Los secuaces
aborĆgenes de Chemo observaron cĆ³mo su empleador aplicaba cloroformo primero a
Eduardo y luego a Jairo. Ambos hombres estaban absortos en un mundo de sueƱo,
con la cabeza apoyada contra sus fuertes pechos. Los miembros de la tribu
estaban excitados sexualmente y se frotaban a travƩs de sus finos taparrabos.
—MĆ”s tarde,
muchachos, mĆ”s tarde, habrĆ” tiempo para eso despuĆ©s —dijo Chemo con
reprobaciĆ³n—. En este momento, debemos preparar a nuestros invitados para su
viaje. LlĆ©venlos a dormir al camiĆ³n y asegĆŗrenlos.
Los tres
indĆgenas se acercaron a los hombres atados. Dos de ellos empezaron a desatar
las cuerdas en los tobillos de Eduardo. DespuƩs, se maravillaron ante la
musculatura del hombre. SabĆan que tenĆan que actuar rĆ”pido; si no se
apresuraban, el efecto del cloroformo desaparecerĆa pronto. Mientras dos
desataban las muƱecas de Eduardo, el tercero permanecĆa debajo de Ć©l dispuesto
a cargar su magnĆfico cuerpo sobre sus hombros. Cuando lo estuvo cargando, el indĆgena
volviĆ³ a excitarse. CaminĆ³ con su trofeo hacia el camiĆ³n que los esperaba.
Los dos miembros restantes de la tribu repitieron su trabajo con Jairo. El hombre que cargaba a Jairo no pudo evitar acariciar el trasero y las piernas del joven mientras que el tercero caminaba detrĆ”s frotĆ”ndose observando los brazos de Jairo balancearse sin fuerzas mientras lo llevaban al camiĆ³n.
Chemo esperĆ³
a que sus cautivos estuvieran dentro del camiĆ³n que los llevarĆa al complejo
fuertemente custodiado de su propiedad. Dentro de la parte trasera del camiĆ³n habĆa
dos camillas de hospital equipadas con sujeciones acolchadas. Bajaron a Eduardo
y Jairo uno al lado del otro en las dos camillas. Los secuaces bloquearon sus
muƱecas y tobillos con las ataduras. Como si fuera una seƱal, los dos hombres
comenzaron a recuperarse del cloroformo.
A medida que
se volvieron mƔs y mƔs conscientes, tiraron de sus ataduras en vano. Cuando
estuvieron completamente despiertos se encontraron en una nueva situaciĆ³n. Se
miraron el uno al otro, una mirada de preocupaciĆ³n se dibujaba en el rostro de
Jairo. No podĆan moverse; las ataduras eran demasiado fuertes para ellos. Una
vez mĆ”s, Chemo se parĆ³ frente a ellos, apenas capaz de contener su alegrĆa.
—¡Esto es
simplemente perfecto! —respondiĆ³ con una sonrisa—. Espero que estĆ©n cĆ³modos.
Viajaremos de regreso a la casa de mi familia en este camiĆ³n. Es un viaje algo
largo, asĆ que querĆa asegurarme de que tuvieran el alojamiento adecuado.
Claro, no estarƔn despiertos para disfrutar del viaje.
Eduardo y
Jairo reaccionaron a esas palabras con una renovada lucha contra sus ataduras.
Un brillo de sudor se desarrollĆ³ como resultado de sus esfuerzos, acentuando la
exquisitez de sus cuerpos. Chemo y sus secuaces estaban emocionados con lo que
veĆan.
—Oh, no deberĆan desperdiciar su fuerza tratando de romper estas cuerdas —dijo Chemo con naturalidad—. No tendrĆ”n Ć©xito.
Chemo caminĆ³
hacia el otro lado del camiĆ³n y extrajo de un cajĆ³n dos cilindros conectados a
dos mƔscaras antigƔs. Los dos hombres intensificaron sus movimientos al ver los
nuevos juguetes de Chemo.
—Supongo que
no hay nada que puedan hacer para evitar que lo intente —reflexionĆ³ Chemo—.
Excepto volverlos a dormir con este gas anestƩsico.
Sabiendo que
lo pasarĆa un poco mejor con Jairo, Chemo tomĆ³ una de las mĆ”scaras negras y
caminĆ³ hacia su camilla—. Pronto estarĆ”s tomando una agradable siesta gracias a
este gas —Jairo comenzĆ³ a mover la cabeza de un lado a otro en un esfuerzo por
eludir a Chemo. Sin embargo, Chemo colocĆ³ hĆ”bilmente la pesada mĆ”scara de goma
sobre su nariz y boca, asegurĆ”ndose de que se sellara hermĆ©ticamente. ColocĆ³
hƔbilmente la correa negra detrƔs de la cabeza de Jairo. El joven consciente
del olor a goma de la mĆ”scara, empezĆ³ a hiperventilar.
—CĆ”lmate,
Jairo —lo tranquilizĆ³ Chemo. AcariciĆ³ la cara y el pecho del joven—. No te
preocupes. Cuando abra el gas todo habrĆ” terminado —Chemo se volviĆ³ hacia
Eduardo—. Pero primero tengo que encargarme de mi favorito.
Chemo
recogiĆ³ la segunda mĆ”scara y dio un paso hacia Eduardo. El guardabosques lanzĆ³
todo su cuerpo hacia adelante en un Ćŗltimo intento desesperado por liberarse.
Chemo se mordiĆ³ los labios, el miembro de Eduardo era impresionante. TenĆa una polla larga y gruesa con una cabeza bulbosa que brillaba con lĆquido preseminal. Sus grandes huevos colgaban debajo un poco hinchados, por las torturas previas. Eduardo continuaba moviĆ©ndose frenĆ©ticamente, siendo entonces calmado por un puƱetazo en los huevos de parte de Chemo.
Los ojos de
Eduardo quedaron desorbitados y su boca abierta escapando un grito agĆ³nico.
—¿AsĆ te
gusta que te calme? —sonriĆ³ Chemo. Se quedĆ³ mirando la colosal entrepierna de
Eduardo y abriĆ³ la palma de la mano. EstrellĆ³ un manotazo en las gĆ³nadas de
Eduardo con un sonido que hizo eco en el camiĆ³n.
Sus
delicadas bolas se estrellaron contra su pelvis y dejĆ³ escapar un grito agudo.
Chemo le dio
otra fuerte palmada en la entrepierna.
El hombre
tosiĆ³. CerrĆ³ los ojos y se mordiĆ³ el labio inferior.
Con un
sonoro golpe, su mano chocĆ³ contra los testĆculos de Eduardo. La palma clavĆ³
los dos frƔgiles globos en su entrepierna, aplastƔndolos y haciendo que los
ojos de Eduardo se abrieran como platos.
Con una fracciĆ³n de segundo de retraso, el guardabosques dejĆ³ escapar un gemido miserable.
Chemo
sonriĆ³.
Eduardo
tosiĆ³ e hizo una mueca.
Con un
movimiento rĆ”pido, Chemo golpeĆ³ las bolas de Eduardo.
Eduardo
gimiĆ³ de dolor. Sus ojos estaban llenos de lĆ”grimas.
—Lo siento
—dijo Chemo, sin sonar arrepentido.
Eduardo
gimiĆ³. Iba a comentar algo, cuando fue interrumpido con un fuerte puƱetazo en
los huevos que lo hizo gemir de dolor e intentar doblarse sobre la camilla.
Con Eduardo
debilitado por el dolor testicular, Chemo pudo colocar la mƔscara en su cara y
ajustar la correa detrƔs de su cabeza.
—El gas los
mantendrĆ” dormidos durante nuestro viaje, caballeros. Disfruten de su descanso.
CrĆ©anme, estarĆ”n bastante ocupados una vez que lleguemos —Chemo girĆ³ la palanca
comenzando el flujo de gas.
Cuando los
vapores golpearon la nariz de los dos hombres, ambos instintivamente
contuvieron la respiraciĆ³n. Chemo se riĆ³ de su dĆ©bil intento. —No pueden
contener la respiraciĆ³n para siempre —hizo seƱas a sus secuaces indĆgenas que
observaron todo a lo lejos. Uno de ellos se acercĆ³ a Jairo y le empezĆ³ a
apretar las gĆ³nadas. El joven reaccionĆ³ dando un quejido de dolor y aspirando
una gran bocanada de gas. El efecto fue casi inmediato. EmpezĆ³ a sentirse
mareado; su cuerpo se sentĆa como si estuviera flotando sobre la camilla en la
que estaba acostado. A medida que sus testĆculos fueron apretados entre dedos,
tomĆ³ aliento tras aliento. Su visiĆ³n se nublĆ³. El aborigen se burlĆ³ cuando vio
que el joven estaba dormido. DejĆ³ de torturar a Jairo y comenzĆ³ a frotarse.
Eduardo pudo
aguantar mƔs tiempo y vio a su compaƱero perder el conocimiento una vez mƔs.
MirĆ³ a Chemo que estaba de pie mirando a Jairo.
—Ahora te
toca a ti, Eduardo. Mira quƩ plƔcidamente duerme Jairo. Creo que es hora de que
tĆŗ tambiĆ©n descanses —Chemo alcanzĆ³ la entrepierna de Eduardo. El hombre sintiĆ³
que la mano de Chemo envolvĆa sus huevos. Eduardo jadeĆ³ y aspirĆ³ el gas. El
efecto sedante pronto lo superĆ³. Al igual que Jairo, Eduardo sintiĆ³ que el
entumecimiento le recorrĆa el cuerpo. TodavĆa era consciente de que le
apretaban las bolas, pero de alguna manera esa sensaciĆ³n dolorosa se sentĆa
lejana. Con cada respiraciĆ³n, la mente de Eduardo se nublaba. El gas lo
arrastraba a la oscuridad. Cada vez que parpadeaba, le resultaba mĆ”s difĆcil
abrir los ojos. Finalmente sus pupilas se cerraron y no volvieron a abrirse.
Chemo quitĆ³
su mano, soltando las pelotas de Eduardo. MirĆ³ al semental inconsciente con
hambre en los ojos.
—El gas los mantendrĆ” dormidos hasta que lleguemos al complejo de mi familia. AhĆ es donde en verdad comenzarĆ” la diversiĆ³n.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario