Las presas del cazador (3/7): el ordeño de las presas - Las Bolas de Pablo

Lo más nuevo

15 abr 2022

Las presas del cazador (3/7): el ordeño de las presas

Una feroz batalla rugió dentro de Eduardo, pues luchaba contra las drogas que lo habían dejado inconsciente. Finalmente, comenzó a ganar batalla. Podía oír palabras al azar; astillas de luz entraron en su conciencia, se estaba despertando.

 

Los gemidos que emanaron de sus labios se hicieron más audibles. Como si estuviera tratando de escapar de un sueño, su cuerpo comenzó a retorcerse, aunque de forma limitada porque estaba fuertemente atado a un árbol. A medida que el mundo se hizo más vivo, los esfuerzos físicos de Eduardo alcanzaron su punto máximo. Sus músculos brillaban de sudor, estirados hasta el límite contra sus ataduras. Por fin, sus ojos se abrieron. Rápidamente su entorno se hizo más claro. La primera imagen en presenciar fue el rostro sonriente de su captor, que se acariciaba la entrepierna de solo verlo doblarse entre las sogas.

 

—Bienvenido de nuevo, Eduardo —exclamó Chemo—. Extrañamos tu brillante compañía mientras descansabas.

 

—No estaba descansando, Chemo. ¡Me drogaste!

 

—Pura semántica, Eduardo. Pero te diré que el mundo de las drogas se vaticina en tu futuro.

 

Una vez más, Eduardo tiró de las cuerdas que lo ataban al árbol. Chemo se carcajeó. 

 

—No vas a ir a ninguna parte. Y aunque disfruto mucho ver cómo se doblan tus músculos, debes aceptar las circunstancias y relajarte. Jairo y yo nos hemos estado conociendo un poco mejor durante tu pequeña siesta.

 

Chemo se hizo a un lado para revelar a Jairo atado a un árbol al frente, su rígida erección inmediatamente llamó la atención de Eduardo. Chemo sonrió. 

 

—Te dije que Jairo y yo nos estábamos divirtiendo.

 

—Lo siento, Eduardo. Este loco me ha estado torturando y masturbando —trató de explicar el joven.

 


—Y ya que Eduardo se unió a nuestro grupo, creo que es hora de que te pongas en acción otra vez  —Chemo caminó hacia el cuerpo atado de Jairo—. Quería esperar que despertaras, Eduardo, para que vieras como ordeño a tu compañero. Después será tu turno. Pero estás acostumbrado a eso, ¿no es así? —sonrió con picardía.

 

—¿Qué quiere decir, Eduardo? —preguntó el confundido Jairo.

 

—¿Eduardo no te contó lo bien que lo pasamos unos meses atrás cuando estuvimos juntos? —bromeó Chemo—. Lograr que Eduardo se corriera en mis manos fue uno de mis mayores desafíos.

 

—No lo vuelvas a tocar —gruñó Eduardo.

 

—No te preocupes, Eduardo. Iré a por ti en breve. Hay mucho de mí para todos, créeme —respondió Chemo.

 

Manteniendo los ojos puestos en Jairo, Chemo lanzó un golpe rápido y sorprendente a sus jóvenes bolas, seguido de otro y otro en rápida sucesión.

 

Jairo lo miró fijamente, completamente sorprendido, por una fracción de segundo antes de que el dolor lo dominara.

 

Chemo no se detuvo, continuó golpeando la hombría del joven con fuertes ganchos, estampando los frágiles testículos contra su cuerpo.

 

Jairo dejó escapar un gemido miserable, retorciéndose de dolor.

 

Chemo dio un paso atrás y asintió. Luego pateó las bolas de Jairo, haciendo que el muchacho gritara de dolor.

 

—Déjalo en paz, maldito —rugió Eduardo.

 

Chemo se echó a reír, señalo la gruesa erección de Jairo en el medio de sus piernas.

 

—¿A caso no ves que le gusta? Mira su salchicha —lanzó una patada a las gónadas de Jairo. La punta de la bota del cazador chocó con las albóndigas del muchacho, haciendo que sus ojos se abrieran.

 

Jairo dejó escapar un gemido largo y miserable.

 

—¡Te voy a matar! —juró Eduardo.

