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Como siempre, al llegar encuentro a mi hijo en la cocina, ya está cambiado y listo para ir a la escuela, asiste a un colegio privado, no tiene que llevar uniforme. Viste un moderno pantalón de chándal, una playera de manga larga y una chamarra roja. Está terminando de desayunar, subirá a su habitación para lavarse los dientes, inmediatamente bajará para despedirse; su hora de entrada al bachillerato es a las siete.
Él nos prepara el desayuno a ambos, de hecho, se encarga de que la casa no se caiga a pedazos, yo suelo estar absorto en el trabajo. Desde temprano por la mañana, hasta muy tarde por la noche estoy ausente. Él hace las compras, va al supermercado y al mercado local. Aprendió a cocinar y además hace pequeñas reparaciones y mantenimiento a la casa: pintura, electricidad, plomería, algo de albañilería, por supuesto, carpintería. Cuando tenía solo trece años, con algunas vigas de madera y unas láminas, construyó una pérgola. No quedó perfecta, pero es funcional y resistente al agua, hasta la fecha persiste. Es un muchacho muy inteligente y hábil, saca el mayor provecho de internet, todo lo busca en su celular o tableta, si algo no sabe hacer, lo aprende, no se queda quieto esperando.
Luego de bajar por las escaleras con su mochila al hombro, me toca la espalda, yo estoy sentado desayunando, extiendo mi mano para palmear su brazo, él me mira, sonríe y me dice:
—Domingo, seis de la tarde, ya compré los boletos para la película, usé la app. Hay que llegar media hora antes, máximo, porque solo los aparté, no tengo tarjeta, ¿ok?
—Está bien, anotado —respondo.
—Elegí el domingo, porque ese día seguro no trabajas, ¿va? “ ‘ale, pues. Ahí luego, Pá” —en el umbral de salida, hace un ademán de despedida y parte rumbo al colegio.
Mi hora de entrada es a las ocho de la mañana. Al llegar al ministerio público, lo primero que hago es sentarme en mi escritorio para repasar los detalles del único caso que tengo a la mano: la pelea del antiguo campeón de lucha libre Alfonso “El toro” Espinoza, contra un misterioso retador. Leo el contenido completo del acta y comprendo la razón por la cual el ministerio público no encontró delito que perseguir, esto fue totalmente consensuado, una lucha erótica como la que vi la noche de ayer en mi computadora. Alfonso estaba excitado, le gustaba poder luchar contra este hombre de mucho menor tamaño que él.
Yo desconocía los detalles, solo conocía las generalidades que nos narró un colega a Cordero y a mí. Debió ser algo muy incómodo para él tomar esta declaración, o quizá, algo muy placentero. Luego de leer estos papeles, mi pene se ha puesto tieso, y yo estoy caliente. ¿Por qué, sí toda mi vida me sentí atraído casi exclusivamente por mujeres, ahora, a esta edad, la idea de tener una relación seria con un hombre, no me era indiferente? Es más, es algo que quisiera probar.
¡Treinta centímetros! Alfonso declara que el miembro viril en erección del agresor, mide treinta centímetros, releí aquella parte una y otra vez sin dar crédito. Un hombre de esas características físicas no puede ostentar una herramienta de tal magnitud, no es normal. Yo mido 1.90 y mi pene se acerca a los veintitrés centímetros.
Decido que lo mejor es ir directo a la fuente y preguntar, quiero escucharlo todo de la boca del llamado "Toro", así que parto con rumbo a su gimnasio. El lugar no es nada impresionante, es una antigua bodega, pintada de color verde menta, cuenta con algunas viejas gradas de madera y metal, un par de rings, uno más antiguo y deteriorado que el anterior, algunos sacos de boxeo parchados con mucha cinta plateada y un área de piso con lona acolchada, al fondo se encuentran múltiples aparatos y barras para hacer ejercicio. En el sitio hay alrededor de siete hombres, no todos ellos entrenan para luchador, algunos, al parecer, solo van a ejercitarse.
