CONTIENE:
BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE
Braulio plasmó un tres, Doménico graficó un dos y Guido marcó un siete.
–La cinta de correr es mĆa –anunció y saltó sobre ella.
Los otros dos se subieron a las bicicletas.
–Bueno, solo necesita presionar Iniciar en la pantalla –explicó Braulio–. Pero hay que mantener el ritmo. He configurado los dispositivos para que suenen cuando uno de nosotros se mueva lento. De hacerlo pierde automĆ”ticamente.
–EstĆ” bien. ¿EstĆ”n listo? Entonces... ¡vamos!
Los tres presionaron el botón verde en la pantalla y los dispositivos comenzaron a moverse. Guido no necesitaba correr demasiado rÔpido para seguir el ritmo de la mÔquina; estaba acostumbrado a trotar.
Y asĆ miró a sus amigos. DomĆ©nico luchaba con su no acorde vestuario, los mĆŗsculos de sus piernas se mostraban bien. Casi pensó que de vez en cuando veĆa el contorno de su polla en su jeans. El pantalón de Braulio estaba un poco mĆ”s flojo y no dejaba que nada se notara.
Y asà se pasearon y corrieron relajados por un rato. Durante los primeros dos o tres minutos no hablaron, luego Braulio rompió el silencio.
–Es divertido entrenar con ustedes.
–Por supuesto que lo disfrutas. No tienes ningĆŗn golpe en las bolas hasta ahora.
–TendrĆ”s tu momento. No hay prisa. ¿TodavĆa te duele mucho, DomĆ©nico?
–Me siento como nuevo —anunció el joven alegremente. Ya habĆan pasado quince minutos desde que habĆa tenido el Ćŗltimo golpe en sus huevos–. Pero puedo imaginar que las de Guido duelen un poco mĆ”s...
—SĆ, maldita sea. Oh, apenas las siento.
Los minutos pasaron, y aunque Guido sintió el calor en los músculos de su pierna de forma lenta pero segura, estaba bien.
Ninguno de ellos parecĆa estar sin aliento todavĆa.
–Esto podrĆa ser una ronda larga —remarcó Guido.
–DeberĆa ser bueno para todos, ¿verdad? Especialmente para ti, DomĆ©nico, que prefieres los ejercicios de resistencia.
Pero Doménico no respondió y solo miró hacia adelante. Braulio y Guido intercambiaron miradas de sorpresa, pero no dijeron nada.
Pasaron 5 minutos, y poco después se enteraron de la razón del silencio de Doménico.
–Joder, tengo que ir al baƱo –anunció dĆ©bilmente.
–¿Ahora? –se rió Braulio—. ¿No puedes resistir?
–Normalmente puedo resistir por horas pero si en medio de esto hay golpes dolorosos no puedo aguantar mucho.
–Eres fuerte, DomĆ©nico. Si vas ahora, pierdes. Es lo mismo que rendirse.
–Lo sĆ© –siseó con los dientes apretados.
–Y si pierdes tenlo por seguro que te las reventarĆ© –amenazó Braulio–. Aguanta. Por bondad a tu entrepierna.
Doménico suspiró inquieto.
–Si puedes hacerlo, tienes que soportar las ganas de mear, asĆ pondrĆ”s tus huevos a salvo –objetó Guido–, si ya estĆ”s cansado... bueno, sabes lo que pasa entonces.
DomĆ©nico suspiró y siguió corriendo. Cuando Guido lo miró, se dio cuenta de lo tenso que estaba. En la parte superior de su cuerpo desnudo ya tenĆa leves manchas de sudor.
Y asĆ pasaron otros tres minutos.
–¿EstĆ”s bien, Braulio? –preguntó Guido.
–Super. PodrĆa correr mĆ”s tiempo...¿Y tĆŗ?
–TambiĆ©n.
Ambos se volvieron maliciosamente hacia Doménico, que no les devolvió la mirada, sino que siguió mirando al frente.
–No serĆa tan malo si el entrenamiento sigue siendo media hora. O una hora. Tanto mejor para nuestros mĆŗsculos, ¿verdad?
–Definitivamente.
–Especialmente porque los tres somos muy persistentes. Especialmente DomĆ©nico. Sus carreras de resistencia son de entrenamiento óptimo. EstarĆ” feliz de poder forzar nuestros mĆŗsculos durante horas y horas.
Sin otra palabra, Doménico frenó bruscamente y saltó de su bicicleta. Casi tropezó, y tan pronto como estuvo de pie salió corriendo de la sala.
Braulio y Guido se sonrieron el uno al otro.
–Pobre de Ć©l.
–Realmente no podemos seguir durante media hora, ¿verdad? Ya no puedo mĆ”s —jadeó Braulio.
