Los huevos del pastel (2/5): Al borde de la quiebra - Las Bolas de Pablo

Lo más nuevo

3 nov 2020

Los huevos del pastel (2/5): Al borde de la quiebra

CONTIENE

BALLBUSTING MUJER/HOMBRE


Víctor
—Es completamente imperdonable y absurdo lo que fuiste hacer, papá. Discúlpame pero es mi opinión. Actuaste a lo tonto.


Daniel se recostó en la silla y se cruzó de brazos. Estaba en el balcón de su casa que daba vista a la calle, frente a él estaba su único hijo, Víctor de 25 años, era estudiante universitario y comía una rebanada de las tortas clásicas que se preparaba en la tienda de su padre.


—Me enfurecí, Víctor. Esa es la respuesta —alegó Daniel—. Existiendo tantos locales en la ciudad tu madre tenía que abrir un sitio justamente frente a mi repostería y encima ella tiene la brillante idea de abrir un negocio de pasteles también.


—Lo sé —afirmó Víctor dejando la cuchara metálica sobre el plato vacío. Echó una mirada al local en la calzada del frente. Era un renovado espacio lleno de llamativos pasteles, impresionantes diseño de tortas, decoración colorida y precios competitivos que dejaban muy atrás al pobre y lúgubre local de su padre con tortas redondas y tradicionales—. Créeme que nunca estuve de acuerdo con su osadía de abrir una tienda de pasteles aquí pero mamá se empecinó.


—¡Porque lo hizo para molestar!


—¡Está bien, papá! Aceptemos que ese fue su propósito pero eso no te da derecho a querer destrozar su tienda. ¡No! Mamá podría levantar cargos contra ti. Recuerda que hay cámaras de seguridad, de hecho, sí, te iba a denunciar. Si no lo hizo es porque discutí con ella.


Daniel acentuó más su molestia doblando el ceño, moviendo rápidamente una pierna (micro señal de nerviosismo), y echando una mirada de desprecio a la calle del frente.


—Perra —gesticularon sus labios.


Víctor se sonó la garganta como señal desaprobación a lo que sus ojos leyeron.


—Es totalmente molesta la actitud de ambos —dijo el muchacho—, ¿alguna vez se quisieron? 


Daniel no respondió.


—¿EH?


—Sí, claro. Por alguna razón estuvimos casados, ¿no crees? Y naciste tú.


—Pues no parece que haya existido amor. Desde el divorcio tienen una estúpida actitud que me enerva.


—Estoy al borde de la quiebra, Víctor —se atrevió a confesar Daniel cambiando de tema.


—¿Qué?


Daniel se frotó los ojos. 


—Sí. Estoy a punto de cerrar e local, hijo. La pastelería de tu madre ha empeorado la situación, lejos de ayudarme. Estoy a poco de cerrar para siempre.


—¡Papá! —Víctor se tornó preocupado.


—No quiero cerrar el establecimiento. El negocio de los pasteles ha sido de generación en generación, tu bisabuelo comenzó esto, luego tu abuelo. Después yo… mi deber era continuarlo y darte algo bonito. Pero estoy muy mal con esto, lo que Graciela sabe de dulces lo aprendió por mí. Me queda poco dinero...


—Papá, pero es que necesitas actualizarte. Tu local parece que se quedó anclado 30 años atrás. Debes actualizar a las nuevas tendencias, busquemos un experto en marketing. Tú eres pastelero y yo también puedo seguir la tradición. ¿Por qué no arriesgas ese poco dinero en inversión de la tienda?


—¡Víctor estoy en una mala situación para perder el dinero así!


—Lo sé... Toma el riesgo, yo te ayudaré —Víctor se quedó ensimismado en pensamientos mientras su padre tenía el semblante triste.


Víctor suspiró.


—¡Ya! ¡Tengo una idea! —se levantó del asiento—. Ven, ven conmigo.


—¿A dónde?


—¡Ven! Pongamosle fin a esto.


Padre e hijo abandonaron el balcón, atravesaron el departamento de Daniel para salir a la calle y Víctor caminó hasta el moderno establecimiento de su madre.


—¡No pienso entrar ahí! ¿Se te cruzó alguna absurda idea? ¿Que fin vas a poner? Olvídalo.


—Vamos, papá. No hay clientes. Entra.


—¡No!


—¡Carajo, hazlo por mí!


Daniel dio un gruñido y cruzó la puerta de entrada. Sentada ante la caja registradora estaba Graciela Chacón, hermosa, rubia y despampanante como siempre.


—¿Qué hace este sujeto aquí? —salió del mostrador para defender su territorio.


—Mamá, oye. Vengo a poner fin a esta absurda guerra que se tienen.


—¿Sí, hijo?


—Sí, estoy harto de que se insulten y se odien. Ya basta.


Graciela sonrió con socarronería.


—Vaya, vaya —comenzó a aplaudir—. Felicita a tu hijo, Daniel, deberías estar orgulloso.


—¡Siempre lo estoy!


—Sí, me llena de orgullo que mi Víctor no haya heredado tu cobardía.


—¡Mamá!


