Escrito por: FabiƔn Urbina
En lo que me llegaba la
inspiraciĆ³n, mi mejor amigo MartĆn y yo fuimos a IKEA para comprar bancos
individuales para los invitados. Eran de madera con acabados artesanales. Una
monada. Mientras esperĆ”bamos en mi auto que nos los trajeran, veĆa una pĆ”gina de
fiestas gays, pero no me convencĆa. En eso, escuchĆ© una profunda voz varonil
detrĆ”s de mĆ.
—¿Alfredo Perelman? Le
traemos sus bancos.
Cuando alcƩ la vista,
supe que habĆa encontrado lo que buscaba: dos empleados en overol, jĆ³venes,
altos, atlĆ©ticos, fuertes y guapos. ¡Dios! ¿Por quĆ© esos chicos cargaban
muebles en vez de estar desfilando por una pasarela de modas?
—S-sĆ... —dije
titubeando—. Soy yo.
—¿DĆ³nde quiere que se los
metamos? —preguntĆ³ el de la voz majestuosa.
—¿Eh? A-aquĆ, en la
cajuela —respondiĆ³ MartĆn embobado.
Sus movimientos eran
firmes, varoniles, pero cuidadosos y elegantes. Rara combinaciĆ³n en hombres con
brazos musculosos y piernas como de roble.
MartĆn me leyĆ³ el
pensamiento y no lo pensĆ³ dos veces:
—Amigos, ¿les gustarĆa un trabajo para este fin de semana? —les propuso—. SerĆ” divertido y perfectamente remunerado. ¿QuĆ© dicen?
Cuando les dijo que
deseaba contratarlos para que bailaran en una fiesta, se sonrojaron; pero al
mencionarles el pago, no lo pensaron dos veces.
AsĆ que tres dĆas
despuĆ©s, un magnĆfico sĆ”bado por la noche, Urizen y ElĆas se preparaban en la
cocina de mi departamento para el momento mƔs especial de la noche. Ah, pero no
sĆ³lo bailarĆan sensualmente. TambiĆ©n representarĆan una de mis mĆ”s ardientes
fantasĆas: los luchadores enmascarados. De niƱo, los veĆa en la televisiĆ³n y me
parecĆan como superhĆ©roes. Conforme fui creciendo, mi admiraciĆ³n se convirtiĆ³
en excitaciĆ³n y en un permanente deseo por gozar cerca de mĆ de sus cuerpos
rudos y fuertes.
MartĆn se habĆa encargado
de vestirlos: pantalones de lycra de colores negro y blanco y mƔscaras. Eran
iguales a mis Ćdolos de la infancia: los Falcon Brothers, unos gemelos actores
que un dĆa entraron a los cuadrilĆ”teros para probar su suerte como luchadores.
Nunca ganaron una pelea, pero no hacĆa falta: sus cuerpos a merced de los rudos
era todo el espectĆ”culo que necesitaban brindar a su pĆŗblico fiel.
—¿Nerviosos? —les
preguntĆ³ MartĆn.
—Un poco, la verdad
—respondiĆ³ Urizen, el mĆ”s alto y el de la voz profunda.
—Es que nunca habĆamos
hecho esto —dijo ElĆas, con una pinta mĆ”s ruda.
MartĆn les pasĆ³ les puso
los abrazĆ³ por los hombros y aprovechĆ³ para toquetear las espaldas musculosas.
—¡Descuiden! Somos diez
amigos muy respetuosos. AdemƔs, cada uno
cuenta con un montĆ³n de billetes que terminarĆ”n en sus pantalones si nos
gusta su show.
Urizen y ElĆas sonrieron
emocionados. MartĆn les pasĆ³ una botella de tequila azul para que bebieran y se
animaran. Por mi parte, no esperaba un gran baile debido a que estos chicos
eran novatos; pero sĆ³lo con verlos moverse vestidos de luchadores ya era para
mĆ suficiente diversiĆ³n. Sin embargo, estaba muy equivocado.
Con las luces apagadas,
MartĆn los anunciĆ³:
—Ahora, amigos, la hora
mĆ”s esperada de esta fiesta: ¡el show de los luchadores mĆ”s ardientes de la
ciudad! ¡Los Falcon Brothers!