–Estoy agotado, tambiĆ©n. Pero podemos saber quien es el ganador.
–Te dejarĆ© ganar –admitió Braulio con un guiƱo tambiĆ©n se ralentizó–...Si nuestro amigo no hubiera necesitado ir al baƱo, probablemente habrĆa perdido. Pero mis huevos permanecen intactos, eso es lo mĆ”s importante, ¿verdad?
–Si tĆŗ lo dices.
Un minuto después, Guido disminuyó la velocidad y apagó la mÔquina de correr satisfecho. Tan pronto como se bajó, Doménico irrumpió de nuevo, muy aliviado, y los miró sorprendido.
–PensĆ© que querĆan continuar por horas.
–No querĆamos mantener tus huevos esperando tanto tiempo para el golpe –se rió Braulio.
DomĆ©nico suspiró. —¿AsĆ que Guido ganó?
–SĆ.
Braulio, cuya camiseta estaba sudada por el ejercicio en bicicleta, decidió quitĆ”rsela. Guido lo miró de reojo y se encontró con un torso ancho y musculoso. Ahora solo tenĆa su short.
Con un poco de esfuerzo, Braulio hundió el pie entre las piernas de Doménico. Un sonido sordo hizo eco en la habitación, y Doménico se estremeció.
Braulio se rió dejando el campo a Guido. Mientras DomĆ©nico retrocedĆa, con las piernas abiertas y los ojos parpadeando, Guido caminó a su alrededor.
–Mientras tanto, podrĆas hacernos el favor y quitarte la ropa –sugirió Guido–. ¿De quĆ© te sirve? Como una trampa para el sudor, no es bueno, y tus huevos adoloridos tienen que desear un poco de aire.
–EstĆ” bien. La próxima vez que pierda, me quitarĆ© los pantalones –juró DomĆ©nico–. Y seguirĆ© entrenando desnudo.
–¿No tienes calzoncillos?
–No.
–Uh, caliente. Vamos a eso.
Con aquellas palabras Guido, que estaba detrÔs de Doménico, dejó que su pie saltara hacia adelante y lo pateó entre sus piernas. Doménico, que no lo vió venir, aulló y saltó.
–Chico, mis pobres cojones.
–Muy buena patada –coincidió Braulio–. ¿Puedes poner un poco mĆ”s de fuerza y poder? Se ve demoledora, pero das para mĆ”s.
—Lo intentarĆ©.
–¿En quĆ© clase de apuesta me metĆ? –lloriqueó DomĆ©nico. DespuĆ©s de medio minuto temblando y arrodillado, se enderezó y abrió las piernas.
Antes de que pudiera reaccionar, Guido metió el pie entre su paquete. Esta vez gritó fuerte y se fue al suelo.
–¡Muy bien! –aclamó Braulio dĆ”ndole un breve y amistoso abrazo.
Unos minutos mƔs tarde, DomƩnico, con el dolor procesado hasta el momento, pudo sentarse junto a sus amigos.
–Ha sido un gran ejercicio hasta ahora –comentó Braulio–. Mis mĆŗsculos se sienten tonificados.
–Si, a excepción de tres patadas en las bolas, tambiĆ©n me gustó –confesó Guido.
–Es divertido con ustedes –se rió DomĆ©nico–. Aunque un poco... incómodo.
Guido se rascó la oreja. –Nos queda toda la tarde –era el Ćŗnico completamente vestido, y todavĆa no sentĆa necesidad de desvestirse; Su camisa le habĆa servido para atrapar el sudor–. Pueden elegir la siguiente ronda.
–¿QuĆ© no hemos hecho todavĆa? —DomĆ©nico miró alrededor, y sus ojos se posaron en el saco de boxeo–. Lo sĆ©. Lucharemos contra la pera de box, ronda por ronda. El que dure mĆ”s tiempo gana.
–EstĆ” bien. Suena factible.
–¿Y cuĆ”l es el castigo?
–Bueno... –DomĆ©nico sonrió maliciosamente–. El perdedor debe, ademĆ”s de las patadas, servir como saco de boxeo. Durante diez... no, treinta segundos, el ganador puede golpearlo tan duro como pueda.
–¿Mierda, en serio?–se rió Guido, y los ojos de Braulio se abrieron de sorpresa.
–Realmente quieres destruir tus huevos hoy, hermano, ¿verdad?
–Quiero ponerme al dĆa contigo –contradijo Ć©l—. Me siento en forma pero caminar me duele. Estoy preparado.
–Tu decisión. Tres golpes en treinta segundos a los huevos.
–AsĆ debe ser y sin embargo los pantalones ofrecerĆ”n protección al perdedor.
