I
Era un dĆa caluroso en la selva. Jairo se despertĆ³
temprano y decidiĆ³ ir a nadar para combatir el insoportable calor.
SaliĆ³ sigilosamente de la choza para no despertar a
Eduardo. BajĆ³ las escaleras, apenas cruzaba el frente a cielo abierto y ya sus
musculosos brazos brillaban de sudor. CaminĆ³ lentamente en direcciĆ³n a la
laguna, disfrutando de la madrugada. Ser un guardabosque y laborar en la jungla
a veces resultaba una faena aburrida.
LlegĆ³ a la orilla del agua mĆ”s que listo para refrescar su cuerpo. RĆ”pidamente se quitĆ³ el pantalĆ³n de color caqui, su Ćŗnica ropa, dejando al descubierto un miembro bien dotado y un culo firme.
Sin perder mĆ”s tiempo, se zambullĆ³ en el agua fresca y
cristalina. Los efectos fueron instantĆ”neos: el calor de la jungla desapareciĆ³
mientras el agua refrescante caĆa desde la cascada sobre los mĆŗsculos del
joven.
DespuĆ©s de un corto tiempo, se sentĆa lo suficientemente
revitalizado y decidiĆ³ regresar a la casa de guardabosques.
«Eduardo debe estar por despertar. No quiero que se preocupe por mĆ».
De mala gana, nadĆ³ de regreso a la orilla. Con el agua
goteando por su cuerpo, caminĆ³ de regreso al lugar donde habĆa dejado su
pantalĆ³n. Se sorprendiĆ³ cuando ya no estaba.
—¿Buscas esto?
La voz lo sobresaltĆ³. No podĆa creer lo que veĆa.
—¡Chemo! Se supone
que debes estar en la cƔrcel.
Chemo |
—¿QuĆ© quieres?
—Volver a las andanzas. Cazar animales. Pero esta vez los
cazarĆ© a ustedes —Chemo sacĆ³ un arma y apuntĆ³ a Jairo.
—Si me haces daƱo, Eduardo lo sabrĆ”. VolverĆ” a
denunciarte.
—No quiero lastimarte, Jairo. Pero te necesito como cebo
para capturar a Eduardo —Chemo apretĆ³ el gatillo. Un dardo se incrustĆ³ en el
pecho de Jairo—. Solo es un tranquilizante. SerĆ”s mĆ”s fĆ”cil de manejar drogado.
Chemo se acercĆ³ a Jairo y con un movimiento rĆ”pido y duro pateĆ³ sus huevos con el pie derecho, vestido con pesada bota de piel de guepardo.
Jairo dejĆ³ escapar un gemido mientras sus ojos se cristalizaban con vista al horizonte.
Chemo sonriĆ³ y lanzĆ³ otra patada al desnudo saco de bolas
de Jairo.
Jairo cayĆ³ al suelo retorciĆ©ndose, gimiendo y chillando,
agarrando su virilidad.
Chemo silbĆ³ y de los arbustos emergieron varios
aborĆgenes.
—TrĆ”iganlo —ordenĆ³. Uno de los musculosos nativos levantĆ³
a Jairo por encima de su hombro y siguiĆ³ a Chemo hacia la jungla.
DespuƩs de una corta caminata, Chemo y los nativos se
ubicaron en un claro.
—Este lugar es perfecto —seƱalĆ³ Chemo examinando el
terreno—. Ata a este idiota al Ć”rbol.
El nativo que mantenĆa cargando al semental lo llevĆ³ al
Ć”rbol. Otro indĆgena sostenĆa unas cuerdas para atar al pobre Jairo. Trabajaron
eficientemente, atando los brazos del muchacho a las ramas superiores y sus
tobillos alrededor del tronco. La cabeza de Jairo descansaba sobre su pecho,
con los ojos aĆŗn cerrados en un sueƱo inducido por la droga.
Chemo se acercĆ³ a su cautivo.
—Todo el cuerpo, lo admito —trazĆ³ la musculatura de Jairo
con sus dedos, disfrutando la sensaciĆ³n de los mĆŗsculos tensos del muchacho.
