejar a la vista su ropa interior azul que abrazaba su polla bien grande y sus pelotas jugosas de leche.



   Glen, pasó su mano seductoramente sobre sus envidiables abdominales. No habĆ­a una onza de grasa en el cuerpo de ese simpatico semental.



   Sebastian llevaba una ajustada ropa interior que no dejaba nada a la imaginación. El enorme paquete del macho estaba abultado en la tela llenando toda su capacidad. ParecĆ­a que habĆ­a metido un pepino grande y un par de naranjas.



   Y pronto comenzó el desafĆ­o donde cara participante retarĆ­a a otro. Los excitados espectadores disfrutaban aquello con ansias.

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Sebastian


   Pablo desafió a Glen a lamer sus axilas. Glen protestó al principio, pero lo hizo, y Pablo fue castigado y tuvo que soportar 5 palmadas a sus testĆ­culos.



   Sebastian desafió a Luis a chupar los dedos de los pies de Glen. Luis actuó como si eso fuera completamente normal, envolviendo sus labios alrededor del dedo gordo de Glen y succionando como una aspiradora. Para el castigo, Sebastian tuvo que beber un trago de salsa picante que Teo habĆ­a llevado como listado de materiales de tortura, dejando a Sebastian con la cara roja y con arcadas.



   Finalmente, fue el turno de Luis de establecer un reto para Glen, pues querĆ­a hacerle daƱo.



   ā€”Glen —anunció Luis con una sonrisa maliciosa— . Te desafĆ­o a hacerle una mamada a Sebastian hasta tragarte sus mecos.



   Glen lo miró fijamente.



   ā€”ĀæPor quĆ© me pones eso, tipo? Cambialo.

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Luis


   ā€”Y para el castigo —continuó Luis, no impresionado por la protesta de Glen—. El perdedor se pondrĆ” en cuatro patas, separarĆ” las piernas y darĆ” cinco patadas a las pelotas del ganador.



   Glen parecĆ­a dudar.



   ā€”Pero…



   ā€”Sin peros —sonrió Luis.



   ā€”Hazlo —dijo Edgar—. Puedes lograr eso.



   Glen miró la enorme polla de Sebastian y sus huevos extragrandes. No habĆ­a forma de que pudiera poner toda esa carne en su boca. De ninguna manera. Y hasta tragarse su leche.



   ā€”Vamos —repitió Edgar—. Si lo haces, podrĆ”s patear las bolas de Luis.



   Luis se rió.



   Glen tragó saliva y se arrodilló. Levantó la vista hacia Sebastian.



   Sebastian lo miró y se rascó la cabeza.



   Glen agarró el pene de Sebastian y lo miró por un momento. Luego suspiró y abrió la boca lo mĆ”s que pudo.



   Los otros mhombres aplaudieron cuando Glen comenzó a meter aquel delicioso pedazo de carne en su boca, sintió nĆ”useas en el estómago.



   Sebastian hizo una mueca:



   ā€”Ohhhh —gimió.



   Glen contuvo la respiración. Su mandĆ­bula estaba comenzando a doler. Cerró los ojos y sostuvo la gorda polla de Sebastian.



   Edgar se rió.



   Pablo aplaudió tenĆ­a otra enorme erección.



   Sebastian estaba en las nubes de solo sentir placer.



   Y Luis estaba empezando a preocuparse.



   La boca de Glen no se cansaba de lamer el pene de Sebastian.



   Luis parecĆ­a mortificado.

   Todos quedaron excitados al ver minutos despuĆ©s como gruesos hilos de semen acumulado caĆ­an por el rostro de Glen a medida que se tragaba los jugos de Sebastian. Cuando hubo terminado y se limpió ordenó a Luis que se colocara a cuatro patas.



   Luis gimió.



   Sus enormes bolas colgaban entre sus muslos musculosos.



   ā€”Cinco patadas —comunicó Edgar.



   Glen sonrió. Levantó su pierna hacia atrĆ”s y la envió chocando contra las gónadas de Luis, apretĆ”ndolas con fuerza contra su cuerpo.



   Luis soltó un chillido torturado mientras se derrumbaba en el suelo.



   Tomó un tiempo hasta que pudo asumir la posición nuevamente.



   La segunda patada de Glen lo levantó del suelo. El empeine colisionó con sus preciados cojones.



   De nuevo, necesitó un momento para recuperarse.



   Al igual que la segunda, la tercera patada de Glen fue justo en el blanco, aplastando los huevos carnosos de Luis con un golpe fuerte.



   Luis gritó desde lo mĆ”s alto de sus pulmones. Se acurrucó posición fetal, gimiendo de dolor.



   Glen esperó pacientemente hasta que Luis pudiera continuar, y plantó una cuarta y cruel patada en las bolas hinchadas y magulladas de Luis.



   Sebastian y Pablo hicieron una mueca cuando el pie de Glen chocó con las pelotas de Luis.



   ā€”Oh —murmuró Pablo.



   Sebastian asintió con gravedad.



   Edgar estaba riendo y aplaudiendo.



   DespuĆ©s de la cuarta patada, Luis estuvo fuera de servicio por un largo tiempo.



   De ver a Luis retorcerse en el suelo durante casi cinco minutos, Sebastian tomó un descanso para ir al baƱo seguramente para masturbarse en su nombre. Cuando regresó, tuvieron que esperar otros cinco minutos hasta que Luis pudiera dar el puntapiĆ© final.



