CAZADOR DE GIGANTES (5/7): Yuki Itō García - Las Bolas de Pablo

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25 feb 2022

CAZADOR DE GIGANTES (5/7): Yuki Itō García

    Contiene: Ballbusting hombre/hombre. Big vs Small

     Son las diez de la mañana del lunes 20 de diciembre, me encuentro afuera del gimnasio de Alfonso Espinoza, el "Toro". Los últimos días no he dormido bien, he descuidado un poco mi aspecto, ayer especialmente me la pasé dando vueltas en mi cabeza a la situación. Al dar seguimiento a lo que mi hijo me contó sobre cómo Enrique los maltrataba a Esteban y a él. Decidí indagar más sobre su más reciente amigo. 


     Durante el fin de semana descubrí que el hermano mayor de Esteban se llama Ricardo, lo apodan “Richy”, y es un joven luchador profesional entrenado por “el Toro”. Así es, el hombre que llevó a mi hijo a la casa, cuando fueron al cine, la noche del miércoles pasado, es el mismo chico que en el cuadrilátero viste una trusa dorada para atraer los puños de sus oponentes hacia su prominente hombría y ser derrotado.



Adrian Leal "Niebla"
    La pareja sentimental del Toro, aquel que murió hace cinco años, era el padre de los dos muchachos: Adrián Leal. Un hombre rubio que en vida medía 1.9 metros y  pesaba 90 kilos, de joven se hacía llamar  “Niebla”. Este gigante del cuadrilátero solía vestir con una trusa o pantalón en color negro, botas, rodilleras y una máscara lisa del mismo color. 


    Niebla no fue un luchador particularmente exitoso. Se desenvolvió un tiempo en el ámbito profesional, apareciendo en algunos combates en televisión nacional, mantenía una supuesta rivalidad con el “Toro”. Con los años Alfonso dio el salto para convertirse en un luchador de renombre, su compañero no corrió con tal suerte, pero eso no importó. Ambos mantuvieron un romance en secreto durante años, hasta que la esposa de Adrián falleció cuando Richy tenía diez y Esteban solo cinco. Desde aquel momento, y durante nueve años, ambos hombres vivieron abiertamente como pareja, hasta que la muerte los separó. Para Alfonso, estos dos muchachos son como verdaderos hijos, pues son la semilla del hombre que él más amó. Estoy seguro de que él ha sido capaz de hacer y darlo todo por ellos. El Toro, a pesar de todo, se ha comportado como un mejor padre de lo que yo he sido.


     El viernes pasado mi hijo fue aprehendido, yo lo permití, no lo protegí ni lo puse a salvo. El día de hoy estoy seguro de que no se hallará evidencia contundente en su contra, él quedará libre, por el momento. Cuando conversé la noche de ayer con Cordero acerca de mis hallazgos en la familia Leal-Espinoza, él no se sorprendió en lo más mínimo, el sinvergüenza estaba al tanto. Esto era algo que él ya había investigado y me había ocultado. Argumentó que justo esa era la línea de investigación tras la que él estaba, de la que ya me había hablado, que estuvo a punto de comentarme sus avances cuando explotó lo de Enrique y Pepe. Dijo que necesitaba pruebas incontrovertibles para exculpar a mi hijo, y que en eso estaba trabajando.


     Yo me disgusté mucho. Lo tomé del cuello de la camisa, levanté su pequeño cuerpo para que su rostro quedara mirando al mío y lo llevé contra una pared.


    —Eres un maldito traidor, mentiroso e hipócrita —le grité. El pequeño hombre sacudió con fuerza sus piernas hasta conseguir patear mi parte más vulnerable. 


Juan Carlos Cordero Carranco

     Su espinilla aplastó mis bolas, provocando que yo gritara y lo soltara, él de inmediato se alejó de mí, puso distancia colocándose detrás de un escritorio. Acunando mi lastimada hombría y agachado, intenté alcanzarlo, pero él se movía hacia el lado contrario alrededor del mobiliario del ministerio público. Otros compañeros y colegas comenzaron a sujetarme del pecho, hombros y brazos para calmarme. Entendí que no podría volver a alcanzar a Carlos Cordero, así que simplemente tomé mi chamarra y me fui.