–¡No importa, vamos a verte continuar tu racha de pĆ©rdidas!
Braulio tomó los guantes de boxeo y se acercó al saco de box. –Uno tiene que sostenerlo desde el otro lado, y el tercero toma el tiempo. ¿QuiĆ©n quiere empezar?
Se miraron con incertidumbre, asĆ que Braulio suspiró. –EstĆ” bien. Dejemos que las cartas decidan de nuevo. El nĆŗmero mĆ”s alto primero, luego el medio y asĆ.
Del 1 al 6 Braulio plasmó un cinco, Doménico cuatro y Guido tres.
–EstĆ” bien, chicos. ¡Y no hagan trampa, a tiempo completo por favor!
–Nunca lo harĆa –sonrió DomĆ©nico y agarró su telĆ©fono celular.
Guido sostuvo el saco firmemente del otro lado y miró a Braulio, quien, con su torso desnudo y brazos fuertes se plasmó delante de él.
–Listo... ¡vamos!
Braulio comenzó a patear. Guido habĆa olvidado cuĆ”nta fuerza era capaz de hacer, y tuvo que hacer un esfuerzo para no rendirse y sostener la bolsa.
–Wow, no quieres tener esos puƱos en tus huevos –se rió DomĆ©nico–. Diez segundos. ¡Quince! ¡Bien!
Braulio se quedó mirando fijamente el saco, dejando que su puƱo golpeara una y otra vez, incansable e infaliblemente. Una sacudida atravesó el saco, y Guido no pudo evitar imaginar que esos golpes irĆan a su escroto si no hacĆa un esfuerzo.
–¡Cincuenta segundos! Y... ¡sesenta!
Vio cómo se habĆa formado una pelĆcula de sudor en el hombro de Braulio, pero el hombre no querĆa cansarse y siguió golpeando, sin darse por vencido.
–¡Noventa segundos! Eres genial.
El indefenso Guido se quedó allĆ y se apoyó contra Ć©l, aunque deseó que Braulio se relajara. Admiró a DomĆ©nico por su espĆritu de equipo, a pesar del sufrimiento que ya habĆa tenido y la certeza de que sus propios huevos estaban en veremos.
Entonces, de repente, Braulio se detuvo sin inmutarse y se puso las manos en las rodillas, jadeando.
—Ciento veintitrĆ©s segundos. Gran rendimiento.
–Gracias –asintió con la cabeza a DomĆ©nico, que se habĆa levantado de un salto y se acercó al saco–. Guido, ¿todavĆa quieres bloquear o medir el tiempo?
–Medir –respondió, agarrando el telĆ©fono rĆ”pidamente mientras los dos amigos con el torso desnudo se alineaban. DomĆ©nico se puso los guantes.
El joven empezó a golpear la pera de boxeo.
–Veinticinco. ¿Lo estĆ”s haciendo bien, DomĆ©nico?
–Con placer –exclamó, sin dejar de golpear con concentración. Los segundos pasaron, y pronto fueron cincuenta, sesenta, setenta.
–En poco tiempo, ¡y habrĆ”s superado a Braulio! –respondió Guido–. Muy bien... noventa segundos... y noventa y cinco, y cien...
Secretamente, le molestaba que DomĆ©nico tuviera tanto Ć©xito; eso harĆa que fuese mĆ”s difĆcil para Ć©l superar el tiempo mĆnimo. Realmente no anhelaba que uno de sus compaƱeros apuƱalara sus bolas despuĆ©s.
–¡Ciento veinticinco! Genial. ¡Sigue asĆ!
A las ciento treinta, DomĆ©nico finalmente se rindió y se dejó caer de rodillas, exhausto pero sonriendo alegremente. –Es uno de ustedes –dijo.
Braulio y Guido intercambiaron una mirada hostil; Braulio Chacón ahora tenĆa que temer por primera vez que sus propios huevos fueran golpeados.
DomĆ©nico se levantó al otro lado del saco, y Guido se colocó nerviosamente los guantes, que parecĆan gruesos y protectores de sus deslgados dedos. Muy diferente a su escroto; que estaba suave y desprotegido si uno de sus amigos lo golpeara de inmediato.
–Ok, ¿estĆ”s listo? –preguntó DomĆ©nico.
Con todas sus fuerzas, golpeó el saco y dejó todo su poder para él. Pero sus brazos aún estaban cansados de los ejercicios anteriores, y sintió que sus golpes se debilitaban después de solo treinta segundos.
–Vamos. ¡No te quedes inerte, enclenque! ¡Golpealo! –motivó DomĆ©nico–. No te debilites o perderĆ”s pronto. ¡Cuarenta y cinco!