—Al fin hay alguien con huevos en tu familia, Daniel Lombardi. Bueno, si hablamos de huevos sabemos de qué gen Víctor los heredó, tú no tienes huevos. Eres tan débil, Daniel, que tus genes no pudieron con mi genética Chacón. Agradezco que no sacara el tamaño de tus pelotitas. Todavía me pregunto cómo pudiste embarazarme. Prueba de que los milagros existen. ¡Ja, ja, ja!


—¡Eres una perra, Graciela!


—¡Y tú un impotente sexual!


—¡La verdad es que ustedes son imposibles! —rugió Victor furioso y a la vez avergonzado—. ¿Saben qué? ¡Me rindo! Se comportan como niños.


—¿A dónde vas Víctor?


—Al carajo, mamá.


Víctor sacó las llaves de su vehículo, salió dando un portazo y arrancó en el automóvil haciendo mucho ruido.


—¿Y tú? ¡Te quedas ahí de pie como un idiota mientras tu hijo me responde con una grosería! ¡Definitivamente , no tienes carácter para nada!


—¡Bien merecido te tienes que Víctor te responda con esa y más vulgaridades! ¡Eres sofocante! ¡Al fin alguien te pone en tu lugar, lunática!


—Lárgate de mi tienda. Si no te denuncio es por mera lástima, poco hombre.


—Voy a darte una recomendación, Graciela. En pocos años vas a cumplir 40 años pero te sigues comportando como una niña mimada de 10 años. ¡Modera tu carácter! Porque ni tu propio hijo te va a querer. ¡Lo voy a convencer de que te encierre en un asilo por loca!


—¡Tu recomendación te la metes por el orto!


Daniel se rio y poco a poco se acercó a la mujer.


—¿Por qué tanto odio? ¿Eh? ¿Por qué tu corazón está cargado de veneno?


—¡Lárgate de mi tienda!


—De veras, explícame. Soy tu ex marido y puedes verme como un amigo.


—¿ESTÁS DROGADO? ¡LÁRGATE!


—¡Cambia tu carácter, Graciela! Tu absurda actitud afecta a nuestro hijo que está en el medio de todo esto.


—¿Mi actitud? YO AMO MI FORMA DE SER ¡En cambio tú tienes una actitud de ahuevonado! ¡De tonto!


Daniel sonrió y estiró sus brazos para rodear la cintura de Graciela y estrecharla hacia él.


—¿Qué haces, idiota? —la pendenciera actitud de la mujer se quebró.


—¿Qué? ¿A dónde fue la Graciela Chacón altanera y furiosa? ¿Se esfumó?


—Suéltame, Daniel. O te partiré la boca.


—¿Me partirás la boca? —sonrió el hombre—. ¿Por qué mejor no me comes la boca a besos?


—Suéltame —Graciela con las manos intentaba apartarse del pecho de Daniel, todavía seguía siendo fuerte y robusto bajo su camisa de botones.


Daniel sonrió e inclinó la cabeza, sus labios hicieron contacto con los de su ex esposa. En pocos segundos comenzaron a besarse, fue un beso romántico y casi de telenovela, ambos cerraron los ojos y los labios fueron receptivos ante el amoroso contacto.


Los brazos del hombre seguían aferrados a la cintura de la rubia, y las manos de ella se apartaron de los pectorales de Daniel y subieron a su cabeza acariciando su nuca. Ella abrió los ojos y observó que el macho los tenía cerrados, Graciela también los cerró para disfrutar la sensación.


—¡Señora, Graciela. Venga para que observe los hermosos detalles de este pastel! —se oyó la nefasta voz desde la cocina de una de las repostera, fue la causante en la separación de aquel beso que pudo ser reconciliador.


Graciela y Daniel se miraron.


—Ya… ya… ya voy, S-Sandra.


Daniel se rió y Graciela frunció los labios suprimiendo una sonrisa.


Te espero en mi casa esta noche —dijo él—, tengo una botella de vino para refrigerar.


Graciela nada respondió, en su lugar dio media vuelta caminando en dirección a la cocina.


Lo tomaré como un sí, nos vemos —fue lo último que dijo Daniel.


Graciela se dio media vuelta y volvió con el hombre. Lo agarró de los hombros y levantó la rodilla contra sus testículos. Sintió como las pequeñas gónadas de su ex-marido chocaban contra la pelvis.


—¡OOOOaaaaahhhhhg! —fue un estupendo sonido gutural que escapó de los labios abiertos de Daniel.

El hombre se encorvó sujetándose los testículos, sus ojos se llenaron de lágrimas y su boca se mantuvo abierta. Hizo algunos ruidos con la garganta y parecía que le costaba respirar.


—¡Esta noche invitarás a tu abuela! —ladró Graciela—. ¡Y la botella te la metes por el culo para ver si se te esfuma lo atontado!


Acto seguido la mujer se fue a la cocina donde daría el tiempo suficiente para que Daniel se fuera, mientras tanto él se quedaba con las rodillas juntas, las piernas dobladas, el cuerpo encorvado, la cara y boca torcida y un profundo dolor que emanaba de sus palpitantes huevos acunados por ambas manos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Pages