Guerreros orinocos (3/7): La leyenda de las piedras - Las Bolas de Pablo

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13 jun 2019

Guerreros orinocos (3/7): La leyenda de las piedras

CONTIENE BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE

   Pam era un muchacho guapo, alto y musculoso, con el pelo corto y claro, dueƱo de una sonrisa sexy que se dibujaba en su cara. Llevaba una ajustada truza que acentuaba la bonita forma de su cuerpo. PertenecĆ­a a la antigua legiĆ³n de Guerreros Orinocos y su juvenil edad resaltaba la continua renovaciĆ³n de los fuertes protectores.

   Iba cruzando a pie un camino boscoso y en su haber custodiaba la piedra aguamarina. Su compaƱero de viaje tambiĆ©n era parte de los guerreros orinocos, su mejor amigo Jaicol. Ɖste era un muchacho de piel blanca con cuerpo fornido y fuerte. VestĆ­a una truza que abultaba su enorme virilidad, creando un objetivo muy atractivo para los enemigos que pudieran encontrarse. Calzaba una elegante bufanda sujeta al cuello.

   —Esperan, Pam, espera —le pidiĆ³ Jaicol inclinĆ”ndose ante una roca donde colocĆ³ su gran trasero—, hombre, es momento de descansar. Llevamos largas horas caminando. No soporto los pies estĆ”n severamente hinchados.

   —Tienes razĆ³n —indicĆ³ Pam dando un suspiro—. Sin embargo al anochecer llegaremos a Warner donde serĆ” el concilio no quisiera demorar de mĆ”s y este paraje me da escalofrĆ­os.

   —No te preocupes. Somos fuertes y poderosos. Sabremos defendernos.

   —Si llegan mĆ”s de cinco atlantes no creo que nuestra defensa sea de calidad.

   —Hombre, no temas. ¿Por quĆ© no pediste un grupo mĆ”s grande que nos acompaƱara?

   —Porque lo que desean es no llamar la atenciĆ³n, los caminos se han vuelto peligrosos y los atlantes han vuelto a surgir. Se han robado dos de las seis piedras: la esmeralda y el rubĆ­.

   Jaicol emitiĆ³ un suspiro.

   —Las piedras que custodian al mundo, ¿no?

   —AsĆ­ es. En el consejo de Orinocos determinarĆ”n quĆ© hacer con el resto de las piedras.

   Jaicol afirmĆ³ y dijo.

   —¿Me recuerdas la leyenda? Siempre me ha gustado oĆ­rla de boca de otras personas nunca la he escuchado de la tuya.

   Pam sonriĆ³ y relatĆ³:

   —Hace muchos aƱos existĆ­a un poderoso hombre, era el fundador de los orinocos de extraordinaria fuerza y destreza Ć©l velaba por la luz en el planeta y la bondad, pero, asĆ­ como Ć©l surgiĆ³ de la oscuridad un ser malvado y su contraparte se hacĆ­a llamar el creador de la legiĆ³n de atlantes. Los dos se enfrascaron en una fuerte lucha donde lamentablemente nuestro fundador llevĆ³ las de perder y antes de desaparecer para siempre dividiĆ³ su fuerte poder en seis piedras que se repartieron por el planeta y desde entonces los atlantes las han buscado. Siempre la organizaciĆ³n de los orinocos ha radicalizado sus fuerzas y destrezas.

   Pam mirĆ³ a Jaicol que afirmĆ³ con la cabeza y sonriĆ³. DespuĆ©s dijo.

   —Hubo un momento donde los atlantes desaparecieron y sin embargo ahora han vuelto y con mĆ”s fuerza. ¿QuĆ© crees que harĆ”n en el concilio?

   —No lo sĆ© y me preocupa. TambiĆ©n me aterra que las otras piedras estĆ©n en manos de atlantes hay que recuperarlas pronto y no dejar que las otras vayan a sus manos.

   —Entiendo tu preocupaciĆ³n y estoy aquĆ­ para apoyarte.

   —Lo sĆ©, amigo.

