Supervulnerables V: Converter - Las Bolas de Pablo

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7 abr 2022

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Supervulnerables V: Converter

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Escrito por:FabiƔn Urbina

 

La colecta semestral de la Fundación Manos Solidarias, que ayudaba a personas indigentes, era todo un éxito. Y faltaba lo mejor: la subasta de una cita especial.

—Damas y caballeros —anunció el presidente de la fundación—, ha llegado el evento mĆ”s emocionante de la noche: la subasta por una cita con el superhĆ©roe Converter, cuyo poder le permite transformarse en cualquier persona. DĆ©mosle la bienvenida a nuestro querido superamigo...

Aplausos intensos, gritos de admiración y cumplidos acompañaron mi entrada al escenario. Modestia aparte, no era para menos: ese día vestía mi traje azul claro ajustado con decoraciones dinÔmicas en los brazos y el pecho mÔs un antifaz plateado que me daba un aire enigmÔtico. El cuerpo que había esculpido tras largas horas de gimnasio resaltaba tanto que de inmediato comenzaron las ofertas.

—Por favor —pidió el presidente—, calma. Empecemos en orden... Bien... La Fundación Manos Solidarias tiene el placer de subastar una cita con nuestro querido superhĆ©roe Converter. La puja comienza con cien dólares. ĀæAlguien ofrece mĆ”s?

Las ofertas no se hicieron esperar. En pocos minutos, la subasta concluyó con resultados maravillosos. 

—”La cita es vendida al caballero por cincuenta mil dólares! Ā”Enhorabuena!

El sujeto ganador tenía un aspecto feroz y adusto, especialmente por las gafas negras que llevaba. ¿Qué me pediría? Las cuatro citas de las subastas anteriores fueron divertidas. Los benefactores me pedían que me convirtiera en su actor o cantante favorito, se tomaban fotos e incluso acariciaban el cuerpo representado. Incluso, en una ocasión un sujeto masturbó al galÔn coreano de moda en que me había transformado.

—Buenas noches, seƱor Converter —dijo el sujeto con frialdad—. Tengo órdenes de llevarlo con la persona que pagó por la cita.

Salimos del salón y abordamos un auto negro Audi que nos llevó a una zona exclusiva muy apartada de la ciudad. De pronto, el auto se detuvo y un guardia de seguridad abrió la puerta. No sé cómo, pero en algún momento ingresamos al enorme patio de una imponente residencia.

—Vaya por la entrada principal. Lo estĆ”n esperando —dijo el sujeto.

Al entrar, un anciano con pinta de mayordomo me condujo a una sala donde una mujer joven, alta y distinguida me esperaba. Su traje sastre rojo engalanado con joyas en las muƱecas y el cuello me hizo comprender que se trataba de la dueƱa absoluta de todo el lugar... Y de las vidas de quienes lo habitaban.

—Buenas noches, seƱorita... Soy el superhĆ©roe Converter. Estoy a su servicio. No sĆ© quĆ© clase de cita espera, pero le prometo que no saldrĆ” decepcionada.

La mujer me dio la espalda y tomó dos copas servidas con champaña. Me ofreció una, pero la rechacé. Ella bebió la suya y me clavó una dura mirada.

—Veo que el pago por usted valió cada centavo —dijo mientras sus ojos recorrĆ­an cada centĆ­metro de mi cuerpo—. Tengo poco tiempo. Al amanecer me practicarĆ”n una cirugĆ­a cerebral con pocas posibilidades de Ć©xito. Por eso me urgĆ­a contactarlo.

—SeƱorita, estoy aquĆ­ para complacerla —le respondĆ­ con preocupación—. Sólo dĆ­game quĆ© puedo hacer por usted y delo por hecho.

Me pidió que la siguiera hasta una habitación tapizada con fotos de un sujeto alto, atlético, muy apuesto, de pelo rubio rizado, sonrisa coqueta y ojos penetrantes.

—Es Thomas, mi difunto marido. Murió hace un aƱo en un accidente de auto. Nos quedaron muchos temas pendientes, pero yo sólo quiero despedirme de Ć©l. Estudie su fisonomĆ­a y reprodĆŗzcala fielmente. Incluso, deseo que imite su voz lo mejor posible... Lo dejarĆ© unos minutos para que lo estudie bien.

—No serĆ” necesario. Con sólo ver por un instante a la persona, puedo imitarla al cien por ciento, incluyendo su voz... Por favor, dese la vuelta.

La mujer dudó un segundo, pero luego giró sobre sí misma. Cuando le pedí que volteara, quedó atónita y sus ojos se llenaron de lÔgrimas.

—”Thomas! —gritó y corrió a abrazarme. AsĆ­ se quedó unos momentos hasta que me soltó y me miró con suma ternura.

En un segundo, su mirada adquirió un gesto duro. No salía de mi asombro cuando, de pronto, ella me abofeteó con todas sus fuerzas.

—”Maldito infeliz! ĀæCómo pudiste traicionarme con mi mejor amiga? Ā”Y encima se te ocurre morir con ella en el absurdo accidente de auto!

—Que-querida, yo...

Me dio otra bofetada.

—¿TĆŗ quĆ©, idiota? Ā”Ni siquiera viviste para poder reprocharte tu traición! Ā”Te largaste al otro mundo con esa puta! —dijo con ira antes de soltarme un puƱetazo en el rostro.