Hizo su camino hacia la polla flƔcida, dƔndole a las bolas unas cuantas
palmadas—. No puedo esperar desinflar este escroto una vez que estĆ©s despierto.
II
Eduardo despertĆ³ despuĆ©s de un largo descanso nocturno. EstirĆ³ su cuerpo musculoso a la luz del sol de la maƱana. ObservĆ³ un lugar vacĆo en la cama de su compaƱero. «Jairo quizĆ”s fue a nadar. DeberĆa acompaƱarlo» pensĆ³.
El guardaparques se dirigiĆ³ hasta la laguna para
encontrar a su compaƱero. Al llegar, se quedĆ³ perplejo al no ver a Jairo nadando
en las frĆas aguas. Se percatĆ³ del pantalĆ³n del joven en la orilla.
—QuĆ© extraƱo —susurrĆ³—. ¿DĆ³nde estarĆ” Jairo? —sabĆa que su compaƱero era un buen nadador, por lo que no le preocupaba que se hubiese ahogado. Sin embargo, ¿dĆ³nde estaba?
ObservĆ³ con mĆ”s cuidado el Ć”rea y descubriĆ³ el
dardo que Chemo usĆ³ en Jairo. La primera idea que se cruzĆ³ por su mente era que
su compaƱero de labores habĆa sido secuestrado, ojalĆ” no lo fuera por los grupos paramilitares de la frontera.
Eduardo continuĆ³ inspeccionando el Ć”rea frenĆ©ticamente en busca de pistas sobre
dĆ³nde habĆan llevado a Jairo. Vio mĆŗltiples huellas en la arena cerca de la
laguna y descubriĆ³ alteraciones en el follaje que conducĆa a la jungla. DeterminĆ³
que ese era el rastro utilizado cuando se llevaron a su amigo. Con sigilo siguiĆ³ el
camino hacia la densa maleza, dĆ”ndose cuenta de que tenĆa varios enemigos con
los que lidiar.
Desde la maleza, descubriĆ³ a Jairo atado desnudo al tronco de un gran Ć”rbol. Dos nativos de la tribu aborigen de la zona montaban guardia a su lado. Eduardo vio que Jairo estaba inconsciente, su cabeza estaba caĆda sobre su pecho. La preocupaciĆ³n de Eduardo aumentĆ³.
—¿Por quĆ© el miembro de la tribu ha hecho prisionero a
Jairo? —se preguntĆ³—. Siempre hemos tenido buenas relaciones con los nativos.
Independientemente de las razones habidas, Eduardo supo que su deber era rescatar a
Jairo. Hizo una Ćŗltima inspecciĆ³n de los alrededores; no distinguiĆ³ a nadie
mĆ”s en la zona. Supo que tendrĆa que luchar con los aborĆgenes. Se preparĆ³ para
tomar por sorpresa a los nativos. SerpenteĆ³ en silencio alrededor del claro
hasta que estuvo detrĆ”s del primer indĆgena. Con gran fuerza, agarrĆ³ al
aborigen con sus enormes brazos y lo empujĆ³ hacia la maleza. TomĆ”ndolo
completamente desprevenido, el joven miembro de la tribu fue incapaz de dar
pelea. Eduardo lo arrojĆ³ sobre su espalda y se sentĆ³ a horcajadas sobre Ć©l. Dos
poderosos golpes en la mandĆbula dejaron al flacuchento aborigen en el suelo
inconsciente.
El segundo acudiĆ³ en ayuda de su camarada caĆdo. AbordĆ³
con fuerza a Eduardo; los dos rodaron hacia el claro. Aunque ligeramente
conmocionados, los dos recuperaron el equilibrio y se enfrentaron. El indĆgena
se precipitĆ³ sobre Eduardo, quien respondiĆ³ con una patada en los testĆculos.
El aborigen se doblĆ³, embargado de dolor. Eduardo terminĆ³ la pelea con un
potente golpe en la nuca del rival, quien cayĆ³ sin sentido al suelo con un
ruido sordo.
CorriĆ³ al Ć”rbol y estuvo a punto de soltar a Jairo cuando escuchĆ³ un ligero
susurro en las ramas superiores. Antes de que pudiera
reaccionar, un tercer indĆgena lanzĆ³ una red sobre Eduardo que lo arrojĆ³ al suelo.
Eduardo comenzĆ³ a retorcerse en la red en un esfuerzo por liberarse, pero solo se enredĆ³ mĆ”s. El experimentado guardabosques vio caer al suelo al aborigen, quiĆ©n se acercĆ³ recogiendo una lanza de un lado del Ć”rbol. ApuntĆ³ amenazadoramente con ella a Eduardo y le ordenĆ³ que se quedase quieto. Sabiendo que tenĆa pocas opciones, obedeciĆ³.
Chemo habĆa visto cĆ³mo se desarrollaba la acciĆ³n desde una maleza cercana. Una vez que estuvo seguro de que Eduardo fue sujetado adecuadamente, se acercĆ³ al guardabosque boca abajo, apuntando su pistola tranquilizante detrĆ”s de su espalda.
Eduardo no pudo creer lo que vio.
—¡Chemo! — exclamĆ³—. ¿CĆ³mo escapaste de prisiĆ³n?
—Como le expliquĆ© a tu amigo —respondiĆ³ Chemo haciendo un
gesto al inconsciente de Jairo—, es bastante sorprendente lo que un poco de
dinero puede hacer.
—¿QuĆ© quieres esta vez? —gruĆ±Ć³ Eduardo—. ¿Seguir cazando
a diestra y siniestra?
—Tal cual —afirmĆ³ Chemo con calma—. A excepciĆ³n que esta vez te cazarĆ© a ti, y bueno al tonto de Jairo como parte de una bonificaciĆ³n. De momento te pondrĆ© a dormir —disparĆ³ y un dardo volĆ³ al cuello de Eduardo. Un segundo impactĆ³ en su pecho.
Con los brazos enredados en la red, Eduardo no pudo
quitarse los dardos ni dar pelea. SintiĆ³ el sedante fluir a travĆ©s de su cuerpo
debilitĆ”ndolo rĆ”pidamente. Su visiĆ³n se volviĆ³ borrosa; sus poderosos miembros
se debilitaron. Lo Ćŗltimo que pudo ver fue a Chemo sonriĆ©ndole. El mundo se le
estaba apagando.
Con eso, Chemo lanzĆ³ una poderosa patada a la entrepierna
de Eduardo, aplastando sus testĆculos contra su pelvis y haciendo que se
doblara de dolor bajo la red.
Chemo se echĆ³ a reĆr mientras que Eduardo se doblaba
lentamente, gimiendo y agarrando sus bolas.
—La pagarĆ”n muy caro por haber osado llevarme preso —anunciĆ³ Chemo inclinĆ”ndose y haciendo sujetar a Eduardo del cuello, lo hizo elevar un poco y clavĆ³ un puntapiĆ© contra su entrepierna, soltando al debilitado hombre que se hincĆ³ gimiendo de dolor y sosteniendo sus bolas doloridas de nuevo.
Chemo se burlĆ³, mientras observĆ³ a Eduardo sucumbir entre
el dolor y el efecto sedante. Cuando los mĆŗsculos de Eduardo ya se relajaron y
su respiraciĆ³n se volviĆ³ uniforme, Chemo se arrodillĆ³ para susurrarle:
—Te tengo, Eduardo.
Tu vida ahora serĆ” una serie de actos sexuales y desgracias. Mis amigos y yo
disfrutaremos domƔndote.
En ese momento los dos indĆgenas que Eduardo habĆa atacado se recuperaron y lentamente se acercaron a Chemo. Ćl les ordenĆ³ que sujetaran al guardabosque al Ć”rbol justamente frente a Jairo.
Los indĆgenas obedecieron, se acercaron a Eduardo y le quitaron
la red, despuƩs lo trasladaron al Ɣrbol, asegurƔndolo firmemente con sus brazos
y piernas al tronco.
Los poderosos mĆŗsculos de Eduardo se tensaron contra el
Ć”rbol. Chemo por poco salivĆ³ ante la vista. Se acercĆ³ a Ć©l y agarrĆ³ su
pantalĆ³n, lo abriĆ³ y bajĆ³ por las piernas del noqueado semental.
Desnudo e inconsciente como Jairo, Eduardo estaba a
merced de Chemo.
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