Dio toda su fuerza y golpeó la bolsa de manera implacable, y durante unos segundos tuvo Ć©xito. Pero se dio cuenta que gastaba toda su reserva de energĆa.
–Ochenta, Guido, vamos... ochenta y cinco...
Pero él negó con la cabeza y dejó caer los brazos. Sus amigos comenzaron a animar.
–Ochenta y siete segundos. Bueno. No estĆ” mal, pero no lo suficiente –comentó DomĆ©nico.
Abatido, Guido se quitó los guantes y se paró frente a él. Dejó que sus piernas tomaran distancia.
Braulio se detuvo ante él y con el pie comenzó a tantear su objetivo.
–No hagas eso.
–Tienes razón –retiró el pie pero lo chocó con fuerza en sus bolas. Guido se estremeció cuando el dolor se sintió en sus partes y subió a su estómago, luego se encogió.
–Patada limpia, Braulio.
–Gracias. QuĆ© bueno que nuestro amigo nos enseƱe cómo realmente se debe patear una pelota.
Después de eso, Doménico se le acercó y dejó que su mirada vagara hacia él con gusto.
–¿EstĆ”s seguro de que ni siquiera quieres deshacerte de tus pantalones? –preguntó–. O tu camiseta. AĆŗn no te has quitado nada, siempre hablas de eso. Probablemente solo perdiste porque sudaste y no autoregulaste.
–La próxima vez que pierda, me quitarĆ© los pantalones –prometió.
–¿Solo los pantalones? QuĆ© pena –con eso, dejó que su rodilla derecha se conectara. Aunque golpeó sólo su polla, pero el toque todavĆa fue doloroso y lo hizo estremecerse.
–Oh, ¿te lastimĆ©?
Ahora dio un paso adelante con su rodilla derecha y fue, mÔs violento que el otro, entrando en su entrepierna, un poco mÔs abajo que antes, para que se encontrara exactamente con sus huevos. Guido dejó escapar un gemido silencioso cuando el dolor ardiente se extendió por su abdomen.
—¡Treinta segundos! —se rió Braulio.
Doménico asintió y se arrodilló frente a Guido.
Guido se mordió el labio. Doménico chasqueó los dedos con anticipación y luego hizo un gesto de asentimiento a Braulio.
–En tus marcas, listo... ¡vamos!
Se habĆa asestado al primer golpe, pero fue fuera de objetivo. Guido dio un respingo y se enderezó cuando el puƱo de DomĆ©nico lo golpeó. Los golpes en sĆ mismos eran mucho mĆ”s suaves que las patadas anteriores, y con frecuencia no daba en el blanco pero a veces aplastaba sus pelotas, lo que hizo que se retorciera y se estremeciera tan pronto como el dolor le atravesaba. Su cuerpo se contrajo.
–¡Medio tiempo, otros quince segundos!
Los segundos se alargaron. Doménico se concentró, sin distraerse siguió anotando golpes en sus cojones. El dolor aumentaba cada vez mÔs. Ciertamente golpeó tres o cuatro veces por segundo.
–¡Cinco segundos!
AlentÔndose con las palabras, Doménico hizo que sus golpes fueran aún mÔs firmes y poderosos, hundiendo sus nudillos mÔs profundamente y con mÔs violencia en la entrepierna de Guido para que sus bolas se clavaran en su cuerpo una y otra vez.
–¡Y para!
Guido se dejó caer al suelo y se acostó, su abdomen era un horno de dolor, se lamentó sin prestar atención a sus compañeros.
–¡Eso fue increĆble, DomĆ©nico! ¡Buen trabajo! Golpes violentos, muy uniformes y duraderos...
–Gracias! ¡Fue divertido! –se rió alegremente.
–No deseo ser el cuerpo de Guido ahora.
–Yo tampoco.
Guido soltó un gruñido profundo y se metió la mano en los pantalones para masajear sus bolas.
Pasaron varios minutos, en los que Guido sufrió el dolor, mientras sus compaƱeros charlaban alegremente. La voz de DomĆ©nico sonaba apagada, y seguĆa probĆ”ndose los pantalones ajustados, era obvio que todavĆa estaba sufriendo el dolor de la patada anterior. Pero Guido tuvo la peor parte y se sintió feliz cuando estuvo lo suficientemente en forma para reunirse con sus dos amigos nuevamente.
–¿Todo bien? –preguntó Braulio–. ¿Ambos estĆ”n en forma para mĆ”s?
–Por completo –asintió DomĆ©nico.
–Absolutamente –coincidió Guido–. Ahora quiero vengarme tambiĆ©n. Y quiero verte sufrir, Braulio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario