Esta historia la
publico y escribo gracias al fiel lector Fabián Urbina, quien en algún momento
me manifestó lo mucho que le confundía la extensa familia de los Chacón. Él me
ha dado las ideas más esenciales de este relato.
Una multitud de muchachos jugaban fútbol en los vastos campos de la hacienda Chacón, era un encuentro de los más jóvenes de la familia entre la segunda y tercera generación después de la de Marcos. En el campo se encontraba Vicente, Germán, Rafael y Bernardo solo por citar a los más nombrados en el blog.
El balón de fútbol pasaba de pierna en pierna experimentando la jugada de los muchachos que solo sabían que debían trasladarlo hasta la meta contraria. Aún así por accidente la pelota fue a dar con fuerza de velocidad en contra de los testículos del rubio Rafael.
El joven de 19 años y el mayor de los nietos de Marcos enseguida gritó de
dolor y se agarró con ambas manos el par de gigantes huevos que le bailaban en
el medio de las piernas. Estaba sudado por todo su pálido y desnudo torso. La
mirada se le desenfocó y cayó de rodillas, usaba un pantalón corto.
—¡Hombre caído, hombre caído! —gritó Bernardo con una sonrisa traviesa en
su rostro.
—¡Testículos rotos, testículos rotos! —se burló Vicente (el hijo de Simón),
sentado en el césped contemplando el juego.
Bastián Chacón, el único con mayor edad presente en el campo corrió para prestar ayuda al dolorido joven.
Rafael gritó a todo pulmón cuando Bastián lo tomó de sus piernas y comenzó
a levantarlas y flexionarlas.
—¿Todavía tienes tus bolas? —quiso saber Bernardo—, ¿o te empezamos a
llamar Rafaela?
—No es gracioso —acusó Rafael con lágrimas en los ojos.
Bastián ayudó al rubio a levantarse y lo apoyó entre sus brazos.
—Te llevaré a la casa —indicó.
—¿Para qué?
—Hombre —intervino Bernardo—, el tío Basti, te va a extirpar las bolas, ya
no tienen salvación.
Bastián reprimió una risa y dijo:
—Lo voy a atender, no quiero reclamos de Israel sobre su cachorro.
—Estoy bien.
—Eso díselo a tu cara.
Rafael gimió, en realidad estaba a punto de llorar por el dolor testicular,
era como si las dos grandes esferas que acunaba en sus manos iban a estallar en
medio de sus pálpitos.
—Mientras estoy ausente no quiero peleas —dijo Bastián, luego miró a uno de
sus hijos—, me telefoneas en caso de que ocurra algo.
Se fue con Rafael Chacón mientras el juego se reanudaba con un nuevo
reemplazo para Rafael.
Bastián llevó al joven hasta la casa y lo hizo sentar en un sillón.
—Te digo que estoy bien —respondió Rafael.
—Lo sé —dijo Bastián—, aún así quiero inspeccionar esos testículos.
—¡No! ¡Estás loco! —negó el muchacho ruborizándose.
Bastián se echó a reír.
—No seas tonto. No voy a ver algo que yo no conozca.
Rafael gimió.
—Pues tú no conoces mis bolas.
—Siempre está la primera vez. Además eres un Chacón, siempre se te están
marcando en la ropa.
Bastián fue camino a la cocina y regresó sosteniendo una bolsa con hielos y
un vaso con agua.
—A ver ese par de testes.
—¡No, Bastián!
—Ja, ja, ja.
El científico finalmente se salió con la suya e inspeccionó los huevos del
que era su sobrino nieto. No tenía más daños que el enrojecimiento y la
hinchazón.
—Estarás bien —determinó tomándose una bebida fría, mientras Rafael se subía el short y sentía alivio con la bolsa—. Te entregaré un antiinflamatorio.
—Gracias, viejo —dijo Rafael, luego suspiro—. No entiendo —murmuró con
mirada perdida.
—¿El qué? —preguntó un ceñudo Bastián.
—¿Por qué siempre tenemos que ser víctima de golpes en las bolas? No lo
entiendo. No es el primer golpe que recibo. En mi vida han sido muchos. Y tengo testículos duros, quiero que sepas.
Es decir, amo que sean grandes, pero a la par siempre recibo golpes. Y así
todos los varones de la familia. ¿Te das cuenta?
—Lo sé, muchacho —Bastián se sentó a su lado—. Y lo sé mucho antes que tú.
Y te lo explicaré, se debe a una
maldición.
—¿Qué? ¿De qué te la fumaste, viejo?
Bastián se echó a reír.
—No conoces la historia de la familia.
—Obvio que sí. Mi abuelo me la cuenta con orgullo. Todo comienza con
Valdemar Chacón que fue a la guerra mundial y lo trataron como ratón de
laboratorio y de ahí los testículos grandes que tenemos.