     —Te estás equivocando, yo no soy tu enemigo —Carlos me gritó.


    Eso fue ayer, en este momento desciendo de mi vehículo. Entro al gimnasio con paso firme, sin detenerme llego a la escalera de caracol y trepo hasta la oficina del maldito gordo. Estoy muy enojado con él por haberme mentido, por verme la cara de pendejo. El cabrón sostiene una relación amorosa con Richy. 


     Según pude investigar, efectivamente Esteban no sabe golpear, así que el supuesto ser divino que se cogió al Toro en el cuadrilátero aquella noche, tuvo que ser Ricardo “trusa dorada” Leal. Alfonso me mira con extrañeza, se levanta de su silla y se coloca frente a su escritorio para recibirme. Yo lanzo una patada con toda mi fuerza a su entrepierna, el gordo se agacha y para las nalgas, en seguida doy una poderosa patada frontal en su pecho que lo empuja sobre el mueble y lo hace rodar como balón hacia el otro lado. Estando en el suelo, comienzo a golpear al anciano, quien solamente se hace bola, protegiéndose con los brazos, mientras soba con una mano sus bolas. 


    Algunos hombres que estaban entrenando, llegan en su auxilio, uno de ellos me sujeta por detrás del hombro, yo tomo su mano, la llevo a su espalda aplicando una llave, pateo su rodilla por la parte trasera y lo someto bocabajo contra el suelo. Otro hombre llega de igual manera: atacandome por la espalda; yo le doy una patada de mula en la entrepierna. Libero al primer hombre, y doy una patada de tornado en el mentón a mi nuevo oponente para noquearlo. El primer hombre se pone en pie y me lanza algunos golpes, yo los esquivo arqueando mi cuerpo hacia atrás y deslizando mi cabeza, hasta que engarzo uno de sus brazos con el mío, giro mi cuerpo para quedar de frente alineado a él, ajusto mi cadera con su pelvis y empujo hacia arriba para elevarlo por encima de mí, arrojándolo al frente. Sin soltar su brazo, lo pateo en la cara hasta dejarlo inconsciente. 


   Un tercer hombre llega por detrás, pretende aplicarme una llave mata león. Yo bajo mi mentón para evitar la asfixia, giro mi cuerpo hacia él y me deslizo hacia abajo, safándome, enseguida, lo sorprendo con un veloz uppercut en la nariz y una patada en las bolas que eleva su cuerpo del suelo, el tipo cae ante mí, yo impacto su rostro con mi rodilla.



    —¡Ya basta! —grita el Toro dando un pisotón que hace sacudir toda la estructura metálica que sostiene la improvisada oficina, se ha quitado la playera—. ¿Qué vergas buscas aquí, cabrón?


    —¿Que qué busco, pedazo de mierda? Partirte tu puta madre, maldito obeso —respondo con furia—. Tú y tus bastardos son los culpables, ¿cierto? Me vieron la cara de pendejo, los tres: Esteban, Richy y tú, ballena inmunda, barril sin fondo, pedazo de grasa, gorda de frijo…les…


    Sorpresivamente, un pie se hunde desde atrás, golpeando mis bolas, yo abro la boca y con un gemido ahogado, apoyo una rodilla en el suelo mientras protejo mis doloridos genitales. Giro mi cuerpo y veo a Richy, con un pantalón de chándal y una sudadera. Detrás de él, se encuentra Esteban, vestido de similar forma.



    —No sé qué busca aquí, detective, pero si quiere problemas, yo se los voy a dar —el muchacho me amenaza colocándose en una pose dominante con los puños cerrados apoyados en la cintura y las piernas abiertas. Al incorporarme, él se pone en guardia, mirándome con determinación.


    —Te voy a refundir en la cárcel, maldito violador, y a ustedes dos también, por cómplices —digo señalando al gordo y al supuesto amigo de mi hijo. 


    —Yo no he hecho nada malo, le recomiendo que salga de aquí —recalca Richy como el semental alfa del gimnasio que seguramente es.