—Según leí en su declaración, eran las diez de la noche cuando usted se disponía a cerrar el lugar, o más bien, ya lo había cerrado. No fue hasta que se disponía a apagar las luces que usted encontró a este misterioso hombre esperándolo en el cuadrilátero. ¿Es correcto? —pregunto.
—Así es —responde el Toro— Yo le dije que el aviso de cierre se dio veinte minutos antes, que tenía que irse.
—¿Puede indicarme dónde está ese interruptor de luces? —solicito al luchador. Él me lo señala, yo me dirijo hasta ahí—. Desde aquí ¿Cuál es el cuadrilátero donde se encontró con este chico?
—Ese de allá, el más cercano, obviamente —responde el Toro.
—¿Qué le dijo el muchacho al negarse a abandonar el sitio la noche del 8 de diciembre de este año? —pregunto.
—¿Podemos conversar en mi oficina? —solicita el luchador.
—Sí, claro, no hay problema— respondo.
Son las once de la mañana, el Toro me conduce hacia su oficina en una estructura metálica superior, a la cual se accede mediante una escalera de caracol. El gimnasio tiene un aroma particular, entre sudor y humedad, que no me desagrada. Alfonso Espinoza me ofrece tomar asiento en un viejo sillón ejecutivo de piel, él se sienta frente a mí en otro con un respaldo mayor. El anciano viste un pantalón de chándal y una playera de algodón, que debe ser talla 3XL pero a un hombre tan grande se le ve entallada. Luego de un poco de conversación trivial, entramos en el tema que me interesa.
—Entonces, esta persona mide más o menos 1.70 y pesa alrededor de 60 kilos, ¿es correcto? —pregunto para confirmar.
—Según mi apreciación. Sí, eso creo.
—¿Cómo iba vestido este misterioso luchador? —pregunto.
—Llevaba un pantalón de licra, unas rodilleras, botas, y una máscara de luchador lisa, similar a un pasamontañas, solo sus ojos nariz y boca estaban descubiertos. Todo en color negro, solo su torso estaba desnudo —comenta el Toro.
—¿Y bien? ¿Qué le dijo el muchacho cuando usted lo encontró esperándolo en el cuadrilátero y lo invitó a abandonar el sitio?
— «No me voy a ir, abuelo. No hasta que te parta toda tu puta madre», eso me dijo de una forma altanera y muy grosera. Cruzó además sus brazos en una postura de extrema confianza. ¿Puede creerlo detective? Yo me negué a luchar con él, le dije: «Muy gracioso. No soy tu abuelo, si lo fuera, otra sería tu educación. Ni pienso discutir contigo, así que vamos, ¡vamos!» Abrí la puerta principal y permanecí en el umbral esperando a que saliera. Pero él me provocó. «¡Oh! Ya veo, entonces tienes miedo. No tienes los huevos para enfrentarte a un luchador tan fuerte como yo» respondió mientras flexionaba sus delgados brazos, ¡hágame usted el favor!. «Tendrás que obligarme, si es que todavía tienes la fuerza para hacerlo, anciano» dijo el muy desvergonzado, yo me prendí, la verdad, oficial. «Por el amor de Dios, lo último que tengo es miedo de un pequeño escuálido como tú» contesté, me quité la playera, la tiré al suelo y flexioné mis gruesos músculos. «¿En verdad?, ¿te parece que tengo alguna razón para temerte?» le dije.
Al narrar esto, el hombre flexiona sus enormes brazos frente a mí, tras su escritorio. Él mide 1.88 y pesa 115 kilos, a través del cuello de su ropa, percibo que exhibe un hermoso vello color plateado en su torso embarnecido.
—Fue entonces cuando comenzó la pelea —comento para que me cuente más. Los diálogos que él narra difieren ligeramente con lo que leí en el acta, pero es normal, además el sentido es el mismo: el pequeño atacante provocó la ira de este luchador.
—Así es, me dirigí al ring, yo vestía estos mismos pantalones que traigo puestos ahora, mi pecho comenzó a palpitar de enojo. Trepé entre las cuerdas y di un característico pisotón con furia para reafirmar mi poderío, como si yo fuera un toro preparándome para embestir, es algo que siempre hago en el cuadrilátero. Este hombrecito se lanzó sobre mí, empujándome con todo su peso, solo para estrellarse contra todo esto —al contarlo, él se golpea el pecho con fuerza—. Ni siquiera pudo moverme una sola pulgada. Yo lo miré con una mueca de desprecio, lo sujeté de la parte posterior del cuello con esta mano —Alfonso extiende su enorme palma y dedos—, y lo levanté del suelo mientras flexionaba mi bíceps, restregando su cara contra este. «Le mostraré a este enclenque lo que un “abuelo" puede hacer» pensé para mis adentros.
Al contar los sucesos, él recrea con sus manos lo sucedido: restriega imaginariamente a un hombre pequeño contra su cuerpo.
— ¿Sabe, oficial? Tener el control total sobre tan joven y hermoso muchacho me excitaba. Continué agarrándolo de la parte posterior de su cabeza y froté su cara contra mi colosal cuerpo. El chico trataba de usar sus brazos para apartar su cara de mi pecho peludo, pero yo era mucho más fuerte que él. En este punto el misterioso luchador era un juguete. Todo lo que podía hacer era esperar a que yo me cansara de frotar su rostro por todo mi cuerpo.
—Tengo una duda —interrumpo al hombre—. Usted dijo que tener el control sobre tan joven y hermoso muchacho lo excitaba. ¿Cómo sabe usted que él era hermoso, si este traía puesta una máscara? ¿Cómo frotó su cara contra su cuerpo, si él traía una máscara?
—Que él es guapo es una suposición mía, me gusta pensarlo así. Él tiene un cuerpo delgado y tonificado, muy sensual de hecho, su piel es clara y a través de su máscara pude notar que tenía unos ojos azules muy bonitos. Probablemente, sea güerito, no tiene vello en su cuerpo, ni en las bolas, seguramente se depila. Frote su cara con la máscara puesta, contra mí —explica el ex luchador profesional.
—Comprendo —asiento con la cabeza mientras tomo nota—, continúe.
—Mi intención inicial era demostrar un punto al chico, pero ahora que frotaba su cara, forzándolo a adorarme, aquello comenzó a excitarme, no lo voy a negar. Continué restregándolo contra mí unos minutos más, lo pasé por mis axilas, mis pectorales, hasta justo por encima de mi entrepierna. Finalmente, arrojé su cuerpo ligero cuál pluma a través del ring, las cuerdas lo lanzaron de vuelta hacia mí; cuando estaba a punto de chocar conmigo, lo golpeé en el pecho y lo levanté sobre mis hombros y comencé a aplastar su cuerpecito contra mi espalda alta. El chico luchaba por ser liberado, pero todos sus intentos eran inútiles, él comenzó a gemir con su juvenil voz, creo que lo hacía apropósito, él quería hacerme saber que yo lo estaba lastimando, pues seguramente vio el bulto creciente en mi pantalón…
—Juvenil voz, ¿su voz es la de un muchacho? —pregunto para confirmar.
—Así es —responde el Toro—. «Por favor, viejo, detente» el chico se quejaba. «Oh, ¿ahora quieres parar? Tú eres el que empezó esto, no he terminado contigo» le respondí, lo levanté un poco y apreté su delgado cuerpo sexy contra mí, mis grandes manos vagaron por su tonificada espalda y se demoraron en su redondo trasero perfecto, el cual estrujé, esto terminó por ponerme duro. Los gemidos suplicantes del muchacho en mi oído me excitaban aún más. «¿No te gustaría tocar también mi entrepierna, abuelo?» me preguntó gimiendo. Ese fue mi fin, caí en su trampa. Escucharlo ponerse todo sumiso en mi oído me calentaba. Lo que comenzó como una piedra en mi zapato, resultó ser lo más ardiente que me había pasado en meses, quizá en años.
La mención de la última frase puso al anciano un poco nostálgico y melancólico. Enseguida prosiguió.