—Eso es verdad —afirmó Bastián, extendió la mano a la mesa y cogió su
tablet—, pero incluso Valdemar recibió muchos golpes en las bolas. Y todo se
remonta a una terrible maldición que sufrió su padre.
—¿Qué? —Rafael abrió los ojos con miedo.
Bastián manipuló su equipo eléctrico hasta dar con el archivo que contenía
el extenso y todavía inconcluso árbol familiar de los Chacón.
—Acá están todas las ramas de la familia. En la cúspide, sí, puedes ver a
Valdemar Chacón, pero antes de él está su padre —Bastián deslizó los dedos
pasando por varios archivos hasta dar con la representación gráfica de los
progenitores del antiguo Valdemar Chacón—. Se trata del padre de nuestro
fundador de huevos grandes, y te hablo de Árgider, Árgider Tascón. Tengo una
imagen de él, la llevé con un experto que la acomodó digitalmente.
Los ojos de Rafael contemplaron a su ancestral antepasado. Era un hombre completamente de campo a juzgar por su vestimenta y el gran sombrero que vestía. Era una imagen en escala de grises, debió ser un hombre caucásico, de abundante cabellera negra y poblada barba en el rostro. Su porte muscular era imponente a pesar de verse delgado. Rafael sintió miedo de verlo, quizás por su amenazante aspecto físico o por los tantos años atrás en los que ese hombre existió.
—Árgider Tascón nació en Navarra, España en 1845. Hijo de una apoderada
familia que preparaba el mejor vino de la península ibérica, por lo que tienes
que situar su vida en el campo.
—Sí, luce como un hombre de hacienda.
—Así es. Pero, tenía un grave defecto.
—¿Cuál?
—Era un tirano con los peones. Un hombre irascible y vengativo que
castigaba a sus esclavos.
—Se le ve cruel, pero… ¿por qué lo dices?
A partir de este momento nos remontaremos a una anécdota de aquel antepasado cruel de la familia Chacón:
El imponente Árgider se presentó cierta mañana al granero donde 4 de sus esclavos negros los esperaban en disposición de línea. El que era tátaraabuelo de Marcos Chacón, para la fecha era un robusto hombre de treinta y tantos años. Vestía pantalón ajustado para montar y una camisa azul, su sombrero misteriosamente mostraba el estampado de una cruz, religión a la que se aferraba a pesar de sus actos terribles.—¿Quiénes fueron los cómplices de las escorias que se fugaron anoche? —preguntó a la fila de esclavos. Todos sudorosos y malolientes guardaron silencio temblando hasta los pelos. La noche anterior una revuelta de 100 esclavos se habían escapado, y estos 4 fueron desaventurados recapturados—. ¡Les hice una pregunta, mierda! —el cruel personaje Tascón se plantó frente al primero—. ¿A dónde fue a parar vuestro grupo? ¡DECIDME! —clavó la mano en la morada mandíbula del esclavo que no se atrevió a decir nada.
Árgider más que furioso trasladó su mano a la endeble entrepierna del
esclavo y aplastó con fuerza sus testículos, oyendo al pobre hombre gritar de
dolor.
Árgider se burló de él. Apretó tan fuerte que el esclavo se puso de
puntillas y sus ojos se volvieron blancos. Al soltarlo de los cojones, el negro
cayó en el granero hecho un ovillo.
Árgider se rió y se volvió hacia el siguiente esclavo.
—¿Vos tampoco dirás hacia dónde se fueron todas las escorias de tu putrefacta raza?
—Todos éramos conducidos por Malik, don Árgider. Él era nuestro líder.
—¿Y usted prefirió irse con esa mierda que quedarse a mi lado?
Una bofetada del señor Tascón azotó el rostro del esclavo. Seguido, con un
rugido de ira, Árgider levantó el pie entre los muslos del segundo esclavo. Su
pesada bota de cuero animal aplastó las pelotas carnosas y negras del
desagradecido esclavo.
Los ojos del africano se hincharon. Se agarró los cojones y se dobló al
mismo tiempo que Árgider caminaba al tercero que instintivamente se cubrió las
gónadas.
—¡Deje de cubrirse, hijo de puta!
Un vasallo fiel al patrón se acercó al tercer esclavo por detrás y lo
sujetó de los brazos obligando a apartar las manos que cubrían sus huevos.
Árgider pateó los testículos del esclavo. La bota resonó con fuerza en la
huevera del pobre hombre, haciendo que gritara y sus piernas temblaran. El fiel
vasallo, de raza oscura también, continuó manteniendo aferrado a sus brazos a
su colega esclavo, sabía que por querer cubrirse la venganza del patrón sobre
este sería letal.
—No, señor —susurró el dolorido esclavo, haciendo una mueca de dolor.