   La ultima patada fue la mĆ”s fuerte. Con un inicio de carrera, Glen golpeó con su pie las huevas de Luis como un jugador de fĆŗtbol que intenta anotar un tiro penal.



   Los ojos de Luis se hincharon. Su mandĆ­bula cayó, y la baba le goteó. Un gemido lastimoso, ronco y sibilante escapó de sus labios antes de que sus ojos rodaran hacia su cabeza y colapsó en el suelo.



   Edgar vitoreó y dio unas palmadas en el hombro a Glen.



   ā€”Ā”Bien hecho!



   Glen tenĆ­a una orgullosa sonrisa en su rostro.



   Sebastian y Pablo miraron a Luis.



   Pablo se rascó la cabeza.



   ā€”Ahora tengo un desafĆ­o para Pablo —dijo Glen—. Escribe 'Tengo un esposo celoso' en tu verga con marcador.



   Pablo parpadeó. Ā”Que desafĆ­o tan tonto!



   ā€”Eh, Āæy quĆ© pasa si no lo hago?



   ā€”Pues… debo darte una docena de golpes en los huevos.



   Pablo dudó y lanzó un vistazo a David que le dirigĆ­a miradas de pocos amigos.



   Con determinación Pablo metió la mano dentro de su ropa interior. Sacó sus gónadas y las sostuvo en la palma. Se veĆ­an tan hermosas. Grande, gordas y simplemente perfectas.



   David suspiró y apretó el puƱo.



   Glen se acercó a Pablo y sonó sus bolas con un rotundo y fuerte puƱetazo.



   Pablo dejó escapar un gruƱido angustiado.



   ā€”Ā”Eso tiene que doler! —se rió Edgar.



   Sebastian estaba riendo a carcajadas.



   Nuevamente, Glen golpeó los huevos hundiendo sus nudillos profundamente en las huevas carnosas de Pablo haciĆ©ndolo gruƱir de dolor.



   Una y otra vez, Glen golpeó las hermosas bolas con toda la fuerza que pudo reunir.



   Para el sexto golpe, las lĆ”grimas comenzaron a brotar en los ojos de Pablo.



   Al octavo golpe, los gruƱidos guturales se convirtieron en gritos agonizantes.



   Por el dĆ©cimo golpe, Pablo sintió que iba a vomitar.



   Abrió los ojos y miró sus testĆ­culos. A travĆ©s de un velo de lĆ”grimas, vio sus bolas, hinchadas, rojas y magulladas.



   El undĆ©cimo golpe se encontró con sus tiernos testĆ­culos, Pablo se sintió mareado. Sus rodillas estaban temblando.



   Cuando Glen golpeó las bolas por duodĆ©cima vez, lo hizo tan salvajemente que Pablo lanzó un fuerte grito y colapsó en el suelo.



   Sebastian se reĆ­a mirando a Pablo.



   Edgar y Glen se sonrieron uno al otro.



   Con Luis y Pablo retorciĆ©ndose en el suelo, agarrĆ”ndose la entrepierna, solo Edgar, Glen y Sebastian se quedaron de pie.



   ā€”Bien, mi turno —anunció Edgar—. Tengo un desafĆ­o para Sebastian. Es simple. Bebe una taza de tu propio orine.



   Sebastian lo miró fijamente.



   ā€”Es asqueroso —alcanzó a decir.



   Edgar se encogió de hombros.



   ā€”Acepta las consecuencias. Como castigo, al perdedor le muerden el pene.



   ā€””¿QUƉ ?! —Sebastian gritó—. Ā”No puedes hablar en serio!



   Edgar sonrió.



   ā€”Claro que sĆ­. Ā”Pero no te preocupes, solo bebe una taza de tu propio orine y no tendrĆ”s que hacerlo!



   Sebastian inhaló bruscamente.



  —EstĆ” bien, lo harĆ© —se puso pĆ”lido—. Pero… pero simplemente —se mordió el labio inferior, mirando impotente a Glen y Edgar—. No, no puedo…



   Edgar sonrió.



   ā€”Oh, chiquillo. Supongo que pierdes.



   Los ojos de Sebastian se abrieron de par en par y jadeó para respirar. Su cara se llenó de pĆ”nico y miró a su alrededor, tratando de encontrar una manera de escapar .



   Edgar miró a Glen y se lanzaron contra Sebastian.



   Sebastian trató de luchar contra ellos, pero juntos Edgar y Glen lograron someterlo.



   Glen sostuvo las bolas con fuerza mientras Edgar bloqueaba la polla y abrĆ­a la boca mostrando sus dientes.



   ā€”Ā”Noooooo! —Sebastian gritó—  Ā”Noooooo!



   Un momento despuĆ©s, Edgar retiró la boca dejando al pene con serias marcas de dientes.



   Tiempo despuĆ©s, los hombres estaban reunidos  en el galpón cuando el juego culmino.



   Luis y Pablo sostenĆ­an contra sus paquetes sendas bolsas de hielo.



   ā€”ĀæEstĆ”s bien? —Edgar se rió—. Espero que nuestro pequeƱo juego no haya arruinado tu vida sexual con David.



   Luis y Pablo se rieron.

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   ā€”No te preocupes. Ā”Fuiste malvado, pero no hay forma de que un poco de dolor me impida follar con David!



   Luis no parecĆ­a tan seguro.



   Sebastian estaba sentado en una esquina, enfurruƱado. Mirando su polla con los dientes aĆŗn marcados en su carne.



   ā€”No es justo —murmuraba.



   El resto se rió a su costa.

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