Sabƭa que todo esto era parte de la cita, pero me estaba preocupando que la mujer se pusiera mƔs violenta. Aunque sus golpes no me hacƭan daƱo, ella podrƭa intentar otra clase de castigo... Y no me equivoquƩ.

—”Me dejaste sola, sin hijos, con un montón de problemas legales y una enfermedad que estĆ” a punto de matarme! ĀæY no dices nada, maldito?

—Querida, de verdad, lo siento mucho...

—¿Lo sientes? ĀæSólo dirĆ”s eso, desgraciado Thomas? —gritó con rabia.

Entonces me tomó de los hombros y hundió su rodilla en mis testículos. Ese golpe sí me hizo daño. Una sensación de debilidad subió de mis gónadas hacia mi estómago y llegó a mi cabeza; junté mis piernas, protegí mis genitales con las manos y caí al piso. A los pocos segundos, había vuelto a mi forma original.

—”Perdón! —dijo la mujer—. Ā”DiscĆŗlpeme, por favor! ĀæQuĆ© le sucedió?

—Es que... si tengo un dolor intenso... pierdo mi transformación —le dije adolorido—. Espere una media hora, como mĆ­nimo, para que me recupere.

—Lo siento, seƱor Converter, pero no tengo ese tiempo —dijo decidida.

Me separó las piernas con delicadeza y comenzó a acariciar mi entrepierna. Descubrió la bragueta oculta de mi traje, la abrió y manipuló mi falo hasta conseguir que se pusiera duro como una roca.

—Si algo sĆ© bien es cómo quitarle el dolor a un hombre —aseguró justo antes de chupar mi carne ardiente.

Su boca era un deleite para mis genitales. Lamió con ternura mis gónadas y les dio el alivio que necesitaban. Luego apretó mi falo entre sus dedos índice y cordial, comenzó a jalar mi prepucio mientras la palma de su otra mano hacia movimientos circulares sobre el glande. Nunca me habían masturbado de esa manera. El estímulo era tal que en dos minutos solté una poderosa carga de leche viril.

Mientras jadeaba cansado y sumamente satisfecho, ella preguntó:

—¿Cree que pueda seguir?

Como respuesta, me puse en pie y volví a transformarme en su difunto esposo... Pero ella volvió a la carga con insultos y bofetadas.

—¿Y ahora quĆ©, desdichado? Ā”Ya me jodiste la vida! Ā”Lo mejor que puedes hacer es volver al infierno con tu puta!

Se acordó de algo y tomó una caja verde que estaba sobre una mesita. Sacó una pelota de béisbol firmada y la lanzó a mi cara, pero sólo golpeó mi frente.

—”LlĆ©vate tu puta pelota que tanto atesorabas! Ā”Se te olvidó el dĆ­a que decidiste largarte con tu prostituta! Ā”Anda, tómala, tómala!

Confundido, busqué la pelota y la tomé entre mis manos. De pronto, se me vinieron a la cabeza un montón de imÔgenes sobre la vida de Thomas.

—¿QuĆ© esperas? —gritó—. Ā”Ya puedes largarte! Ā”Vete, vete, cabrón!

Se me acercó muy amenazante y hundió sus uñas en mis testículos con una fuerza que me hacía daño. Los retorció con saña y los jaló como si quisiera arrancarlos. Luego me soltó, pero volvió a hundir su rodilla sobre mi entrepierna, no una sino cinco veces. Y cuando me tenía hincado en el piso, protegiendo mi hombría, se puso detrÔs de mí y pateó mis bolas con la punta de sus zapatos.

El intenso dolor me devolvió de nuevo a mi cuerpo original. Cuando me vio, ella se calmó y me volvió a acariciar los genitales.

—Por favor, perdóneme —dijo arrepentida—, pero necesitaba desahogarme con ese maldito.

—Lo... lo entiendo —respondĆ­ con esfuerzo.

Ella quiso masturbarme de nuevo, pero se lo impedĆ­ gentilmente.

—Es que quisiera terminar de hablar con mi esposo —se justificó.

—¿Cree que mientras mĆ”s lo golpee, mejor se sentirĆ”? —le contesté—. AdemĆ”s, hay algo que usted no sabe. Cuando toquĆ© la pelota de beisbol, accedĆ­ a las memorias de su marido. CrĆ©ame: Ć©l no estaba tan satisfecho con su decisión, asĆ­ que le dejó resguardados una carta de despedida y documentos de cuentas bancarias.

—”QuĆ©! Ā”No puede ser! Ā”En la caja fuerte no hay nada!

Me concentrƩ un momento en los recuerdos de Thomas antes de informarle:

—Busque en la escultura de gato de Fernando Botero que estĆ” en el jardĆ­n trasero. AllĆ­ encontrarĆ” esos documentos... Espero haberla ayudado.

Me levantƩ y me dirigƭ a la salida caminando adolorido.

—Por favor —me llamó—. Espere.

Me abrazó con ternura y luego me tendió un sobre amarillo.

—Es un cheque por veinte mil dólares. Esto no paga el dolor que le causĆ©, pero quiero retribuir toda la ayuda que hoy me dio. No sabe cuĆ”nto bien me hizo su visita.

Le agradecí y salí de la casa con la firme intención de no volver nunca. Las memorias del señor Thomas incluían información que podrían destruir a la mujer y, de paso, crear una crisis financiera sin precedentes en el país.

Decidí entonces que, en adelante, mis servicios a la Fundación Manos Solidarias nunca volverían a incluir una estúpida subasta.

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