Escrito por:FabiƔn Urbina
La colecta semestral de
la Fundación Manos Solidarias, que ayudaba a personas indigentes, era todo un
Ʃxito. Y faltaba lo mejor: la subasta de una cita especial.
—Damas y caballeros
—anunció el presidente de la fundación—, ha llegado el evento mĆ”s emocionante
de la noche: la subasta por una cita con el superhƩroe Converter, cuyo poder le
permite transformarse en cualquier persona. DƩmosle la bienvenida a nuestro
querido superamigo...
Aplausos intensos, gritos
de admiración y cumplidos acompañaron mi entrada al escenario. Modestia aparte,
no era para menos: ese dĆa vestĆa mi traje azul claro ajustado con decoraciones
dinƔmicas en los brazos y el pecho mƔs un antifaz plateado que me daba un aire
enigmĆ”tico. El cuerpo que habĆa esculpido tras largas horas de gimnasio
resaltaba tanto que de inmediato comenzaron las ofertas.
—Por favor —pidió el
presidente—, calma. Empecemos en orden... Bien... La Fundación Manos Solidarias
tiene el placer de subastar una cita con nuestro querido superhƩroe Converter.
La puja comienza con cien dólares. ¿Alguien ofrece mĆ”s?
Las ofertas no se
hicieron esperar. En pocos minutos, la subasta concluyó con resultados
maravillosos.
—¡La cita es vendida al
caballero por cincuenta mil dólares! ¡Enhorabuena!
El sujeto ganador tenĆa
un aspecto feroz y adusto, especialmente por las gafas negras que llevaba. ¿QuĆ©
me pedirĆa? Las cuatro citas de las subastas anteriores fueron divertidas. Los
benefactores me pedĆan que me convirtiera en su actor o cantante favorito, se
tomaban fotos e incluso acariciaban el cuerpo representado. Incluso, en una
ocasión un sujeto masturbó al galĆ”n coreano de moda en que me habĆa
transformado.
—Buenas noches, seƱor
Converter —dijo el sujeto con frialdad—. Tengo órdenes de llevarlo con la
persona que pagó por la cita.
Salimos del salón y
abordamos un auto negro Audi que nos llevó a una zona exclusiva muy apartada de
la ciudad. De pronto, el auto se detuvo y un guardia de seguridad abrió la
puerta. No sé cómo, pero en algún momento ingresamos al enorme patio de una
imponente residencia.
—Vaya por la entrada
principal. Lo estĆ”n esperando —dijo el sujeto.
Al entrar, un anciano con pinta de mayordomo me condujo a una sala donde una mujer joven, alta y distinguida me esperaba. Su traje sastre rojo engalanado con joyas en las muƱecas y el cuello me hizo comprender que se trataba de la dueƱa absoluta de todo el lugar... Y de las vidas de quienes lo habitaban.
—Buenas noches,
seƱorita... Soy el superhƩroe Converter. Estoy a su servicio. No sƩ quƩ clase
de cita espera, pero le prometo que no saldrĆ” decepcionada.
La mujer me dio la
espalda y tomó dos copas servidas con champaña. Me ofreció una, pero la
rechacé. Ella bebió la suya y me clavó una dura mirada.
—Veo que el pago por usted
valió cada centavo —dijo mientras sus ojos recorrĆan cada centĆmetro de mi
cuerpo—. Tengo poco tiempo. Al amanecer me practicarĆ”n una cirugĆa cerebral con
pocas posibilidades de Ć©xito. Por eso me urgĆa contactarlo.
—SeƱorita, estoy aquĆ
para complacerla —le respondĆ con preocupación—. Sólo dĆgame quĆ© puedo hacer
por usted y delo por hecho.
Me pidió que la siguiera
hasta una habitación tapizada con fotos de un sujeto alto, atlético, muy
apuesto, de pelo rubio rizado, sonrisa coqueta y ojos penetrantes.
—Es Thomas, mi difunto
marido. Murió hace un año en un accidente de auto. Nos quedaron muchos temas
pendientes, pero yo sólo quiero despedirme de Ć©l. Estudie su fisonomĆa y
reprodĆŗzcala fielmente. Incluso, deseo que imite su voz lo mejor posible... Lo
dejarƩ unos minutos para que lo estudie bien.
—No serĆ” necesario. Con
sólo ver por un instante a la persona, puedo imitarla al cien por ciento,
incluyendo su voz... Por favor, dese la vuelta.
La mujer dudó un segundo,
pero luego giró sobre sà misma. Cuando le pedà que volteara, quedó atónita y
sus ojos se llenaron de lƔgrimas.
—¡Thomas! —gritó y corrió
a abrazarme. Asà se quedó unos momentos hasta que me soltó y me miró con suma
ternura.
En un segundo, su mirada
adquirió un gesto duro. No salĆa de mi asombro cuando, de pronto, ella me
abofeteó con todas sus fuerzas.
—¡Maldito infeliz! ¿Cómo
pudiste traicionarme con mi mejor amiga? ¡Y encima se te ocurre morir con ella
en el absurdo accidente de auto!
—Que-querida, yo...
Me dio otra bofetada.
—¿TĆŗ quĆ©, idiota? ¡Ni
siquiera viviste para poder reprocharte tu traición! ¡Te largaste al otro mundo
con esa puta! —dijo con ira antes de soltarme un puƱetazo en el rostro.
SabĆa que todo esto era
parte de la cita, pero me estaba preocupando que la mujer se pusiera mƔs
violenta. Aunque sus golpes no me hacĆan daƱo, ella podrĆa intentar otra clase
de castigo... Y no me equivoquƩ.