    —Creo que usted está confundido, detective, no sé por qué cree que Richy es aquel hombre —dice el anciano.


    —¿Ah, no lo sabes, globo con patas? —respondo con sarcasmo—. Te ataca un misterioso hombre que viste como “Niebla” el luchador: el hombre que te cogía, y se te olvida mencionar ese detalle. A los dos, se les olvidó mencionarlo en sus declaracones. ¡Qué casualidad!


    —Justamente, yo quería evitar este malentendido, y que usted pensara que mi Richy fue el atacante —explica Alfonso.


    —¿Qué se siente cogerte a un hombre que puede ser tu abuelo? ¿Te gusta la grasa? —cuestiono agresivamente a Ricardo.


Ricardo Leal "Richy"

    El joven luchador se dirige con furia hacia mí, pero su hermano menor lo jala del brazo y lo detiene. 


    —No, Richy, por favor. Entiéndelo, él está así por Pepe. No sabe lo que dice —afirma el muchacho.


    —Nosotros no tenemos la culpa de que su maldito hijo sea un violador —responde Richy con el rostro serio, levantando el mentón—. No va a lavar sus culpas con mi familia, ni voy a permitir que les haga daño o los insulte. 


    —Pepe no es un violador, no lo llames así —comenta Esteban.


    Noto que los tres hombres que derroté al inicio ya se han puesto de pie, todos ellos respaldan a Ricardo. Lo más prudente es retirarme, entre todos podrían echarme montón.


    —Voy a demostrar lo que eres —sentencio apuntando a Richy con el dedo—. Vas a caer, te lo aseguro.


    Abandono aquel asqueroso lugar en un estado de cólera. Miro mi cara en los vidrios de mi automóvil y no me reconozco: mis ojos están enrojecidos por la furia, mi ceño fruncido y todo mi rostro arrugado. Por primera vez mi semblante refleja mis 45 años de edad. Froto mi cara con las manos y respiro hondo para tranquilizarme. Suena mi teléfono celular, en la pantalla aparece la foto del maldito traidor de Cordero.



     —¿Qué quieres? —pregunto en un tono agresivo.


     —Esto va en contra de todo protocolo y el debido proceso, no debo involucrarte. Eres parte interesada, pero no quiero que creas que yo te traicioné, además tu tienes mucha más experiencia que yo.


     —Al grano, Cordero —respondo con hastío.


     —El luchador japonés despertó del coma, se encuentra estable y puede declarar, yo me dirijo al hospital. Si gustas, puedes acompañarme para interrogarlo. Es mi forma de disculparme por no decirte lo que ya sabía, no quería hacerlo hasta atar todos los cabos, de verdad, perdóname, Alberto —dice Cordero al otro lado de la línea.


    —Te veo allá —cuelgo. 


    Mientras conduzco, reflexiono sobre el hecho de que no encuentro una razón o motivo para que Alfonso y Richy fueran a poner una denuncia, si ellos no hubieran ido, este caso no se habría armado, su testimonio fue pieza clave. Si querían mantenerlo en secreto o evitar alguna confusión posterior o consecuencias penales, ¿por qué ir al ministerio público en primer lugar? La única explicación que encuentro es que sean ciudadanos inocentes cumpliendo con su deber cívico, y eso no lo lo puedo aceptar, no por el bien de mi hijo, Pepe.


    En la entrada de la habitación del paciente, en el hospital, me encuentro con Cordero, el chico me mira con precaución, todo su cuerpo se mantiene alerta para huir o contraatacar en caso de que me lance contra él. Yo coloco mi palma en su hombro, él se sobresalta ligeramente.


    —Tranquilo, no te voy a hacer nada —digo al tiempo que froto amigablemente su espalda. El chico se relaja y me sonríe.


    —Recuerda, tú jamás estuviste aquí —me dice—. Él jamás estuvo aquí —dice a un par de policías que por protocolo lo acompañan. Él y yo entramos para entrevistarnos con Yuki Itō García. Su madre es colombiana, gran parte de su vida la pasó en aquel país, así que habla perfectamente español. Es un joven de 29 años.


    —Soy el detective Carlos Cordero, él es mi colega, Alberto Toledo, venimos para que nos dé su declaración sobre lo sucedido —mi amigo toma el liderazgo que le corresponde como detective a cargo. Luego de una breve charla superficial, entramos en el tema.


    —Se me acercó en la calle un chico “mono”, muy joven, delgado, encantador, llevaba puesta una máscara de luchador negra, dijo ser mi admirador. Comenzó a echar flores a mi musculatura y tamaño, dijo que querría haber crecido tan grande como yo. —el japonés comenzó su relato—. «Tus brazos son tan gruesos como mis muslos» dijo él, vestía con un pantalón corto que levantó para descubrir su pierna flaca, yo flexioné mi brazo para que alcanzara su máximo grosor y comparar. «¿Me darías unas lecciones privadas?» preguntó. Yo me negué. El muchacho comenzó a insistir de forma juguetona y coqueta. Tocando mi cuerpo, principalmente mis muslos, hasta irse aproximando a mi entrepierna; antes de que tocara mis genitales, yo me agaché, engarcé su brazo por detrás de mi cuello e inserté el mío entre sus piernas y lo levanté sobre mis hombros. «De acuerdo, usted y yo vamos a entrenar» dije cargándolo. Lo llevé a mi habitación de hotel. Yo me encuentro de visita, se supone que lucharía el fin de semana pasado en la Arena México en Ciudad de México, obviamente ya no pude hacerlo.


    —¿Por qué lo llevó a su hotel? –pregunté.


Yuki Itō García
    —Comprendí que ese man quería pasársela bien conmigo y yo quería pasarla bien con él, ¿si sabe a lo que me refiero? 


    —¿Qué ocurrió después? —interviene Cordero. 


    —Me metí al baño para colocarme mi atuendo profesional: medias largas rojas con mi nombre corriendo por la pierna del pantalón, botas negras y mis muñecas vendada. Yo mido 1.83 y peso 85 kilos. Al salir lo encontré colocándose unas botas negras, ya se había puesto rodilleras y llevaba un calzón dorado que hacía brillar su bulto. En ese momento estimé que medía 1.70, por su complexión era obvio que pesaba menos de 70 kilos, tal vez unos 63. Más o menos como usted —comenta Yuki señalando a Cordero—. Sí, igualito a usted.


    —Anotado —responde mi compañero, mirando a su libreta sin levantar la mirada o voltearme a ver. Claramente, el comentario lo aludió directamente. Tal vez mi amigo piensa que yo puedo sospechar innecesariamente de él. ¿Cómo hacerlo? Cordero es un debilucho y “zacatón” (cobarde).


    —¿Podría describir el bulto de este hombre? —solicito a Yuki. Recordé que el Toro mencionó que Richy lucía “paquetón”, que hasta ganas daban de pegarle ahí. Mire en YouTube algunos videos de sus peleas, puedo decir que Alfonso no mintió, Richy esta “huevudo” y “vergoncito”.


   —Se le marcaba el chimbo, chiquito, lindo, picón, y debajo un par de bolas, no lucía especialmente dotado, lo tiene pequeño —dice mirando la entrepierna de Cordero—, pero más tarde descubrí que ocultaba un pene parado muy grande —el luchador extiende sus dedos índice para indicar el monstruoso tamaño. «¿Está listo para luchar?», pregunté haciendo rebotar mis gruesos pectorales, asegurándome de que viera lo grande que yo era en comparación con él. «¡Sí, listo!», gritó el pelado, y se fue directo a mis pectorales, los estrujó con su mano, mientras pretendía empujarme. Definitivamente, el man no sabía nada de lucha libre —expresa el hombre.


    —¿Seguro que no se le veía grande el bulto?, ¿seguro que él no sabe luchar? —pregunto para confirmar. Tales afirmaciones descartan a Richy.


    —Eso es lo que me pareció, incluso él mismo me lo dijo más adelante, que no era un luchador. Sabe pelear, pero no luchar. O tal vez estaba fingiendo, ya que se supone que yo le iba a dar lecciones —responde el japonés—. «¡Oiga, oiga, oiga!, no es así como lo hacemos», dije arrojándolo contra la cama.  En seguida comenzamos a forcejear, coloqué sus manos en mi cuello y codo, yo hice lo mismo. «¡Vamos!, si quiere ser un luchador, usted tiene que usar toda tu fuerza», le dije. A continuación sujeté su mano, llevándola a su espalda en un hammerlock. «¡Ay! ¡Mierda!», lo escuché gritar, el hombro debió dolerle mucho. «Ok, ok, lo entiendo» dijo golpeando el suelo con el pie repetidamente, como señal de rendición. Yo liberé su brazo. «¿Está listo para seguir adelante?» pregunté envalentonado, «¿qué tal si probamos algunas llaves?» Lo giré y lo hice sentar en el piso, apoyé una rodilla en el suelo y envolví mi enorme brazo musculoso alrededor de su cuello. «Esta es una llave de estrangulamiento, una buena manera de desgastar a su oponente y hacer que se quede sin energía». Bombeé mi bíceps con fuerza contra su garganta, apretando su cuello; con la otra mano le di un gran golpe en el pecho. A punto de desmayarse, él palmeó mi brazo con su pequeña mano, yo lo solté. Lo observé jadear y comenzar a tragar aire con desesperación. «¿Ve cómo funciona esta vaina? ¡Casi lo noqueo! No va a durar en un ring si eso es todo lo que puede soportar» le dije.

    

    —En verdad parece un debilucho —dice Cordero con una sonrisa burlona. Yuki ladea la cabeza y lo mira con molestia. 


    —Nada de eso, a pesar de que no está familiarizado con la lucha libre. Sí que sabe pelear, su intención era engañarme para que yo me confiara —afirma tajantemente el luchador—. Dándole algo de tiempo para recuperar la energía, me puse de pie y me volteé hacia la cama, busqué en mi mochila una botella de agua y tomé un trago, burlonamente rocié un poco sobre su rostro. «Despierte, ¿está listo?» —pregunté.




      No pensé que este “Cazador de gigantes” fuera capaz de tomar ese tipo de riesgos. Un hombre como Yuki fácilmente pudo haberle luxado el hombro, asfixiado, o asesinado en lo que se recuperaba del ahorcamiento.


     —Él se puso de rodillas frente a mí con las manos en su regazo, respiraba con dificultad —relata Yuki—. Yo sonreí de oreja a oreja, «me alegro de que no se rinda todavía… Tengo mucho más reservado para usted». Ofrecí mi mano para que él se pusiera en pie. «Vamos, tengo otra lección que darle». Velozmente, él tomó mi antebrazo en lugar de la mano, mientras se ponía de pie, giró mi palma y llevo mi brazo a la posición de hammerlock que yo mismo le había enseñado. Para evitar que yo revirtiera la llave, él, estando detrás de mí, metió su otra mano entre mis piernas, agarró mis bolas y las apretó con fuerza. «Entonces, ¿así es como se hace esta… vaina?», preguntó con burla «¡Eso es ilegal!», grité mientras sentía el palpitante dolor provenir de mis bolas. «Oh, en serio, yo no veo algún árbitro aquí», respondió al tiempo que me llevaba a una esquina de la habitación, él aprovechó los muros para mantenerme sometido con el candado en mi brazo. Presionó mis bolas con tanta fuerza, como si me las quisiera arrancar. ¿Ustedes se imaginan, detectives? Un man todo escuálido, llevando con facilidad a un hombre más grande a la esquina. «Suéltame ¡AAARRRGH!«, aullé, «Cuando me libere, usted va a pagármelas todas», pronuncié jadeando de dolor.


     Cordero y yo nos miramos, ambos tenemos el rostro fruncido, simpatizamos con el dolor que pudo haber sufrido Yuki Itō


     —La vaina no paró ahí, él además continuó tirando de mi brazo, hasta que sentí un dolor insoportable, «¡ARRRGH! ¡MI BRAZO! Por favor… NOOO", me luxó el hombro, el dolor en mi articulación y en mis genitales era insoportable. Él me liberó, pero empujó mi cuerpo de frente hasta hacerme caer al suelo bocabajo, yo me retorcía de dolor en el piso —Itō prosiguió con su relato de los hechos—. Enseguida, él se dedicó a patear mi espalda sin descanso. No fue casualidad, yo el año pasado tuve una cirugía, la espina se me quebró en un lucha en Japón, no caí adecuadamente, creo que él estaba al tanto. «¿Cuál es el jodido punto de tener un cuerpo tan grande?, cuando eres un juguete que se rompe fácilmente. ¿Cómo está tu espalda, Yuki?»  preguntó mofándose. «Ah... no, por favor... no mi espalda...» gimoteé mientras continuaba llorando sin parar. Él solo me observaba rebotar y sacudirme salvajemente al compás de sus pisotones. Coloqué mi brazo bueno sobre mi columna tratando de protegerla, ¡pero él seguía y seguía, y seguía haciéndome daño! Pude sentir mi espalda cediendo, mis huesos empezaba a doler y amenazaba con quebrarse, «por favor... pare… se lo ruego». Él se detuvo, apoyó las manos en su cintura y tomo aire para recuperar el aliento. Me dio la vuelta, me sentó en la esquina del cuarto con las piernas bien abiertas. Tomó una toalla, se dirigió al otro lado de la habitación, tomó impulso y se deslizó en el piso utilizando la toalla para evitar alguna fricción. Ese maldito clavó ambos pies en mi entrepierna. Se incorporó con los brazos en alto celebrando con un “Whooooo”, mirando a un público inexistente.


     Al escuchar la narración yo cierro instintivamente mis piernas. Cordero mantiene cruzadas las pantorrillas al frente y los muslos tensos. Tiene la mano en la boca y lo mira muy atentamente.

 

    —Apreté los dientes mientras recibía el castigo, mis músculos fueron jodidamente inútiles en aquel momento. Mis bolas explotaron de dolor cuando sus botas las aplastaron. Yo me coloqué en posición fetal, protegiendo mis genitales con la mano. Él aprovechó para continuar castigando mi espalda. Cuando dio un pisotón final, el dolor me recorrió la columna mientras me quedaba sin aliento. Lo hizo, me quebró, literalmente, me quebró. De hecho me van a volver a hacer una cirugía de espalda en los próximos días —comenta el luchador—. Podré llevar una vida normal, pero no volveré a luchar profesionalmente. Sí, quería divertirme con él, follar, pero mis intenciones fueron buenas, le iba a dar lecciones, no iba a hacer nada que él no quisiera, yo buscaba algo erótico. No tenía por qué hacerlo, no tenía que ser tan cruel —comenta con algunas lágrimas, mirando fijamente a Cordero a los ojos—. Me hizo rodar y me sentó nuevamente en la esquina, era difícil incluso mantener la cabeza fuera de mi pecho mientras yacía sentado, allí; agitado, tratando de que mis músculos se movieran. «No he terminado contigo. Tal vez no sepa mucho de lucha libre, pero sé algo de jiujitsu, así que también te voy a dar una lección gratis». Él se sentó frente a mí, entre mis piernas, usando mi cuerpo como respaldo. «Adelante, todavía tienes un brazo, trata de estrangularme de la forma que quieras», el desgraciado me retó, sujetó mi brazo y lo puso sobre su hombro, cerca de su cuello.


     —Es un manipulador, juega con la mente de sus víctimas —interrumpo, lo narrado me recuerda al caso de Scott Yang—. El cabrón proporciona una falsa salida, mientras les dice cómo atacarlo o qué castigo infligirle, siendo que él ya tiene todo fríamente calculado. Es un animal, un hombre desalmado que no merece piedad —el tono en mis palabras es tan intenso, que provoca que Cordero me miré con un dejo de desconcierto.


     —Mejor no lo pudo describir usted, es un animal —responde el japonés—. No iba a darle el gusto, él esperaba que yo lo estrangulara con el brazo, pero decidí utilizar mi mano, procedí a envolver su pequeño cuello con mis gruesos dedos y apretar con fuerza. El maldito pegó su barbilla al pecho, evitando la estrangulación; mis dedos sujetaron su mentón, no su cuello. Mientras hacía esto, él clavó su codo en mi pantorrilla y sostuvo uno de mis pies con ambas manos y empezó a doblar mi tobillo. El dolor que sentía era insoportable. Él continuó hasta torcerme la articulación, el bastardo desmantelaba lentamente cada parte de mi cuerpo, como si yo fuera un juguete.


    Una enfermera nos interrumpe cuando entra a tomarle la presión, medir sus niveles de oxigenación y a cambiarle el suero, además revisa la sonda para la orina y le hace unas preguntas de rutina. Cuando la señorita se va, Yuki prosigue con su testimonio.


Yuki Itō
     —Se puso en pie y me aleccionó: «Para evitar la estrangulación, lo primero que haces es bajar la barbilla, para así poder defender. A ustedes, luchadores, les encanta que les atrapen el cuello con llaves y candados. ¿Por qué? No lo entiendo, eso es algo estúpido». Él tiene razón, nosotros solemos dejar que el rival nos haga llaves o candados, pretendemos sufrir, es parte del show, brindamos un espectáculo. Estamos acostumbrados a ello, no me dijo nada que yo no supiera —comenta Yuki—. Uno no va por la vida esperando encontrarse con un sádico rompedor de huesos. No conforme, al tenerme inerme en el suelo, él comenzó a pisotear mi cara para romperme la nariz, el cartílago es tan frágil que comencé a sangrar con el primer impacto de su bota. Lo peor fue que además pateó mi cráneo, es eso lo que me puso en un estado de peligro.


      ¿Será que en verdad este criminal no sabe nada de lucha libre profesional o justamente hizo esto para despistar y cubrir su rastro? Tiene que ser Richy, el culpable tiene que ser él. De lo contrario, significaría que el hombre que se atrevió a hacer esta salvajada, es mi hijo Pepe, eso mi alma no lo toleraría. Me niego a aceptar que mi hijo sea un monstruo.


    —Para no alargar la historia, después de esto, él me desnudó y me estimuló para que mi pene se levantara, a pesar del terrible dolor que sentía, el frote de su mano me daba un placer indescriptible, el man sabe masturbar. En erección, mi polla mide solo once centímetros, es pequeño —comenta bajando la mirada. Yo contengo una risa al escuchar tal declaración.


     —Es una polla normal —comenta Cordero en afán consolador—. El promedio mundial es 14 centímetros, quiere decir que hay a quienes les mide menos, y obviamente a quienes nos mide más.


     —¡Ya sé que es normal! —comenta con enojo— No me considero anormal. ¿Cree que yo necesito que justamente alguien como usted me lo diga? Mírese, es un debilucho enclenque presumiendo de una verga grande, ¿considera que necesito algo de usted?


     —Déjame adivinar, el bastardo hizo una comparación entre su gigantesco miembro de treinta centímetros y el tuyo de nada más once —intervengo—. ¿Fue así?


Ni siquiera cabe en el encuadre.

     —Así fue. Primero se rio a carcajadas, tal y como usted hubiera querido hacer —dice mirándome con molestia—. Luego de hacer la comparación y de humillarme con sus burlas, el maldito tomó mi par de testículos entre sus manos e hizo un cepo con una de ellas. En seguida comenzó a aporrear mis bolas con su macizo, grueso y firme trozo de carne que asemejaba una vara. Mi cuerpo en general estaba muy debilitado, yo gemía y me retorcía cada vez que su polla superior a la mía impactaba mis pequeños huevos. No fue algo doloroso, reconozco que aquello es lo más hot que alguien ha hecho con mi cuerpo, fue muy ardiente, mi pequeño pene comenzó a sacudirse y escupir por sí solo; mi entrepierna se bañó con mi cremoso y cálido semen. La idea de que mis genitales en su totalidad fueran abrumadoramente superados por los de este pequeño pervertido, me excitó, en aquel momento me rendí, renuncié a pelear, no tenía caso hacerlo. Él me puso bocabajo y me penetró, se aseguró de mantenerme sujeto firmemente de las bolas mientras lo hacía. ¿Algún detalle extra que deseen conocer? —el hombre japonés nos pregunta de forma hostil. Desde la mención de su pequeño miembro viril, se puso muy susceptible.