—Levanté al chico por lo alto como si yo fuera un "pesista", coloqué mi mano en su entrepierna y fue entonces cuando descubrí que ese hombrecito ocultaba una enorme sorpresa. «¿Sorprendido, abuelo? Y no ha alcanzado su tamaño y grosor máximo» dijo el muy descarado mientras su propio peso presionaba su gigantesco miembro viril contra mi enorme palma. «¿Quieres saber cómo hacer que alcance su tamaño de treinta centímetros? ¿Por qué no me pones en el suelo para que pueda mostrártelo?» me pidió gimiendo, ¿qué supone que hiciera, oficial?
—¿Treinta centímetros? —digo aclarando mi garganta—. ¿Está usted seguro de que le mide treinta centímetros?
—Eso es lo que él dijo, y más adelante lo comprobé. Le aseguro oficial que ese chico no alardeaba, tiene entre las piernas una herramienta muy imponente— mientras comenta esto, el hombre extiende ambos dedos índice para trazar en el aire la longitud del miembro viril de su atacante.
—Continúe —le pido, al tiempo que trago saliva por el solo hecho de imaginar semejante trozo de carne.
—«¿Quién no querría jugar con un juguete tan grande?» fue lo que pensé. Antes de dejarlo en el suelo, lo jalé hacia mí, estábamos cara a cara, tomé su cabeza con fuerza y sumergí mi lengua en su pequeña garganta, dándole un beso profundo. En seguida, con cuidado, lo dejé de pie sobre el ring. Ese fue un grave error, ya que apenas los pies del chico pudieron afianzarse al piso de lona, este flexionó una rodilla y golpeó con el puño mi entrepierna, con toda su fuerza. Mi erección marcaba la posición exacta de mis pelotas colgando debajo de mi grueso tronco, asegurando que él no fallara.
Mientras relataba esto, el viejo jaló su pantalón para marcar su bulto, metió la mano en su ropa interior desplazando su pene hacia arriba y me señaló su par de bolas, él estaba sentado, el escritorio era de cristal templado, a través de él pude apreciar la hombría de este luchador. El hombre es demasiado explícito al describir los sucesos.
—En todos mis años de lucha, nunca recibí un golpe con tal precisión y potencia —asegura el hombre.
—¿Diría usted que este hombre es un experto peleador?
—O artista marcial, quizá, de esos que dan "karatazos" y kung-fu —comentó el hombre—. No lo sé. ¿Sabe, oficial? No importa cuán duros, fornidos, musculosos o fuertes usted y yo seamos, cuando se trata de testículos, todos los hombres somos iguales, un golpe ahí y nos chingan —afirma haciendo una pausa, yo asiento con la cabeza para darle la razón. Entonces, él prosigue—. El ataque me tomó por sorpresa, yo me pensaba vencedor. En un principio, ni siquiera me di cuenta de lo sucedido, hasta que el dolor se disparó a través de mi cuerpo desde mi abdomen. Le han pegado ahí, ¿o no oficial?, usted sabe como duele —comenta.
—En definitiva sí, en algunos entrenamientos he recibido algunos golpes —nuevamente le doy la razón.
—Caí de costado, mareado y con náuseas, sin poder emitir palabra debido a la conmoción. Mi oponente aprovechó la oportunidad para tomarme de la cabeza, levantar mi cuerpo y hundir mi rostro contra la lona. Mi cabeza rebotó debido al impacto, en seguida me pateó en el mentón, el golpe fue tan fuerte que me atarantó. Me arrastré a gatas por el suelo en un intento para alcanzar las cuerdas, levantarme y recuperarme. Al ver esto, ese pequeño cabrón insertó su mano entre mis piernas para sujetar mi escroto con ambas manos. Esculcó, y una vez que consiguió un agarre firme, tiró de ellos con toda su fuerza, utilizando su propio peso. Consiguiendo arrastrarme hasta el centro del cuadrilátero. «Como lo pensé, eres un toro de verdad. Mira nada más estos "huevotes" que te cargas, anciano», comentó el muy cínico mientras continuaba aplastándomelos. Eso sí, no es por nada, detective, pero mis testículos sí son grandes.
Nuevamente, tira de su pantalón de chándal para que su par de enormes bolas se marque y yo pueda verlas claramente.