 

Chemo volvió a reírse cargado de maldad. Se apoderó de los testículos de Jairo. Haciendo que el muchacho jadeara. Apretó con fuerza, amasando los enormes orbes en su mano, tratando de infligir todo el dolor posible.

 

Jairo hizo una mueca, con los ojos muy abiertos y la boca cerrada.

 

Con un rápido tirón y un giro, puso a Jairo a gritar.

 

Riendo de maldad, retorció los huevos con crueldad, oyendo el grito de Jairo a todo pulmón.

 

Soltando su agarre, vio al joven llorar.

 

Eduardo lo maldijo.

 

Chemo agarró los pezones de Jairo con los dedos pulgar e índice y los retorció en direcciones opuestas.

 

Jairo gritó.

 

Chemo retorció los pezones de Jairo en la otra dirección, haciéndolo gritar de dolor.

 

Chemo levantó la rodilla y la clavó en la entrepierna de Jairo, atrapando ambos huevos y estrellándolos contra su cuerpo.

 

Jairo soltó un grito espeluznante, se retorció contra sus ataduras, con los pies en el suelo, las manos atadas al árbol, gimiendo de dolor.

 

Chemo colocó sus manos sobre los hombros de Jairo. Luego clavó la rodilla en sus frágiles gónadas, haciéndolas crujir contra su pelvis.

 

Jairo gritó de dolor.

 

Una vez más, Chemo levantó la rodilla, chocando con los testículos de Jairo y haciendo que su pene se agitara contra su estómago.

 

—¡Te voy a matar, bastardo! —juró Eduardo, viendo a Jairo hacer una mueca de dolor.

 

Jairo volvió a gritar cuando Chemo hundió su rodilla en sus vulnerables gónadas una y otra vez. En el quinto levantamiento de rodillas, la polla de Jairo se contrajo violentamente.

 

—¿Quieres que te saque la leche? —se burló Chemo.

 

Su rodilla se estrelló contra los testículos de Jairo con fuerza, golpeando las bolas en su pelvis.

 

Jairo gritó de dolor.

 

Tomando velocidad, Chemo comenzó a clavar su rodilla en los testículos una y otra vez.

 

—¿Quieres que te saque la leche, putito? —se burló susurrando al oído de Jairo. Sus manos recorrieron el cuerpo atado del joven. La mano derecha acarició la morena polla y la izquierda vagó sobre el musculoso pecho y abdominales. Jairo comenzó a gemir entre la estimulación física y el dolor que manaba de sus testículos. A pesar de una poderosa lucha contra las cuerdas que le ataban, una oleada de emociones creció en su ingle. Su respiración se volvió más irregular a medida que crecía el orgasmo; un brillo de sudor cubría todo su cuerpo. La vista de ese joven atado a un árbol y retorciéndose excitó a Chemo. Jugó con la punta del pene de Jairo lo que provocó que un torrente de placer invadiera todo el cuerpo del muchacho; tiró con fuerza contra las cuerdas una vez más.

 

Finalmente, Jairo no pudo contenerse más. Chorro tras chorro de semen brotó de su polla dura como roca. Chemo siguió con su tarea hasta que exprimió la última gota de leche de los huevos. Cuando estuvo convencido de que Jairo estaba vacío y con el cuerpo manchado de leche, soltó el pedazo de carne del semental. Jairo cayó contra el árbol, exhausto.

 

—¡Eso fue divertido! —exclamó el malévolo cazador—. Y sé que será mejor contigo, Eduardo —observó al otro macho con una mirada de anhelo total.

 

—Lo siento mucho, Eduardo. No pude hacer nada —suplicó Jairo.

 

—No te preocupes, Jairo. Nos vengaremos de nuestra humillación —respondió su amigo.

 

—Oh, eso es tan dulce… Pero tan poco probable. Tan pronto como termine contigo, ambos volverán a dormir —Chemo se acercó a una mochila y sacó una botella de color ámbar y un paño blanco—. Recuerdas esto, ¿verdad, Eduardo? Tú y la tela blanca se reencontrarán pronto —se paró al lado de Eduardo. Colocó la botella y el paño en el suelo—. Bueno, no puedo describirte lo emocionado que estoy de este momento. ¡Me masturbaré con estos pensamientos durante días! Pero no quiero hacerte esperar más, Eduardo. Ya que has estado esperando tu turno.

