El tipo detrás de David - Las Bolas de Pablo

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4 abr 2022

El tipo detrás de David



Pablo cerró la puerta tras de sí en el área que comunicaba con el gimnasio propiedad de su esposo David y los baños. Se trataba de un largo corredor con casilleros dispuestos formando hileras de pasillos. El rubio de 31 años vestía con franela sin mangas y gorra. Caminó hasta un hombre que se sujetaba los zapatos. Al verlo el hombre se puso de pie. Era de estatura alta, tez morena y complexión delgada con músculos definidos.

 

—¿Qué hubo? —interrogó el sujeto mirando a Chacón.

 

Pablo tendió la mano y se presentó con nombre y apellido. El otro hombre aceptó la cordialidad.

 

—Siempre vengo al gimnasio —afirmó Pablo—, es porque es propiedad de mi esposo.

 

—¿Tu esposo? —interrogó el hombre llamando Oswaldo doblando el ceño.

 

—Sí, David Aceituno. Casualmente ya te he visto dos días coqueteando con él.

 

Oswaldo gesticuló una sonrisa, ya estaba enterado de quién era Pablo. Lo catalogaba como un rubio materialista y pedante. La misma circunstancia lo demostraba estaba ahí para dejarle en claro quién era.

 

¿Coquetearle a su esposo? , era verdad en dos de los tres días que David tenía entrenándolo en el gimnasio le había empezado a coquetear agarrándolo del pecho y bíceps solo para afirmarle lo fuerte que era. En medio de la admiración se escondía una galantería a la que David siempre respondió sonriendo, en algunas ocasiones se dejó masajear el pecho, y en otras discretamente alejó la mano invasora de su cuerpo.

 

En un principio David Aceituno se negó a entrenarlo. Argumentaba solo atender a gente VIP que asistiera a si gimnasio, políticos, empresarios con influencias, gente del espectáculo. Pero Oswaldo insistió en su atención y lo logró.

 

—Amigo, no entiendo que quieres decir —negó Oswaldo con una sonrisa cínica—. Ni siquiera me interesa la intimidad del señor David y la suya.

 

Pablo no se inmutó todavía tenía el semblante serio, pero mantenía el control de la situación. Sus ojos memorizaron cada porción de coqueteo que este tipo le dio a David cuando la veía en la distancia.

 

—No confunda coqueteo con admiración —afirmó Oswaldo—. Todos los hombres en el gimnasio admiramos los progresos del otro, usted lo debe saber. Su cuerpo está muy bien trabajado.

 

—Conozco muy bien la definición y diferencia de admiración y coqueteo y lo que usted hacía con David, mi esposo, no está alejado de eso. Agradeceré que mantenga la compostura, porque aquí siempre estaré yo.

 

Oswaldo se echó a reír.

 

—Solo me bastaba eso. ¡Que me vinieran a reclamar por algo que no he hecho!

 

Pablo lo miró de pies a cabeza.

 

—Ya está advertido.

 

—¿Advertido de qué? —dobló el ceño Oswaldo—. Se ve mal, ¿Cómo es su nombre? ¿Pedro?...... Ah, ¡Pablo! Venirme a reclamar aquí. No parece elección de alguien digno.

 

—Ya está advertido —volvió a repetir Pablo.

 

Al darse la vuelta para salir, Oswaldo echó la pierna hacia atrás y envió su pie con zapatillas Converse a estrellarse contra la entrepierna de Pablo, golpeando de lleno el contenido guardado en su ajustado pantalón de chándal. Su polla y testículos eran visibles y rebotaron con el impacto.


Pablo dejó escapar un grito fuerte y agarró sus grandes testículos, doblándose de dolor. Hizo una mueca de sufrir y miró a Oswaldo que sonreía.

 

—¿Y si me adviertes qué, huevón? —interrogó Oswaldo con su socarrona sonrisa—. ¿Por qué no vas a que tu esposo y le reclamas por reírse conmigo? Si lo hace es porque no le soy tan indiferente. Me deja tocar su cuerpo. Y cuando quiera iré por más. Seguramente tú no lo complaces porque a leguas se nota que solo piensas en ti. Eres ese tipo de ser que solo se mira el ombligo, eres un arrogante.

 

Pablo gimió de dolor. Oswaldo caminaba alrededor. Ahora estaba parado detrás de él, alineando su pie para otra patada. De una circunstancia a otra su actitud y postura cambió del incocente eludido a desvergonzado.

 

Oswaldo se rió y entregó un puntapié justo en los huevos colgantes de Pablo dentro de su pantalón.

 

Pablo gritó y se derrumbó en el suelo.

 


Oswaldo se burló cuando el rostro de Pablo se contrajo de dolor.

 

Riendo, Oswaldo se agachó y bajó el pantalón deportivo de Pablo, exponiendo su trasero.

 

Pablo Chacón estaba doblado, arrodillado en el suelo, con la cara tocando el suelo, las manos agarraban su entrepierna, acariciando sus delicadas bolas entre sus muslos, pero formando un objetivo espléndido para Oswaldo.

 

Oswaldo se burló.