A continuación la dura rodilla de Árgider Tascón aplastó las bolas del
esclavo.
El negro jadeó pesadamente. El sudor corría por su rostro.
Árgider volvió a darle un rodillazo en los cojones, traumatizando aún más
la virilidad del negro que finalmente cayó como costal de papas inconsciente.
—¿Y vos, negro de mierda, también iba a huir de mis propiedades? —preguntó
Árgider al cuarto africano.
El hacendado interpuso su pie con fuerza en la entrepierna del tembloroso
esclavo, rompiendo sus dos pobres testículos.
El africano gritó a todo pulmón.
Una vez más, Árgider Tascón pateó los testículos, estrellándolos contra el
cuerpo.
La voz del africano se quebró y tosió.
Árgider sonrió retrocediendo, ajustando su entrepierna.
Regresando a la actualidad entre los tataranietos generacionales del
temible hacendado vasco, Rafael le preguntó a su tío abuelo.
—¿Tenía Árgider los testículos grandes también?
—No —negó Bastián—, según los datos que he recolectado y un diario antiquísimo
que conservo de su esposa, sus testículos eran como los de un hombre promedio,
su pene si era bastante grande.
—Entiendo —Rafael centro de nuevo su atención en la foto en escala de
grises de su antepasado—. Entonces se divertía torturando los huevos de sus
esclavos.
—Sí. Hasta que un día, por error, Argider se le pasó la mano con sus
torturas y mató al hijo de una vieja bruja de Euzkadi. En lo que más pudo la
mujer se presentó en los predios y se abrió el brazo regando su sangre sobre
los viñedos y lanzó una maldición hacia Argider y su descendencia.
Aquel nefasto día la mujer con el brazo envuelto en sangre lanzaba un juramento sobre el hacendado que la miraba con burlona satisfacción. El hombre con ajustada camisa de tonos rojos y pantalón bastante ajustado se llevó la mano a la entrepierna.
—Vieja de mierda. ¿Qué te creéis? ¿A caso queréis que te la meta para que
sepas lo que es un hombre de verdad?
—Vos y todos vuestros hijos varones y todos los que vendrán más allá por
los siglos de los siglos sufrirán la tortura del dolor testicular, ninguno se salvará, incluso la semilla masculina engendrada de
tus féminas serán azotados.
—Vieja gilipollas, deja de manchar mis viñedos con tu asquerosa sangre. ¡Sujeten a esa puta!
Los hombres fieles tomaron los brazos de la mujer y bajo las órdenes del
terrateniente la llevaron a un granero donde el hacendado Tascón la hizo a la
fuerza brevemente su mujer.
Rafael estaba con los ojos abiertos.
—¡Era un monstruo! —comentó. Con la bolsa llena de hielos en su entrepierna
dijo—. Y por su culpa sufrimos todos. ¿No hay manera de romper la puta
maldición?
—Creo que no —negó Bastián—. Una cosa compensa a la otra, aunque tenemos
testículos grandes, al mismo tiempo son resistentes.
—¿Resistentes? Me duelen todos los golpes.
—Resistentes pese al dolor. Pero no hay forma de romper la maldición, la bruja murió sin hermanos ni descendencia. Regresando al cuento, al poco tiempo, todas las botellas de vino que Argider comenzaron a amargarse, así que su negocio se fue abajo y se hizo de grandes deudas. Sus acreedores terminaron quemando su casa, así que nuestro viejo huyó de España, buscando nuevas oportunidades en el Nuevo Mundo, en una tierra llamada Venezuela. Establecido en el país sudamericano, cambió su apellido a Chacón y contrajo matrimonio con una mestiza, quien le dio su primer hijo, Iñigo. Pero murió a los veinte años cuando un caballo le pateó los testículos y le produjo un desgarre. Era la misma edad que tenía el hijo de la bruja cuando Argider lo mató. Tuvo otros ocho hijos, seis de ellos varones, pero todos sufrieron golpes testiculares que los dejaron estériles o muy lastimados. Desde entonces, todos los varones de la casa Chacón heredaron su maldición y somos expuestos con frecuencia al temible dolor testicular. De los seis hijos varones de Árgider está nuestro antepasado más directo Valdemar Augusto Chacón, quién fue a la primera guerra mundial y allí secuestrado para estudios militares. Le crecieron los huevos y nos lo transmitió a todos.
—¡Guau! La historia de Valdemar la conozco.
—Sí. Todos nos enorgullecemos de Valdemar, su historia nos da más alegría
que la de Árgider. Incluso fue una muy buena persona, Valdemar fue el abuelo de
tu abuelo, vivía aún cuando el viejo Marcos nació.
Rafael afirmó con la cabeza.
—¿Todavía te duelen las papas?
—Horrores —sonrió Rafael agarrándose los testículos.
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