—¡Me dejaste sola, sin
hijos, con un montón de problemas legales y una enfermedad que estÔ a punto de
matarme! ¿Y no dices nada, maldito?
—Querida, de verdad, lo
siento mucho...
—¿Lo sientes? ¿Sólo dirĆ”s
eso, desgraciado Thomas? —gritó con rabia.
Entonces me tomó de los
hombros y hundió su rodilla en mis testĆculos. Ese golpe sĆ me hizo daƱo. Una
sensación de debilidad subió de mis gónadas hacia mi estómago y llegó a mi
cabeza; junté mis piernas, protegà mis genitales con las manos y caà al piso. A
los pocos segundos, habĆa vuelto a mi forma original.
—¡Perdón! —dijo la
mujer—. ¡DiscĆŗlpeme, por favor! ¿QuĆ© le sucedió?
—Es que... si tengo un dolor
intenso... pierdo mi transformación —le dije adolorido—. Espere una media hora,
como mĆnimo, para que me recupere.
—Lo siento, seƱor
Converter, pero no tengo ese tiempo —dijo decidida.
Me separó las piernas con
delicadeza y comenzó a acariciar mi entrepierna. Descubrió la bragueta oculta
de mi traje, la abrió y manipuló mi falo hasta conseguir que se pusiera duro
como una roca.
—Si algo sĆ© bien es cómo
quitarle el dolor a un hombre —aseguró justo antes de chupar mi carne ardiente.
Su boca era un deleite
para mis genitales. Lamió con ternura mis gónadas y les dio el alivio que
necesitaban. Luego apretó mi falo entre sus dedos Ćndice y cordial, comenzó a
jalar mi prepucio mientras la palma de su otra mano hacia movimientos
circulares sobre el glande. Nunca me habĆan masturbado de esa manera. El
estĆmulo era tal que en dos minutos soltĆ© una poderosa carga de leche viril.
Mientras jadeaba cansado
y sumamente satisfecho, ella preguntó:
—¿Cree que pueda seguir?
Como respuesta, me puse
en pie y volvà a transformarme en su difunto esposo... Pero ella volvió a la
carga con insultos y bofetadas.
—¿Y ahora quĆ©,
desdichado? ¡Ya me jodiste la vida! ¡Lo mejor que puedes hacer es volver al
infierno con tu puta!
Se acordó de algo y tomó
una caja verde que estaba sobre una mesita. Sacó una pelota de béisbol firmada
y la lanzó a mi cara, pero sólo golpeó mi frente.
—¡LlĆ©vate tu puta pelota
que tanto atesorabas! ¡Se te olvidó el dĆa que decidiste largarte con tu
prostituta! ¡Anda, tómala, tómala!
Confundido, busquƩ la
pelota y la tomƩ entre mis manos. De pronto, se me vinieron a la cabeza un
montón de imÔgenes sobre la vida de Thomas.
—¿QuĆ© esperas? —gritó—.
¡Ya puedes largarte! ¡Vete, vete, cabrón!
Se me acercó muy
amenazante y hundió sus uƱas en mis testĆculos con una fuerza que me hacĆa
daño. Los retorció con saña y los jaló como si quisiera arrancarlos. Luego me
soltó, pero volvió a hundir su rodilla sobre mi entrepierna, no una sino cinco
veces. Y cuando me tenĆa hincado en el piso, protegiendo mi hombrĆa, se puso
detrÔs de mà y pateó mis bolas con la punta de sus zapatos.
El intenso dolor me
devolvió de nuevo a mi cuerpo original. Cuando me vio, ella se calmó y me
volvió a acariciar los genitales.
—Por favor, perdóneme
—dijo arrepentida—, pero necesitaba desahogarme con ese maldito.
—Lo... lo entiendo
—respondĆ con esfuerzo.
Ella quiso masturbarme de
nuevo, pero se lo impedĆ gentilmente.
—Es que quisiera terminar
de hablar con mi esposo —se justificó.
—¿Cree que mientras mĆ”s
lo golpee, mejor se sentirĆ”? —le contestĆ©—. AdemĆ”s, hay algo que usted no sabe.
Cuando toqué la pelota de beisbol, accedà a las memorias de su marido. Créame:
él no estaba tan satisfecho con su decisión, asà que le dejó resguardados una
carta de despedida y documentos de cuentas bancarias.
—¡QuĆ©! ¡No puede ser! ¡En
la caja fuerte no hay nada!
Me concentrƩ un momento
en los recuerdos de Thomas antes de informarle:
—Busque en la escultura
de gato de Fernando Botero que estĆ” en el jardĆn trasero. AllĆ encontrarĆ” esos
documentos... Espero haberla ayudado.
Me levanté y me dirigà a
la salida caminando adolorido.
—Por favor —me llamó—.
Espere.
Me abrazó con ternura y
luego me tendió un sobre amarillo.
—Es un cheque por veinte
mil dólares. Esto no paga el dolor que le causé, pero quiero retribuir toda la
ayuda que hoy me dio. No sabe cuƔnto bien me hizo su visita.
Le agradecĆ y salĆ de la
casa con la firme intención de no volver nunca. Las memorias del señor Thomas
incluĆan información que podrĆan destruir a la mujer y, de paso, crear una
crisis financiera sin precedentes en el paĆs.
DecidĆ entonces que, en adelante, mis servicios a la Fundación Manos Solidarias nunca volverĆan a incluir una estĆŗpida subasta.

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