   Jaicol sonriĆ³ a su compaƱero, acto seguido le preguntĆ³ si podĆ­an continuar a lo que Pam dio una respuesta afirmativa sintiĆ©ndose renovado del corto descanso nunca esperĆ³ la fortĆ­sima patada en los testĆ­culos que recibiĆ³ de su mejor amigo.

   Pam se doblĆ³ tras un gritĆ³ que helĆ³ los nervios del pĆ”jaro negro mĆ”s cercano, el muchacho se quedĆ³ gimiendo de agonĆ­a.

   —MaldiciĆ³n —croĆ³ cayendo al suelo y sujetĆ”ndose las palpitantes huevas.

   Jaicol se echĆ³ a reĆ­r. Se inclinĆ³ cerca de Ć©l arrancando la argolla que colgaba de su cuello, era un pequeƱo saco que contenĆ­a la hermosa piedra.

   —¡Es fascinante! —se sorprendiĆ³ Jaicol con un brillo en los ojos—. ¿Por quĆ© te la confiaron a ti y no a mi que tengo aƱos siendo fiel a los Orinocos?

   Pam quiso decir algo pero el pie de Jaicol se estrellĆ³ contra su costado. El joven se levantĆ³ del suelo y quedĆ³ boca arriba acariciendo su costilla pero lamentablemente dejando sus piernas separadas y sin ningĆŗn tipo de protecciĆ³n. Pose que dio la ventaja a Jaicol de aplastar sus testĆ­culos dentro de su trusa.

   La boca de Pam dejĆ³ escapar un grito silencioso, sus ojos se quedaron ligeramente cruzados y sus labios temblanron.

   —LlegĆ³ el momento que los orinocos se arrepientan de nunca haberme valorado. Me trataron como tu segundĆ³n.

   Su pie se estrellĆ³ contra las pelotas de Pam, haciendo que soltara un gruƱido ronco.

   Echando la pierna hacia atrĆ”s le clavĆ³ otra patada en las bolas con toda la fuerza que pudo reunir.

   Los ojos de Pam se torcieron y dejĆ³ escapar un lamento miserable y agonizando.

   Jaicol rugiĆ³ de risa, colocĆ³ la piedra de aguamarina en la palma de su mano que comenzĆ³ a dar un brillo fuerte emitiendo ondas de energĆ­a a su robusto cuerpo.

   La piedra dejĆ³ de brillar y Jaicol se la colocĆ³ colgando de su cuello con un movimiento de manos hizo que impulsado por el aire Pam se elevara con las piernas abiertas.

   Le hizo aƱicos la ropa interior por lo que quedĆ³ con su pĆ”lida polla al aire y sus colgantes bolas vulnerables entre sus piernas.

   —No me hagas daƱo, te lo pido, Jaicol, por favor.

   Jaicol agarrĆ³ a Pam del hombro y metiĆ³ la rodilla entre sus muslos.

   Pam soltĆ³ un chillido mientras sus delicadas pelotitas se aplastaban entre la dura rĆ³tula de su amigo y su propio cuerpo.

   La cara de Pam se contorsionĆ³ en agonĆ­a, sus ojos se cerraron, su boca se abriĆ³ de par en par mientras gritaba como un pecador a punto de morir.

   Finalmente, cuando la voz de Pam se apagĆ³ Jaicol demostrĆ³ piedad y lo dejĆ³ caer al suelo, lo que le permitiĆ³ acurrucarse, cuidando sus bolitas golpeadas y gimiendo de dolor lamentado el estado de su hombrĆ­a destrozada.

   Jaicol se riĆ³ con malicia y comentĆ³ mientras jugaba con el collar que se sujetaba a su cuello.

   —Fue mĆ”s fĆ”cil que robar un dulce a un niƱo. AdiĆ³s, Pam.

   El muchacho adolorido quiso pedirle que se quedara pero no tenĆ­a fuerza siquiera para moverse.

   Jaicol empezĆ³ a alejarse con la piedra en su poder, serĆ­a la Ćŗltima vez que lo verĆ­a como un guerrero orinoco.

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