— «¿Sabes lo que realmente me excita? ¿Lo que hace que mi verga alcance sus treinta centímetros? Dominar a hombres de gran tamaño, como tú». Eso fue lo que él dijo.
—Así que eso es lo que le excita —comento en voz baja tomando notas.
—Intenté responder, de mi boca no salía nada más que gemidos. El agarre firme y dominante sobre mis órganos sexuales era una tortura que jamás había experimentado. En la lucha libre, sí nos golpeamos y sí nos agarramos los “huevos”, pero no nos hacemos gran daño, todo es principalmente un espectáculo. Yo gritaba como puta, ¿puede usted creerlo?, al ser arrastrado por el suelo, con mi barbilla en la lona y mi musculoso trasero en el aire. Comencé a sollozar sumisamente, incluso luché por alejarme, pero solo me causaba más dolor. ¿Sabe qué noté?, que incluso en este estado de sufrimiento, mi pene de 18 centímetros estaba completamente duro y gordo, y comenzaba a gotear. Yo lo disfruté, oficial y no me da vergüenza admitirlo, sentirme dominado por alguien tan pequeño e inferior, y justamente de mi parte más sensible, me gustó. Pasados unos minutos, luego de casi deformarme las bolas, me liberó, me desnudó y se desnudó él también, sin retirarse la máscara.
—¿No pensó usted en contraatacar o hacer algún movimiento?
—Se ve que nunca le han exprimido las bolas con las manos, ¿verdad, detective? Es como si te exprimieran la fuerza y la vida misma. Yo me encontraba debilitado, no podía defenderme, permanecía inerme, temblando, mientras era despojado de mis prendas. La verga del chico alcanzó su máxima longitud y grosor. Finalmente, pude verla: era larga gruesa, "venuda" y limpia, realmente hermosa. Este chico me puso bocabajo sobre la lona para aplicarme un candado al cuello con las piernas, haciendo reposar mi rostro sobre sus genitales. Cuando estaba a punto de hacerme dormir, cortando el flujo de sangre a mi cerebro, aflojaba la presión para abofetearme y espabilarme, para de nuevo aplastar mi cuello con sus delgadas pero muy fuertes piernas. El chico repitió este ritual varias veces, para él era algo muy divertido, reía mientras lo hacía. Apenas fui aprisionado por las piernas y genitales de aquel muchacho, yo me rendí, renuncié a la idea de escapar, mi propia verga permanecía dura como una roca y goteando, mientras el chico continuaba jugando conmigo. Me rendí ante semejante verga, si usted la viera, ¿es usted gay? —el hombre me pregunta.
—No —respondo inmediatamente.
—Si lo fuera, no podría resistirse, ¿quién podría? —afirma—. Es como si usted fuera sometido por una mujer chichona y nalgona, ¿podría usted negarse? Sería tan maricón para decirle que no —él se detiene esperando una respuesta de mi parte.
—¿Qué pasó después? —pregunto ignorando su cuestionamiento. Luego de mirarme de arriba a abajo, él prosigue.
—Este hombre decidió liberarme, luego se arrodilló entre mis piernas; agarró mi verga y la suya para hacer una comparación. «Tú, tan alto, fornido, corpulento, ostentando esta mera carne promedio. Mientras que yo, chaparro y escuálido, poseo esta enorme polla. Cuán injusta puede ser la vida, ¿no crees, abuelo? Quiero decir injusta para ti, inútil montón de músculos» dijo para humillarme, fue tan excitante. Yo le dije sumisamente: «Sí, la vida es injusta, pero espero que encuentres un uso para este montón de músculos». El chico me sentó en una esquina del ring. Sosteniendo su enorme verga desde la base, me golpeó en el rostro. Luego me dio bofetadas sacudiendo la cadera de un lado a otro. Yo podía escuchar el sonido similar a aplausos, cuando esos jóvenes genitales se estrellaron contra mi cara inútil.
—¿Podría no ser tan explícito? —demando. Su relato era muy incómodo para mí, no porque yo fuera un mojigato, sino porque me estaba excitando.