 

—Ya lo decía yo. Un arrogante con bolas de toro. Los hombres de testículos grandes son idiotas. Está demostrado científicamente —con un pequeño impulso, pateó las bolas de Pablo con fuerza. La punta de su calzado se hundió en las bolas de Pablo, aplastándolas, haciendo que el guapo rubio gimiera de dolor, rodara hacia un lado y se enroscara en forma fetal.

 

Oswaldo se burló.

 

Pablo se balanceaba adelante y atrás, agarrando sus testículos, gimiendo de dolor.

 

Un sonido de llaves indicó que la puerta estaba siendo abierta desde afuera. Cuando cedió la figura de David apareció en el umbral.


 
—¿Qué sucede aquí? —quiso saber—. Vi por las cámaras de seguridad que Pablo entró aquí y no salió —su mirada observó al rubio en el suelo y sus ojos se abrieron de sorpresa. Inmediatamente corrió a él—. Amor, ¿estás bien? ¿Qué ocurrió?

 

Oswaldo se adelantó en una respuesta volviendo a adoptar un tono bonachón.

 

—Lo siento. Vino aquí formándome un escándalo porque eres mi entrenador. Se puso violento y me quiso atacar. Pude defenderme. Pero la verdad se salió de sus casillas. David, ten control de tu marido. No quiero problemas con él ni contigo.

 

—¿Pablo, qué ocurrió?

 

Pablo seguía con una mueca de dolor en su rostro, se subió el pantalón y explicó.

 

—Este me atacó de sorpresa después que le reclamé por invadir su espacio personal.

 

—¡Pero, Pablo! —regañó David de forma serena—. ¿Qué forma tan infantil de actuar es esa? No tienes de qué preocuparte.

 

—Por favor, mantenlo lejos de mí —dijo Oswaldo.

 

—Oh, sí —afirmó David levantándose—. Te ofrezco disculpas, amigo —extendió los brazos esperando un abrazo.

 

Oswaldo sonrió triunfante. De hecho dirigió una mirada de orgullo hacia Pablo. Caminó en dirección a David con motivo de abrazarse a su fornido cuerpo y reposar varios segundos en él.

 

—Sin embargo, nadie lastima a Pablo y sale libre del asunto —David también cambió su tono de voz y postura. Sus ojos brillaban en llamas. Oswaldo se detuvo confundido. David dejó escapar un gruñido de enfado y empujó una patada con su zapato deportivo entre las piernas de Oswaldo, haciendo crujir sus testículos en su pelvis.

 

Los ojos de Oswaldo se abrieron de par en par y se tambaleó hacia atrás. Agarró sus bolas y dejó escapar un gemido agonizante. Se inclinó adelante y abrió la boca dejando escapar un gritito agudo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

 

—¡Vete a la mierda! —gritó David y lanzó otra patada a la entrepierna de Oswaldo.

 

El hombre chilló de dolor.

 

—Serás transferido a otro gimnasio de la ciudad —dijo David—, yo me encargaré de que te reciban en otro lugar. Me haré cargo de la primera mensualidad en retribución de la que hiciste aquí.

 

Oswaldo gimió, haciendo una mueca.

 

—Yo… quiero… que… seas mi entrenador.

 

—Esta mañana te comenté que no te iba a seguir atendiendo. Mucho menos después de lo que hiciste a Pablo.

 

Pablo se puso de pie, un poco recuperado después de su paliza. David lo abrazó tomándolo del hombro, lo ayudó a caminar pasando por un lado de Oswaldo que seguía doblado sujetando sus gónadas.

 

David condujo a Pablo a su oficina y se encerraron bajo llave.

 

Al caer la noche y después de regresar a casa, tomar una ducha y cenar, ambos reposaban sobre la cama nupcial.

 

—Negrito, ¿crees que soy arrogante?

 

David arrugó el ceño. Sonrió al dar su respuesta.

 

—En algunas ocasiones, pero no siempre. Eres un arrogante tolerable.

 

Pablo dobló la boca.

 

—¿Crees que soy un egoísta que solo pienso en mí?

 

—No, en eso sí que no lo eres. Te gusta compartir…

 

Pablo sonrió.

 

David colocó una mano sobre su muslo.

 

—Solo tengo ojos para ti, gato —le dijo a Pablo—, cómo vas a creer que me iba a fijar en un chichicuilote como ese Oswaldo.

 

—Te coqueteó. Los vi. Y tú sonreías.

 

David esbozó una sonrisa.

 

—Bueno a veces es bueno que a uno lo consientan.

 

Pablo lo miró feo.

 

—Y tú dijiste que si uno quería estar con otro tipo lo podía hacer —argumentó David—, solo que yo no he estado con otro.

 

—Ni yo.

 

—Y tampoco quiero —trasladó su mano a la entrepierna de Pablo, cuyo pene enseguida comenzó a adquirir dureza—. En otro lugar no voy a conseguir tanta carne como tengo aquí.

 

Pablo se echó a reír y David le dio un beso en la boca. Enseguida se colocó sobre sus muslos con las piernas abiertas.

 

—Quiero que me folles con tu pollón —susurró a la oreja de Pablo.

 

El rubio sonrió, lo besó en la boca y respondió.

 

—Sus deseos son órdenes para mí, señor.

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