Urizen y ElĆas entraron
tĆmidamente mientras las luces se encendĆan, pero conforme avanzĆ³ la primera
canciĆ³n comenzaron a desenvolverse de tal forma que, para la segunda canciĆ³n,
ya bailaban como profesionales. Fue como si toda su sensualidad y gracia la
hubieran mantenido guardada como un palpitante secreto.
Al tercer tema, yo y mis
invitados estƔbamos hipnotizados con esos fogosos cuerpos. Con lascivia, vi que
todos mis amigos mostraban duros bultos ansiosos por explotar. Era lĆ³gico:
Urizen y ElĆas contoneaban sus cuerpos lujuriosamente, con las piernas
abiertas, cada uno tocando suavemente sus nalgas y sus enormes zonas genitales
e invitando al pĆŗblico a disfrutar de la firmeza de sus mĆŗsculos.
Cuando terminĆ³ la quinta
canciĆ³n, con todos mis amigos babeantes y los Falcon Brothers impregnados de
sudor en espalda y pecho, MartĆn propuso un juego.
—Ahora, para que los
luchadores descansen un poco, ¡vamos a mojarlos! El juego consiste en tratar de
abrir una botella de champaƱa sin ningĆŗn instrumento. El que primero lo consiga
¡podrĆ” derramar la rica espuma sobre los Falcon Brothers!
Gritos alocados se oyeron
cuando MartĆn me entregĆ³ la botella, pero tras duros esfuerzos, me fue
imposible abrirla. Cinco amigos mƔs lo intentaron sin Ʃxito, hasta que Urizen
aflojĆ³ un poco el tapĆ³n. Luego me la entregĆ³ cortĆ©smente.
—Creo que estĆ” lista para
que el festejado la derrame —dijo con la misma voz que me habĆa encandilado
desde el principio.
—Por favor, Falcon
Brothers, colĆ³quense frente a Alfredito y prepĆ”rense para un buen baƱo —ordenĆ³
MartĆn.
Con Urizen y ElĆas frente
a mĆ, aplaudiendo para animarme, deslicĆ© el tapĆ³n de la botella. ImaginĆ© sus
prendas ajustadas mojadas con la champaƱa, lo que resaltarĆa sus enormes
protuberancias masculinas. Pero calculĆ© mal: el tapĆ³n saliĆ³ disparado como una
bala, ¡pero se estampĆ³ directamente en las gĆ³nadas de Urizen! El pobre chico
sensual se cubriĆ³ su zona genital, emitiĆ³ un gemido profundo, cerrĆ³ sus ojos
color miel y se hincĆ³ en el piso con un notorio gesto de dolor.
Ni siquiera vi dĆ³nde se
derramĆ³ la champaƱa. De inmediato me levantĆ© de mi silla para auxiliarlo, pero
ElĆas me lo impidiĆ³ cortĆ©smente.
—Por favor, amigo
festejado, no te preocupes —dijo en un tono divertido—. Estos golpes son el pan
de cada dĆa en el trabajo. ¿No es cierto, mi buen Urizen?
El macho afectado sĆ³lo
asintiĆ³ con los labios apretados. ElĆas le palmeĆ³ la espalda, lo ayudĆ³ a
levantarse y lo llevĆ³ a la cocina. Y mientras esto ocurrĆa, mi amigo Jorge se
me acercĆ³ para susurrarme:
—Alfredito, tienes un
conejo en el pantalĆ³n o estĆ”s excitadĆsimo.
MirƩ hacia abajo y, en
efecto, mi pene estaba durĆsimo. ¿Por quĆ©? Acababa de lastimar a un apuesto
semental bailarĆn. ¿Por quĆ© me habĆa excitado?
Fui directo a la cocina
para disculparme, pero antes de entrar, vi por la ventanita de la puerta que
los chicos charlaban.
—Vamos, Urizen, no fue
nada —dijo ElĆas—. SĆ te doliĆ³, pero, ¿quĆ© van a decir de nosotros? Somos los
invencibles Falcon Brothers, los hermanos que no se tiran a la lona por un
golpe en los huevos. Los chicos pensarƔn que somos unos delicados.
—¡Entonces debiste
recibir el golpe tĆŗ mismo! —reprochĆ³ Urizen mientras se ponĆa una botella
helada de cerveza en su entrepierna.
ToquƩ la puerta de la
cocina y entrƩ.
—Por favor, Urizen,
discĆŗlpame. Fue un accidente. EntenderĆa si quieren suspender el show. Y, por
favor, acepten este dinero extra por las molestias...