—¿Qué no, entre más detalles es mejor, oficial? —dice con molestia— ¿A poco se espanta con lo que digo? Además, ya casi termino. El misterioso hombre abrió mi boca y hundió hasta el fondo de mi garganta, su enorme pene. Era tan grande y gordo, que me asfixiaba, no podía yo respirar, él presionaba además, con sus dedos, mi nariz, para bloquear mis fosas nasales, mi cuerpo entero se estremecía, hasta que mi propia polla de 18 centímetros comenzó a escupir por sí sola. Estaba yo tan excitado por el dominio del más pequeño, que me corrí sin tocar mi miembro. De pronto, todo comenzó a oscurecerse para mí, quedando completamente inconsciente, debido, principalmente a la asfixia provocada. El otrora todopoderoso toro, yacía inconsciente a sus pies —al decir esta última frase, suspira mirando a la nada.
—¿Es por eso que usted afirma que todo fue consensuado? —cuestiono—. Gracias a la forma tan explícita en la que usted relata los hechos, el ministerio público determinó que no había delito que perseguir.
—No lo hay, detective, yo lo gocé, y espero que vuelva a suceder —dice el anciano—. Apenas recobré el conocimiento, él me colocó bocabajo en la lona y se sentó en mis piernas. El dominio del pequeño rufián era tan abrumador que yo decidí que era tiempo de complacer a quien ahora era…. Mi amo.
Tal declaración me tomó por sorpresa, ya lo había leído en el acta, pero escucharlo directamente de la boca de este señor, era algo impactante.
—El chico hizo los preparativos para ensartar a este toro con su larga banderilla hecha de carne viril. Percibía mi sumisión total, yo dócilmente me le entregué. «Quiero decirte, que considero un honor follarte, antiguo campeón mundial» el joven hombre comentó mientras cuatro de sus dedos jugaban dentro de mi trasero, yo casi lloro, se me hizo algo muy bonito que él dijera eso, ¿sabe?. A continuación, escupió en su mano, froto su ya lubricada banderilla y me ensartó por el rabo. El chico volvió a meter la mano entre mis piernas, para hacerse nuevamente con mi hombría y apretarla sin piedad. Mientras balanceaba sus caderas hacia adelante y hacia atrás.
—Creo que con esto es suficiente —digo, cerrando mi cuaderno, más no podía ponerme en pie, porque mi pantalón asemejaría a una tienda de campaña.
—Su enorme pene fácilmente alcanzó los puntos más sensibles dentro de mi anatomía —mis palabras cayeron en oídos sordos, este señor tenía ganas de contar lo sucedido, hacerlo lo excitaba—. Pronto iba a correrme de nuevo, pronto le pertenecería a este ángel, bajado del cielo para darme el placer que no experimentaba hacía mucho tiempo. Tal vez quiera reírse de mí, pero ese pequeño hombre, en aquel momento era para mí un ser divino. Mientras agarraba a este toro por las bolas con una mano, extendió la otra para llegar hasta mi cabello, la diferencia de talla entre nosotros era tal, que hacerlo requirió todo el largo de su pequeño cuerpo. Él tiró de mi plateada melena corta, cuál si fueran riendas. Yo comprendí las órdenes de mi amo y aproximé mi cuerpo al suyo, quedando arrodillado de espaldas frente a él. Soltó mis testículos para envolverme con sus delgados brazos, su cadera se contoneaba contra mi trasero, el chico se las arregló para alcanzar mi pene, lo acarició con cariño, enseguida me masturbó.
Alfonso comenzó a frotar su entrepierna frente a mí, al tiempo que se relajaba sobre su sillón ejecutivo, deslizándose hasta quedar con las piernas abiertas, sostenido por el filo del asiento.