 

Con eso, Chemo se puso a trabajar una vez más. Sabía exactamente cómo estimular a Eduardo para obtener el máximo efecto. En poco tiempo Eduardo tenía la polla totalmente rígida.

 

—Por lo que veo, Eduardo, no pareces muy molesto por lo que le hice a tu pequeño Jairo. Pensé que sería un poco más difícil ponerte duro. Supongo que disfrutaste verme ordeñar a ese tonto.

 

Eduardo se enfureció por las palabras de Chemo. Tiró de las cuerdas con todas sus fuerzas, pero no pudo romperlas. Chemo sonrió ante los esfuerzos de Eduardo y se alegró de haber provocado la reacción que deseaba en él. Tiró de los testículos de Eduardo. El hombre al sentir el profundo dolor contuvo la respiración. Chemo estaba muy excitado, su propia polla estaba dura como una roca; una gota de líquido preseminal había manchado la parte delantera de su pantalón. El cazador no pudo soportarlo más. Se bajó los calzoncillos y agarró su propia polla con la mano izquierda mientras seguía torturando las gónadas de Eduardo con la derecha. 

 

De repente, el cuerpo de Eduardo se sacudió y de su pene salió disparado un manantial de semen. Cuando Chemo vio el clímax de Eduardo, también eyaculó.

 

Después de unos segundos, Chemo se subió el pantalón y habló con Eduardo:

 

—Eso fue increíble, lalo. No tienes idea de cuánto placer me acabas de brindar. Es exactamente por eso que te he deseado durante tanto tiempo. Serás el esclavo sexual perfecto para mí y mis amigos.

 

—Te mataré, Chemo —gruñó Eduardo, restos de sus cañones de semen fueron a parar a su pecho donde resbalaban.

 

—Sí, sí, dijiste eso antes. Y todavía estoy aquí. Aún sigues atado al árbol —Chemo se agachó y recogió la botella de cloroformo y la tela—. Veo lo enojado que estás. Creo que eso significa que necesitas descansar. Es hora de volver a dormir para que pueda prepararlos para nuestro viaje.

 

Chemo mojó el paño y lo sostuvo debajo de la nariz de Eduardo. Instintivamente giró la cabeza hacia otro lado cuando el olor lo asaltó. 

 

—Recuerdas el maravilloso olor del cloroformo, ¿verdad, Eduardo? Vamos, respira hondo. Ve a dormir —cubrió la nariz y la boca de Eduardo con la tela. Todo lo que el guardabosques pudo hacer fue mover la cabeza hacia adelante y hacia atrás en un intento de alejarse de la tela, pero resultó inútil. Después de unos segundos, los movimientos de Eduardo fueron menos frenéticos.

 

Jairo observó como los ojos de Eduardo se volvieron vidriosos y desenfocados. 

 

—¡Eduardo! ¡Eduardo! —gritó asustado.

 

—Ya no puede oírte —sonrió Chemo—. Está casi dormido. Y tú también lo estarás pronto.

 

Eduardo solo escuchaba un ligero zumbido. Se sentía relajado y con sueño. Respiraba con regularidad e inhalaba fácilmente los vapores de la droga. Un último aliento desplomó su cabeza sobre su enorme pecho.

 

—Ah, por fin dormido —dijo Chemo con alegría—. Y ahora el semental número dos.

 

Cuando Chemo se acercó a Jairo, volvió a humedecer la tela. —Quiero asegurarme de que haya suficiente para ti.

 

Chemo puede ver el miedo en los ojos de Jairo; eso lo excitó, se abalanzó sobre él, rodeando la nariz y la boca con el paño. Jairo gritó a través de la tela, pero lo único que logró fue tomar una gran dosis de cloroformo. Tosió con fuerza, absorbiendo más cloroformo a tragos. Rápidamente se desorientó. Su visión se hizo borrosa. Apenas pudo distinguir la forma borrosa del hombre que lo estaba poniendo a dormir. Unos segundos después, Jairo está tan profundamente dormido como su compañero.

 

Chemo dio un paso atrás y miró a sus dos presas inconscientes. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Apenas pudo contener su emoción mientras ponía en marcha la siguiente etapa de su plan.

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Pages