—Para nada, Alfredo
—asegurĆ³ ElĆas—. Estos son gajes del oficio... Es mĆ”s, seguiremos con la funciĆ³n
con un juego mƔs. Te divertirƔs mucho.
ElĆas susurrĆ³ algo a
Urizen e hizo que se levantara con mƔs Ɣnimo. Juntos salieron de la cocina como
si hubieran ganado el cinturĆ³n de oro de un combate. Todos mis amigos les
aplaudieron cuando aparecieron en la sala.
—¡El show sigue, amigos!
—exclamĆ³ ElĆas emocionado—. Los Falcon Brothers no se rinden tan fĆ”cilmente...
Y para que vean lo fuertes que somos, ponemos a nuestra disposiciĆ³n nuestras
joyas —dijo sosteniendo su poderoso paquete genital.
Nadie entendiĆ³ la
invitaciĆ³n, asĆ que Urizen intervino:
—Queremos demostrarles
que somos invencibles. Por eso, aunque ese tapĆ³n de champaƱa me tomĆ³
desprevenido, les demostrarƩ que mis huevos son de acero.
—¡Claro, hermano! —dijo
ElĆas abriendo las piernas y poniendo la pelvis adelante—. Los que quieran
pueden probar la resistencia de nuestros huevos como quieran. Ah, eso sĆ, por
cada intento de vencer nuestra hombrĆa, deberĆ”n pagar diez dĆ³lares. ¿QuiĆ©n se
anima?
Entonces, cada uno de mis
amigos sacĆ³ una buena cantidad de billetes. Los ojos de ElĆas y Urizen
brillaron emocionados.
—Bien, fĆ³rmense delante
del luchador al que quieran deshuevar —indicĆ³ Urizen.
A partir de ahĆ, la
fiesta se convirtiĆ³ en un bufet de omelettes. Cada amigo quiso probar la
resistencia de las gĆ³nadas de estos dos machos. Urizen recibiĆ³ un rodillazo,
tres apretones, una patada leve y otra un poco mƔs fuerte, un puƱetazo, cinco
palmadas y dos mordidas. Sus gemidos y gestos de dolor eran estĆmulos para mi
apetito sexual, que crecĆa con cada golpe que el macho recibĆa.
ElĆas no se quedĆ³ atrĆ”s.
Como era mĆ”s juguetĆ³n, Ć©l mismo propuso los golpes: abrazĆ³ por atrĆ”s a un amigo
quien le dio un golpe con la suela de su zapato; se dejĆ³ aplastar las bolas con
una botella de tequila; permitiĆ³ que un amigo lo pateara de frente y otro por
detrĆ”s; dejĆ³ que otro amigo le aplastara las bolas con unas pinzas de pan; uno
mĆ”s puso sus bolas en medio de un libro abierto y luego lo cerrĆ³. Y el golpe
definitivo:
—Ahora, Alfredo —me dijo
ElĆas un poco adolorido—, lĆ”nzame otro tapĆ³n de champaƱa como hiciste con
Urizen. Te demostrarƩ que no me dolerƔ.
AsĆ lo hice luego de que
me ayudaran a aflojar el tapĆ³n, que aplastĆ³ las bolas de ElĆas sin que el macho
se quejara. Todos aplaudimos su resistencia y le metimos en el pantalĆ³n mĆ”s
billetes. Ver a este semental adolorido casi me hizo eyacular. AhĆ descubrĆ que
ver a un macho deshuevado serĆa mi fuente de excitaciĆ³n en adelante.
Al final, cada uno
contaba con unos doscientos dĆ³lares por el jueguito. Cansados, pero satisfechos,
los chicos agradecieron y se dirigieron a la cocina, pero MartĆn los detuvo.
—¡Por favor, Falcon
Brothers! No se vayan. Si ya nos prestaron sus megabolas para jugar, es justo
que les demos un poco de cariƱo. ¿No creen, amigos?
Urizen puso cara de susto,
pero ElĆas comenzĆ³ a reĆrse.
—Somos materia dispuesta
—dijo ElĆas—. Dennos el alivio que tanto necesitan nuestros huevos.
Y a partir de ese momento, la fiesta se convirtiĆ³ en un coctel de abundante leche fresca viril. Fue la cereza del pastel de un cumpleaƱos que serĆa el mĆ”s memorable de mi vida.
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