—«Quiero controlar tu semen, quiero que te corras de nuevo cuando yo lo haga» dijo en mi oído, yo me estremecí. Envuelto, descansando entre sus pequeños, pero fuertes brazos, experimenté la que quizá es la cogida más caliente que he tenido en toda mi vida. No me da pena admitirlo, yo era físicamente mucho más fuerte que él, a pesar del terrible dolor en mis testículos y debilitamiento, podría haberme liberado, pero no quise hacerlo, detective. En lugar de eso, flexioné mis poderosos brazos, para demostrar al chico que en ese momento me cogía, que yo era un macho semental bravío. El chico se apoyó en mis fuertes hombros para sacudir su pelvis una y otra vez. «Mi gran verga todavía está dentro de ti. Me voy a correr ahora. Quiero que te corras conmigo. Mi leche tibia está a punto de inundar tu cuerpo» me dijo. «Todo tuyo. Estoy aquí contigo» respondí. Fue un momento mágico, delicioso y único. De mi pene brotaron chorros de semen. Al mismo tiempo él me llenó con su jugo. «¿Pudiste sentirlo? ¿Mi verga palpitante escupiendo dentro de ti?» me preguntó. «Oh, ¡joder! Sí» respondí. «Yo si vi al tuyo escupir de nuevo, ciertamente has manchado tu ring de pelea» comentó mordiendo mi oreja.
Yo me encuentro con las piernas cerradas, cubriendo mi entrepierna con el cuaderno en el que tomo notas. El relato de este hombre me ha encendido, ¿por qué tiene que ser tan descriptivo al respecto? Y luego… eso que hace con las manos para actuar algunas cosas… ¡Dios! Mi ropa interior se encuentra húmeda, lo puedo sentir, y ni siquiera he eyaculado, es pura lubricación, espero que no traspase hasta la capa superior de mi pantalón de gabardina.
—Ese pequeño hombre se separó de mí y se incorporó, dejándome en cuatro patas sobre el suelo. Él aprovechó para sentarse en mi espalda, usándome como banco, para recuperar el aliento. Después de unos minutos, una vez que su respiración se normalizó, se levantó, se arrodilló frente a mí. Tomó mi cara entre sus manos y me besó apasionadamente, como si quisiera succionar toda mi fuerza a través de la boca. El chico dijo querer la totalidad de la fortaleza de este toro para sí, yo estaba dispuesto a otorgarla. Él continuó besándome con pasión.
—¿Notó si tenía alguna barba o bigote? —atiné a preguntar.
—Como le dije, yo creo que se rasura, pero quizá sea lampiño —responde el Toro—. Finalmente, este chico se incorporó, colocó delante de mí su pene semi-flácido, que en ese momento medía solo 18 centímetros, lo mismo que el mío en completa erección, y me ordenó besarlo. Yo me relamí los labios y besé de arriba a abajo la magnífica verga del joven semental. Enseguida, el chico sostuvo también sus dos testículos al frente y me ordenó hacer lo mismo, yo con gusto besé sus preciosas bolas, suaves y rosadas. «Esta es la hombría a la que adorarás a partir de ahora. Esta es tu trinidad: mi verga y mis dos testículos» me dijo. «Cada centímetro de ti, de la cabeza a los pies es hermoso... Amo, y sí, adoro tu trinidad» respondí. «Esto es suficiente por esta noche. Me voy. Limpia este desorden y duerme bien, abuelo» me ordenó. Le pregunté si tendría el privilegio de volver a verlo. «Eso ya lo veremos, mi precioso toro plateado» respondió sonriéndome y guiñando un ojo. Extendió su pierna y puso su pie descalzo sobre mi cabeza, bajándola hasta la lona. Eso fue todo.
Al concluir su relato, el hombre da un gran suspiro. Puedo notar que su pantalón está húmedo hacia el lado izquierdo, debido al incesante frote de su erección durante la mayor parte de la narración.
—¿Y lo ha vuelto a ver? A este chico.
—No, tristemente, no —responde aquel hombre—. Ojalá fuera así. Desde aquel día, cada noche yo me detengo al apagar las luces, con la esperanza de encontrarlo en el cuadrilátero, aguardando por mí.
Este señor exhibe cierto enamoramiento hacia ese misterioso hombre. Concluyo que el sospechoso es una especie de David, un cazador de gigantes, como el que derrotó a Goliat. Él no solo se aprovecha de la debilidad que todo hombre tiene colgando entre las piernas. También usa su tremendo miembro para someter a sus víctimas. “El Toro” Espinoza es abiertamente homosexual, ¿será acaso que Enrique y Scott también lo son? La situación con aquellos dos hombres, ¿será la misma? Pronto lo averiguaré.