    —No, con eso está bien. Nada más quisiera saber más acerca de cómo es que te tiró en un contenedor de basura —digo.


   —¿Te gustó? ¿Lo disfrutaste? —pregunta Cordero con cierto desenfado. El colombiano-japonés lo mira fijamente a los ojos durante unos segundos y responde:


   —Sí, lo gocé, fue la follada más ardiente que he tenido en toda mi vida. Luego de eso quedé inconsciente por un tiempo —comenta para zanjar el tema—. Cuando abrí los ojos me encontraba en un carrito de servicio, de esos que tienen un contenedor de tela y ruedas. Yo me sentía aturdido, muy mareado y terriblemente dolorido. Recuerdo que él me sacó del carro este, me cargó y me arrojó en el contenedor de basura en un callejón al lado del hotel. Yo alcancé a sujetar su máscara, el impulso de mi cuerpo al caer y la gravedad, provocaron que esta quedara prendida entre mis dedos, dejando su cara al descubierto. Pude ver claramente su rostro —comenta el luchador—. Por supuesto, él me la arrebató al instante y salió corriendo.


     —¿Lo viste? ¿Por qué carajos no lo dijiste antes? —cuestiono alterado poniéndome en pie.


    —No me preguntaron, además todavía no llegaba a esa parte.


    —Si te enseño una fotografía, ¿podrías identificarlo? —pregunto sacando mi teléfono móvil de la bolsa del pantalón.


    —Claro que sí enséñem… —antes de que él termine la oración, yo le muestro en mi pantalla un foto de estudio, oficial, que tomé de las redes sociales de Richy, la que utilizan para hacer los promocionales improvisados de sus luchas, donde sale posando con su calzón dorado, cruzando los brazos con cara de rudo.


    —¿Es él? —pregunto.


    —No, ese hombre no es —responde Itō.


    —Míralo bien, es él, es él, ¿verdad? —yo insisto. Tiene que ser Richy.


    —No —reafirma el hombre—. Ese man no fue.


    Me apresuro a buscar en mi teléfono, antes de que encuentre una fotografía de Esteban en las redes sociales de Pepe, Cordero le enseña una imagen en su teléfono móvil. Por la posición, yo no alcanzó a ver quién es el que está en la pantalla.


    —Sí, es él. Ese es el man que me atacó —responde con seguridad el luchador Colombiano-Japonés. 


     Cordero bloquea y guarda el celular en la bolsa de su pantalón, y sale de la habitación. Yo voy tras de él, lo coloco contra una pared e intento esculcar sus bolsas. 


     —Es información sensible y privilegiada del caso, no puedo compartirla contigo. ¡Entiéndelo! —dice Carlos forcejeando con mis manos que incluso llegan a tocar su pene a través de sus jeans.


     Los policía que lo acompañan me sujetan al mismo tiempo de los hombros y brazos. Antes de que pueda zafarme como fácilmente lo podría hacer. Cordero me patea no una, no dos, sino tres veces seguidas en la entrepierna aprovechando mi vulnerabilidad. El debilucho sale corriendo mientras yo me desplomo en el piso en posición fetal. Los policías se paran a mi lado, para asegurarse de que yo no siga al detective encargado del caso. Ni siquiera puedo ponerme en pie, permanezco tirado en el pasillo del hospital con un intenso dolor genital. 


     Cordero sabe patear, su técnica es perfecta y su potencia considerable, la posición que asume su cuerpo entero, manteniendo los brazos en guardia al extender la pierna, la velocidad con la que me dio tres poderosas patadas, reconozco ese estilo, es taekwondo, mi amigo está entrenado en combate, no es el debilucho que yo pensaba.


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