Cuando considero que mi pene ya no está tan duro, me pongo de pie y me despido de aquel hombre. Él me acompaña hasta la salida, descendemos por la escalera de caracol y recorremos el gimnasio. Sobre el ring, encuentro a un joven hombre con un pantalón de chándal negro, es rubio, y sus proporciones físicas coinciden con las del sospechoso. Parece estar en sus veinte y es güerito, entrena unas llaves y caídas con otro luchador de similar edad, pero de piel morena y mucho más robusto.
—¿Quién es él? —pregunto a Alfonso.
—Es Richy, fue él quien me convenció de ir al MP y poner la denuncia, él me acompañó. ¡RICHY! —grita hacia el cuadrilátero, cuando el hombre voltea, lo manda llamar con un ademán de la mano.
—¿Qué pasa, Toro? —pregunta el muchacho poniendo sus manos en la cintura. Como su torso está cubierto con una ligera capa de sudor, la luz que se cuela por una de las ventanas superiores hace relucir cada uno de sus músculos.
—Él es el detective Toledo, está investigando el caso que me obligaste a denunciar —comenta al hombre más joven con un dejo de reproche.
—¡Ah sí!, solo fuimos a hacer el ridículo, hasta pena me dio lo que alcancé a escuchar de tu declaración. Le gusta que lo traten mal, a este toro —dice el muchacho palmeando la espalda del hombre mayor—, pero ya que. Lo que sí, es que si ese cabrón se aparece por aquí, yo le voy a partir su madre, a mí no me va a embaucar, ni me va a derrotar, sé que soy más fuerte que él.
—¡Cállate, Richy! Eres un jobber, tu trabajo es perder —responde el anciano.
—Porque así está pactado, pero en realidad soy muy hábil, soy su mejor alumno. ¿O no, Toro? —el chico trata de recuperar su honor.
—Ja ja ja —el anciano ríe—. Ya quisieras, mi Richy, quisieras. Debajo de estos pantalones, él usa una trusa dorada, mire —el hombre mayor sujeta el elástico del pantalón de chándal y lo baja ligeramente para revelar el calzón dorado.
—¡Ora! Toro. ¡Quieto! Aquí no. ¿Qué va a decir el señor policía? —dice el chico levantando nuevamente el elástico de su ropa para ponerlo en su lugar.
Luego de una breve charla, Alfonso Espinoza me despide en la entrada de su local. Antes de abordar mi vehículo le hago unas últimas preguntas.
—El hombre que lo atacó a usted, fue alguien muy parecido a Richy, ¿es correcto?
—Podría decirse que sí —responde el Toro.
—¿Esta usted seguro de que no fue él? —cuestiono.
—Detective Toledo, he entrenado con ese chico durante años, desde que él era un “morrito” de catorce, actualmente tiene veinticuatro, y aunque jamás se lo diré, efectivamente, es el mejor luchador que yo conozco. No solo es fuerte, también veloz, ha entrenado otras disciplinas de pelea para mejorar, y aun así, está destinado a perder sus luchas. Conozco de memoria su cuerpo y hasta su olor, ¿usted cree que no lo reconocería?, ¿usted cree que únicamente por llevar una máscara puesta, yo no podría reconocer su rostro? —contesta el hombre—. Richy es un buen chico, es como un hijo para mí, se preocupa por mí, él mismo lo comentó en el ministerio público cuando me acompañó: yo soy un hombre muy solitario. Él se encarga de aminorar mi soledad. ¿Sabe lo que es eso? ¿Tiene usted hijos? ¿Tiene a alguien así en su vida, detective? No voy a permitir que usted insinúe lo que no.
—Entiendo —respondo y abordo mi vehículo. No puedo evitar recordar a mi hijo: Pepe, él también es un chico noble y bueno, no sé qué sería de mí si él no estuviera en mi vida. Es un regalo, lo único bueno que he hecho, y de lo que puedo sentirme totalmente orgulloso.
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